viernes, 28 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO VII

BUQUE  “CIUDAD DE VALENCIA”.  2do.  EMBARQUE


       Después de desembarcar regresé a casa, donde pasé unos días de vacaciones hasta que volví a embarcar como Alumno en el “Ciudad de Valencia”.

  
El 19 de Agosto de 1967 volví a embarcar en la M/N “Ciudad de Valencia”, haciendo la misma ruta Málaga a Melilla y regreso. Habían cambiado el Primer Oficial, que era José Cañas, y el Segundo Oficial, que ahora era José Luis Grindley. Se produjo también otra novedad: había Practicante a bordo, Pepe Carou, que años más tarde fue Alcalde de Cee.

Los viajes, como siempre, de Melilla a Málaga y regreso, pero ahora parábamos los sábados a la llegada y salíamos el domingo por la noche

En esta ocasión no me dieron el camarote de la chimenea y ocupé el del Tercer Oficial, así que mejoré bastante en el alojamiento. 
De esta época no tengo ninguna fotografía, aunque sí muchas anécdotas de las que voy a relatar las más relevantes.

       Una noche, en ruta a Melilla tratamos de ordeñar unas vacas que llevábamos en cubierta. Paquillo, un marinero que había estado enrolado en el barco de pesca de mi padre, el “Josefa Cano”, que lo intentó, recibió una coz que lo dejó casi sin sentido, y en vista de ello desistimos de tomar leche fresca.





En las ferias de Melilla acompañé a mi prima Salomé, hija de Pepe Soriano, a los Juegos Florales, ya que fue Dama de Honor junto a mi hermana. Como no tenía guantes blancos llevé unos calcetines en las manos y cuando estábamos en mitad del acto lo comenté, lo que proporcionó un buen rato de risas. En la foto, la Reina y tres de las Damas; a mí se me ve en primer lugar.

       Las noches de los fines de semana que salía con el Segundo Maquinista, César Zafra, después de dejar a la chica con la que estaba saliendo solíamos recorrer algunas tabernas y tablaos, pues éste era muy aficionado al flamenco. 

       A un telegrafista novato le cobramos el agua y la luz cuando vino a por su paga; para ello, entre el Practicante y yo montamos una escenita muy acorde. Más tarde le invitamos a unas copas con su dinero mientras nos confesaba que ‘se lo había tragado’. Se quejaba de que el Radio titular tenía el camarote y la radio lleno de banderas de España y alusiones a Franco y al Frente de Juventudes y preguntaba que si podía quitarlas. Le dijimos que hiciese lo que viese conveniente. A la vuelta de D. Manuel, el radio titular, armó un escándalo enorme porque le habían quitado todo lo que el tenía colgado y decía que la iba a denunciar.

       Empezaron a poner televisiones en los bares y en los comedores, y cuando estaban instalando la del bar de 2ª clase, no se les ocurrió nada mas que taladrar el costado para poner una estantería para colocar la tele, el taladro estaba por debajo de la línea de flotación y empezó a entrar agua y liaron una de no te menees pues no eran capaces de parar la entrada de agua hasta que lo avisaron y el personal del barco solucionó el problema.

       Una noche que estaba con el Primer Oficial D. José Sánchez-Fano Oliete en el bar de primera, se acercó una familia y me preguntó que cual era el motivo de que de Melilla a Málaga saliese a las nueve de la noche y de Málaga a Melilla a las diez, le dije que mirasen el mapa y se darían cuenta que el motivo es que se va cuesta arriba en el primer caso y cuesta abajo en el segundo, se quedaron muy convencidos pero D. José me llamó de todo. La verdad es que estaba motivado por la corrientes procedentes de estrecho.   

Otra noche llevábamos una piara de cerdos en la cubierta, a proa del puente; les quitamos los palés que los encerraban y corrieron por las bandas hacía las sillas de popa que estaban ocupadas en su totalidad por moros, quienes, en cuanto los vieron, echaron a correr. Más de uno por poco se sube al palo. Al día siguiente, Don José, que había vuelto a embarcar, me echó la culpa a mí, pero me defendí alegando que no debía pensar tal cosa pues yo era formal y eso no entraba en mis pensamientos; aunque mis argumentos no le convencieron demasiado. 
                                          
       Durante una travesía de Melilla a Málaga habían sorprendido a un camarero en un camarote con un moro. Durante la comida, la tripulación que no tenía comedor lo hacía en las butacas del pasaje, cerca de la cocina y del comedor de oficiales, y en algún momento, el Calderetero, Vicente Martínez, de Melilla, pidió que le contara lo que había pasado, ya que le habían llegado rumores y quería confirmarlos, a lo que contestó que lo único que había pasado es que estaban jugando a las cartas; pero Vicente le dijo que la información que él tenía era que le habían pillado con el ‘as de bastos’ en el culo.    

