CAPÍTULO
XLI
BUQUE
“CASTILLO DE JAVIER” - 7to.
EMBARQUE
De nuevo al ‘Castillo de Javier’. Embarqué en
Tarragona y desembarqué en New Orleans, y como las veces anteriores, con
cemento para USA y grano para España.
Como en el capítulo anterior, relato aquí
algunos episodios que ocurrieron en este embarque, aunque es posible que fuesen
en otro distinto, pues fueron tantos años seguidos haciendo los mismos viajes,
en los mismos barcos, que me resulta difícil adaptarlos a sus embarques, aunque
lo que sí puedo asegurar es que ocurrieron, si acaso, un par de años atrás o
adelante.
Mientras descargábamos en Tampa debieron
hacer una mala maniobra en la máquina por lo que hubo que achicar las sentinas
de ésta con la consecuente salida de aguas oleosas al mar.
Al darnos cuenta de ello intentamos cercar la
pérdida con mangueras de agua, a proa y popa del barco, ya que el vertido se
había producido por la zona que daba el muelle, y de inmediato comenzamos
aplicar los dispersantes que solíamos usar en España.
También comuniqué con el consignatario para
que diese enseguida información al Coast Guard, como era preceptivo. Mientras
llegaban, el Jefe de Máquinas, Jorge Prelcic, y yo, ideamos lo que nos
interesaba decir para no tener problemas, así que se preparó el enfriador de
aceite de un auxiliar y se hizo como se si hubiera roto mientras estaba
trabajando y, por lo tanto, el aceite había ido al mar con el agua de
refrigeración del motor.
Al poco aparecieron los inspectores del Coast
Guard, que se dedicaron a tomar muestras y a preguntar. Inmediatamente se presentó
el representante del P&I (Club de protección e indemnización), un seguro
que se tiene en los barcos para diferentes eventualidades.
Lo primero que hice fue advertir a los
tripulantes que pudiesen estar involucrados, que si tenían algo que decirme que
lo hicieran fuera, y nunca delante del Coast Guard, así como que se abstuvieran
de hacer comentarios.
Estuvieron a bordo más de cuatro horas, y
algo que les llamó mucho la atención fue el tipo de dispersante que habíamos
utilizado. Tuve que demostrares que en España estaba permitido, aunque no así
en Estados Unidos, por lo que tuve que firmar una declaración alegando que
desconocía la prohibición de este tipo de dispersante.
La diferencia es que nuestro dispersante, una
vez recogido el fuel o aceite lo depositaba en el fondo, no desapareciendo, y
el de ellos se mantenía a flote y era sacado del agua, con lo cual no se
quedaba en el mar.
Insistieron en inspeccionarlo todo, y cuando
se dieron por satisfechos nos comunicaron que, efectivamente, se trataba de un
caso fortuito, por lo que no se nos podía achacar ningún tipo de negligencia.
En ese momento estaba presente el Jefe de
Máquinas, que durante toda la investigación les había ofrecido café o cualquier
otra cosa, que habían rechazado, aunque ahora, en perfecto castellano, me
pidieron una coca-cola. Jorge se quedó de piedra, pues todo se había llevado en
inglés sin decir una sola palabra en castellano. Por eso fue el aviso, es una
cosa que suelen hacer usualmente.
Durante la estancia en España, el Jefe de
Máquinas me comunicó que había pedido unas juntas tóricas (anillos de goma)
para respeto, por si teníamos algún problema en las turbosoplantes de los
motores, y que las habían denegado junto con otras cosas más que en realidad
suponían poco dinero, pues las juntas no creo que llegaran a costar mas de
cincuenta pesetas cada una.
Esto lo comento por lo que nos sucedió en
esta campaña, en uno de los viajes.
Desde Tampa salimos para New Orleans, y
cuando íbamos subiendo el río, sobre las dos de la mañana se oyó un silbido que
venía de la Sala de Máquinas; inmediatamente, el Jefe me indica que tiene que
parar porque hay un problema y no sabe, de momento, qué ocurre.
Se lo comunico al Práctico, y como el barco
tenía arrancada nos dirigimos hacia uno de los bordes del río, donde fondeamos
en espera de lo que nos dijera el Jefe de Máquinas. Cuando supo lo que ocurrió
me dijo que uno de los motores estaba fuera de servicio debido a la
turbosoplante, pero que con el otro podíamos seguir sin ningún problema.
Estos barcos tenían dos motores que se
acoplaban a una sola hélice; se lo comuniqué al Práctico y le dije que podíamos
mantener una velocidad de unos once nudos, en la mar, por lo que comentó que
sería necesario tener un par de remolcadores al costado por lo que pudiese
ocurrir.
Salimos del fondeo y empezamos a subir el río
nuevamente. Pasada media hora, y en vista de que los remolcadores no habían
llegado y de que se podía navegar perfectamente, aunque más despacio, les llamó
y les dijo que no hacían falta, que regresasen a su base.
Enseguida comuniqué con el Consignatario para
que mandase al Técnico de Brown Bovery, marca de la turbosoplante, a la
llegada. Se presentó éste enseguida que comenzó a desmontarla. Cuando supo cual
era la avería se puso muy contento, pues solamente se había roto una junta
tórica, así que pidió la junta, asegurando que en un rato estaba lista.
