Gran parte
de los años de mi vida profesional han transcurrido navegando por aguas del
Atlántico, tanto del norte como del sur, 38 años de mar dan para mucho y a mi
mente vienen muchísimos recuerdos de los viajes realizados.
Entre
tantos viajes añoro con especial interés los que realicé por las costas
angoleñas, y hoy voy a intentar recordar algunos de los episodios vividos
durante esa época.
Comienzo
por decir que mis viajes a esa zona siempre los realicé estando al mando de algún
buque frigorífico perteneciente a la compañía Marítima del Norte, los que en el
mundillo marítimo se llegó a conocer como los “Sierras”, y como prácticamente
llegue a pisar la cubierta de todos, ahora no recuerdo ni le doy mayor
importancia si fue en tal ó en cual los recuerdos que se me puedan venir del
disco duro. Marítima del Norte tenía un compromiso con las distintas compañías
pesqueras dedicadas al marisco de recogerles las capturas, y al mismo tiempo
suministrarles todas las vituallas necesarias allá donde se encontraran, y un
tráfico que empezó con los pesqueros faenando en las aguas de Senegal, se fue
proyectando poco a poco cada vez más al sur hasta llegar a las aguas de Angola.
Con el paso de los años este tráfico fue aumentando y cambiando de acuerdo con
las necesidades de los pesqueros que iban descubriendo nuevas playas, en el año
1988 que yo dije adiós a los barcos, ya se había dado la vuelta al Cabo de
Buena Esperanza y muchas de las empresas ya tenían la flota faenando en aguas
de Mozambique.
Centrándome
en Angola puedo decir que durante los muchos viajes que realicé a la zona,
jamás encontré malos tiempos, parece como si Eolo se hubiera olvidado que
Angola formaba parte del globo terráqueo, a lo sumo que me he enfrentado fue a
pequeñas zonas de niebla de poca duración, meteorológicamente hablando, navegar
por aguas angoleñas era sinónimo de tener el buen tiempo asegurado. Pocas veces
se encuentran zonas de costa donde la naturaleza ha obrado el gran milagro de
formar puertos naturales tan abrigados como en Angola, donde el ser humano
solamente ha intervenido con el cemento para hacer los muelles de atraque,
tenemos los ejemplo de Luanda , Lobito y Tombwa (antiguo Port Alexandre) todos
ellos formados casi de la misma forma, con una restinga de arena en forma de
brazo que dejaba una amplia bahía bien resguardada de los posibles malos
tiempos, y que la única diferencia entre ellas es la mayor o menor anchura de
la bocana para acceder al interior de las mismas, los portugueses se
encontraron con esta gran bicoca que les ofreció la naturaleza para hacer unos
puertos amplios y seguros que durante los años que permanecieron como
protectores lo explotaron comercialmente al máximo.
A mi punto
de vista, Angola tiene un antes y un después teniendo en cuenta el punto álgido
de la independencia. Desde el punto de vista profesional, no se han podido
producir muchos cambios porque las arribadas y estancias en los diferentes
puertos no han variado. Desde el punto de vista administrativo el cambio fue
grande con la salida de los portugueses, y si nos referimos al punto de vista
humano el cambio fue enorme por no emplear la palabra brutal. Nuestros viajes
se salían bastante de lo normal de un buque mercante que llega a un puerto para
descargar una determinada mercancía, que atraca al muelle, descarga y una vez
formalizados los trámites burocráticos larga amarras y se dirige al siguiente
puerto de escala. Nuestras llegadas a puerto eran esperadas por un gran número
de pesqueros que estaban deseando la arribada del mercante para tener la
ocasión de poder entrar ellos también y efectuar los trasbordos después de
pasar muchas singladuras arrastrando por las costas de Angola, ya que no era
solamente efectuar trasbordos del marisco, era también el momento de recibir los
pertrechos que necesitaban , los paquetes que recibían de los familiares,
encuentros con otros compañeros que se encontraban en la zona, el descanso bien
merecido y por qué no, un poco de diversión que en aquella época estaba más que
asegurada. Después de tantos viajes a la zona, existía bastante amistad con
muchos de los mandos de los diferentes pesqueros, algunos días que el trabajo
resultaba más liviano solíamos salir a tierra juntos para disfrutar de un buen
plato de bacalao en alguno de los muchos restaurantes que existían en la
Restinga. Yo recuerdo aun con nostalgia los buenos momentos pasados durante los
trasbordos, los cuales siempre se efectuaban fondeado y con una duración que
oscilaba entre los siete y diez días.