       Cuando el Practicante volvió a embarcar, después de la vacaciones, nos invitó a una mariscada de campeonato de la que en el barco dimos buena cuenta.

       Durante unos meses, cada noche, en el momento del embarque del pasaje, un moro se situaba al pie de la escala para, llorando, pedir dinero mientras aseguraba que le habían robado y que lo necesitaba para sacar el billete para regresar a Melilla. Así vivió una temporada, a costa de los que viajaban que, como es lógico, cambiaban todos los días. En esos años el pasaje era, en un 90%, de moros que venían de Alemania a pasar la vacaciones en casa.

       Uno de los días, llegando a Málaga nos enfrentamos una niebla que cubría toda la bahía. Aunque había radar a bordo, la llave de éste la tenía el Capitán, D. Benito, que no supo utilizarlo, así que cuando aclaró un poco llamó al Pañolero de Máquinas, que era de El Palo; éste le indicó que lo que empezaba a verse eran “Las Tetas de Málaga”, información que le bastó para situarse y seguir hacia el puerto.

       En otra ocasión, con la mar en calma, unas millas antes de llegar a Málaga vimos  unas manchas de aceite que parecían proceder del fondo, por lo que se reportó la situación a la Comandancia de Marina. Años más tarde leí que Fernando Fernández Orcoyen, buceando en esta zona había localizado un submarino hundido durante la Guerra Civil Española.

       En un traslado de tropas desde Melilla a Málaga, como siempre hacían, los militares acordonaron la zona de embarque, y el Primer Oficial y yo habíamos salido antes de que esto sucediese. El barco salía a las 9 de la noche por lo que a eso de las 8 nos dispusimos a regresar a bordo, pero al intentar acceder a la zona acordonada para embarcar, un militar se nos plantó delante diciéndonos que no podíamos pasar, sin preguntar nada más.

       Decidimos ir al bar de la esquina a tomarnos una cerveza para, al rato regresar al barco, donde volvió a repetirse la situación, y ya eran la 8:30. Lo curioso es que no nos dejaba hablar, aunque en esta ocasión, en el puente estaba el Capitán, D. Benito, armado de un megáfono con el que gritaba, pues estaba nervioso al ver que el Primer Oficial no llegaba. Éste le decía que no le dejaban pasar, así que desde el puente le montó una al militar que me imagino no habrá olvidado.   
   
       Durante unos días, mientras estábamos en Melilla se rodaron a bordo algunas escenas de la película “En Ghentar se muere fácil”, que hace poco se repuso en Melilla. En una de las escenas que se tomaron mientras llegábamos a puerto salíamos D. Benito y yo, en el puente.

       En varias ocasiones llegaron a embarcar compañeros que volvían de vacaciones y que no tenían billete o dinero para comprarlo. Muchos de ellos viajaron gratis al ‘colarlos’ yo a bordo.

       A los tripulantes se les permitía traer algunas cosas de Melilla que estaban más baratas que en la Península y pasarlas por la aduana sin tener que pagar la llamada “pacotilla”. Solía tratarse de un queso de bola, algo de café y leche condensada; algunos oficiales, yo incluido, se lo dábamos a Rafalito, un antiguo marinero que sufrió un accidente por el que quedó inútil para el trabajo, aunque sin retiro, así que gracias a nuestra pequeña ayuda el pobre hombre podía vivir. Recuerdo que era muy amable, y después de este embarque debió fallecer pues nunca más volví a verle.

       Durante esta temporada solía salir los fines de semana, pues parábamos desde el sábado por la mañana al domingo por la noche, con una pandilla y una de las veces vinimos a una sala de fiestas de Torremollnos y me presentaron a Agustín y empezamos a charlar  y me dijo que era de Melilla, yo le dije que también, que tenía mucha relación con Nador, le dije que yo también, que su madre era maestra en Nador, yo le dije que la mía también, nos conocíamos desde hacía muchos años y de pequeños jugamos muchas veces juntos en el Colegio en Nador. 