No pudo ser así, ya que la solución la dieron
desde Madrid: un empleado de Elcano fue a Berna, Suiza, allí compró media
docena de juntas y las llevó a New Orleans, regresando después a Madrid. Creo
que han sido las juntas más caras de la historia, y todo por intentar ahorrar
unas pesetas en lo que acabó costando unos cuantos miles más.
En una de las salidas a tierra con un amigo
de New Orleans, Joaquín Sampedro, que tenía una gran taller de mecánica naval y
que había inventado una máquina para rectificar los cigüeñales de los
submarinos sin tener que sacarlos del buque, observé que en su zona, Condado,
estaban de elecciones, y uno de ellos hacía propaganda diciendo que, en su
Condado, si él salía elegido sólo se verían negros de ocho de la mañana a
cuatro de la tarde, siempre y cuando llevasen un pico y una pala en las manos.
Se puede comprobar, por tanto, que todavía
les quedaba algo de racismo por la zona, sobre todo en las más ricas, como ésta,
en las que detrás de la casa tenían el campo de golf.
Para comprobar esto, en una de las visitas al
consignatario impuesto por los cargadores, no el nuestro, pregunté si tenían
problemas con los negros, a lo que fui respondido que no, que eran muy buenos
jugando al baloncesto y al rugby. Desde luego no dice mucho en su favor, aunque
poco a poco se han ido integrando. Hoy es muy curioso observar que son más
racistas los negros integrados en la sociedad blanca, que los blancos.
Me vino el relevo en New Orleans, y no
llevaba mas de veinte días en casa cuando me mandaron a hacer un cursillo a
Holanda.
Este curso era el que se exigía para ser
práctico en la mayoría de los puertos. La verdad es que fue muy bueno pues me
sirvió para probar cosas que no hubiese hecho en la realidad y que, como pude
comprobar, se podían hacer.
Salimos de Madrid en avión para Amsterdam,
Holanda y, desde allí, en tren hasta la estación central, donde cambiamos para
Wageningen. Todo muy bien, pero en un momento determinado, y antes de haber
llegado a nuestro destino, se bajó todo el mundo mientras nosotros cinco nos
quedamos solos en el tren. Habíamos escuchado los altavoces, aunque sin
entender lo que decían, por ser en holandés.
Un alma caritativa nos explicó que el
personal de los trenes estaba en huelga y que, por lo tanto, no saldrían más
hasta el día siguiente.
Nos vimos forzados a coger un par de taxis que nos llevaran al destino, aunque no estábamos muy lejos, así que llegamos al
hotel en media hora. El hotel, que era pequeño, tenía su propia historia, pues
en él se había instalado el Estado Mayor del ejército americano, durante la
Segunda Guerra Mundial.
Estaba en las afueras pero, aunque antiguo,
era cómodo. Allí teníamos las instrucciones: nos recogían a las siete de la
mañana, así que desayunábamos temprano para llegar a tiempo al ‘Marin Maritime
Institute’.
Copia del título que nos dieron en Holanda.
Nada más llegar, clases técnicas y prácticas,
y a las once un café; a la una parábamos, ponían en las mesas del aula unos
manteles con algunos sandwiches y leche, y ya, hasta las seis de la tarde, todo
sin parar, al hotel, donde nos desquitábamos de la comida haciendo unas cenas
pantagruélicas.
Como se estaba celebrando el mundial de
fútbol, ese día acabaron las clases a las cuatro para que pudiésemos ver el
partido.
He de reconocer que fue muy bueno el curso,
pues se hacían maniobras con buques grandes y remolcadores, todo desde una
simulación de un puente de navegación y una pantalla que mostraba el lugar por
el que se iba moviendo el buque. Lo único que no me gustó fue el uso de
aparatos que no he visto nunca en buques españoles, como el Doppler, que era
muy valioso en las maniobras, pues te daba el desplazamiento de la proa y la
popa, hacia dónde y a qué velocidad.
Otra de los aparatos fue el Rate of Turn, que
daba los grados de caída del rumbo del buque, por minutos.
Nunca llegué a ver estos aparatos en los
barcos en los que he navegado. Últimamente, los GPS han ayudado mucho, y aunque
no hacen lo mismo que los anteriores sí ayudan a saber si el buque está parado
o moviéndose, aunque sea muy lentamente.
Todas las maniobras y ejercicios que hicimos
se registraban y nos dieron una copia de los mismos que guardo con mucho
aprecio. Me han servido en alguna ocasión, pues a veces preguntábamos sobre
otras cosas, además de las maniobras, como la fuerza que produce el viento
sobre el costado de un contenedor, por ejemplo.
La vuelta a España no fue complicada pues no
encontramos más huelgas, y aproveché para comprar algunas cosas en el Duty Free
de Amsterdam, como salmón ahumado, entonces poco visto en España y, además,
caro.
A las dos semanas de estar en casa me
volvieron a llamar a Madrid para hacer otro curso; me pareció muy mal, pues
tenía alquilado un apartamento en Mojácar y me iba a ir con la familia quince
días, pero me dijeron que la semana que estuviese en Madrid me podía llevar a
la familia con todos los gastos pagados, así que no tuve más remedio que ir.
Esta vez, como puede verse, el curso fue de
los Aspectos Económicos en la Operación del Buque. Por la mañana lo
aguantábamos muy bien, pero las tardes se hacían interminables; entre que
comíamos en demasía y el calor, no había quien las soportara.
Menos mal que me dejaron el mes de Agosto
libre y sin cursos.
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