Las cosas
cambiaron completamente con la independencia, las llegadas a puerto eran un
verdadero caos desde el punto de vista administrativo, las autoridades parecían
saqueadores profesionales insaciables, a nuestra llegada, la cámara de
oficiales se llenaba de gente que lo único que hacían era pedir y pedir .
Recuerdo que un viaje me dijeron que el cocinero tenía que prepararles una
paella, ahora no recuerdo exactamente como salí de aquel atolladero pero desde
luego no comieron paella. Todo cambió, las estancias en puerto ya no resultaban
nada de agradable, las salidas a tierra no tenían razón de ser porque los
buenos restaurantes estaban cerrados y el miedo a tener alguna clase de
problema hacían aconsejable permanecer a bordo y olvidarse de lo que un día no
lejano fue Angola. La peor parte de todo este tinglado se la llevo el puerto de
Lobito, ya que esta zona quedó bajo el mando de una facción comunista diferente
a la que gobernaba en Luanda, más dura y exigente que nos hacía casi humillante
los registros que soportábamos a nuestra llegada. Pero lo peor de todo es que
se inventaron una forma muy peculiar de evitar que submarinos enemigos u
hombres ranas se introdujeran en la bahía aprovechando la entrada de los
buques. Mientras los buques enfilaban la entrada de la bahía y hasta llegar a
la boya de reviro eran cañoneados por unas piezas de artillería que tenían
emplazadas al lado del faro, este transito con su cañoneo correspondiente
duraba aproximadamente media hora, media hora que se convertía en una eternidad
y que para algunos tenía consecuencias desagradables. Esta situación me
recordaba a una película que vi durante mi juventud y que se llamaba Tiburones
de Acero, en la cual los submarinos enemigos intentaban colarse en una rada
aprovechando la llegada de otros buques. Una vez en el interior de la bahía y
fondeados empezaba el calvario del registro de camarotes, mucho más si nuestra
procedencia era del puerto de Luanda, ya que como he narrado anteriormente los
gobernantes de ambas zonas eran de facciones distintas e intentaban tener la
hegemonía completa del país. Al igual que en Luanda, Lobito perdió todo el
atractivo que en su día tuvo para los marinos, si mal no recuerdo, aquí incluso
se prohibía la salida a tierra porque se encontraba en perenne toque de queda.
De cualquier forma ya daba igual porque la ciudad era lo más parecido a un
cementerio y permanecer a bordo resultaba más atractivo que salir a tierra.
El último
puerto de Angola en su parte sur era Tombwa, una bahía inmensa pero que nunca
llegó a tener la importancia de Luanda y Lobito, está enclavada en pleno
desierto y allí los portugueses solamente se dedicaron a la manufacturación de
productos de la pesca, cuando se marcharon de Angola, aquello se quedó
completamente abandonado a la mano de Dios y fue una empresa española llamada
Gabrielitos con base en Vigo y Huelva la que intentó poner nuevamente en marcha
la vida en aquella hermosa bahía, la ciudad prácticamente no existía, todo
cuanto se consumía era transportado por los buques de Marítima del Norte, y
todo cuanto los pesqueros de la flota de Gabrielitos pescaban era trasbordado a
los Sierra para ser descargado en Vigo ó Huelva dependiendo de que fuera
pescado o marisco.
Las
estancias en Tombwa eran tranquilas, aquí la vida no había experimentado mucho
cambio porque donde no hay nada, nada se puede cambiar; El mayor aliciente de
aquellas estancias era la pesca del calamar, una vez anochecido se ponían las
pantallas en el costado y todo quizque provisto de la correspondiente potera se
ejercitaba en el arte de intentar coger calamares, unos con más arte que
otros, pero todos contribuíamos en mayor o menor medida a llenar las bandejas
que posteriormente se introducían en los congeladores; en los meses de Julio y
Agosto si mal no recuerdo las capturas eran cuantiosas, fácilmente en una noche
se capturaban dos o trescientos kilos de calamares. La verdad es que estos
episodios los recuerdo con mucha añoranza y es el motivo por el cual me decido
a contarlo. Y si los lectores no se cansan ni se aburren en otra ocasión
narraré alguna que otra cosilla,
En Málaga,
Noviembre de 2012. Capitán A. de Bonis