Como me faltaban algunos días de navegación de altura, por medio de las amistades solicité el transbordo a otro barco para poder hacer estos días, por lo que el 14 de Febrero desembarqué en Málaga.  

lunes, 24 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO VI

BUQUE “PUERTOLLANO”


Embarqué en el B/T “Puertollano”, en Cartagena, el día 5 de Febrero de 1967. Yo era entonces el cuarto Alumno de Puente, cosa que no era usual pero pudo ser gracias a las relaciones de mi tío Pepe con el Jefe de Personal. La guardia la hacíamos dos con el Primer Oficial, Daniel Reina Sánchez-Fano, sobrino del Primer Oficial que tuve en el buque Ciudad de Valencia, siendo Capitán Ramón Mota Jaureguízar, Segundo Oficial Ramón Romero Rodríguez y Tercer Oficial Santiago Castelló Salas.

       
El buque pertenecía a la Refinería Española de Petróleos S.A. (Repesa). Era un petrolero y en él transportábamos crudo para España; se descargaba en Escombreras, y después de la guerra entre árabes y judíos nos dedicábamos a transportar productos refinados entre puertos españoles.

El primer viaje fue a Sidón (Líbano). Le llamaban viaje corto, y a la vuelta nos tocaba cobrar. Existía la costumbre de pagar las nóminas cuando el buque llegaba a Escombreras, por lo que  se presentó a bordo el Jefe de Personal con los pagadores; éste le sugirió al Capitán que a la vuelta del Golfo Pérsico, durante la reparación en Cádiz, me dejase marchar a casa y me avisara después para la salida.



Salimos para el segundo viaje, pero ya solamente íbamos tres alumnos. Fue a Halul Island (Qatar). Pasamos el Canal de Suez, y tanto a la ida como a la vuelta nos practicó mi tío Pepe. 

Lo hizo desde Ismailia a Suez, y durante la espera en el Gran Lago Amargo me hizo jugar una partida de ajedrez con él.

El Práctico que nos llevó desde Port Said a Ismailia, solamente comió melocotones en almíbar, me imagino que sería por algo religioso, no le fuese a dar cerdo, pero dio cuenta de una lata grande, de las de cinco kilos.

Entre esto y los cafés que pedía, que no podían ser mas malos, tuvo que ir varias veces al retrete.

Los soldados que embarcaban para vigilar durante el paso del Canal, lo único que hacían era comer a bordo y pasar el rato en el salón. Los que embarcaron este último viaje también se llevaron las trincas de los portillos que eran de metal, y eso que venían para vigilar, cuando mas lógico hubiese sido vigilarlos a ellos. 

Después de descargar en Escombreras fuimos a reparar a Cádiz, pero desde Escombreras a Cádiz fuimos lavando tanques y preparándolos para la varada, por lo que todo lo que quedaba en ellos se tiró al mar. De este modo, aunque se trataba de una práctica prohibida se ahorraba tiempo, así que se modificó el Cuaderno de Bitácora como si se hubiese tirado todo en el Atlántico en lugar de en el Mediterráneo.

Después entrar en dique me fui unos cuantos días a casa, y al regreso a Cádiz, después de la varada, salimos de viaje a Ras Tanura  (Arabia Saudita), también por el Canal de Suez donde volvió a practicarnos mi tío Pepe.

Atracamos a la popa del B/T “Tokio Maru”, por entonces el mayor barco del mundo, y vuelta a Escombreras.

       Un par de días antes de llegar a Suez, para pasar el canal se recibió orden de proceder dando la vuelta a África, pero el Capitán, Fernando Mota, decidió seguir. Nos práctico mi tío y embarcó a su mujer para mandarla a España, ya que estaba a punto de empezar la guerra con los israelitas. Esto sucedió al día siguiente, quedando el canal cerrado muchos años pues los israelitas hundieron bastantes barcos en él. Fuimos el último convoy en pasar junto con otro petrolero de la empresa, el B/T ”Escatrón”.   
  
Después de cerrar el canal empezamos a hacer viajes con refinado. Normalmente cargábamos en Escombreras y Santa Cruz de Tenerife, descargando en Tarragona y Barcelona.

Hubo cambio de oficialidad y de Capitán. Vino Carlos de la Rocha Millet, no recuerdo el nombre del Primer Oficial, y de Tercer Oficial Balbino Dorrego Dorrego. El Primer Oficial estuvo poco tiempo, siendo sustituído por Alfredo Calvete.


En la foto, los tres Alumnos de Puente, Jorge Menéndez Artime, Luis del Fresno Millar y yo. Creo que Jorge fue práctico en Avilés, y a Luis le vi años más tarde en la Capitanía de Gijón, aunque no estoy muy seguro del lugar.  

En los viajes de Santa Cruz de Tenerife a Barcelona, al Tercer Oficial y a mí nos tocaba hacer la guardia desde las doce de la noche a las ocho de la mañana y, al terminar, ‘una ducha y a la calle’. Esos dos días de carga no dormíamos, y lo malo era que cuando salíamos a navegar y nos tocaba la guardia, teníamos que utilizar un botijo para echárnoslo por la cabeza con el fin de mantenernos despiertos. Pero no tardábamos en desquitarnos pues las ocho horas siguientes las dedicábamos, íntegras, a dormir.

Llegados a Barcelona, la guardia era desde cuatro de la tarde hasta las doce de la noche. Al acabar, vuelta a lo mismo: una buena ducha y a la calle de fiesta. Solíamos comprar pasteles sobre la seis de la mañana, que era la hora de vuelta al barco, para desayunar a bordo; a continuación dormíamos hasta las cuatro de la tarde.

En una de estas descargas en Barcelona, en el circuito de Montjuit se celebraba un campeonato de motos que decidimos ir a ver. Como estábamos atracados debajo de la zona del circuito no tuvimos más que subir la ladera para salir directamente a las pistas. Al llegar arriba y asomarnos nos dimos cuenta de que estábamos en medio de una curva por la que venían lanzadas las motos, que a punto estuvieron de atropellarnos, así que corrimos hasta encontrar un lugar más seguro; pero el susto fue morrocotudo.   


En esta imagen, los tres alumnos en el Parador de Turismo de los Rodeos, en Tenerife. Al fondo, el Teide. Solíamos alquilar un coche para pasar el día de correrías por la isla. En las tres o cuatro ocasiones que estuvimos cargando nos conocimos la isla de cabo a rabo. Siempre he guardado un gran recuerdo de esta época.

Cuando embarcó Alfredo Calvete, a quién llamaban el terror de los alumnos, todos temblábamos. Pero lo cierto es que fue una maravilla navegar con él. Tras sufrir un accidente de coche en Madrid, gracias a mi tío Pedro Soriano, que era médico, pudo salvar la vida, así que cuando se enteró de este parentesco dio la orden de que los alumnos, en puerto hiciéramos la guardia con él para poder darnos días libres. Gracias a esto podíamos salir cuando queríamos.

Durante una descarga en Tarragona en el mes de Julio, salimos en la procesión del Carmen vestidos con el uniforme de verano completo. Acompañamos a una chicas que nos presentó el Capitán, Carlos Rocha, aunque tuvieron que esperar bastante pues nuestro camarero no nos dejó salir sin antes haber planchado los uniformes. Pasamos unos cuantos días con ellas, pero ya no volvimos más a ese puerto.

Uno de los días de la estancia en Tarragona, estando de paseo por las Ramblas vimos a un engrasador del buque detrás de un grupo de chicas con minifalda, muy centrado en ellas; le preguntamos qué hacía siguiéndolas y nos contestó que “esperando que estornudasen”.
En el primer viaje que hice, nada más embarcar me tocó poner mi primera inyección: como era el último alumno en embarcar no me pude librar.

El Carpintero se puso malo con un cólico nefrítico; ya lo había padecido bastantes veces y el hombre estaba preparado con sus inyecciones. En la enfermería del barco preparé la jeringuilla y la aguja tal como se hacía antiguamente: hirviéndolas en un cacharro especial con alcohol debajo.

Estaban los otros tres alumnos como espectadores, así que me dispuse a ponérsela. Di tres pinchazos y el cuarto intento ‘hasta la bola’, como dirían los taurinos.

Los primeros, por miedo sólo clavé un poco el principio de la aguja, así que al cuarto, que fue igual, no se me ocurrió más que empujarla hacia dentro; el pobre hombre dio un grito y le pregunté si le había dolido, me dijo que un poco solamente, yo creo que para hacerse el valiente, pero me imagino que debió dolerle mucho.

Después, siempre me han buscado para que yo pusiera las inyecciones, pues aprendí y solía hacerlo bastante bien, sobre todo sin hacer daño al clavar la aguja.

       En uno de los viajes de vuelta de Santa Cruz de Tenerife a Barcelona, el Alumno de Máquinas, que había comprado una cámara con la que nos habíamos hecho muchas fotos en la isla, nos comentó que no había salido ninguna; le preguntamos que cómo lo sabía, y llanamente nos contestó que porque “había sacado el carrete y estaba todo negro”. Debía de ser la primera vez que vio una cámara de fotos y un carrete.

Mientras transportábamos crudo solían enviarnos algunas películas que se proyectaban en la Sala de Oficiales de Máquina, situada a popa del buque, un día a la semana y sólo para oficiales. Otro día se proyectaba en la sala de subalternos que, como era lógico, era para ellos. Seguía existiendo una gran diferencia entra la oficialidad y el resto de la tripulación.

       Este buque tenía en la parte central, donde estaban los camarotes de los Oficiales de Puente y el puente, una especie de capilla, y en uno de los viajes vino a bordo un sacerdote que decía misa los domingos. Mientras en uno de sus sermones explicaba el milagro de los panes y los peces, se equivocó y dijo que con ‘tres mil panes y cuatro mil peces dio de comer a cuatro’; no tardó el Primer Oficial, Daniel Reina, en comentar que ‘el milagro fue que no sobrara nada’.

       El 1 de Agosto desembarqué en Santa Cruz de Tenerife y me fui a casa pues casi tenía los 100 días de navegación de 24 horas y me apetecía el cambio.
       

sábado, 15 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO V

BUQUE “ALCÁNTARA”


       El siguiente embarque no llegó a efectuarse pues marché para casa unos días antes de salir a navegar. 


                

Después de pasar por Madrid me mandaron al B/T “Alcántara”, de Refinería Española de Petróleos, que estaba terminando su construcción en Astilleros de Cádiz, pero cuando estaba a punto de embarcar me tuve que ir a casa porque mi padre se había puesto enfermo, así que consta el embarque aunque no llegó a realizarse. 

Pasé unos diez días en Cádiz, en el Hotel Roma, ya que el buque no se había entregado, comiendo y cenando fuera, lo que solía hacer en el Restaurante Español, de la calle San Francisco, donde siempre solía pedir sesos a la romana y milanesa de ternera.

El poder embarcar en esta Compañía fue por mediación de mi tío Pepe, que tenía amistad con el Jefe de Personal. Me hicieron ir desde Cádiz a Madrid para volver el mismo día, menos mal que todo lo pagaba la Compañía que en aquellos tiempos no ponía muchas pegas pues los viajes eran baratos y, además, los alumnos cobrábamos poco de dietas.  

       Durante varios días estuvimos saliendo con el buque, antes de ser entregado a la Compañía, para realizar pruebas. Estar en un barco de este tamaño me parecía increíble, pues el mayor buque construído era el petrolero “Tokio Maru”, que podía cargar 150.000 toneladas de crudo, y éste era la mitad del anterior. En la cubierta cabían mas de 2 campos de futbol.

       Como novedad, iba equipado con televisión en el puente, que ofrecía vistas de las amuras y las aletas del buque, aunque luego se pudo comprobar que no eran de mucha utilidad.     
                       
        

La foto del buque está tomada durante las pruebas oficiales en la bahía de Cádiz. Estaba a bordo mientras se realizaban y, además, en el puente. Hubo comilona a bordo, pero el Tercer Oficial y yo, que estábamos en el puente, nos tuvimos que conformar con un bocadillo.

Algo que me llamó mucha la atención en este barco tan moderno fue que el camarote para los alumnos era el mismo para todos, cuando había muchos más libres. Me enteré más tarde de que al salir a la mar asignaron camarotes individuales para cada uno.

Estuve en casa hasta primeros de Febrero de 1967, que me mandaron a embarcar a Cartagena.



lunes, 10 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO IV

BUQUE “CIUDAD DE VALENCIA” 1er.  EMBARQUE


Certificado Oficial de Alumno de Náutica, expedido el 14 de Octubre de 1966, que me abría paso a mi vida de marino. 



Ahora empieza de verdad la navegación, que voy a dividir en capítulos por cada embarque.

              
Mi primer embarque como alumno de Náutica fue en la M/N “Ciudad de Valencia”, de la Compañía Transmediterránea, el día 1 de Octubre de 1966, en Melilla, haciendo viajes de ida y vuelta a Málaga hasta primeros de Diciembre que nos mandaron a Astilleros de La Carraca, en San Fernando, a reparar.

El Capitán era Benito Felipe Gómez, el Primer Oficial, José Sánchez-Fano Oliete, y el Segundo Oficial, Ignacio Ortega Ortigosa.

Este buque estaba dedicado al transporte de pasajeros y algo de carga entre Málaga y Melilla y vuelta.

El día 2, a la salida de Málaga, Ignacio me dijo que tomara tres demoras y realizara una situación, lo que así hice. Además, dieron las tres en el mismo punto; casualidad, como me dijo Ignacio, pues nunca más tres demoras simultáneas tomadas por mí volvieron a coincidir.

Desembarqué en San Fernando el 13 de Diciembre porque se preveía una parada de unos 6 meses y no me interesaba, pues no contaban los días en astillero y tenía que hacer los 400 necesarios para poder examinarme para Piloto.

Como relevante puedo contar que en San Fernando hubo que votar un referéndum que convocó Franco, pero mi voto también se hizo en Melilla pues decían que era necesario presentar la papeleta para poder cobrar el mes siguiente, así que mi padre lo hizo por mí.

Recuerdo una noche que sacamos al Primer Oficial y lo llevamos el “Pay Pay” de Cádiz, ya que nos habían dicho que, cuando entrara, la orquestilla dejaría de tocar y, en su honor, tocarían “Mi jaca”; efectivamente así sucedió y estuvimos, además, invitados toda la noche.  
   
               


Una foto del “Ciudad de Valencia” atracando en Melilla. Se usaba el ancla porque en esos años no había remolcador, lo que hacía la maniobra muy lenta.

Esta primera etapa fue muy corta por los motivos comentados anteriormente. De ella guardo un buen recuerdo porque, además, coincidí con Valentín, que era alumno de Máquinas.

La fiesta más gorda fue cuando coincidimos con Abel Caballero, compañero de pensión en La Coruña, de Agregado en el “Conde de Fontanar”, y Antonio, Segundo Maquinista, de Melilla, que estaban descargando grano en Málaga. Los cuatro, con ganas de fiesta y dinero, nos dimos una juerga en “El Piyayo” que duró toda la noche.  

En este tiempo se empezaron a utilizar los rotuladores, que en Melilla se conseguían sin dificultad. No así en la Península, por lo que de la papelería de mi padre, “La Hispana”, cogía unas cuantas cajas y me las llevaba para Málaga, donde Valentín y yo nos las arreglábamos para sacarlas, sin que se notase, en los calcetines y otras partes del cuerpo. Nos íbamos a la pensión, donde estaban Salvador Herrera y Jesús Sánchez; allí volvíamos a armar las cajas, que más tarde Valentín llevaba a la papelería de mi tío Pepe, “Antigua Papelería Ricardo Sánchez”, y éste se las pagaba. Repartíamos entonces las ganancias que para mí eran más suculentas pues yo no le pagaba las cajas a mi padre: negocio redondo.   

El camarote que me dieron cuando embarqué estaba pegado a la chimenea y no hacía falta cerrar la puerta en invierno porque en el momento que arrancaba la máquina era un horno, tanto es así que en una ocasión salió ardiendo, menos mal que no fue durante mi tiempo de embarque.

Teníamos un cuarto de baño con ducha en la zona de los camarotes, y para ducharte con agua caliente había que avisar a máquina para que la mandaran. En una ocasión le dijeron a un engrasador un poco bruto que subiese el baño de vapor al camarote del Capitán, pues lo había pedido para bañarse; llenaron el baño de llaves y cosas de peso y lo taparon con un trapo, advirtiéndole que no lo destapara pues se marcharía el vapor y tendría que volver a la máquina a llenarlo. Había que oir a D. Benito cuando llegó el engrasador con aquello, y la cara de éste.

Me llamó mucho la atención cuando salimos para reparar a La Carraca, que era un viaje de una noche y se estaba cerca de Málaga, que el muelle se llenó de familiares como si el barco fuese a América.

A principios de Diciembre enviaron el buque a reparar a los Astilleros de La Carraca. Como tenía que pasar el Certificado de Navegabilidad se preveía una estancia prolongada en dique, por lo que al no contarme los días decidí buscarme otro embarque y así no perder el tiempo.

Lo más interesante fue el paso del Estrecho de Gibraltar, que hicimos de noche. Había que  tomar las demoras desde el puente alto, pues no había otra forma, y D. Benito no se fiaba del radar que, además, lo llevábamos apagado.