sábado, 26 de diciembre de 2015

AMERICA TEMA DOS

Después de finalizar el tema anterior en el que daba cuenta de mis andanzas por el Canal de Panamá, he de añadir que nunca más volví a transitar por él. Ahora me decido a contar mis viajes por las costas americanas comenzando con el primero que realicé a bordo del V. “Rita García” ocupando plaza de 3er Oficial. Voy a mezclar la parte profesional con la parte personal ya que para mí significó más que un viaje normal. Llevaba embarcado en el V. “Norte” casi nueve años, durante ese intervalo de tiempo no había tenido la ocasión de hacer ni un solo día de navegación de Gran Cabotaje y mucho menos de Altura, con lo cual mis esperanzas  de poder obtener el título de Capitán dadas las circunstancias, cada año que transcurría lo veía más lejano.

El “Norte” estaba arrendado por RENFE para suministrar de carbón a todos sus depósitos a lo largo del Mediterráneo, por este motivo viaje va y viaje viene entre Asturias hasta Barcelona, me conocía la costa española al dedillo, incluyendo todas las leyendas que a lo largo de la historia se habían ido transmitiendo entre los marinos sobre la orografía española. Exagerando un poco, conocía hasta el nombre de los fareros y si eran casados o solteros. Pero como todo en esta vida tiene su fin, a mí también me  llegó el momento de dejar el carbón como le ocurrió a Antonio Molina el día que abandonó la mina para convertirse en cantante.

En Santander donde  nos encontrábamos reparando con el “Norte”, se me  ofreció la oportunidad de embarcar en  el “Rita García” como 3er Oficial y de esa forma iniciar la navegación de Altura que tanto necesitaba. La suerte se alió conmigo y el destino quiso que la primera vez que iba a cruzar el charco fuera para llevar un cargamento de lingote de hierro al puerto de Mariel en Cuba. Resulta que yo iba a ser el primer miembro de mi familia que iba a retornar a Cuba después de que mi abuelo paterno abandonara la isla cuando Cuba obtuvo la independencia.  Me explico: Mi abuelo paterno nació en Pinar del Rio (Cuba), sus padres eran emigrantes españoles. Mi abuelo vino a España para ingresar en la Academia Militar donde cursó sus estudios y donde una vez finalizados contrajo matrimonio con una toledana (mi abuela). Ambos regresaron a Cuba, él destinado como oficial en el Castillo del Morro de la Habana, allí nacieron los tres primeros hijos del matrimonio que resultaron ser féminas. Cuando Cuba declaró la independencia, mi abuelo que había jurado la bandera española tomó a su mujer y sus tres churumbelas y se vino a España. Allí quedaron cinco hermanos que naturalmente no pararon de procrear. Con el tiempo y la distancia, los recuerdos perduraron pero los lazos se fueron diluyendo hasta quedar prácticamente reducidos  a cero. Yo, como he mencionado anteriormente, era el primero en cruzar el océano e intentar conocer a toda la familia que mi abuelo dejó allí. El momento no era el más propicio precisamente para tales menesteres. Fidel Castro acababa de tomar el poder, la situación política resultaba un poco caótica y cuando llamaban a tu puerta nadie sabía exactamente a que se podía esperar. Por  esa razón a mi me costó en un principio tanto encontrar a un miembro de la familia, a pesar de que la guía de teléfono contenía bastantes Bonis.  Gracias a una viejecita que me abrió la puerta y me informó que un tal Arturo de Bonis (se llamaba igual que yo) trabajaba en un periódico logré establecer contacto con él. Después todo fue coser y cantar, en una semana conseguí conocer a  infinidad de familiares, los que quedaban porque muchos habían salido de la isla por motivos políticos y se habían desperdigado por centro América. Después seguí manteniendo contacto durante mis viajes a Cuba con los “Sierras” y algo más de tiempo, pero al final todo ha quedado en el olvido.

Ahora le toca el turno a la historia profesional. Era mi primer viaje a bordo de un buque diferente al “Norte”, me encontraba más despistado que un pulpo en un garaje. Gracias a los consejos del 2ºOficial que también se encontraba allí más bien de paso, que lo primero que me aconsejó era eso de “oír”,“ver” y “callar” me acoplé rápidamente a la vida de a bordo sin problemas. El “Rita García” era un barco especial, ya lo hice constar en el libro MIL AÑOS DE MAR.

 Si ahora vuelvo a repetir algunas cosas que ya conté en su momento, es porque me impactaron tanto que quedaron bien registradas en mi memoria. Decir que ha sido el momento en el cual me he considerado un cero a la izquierda como oficial de un buque, creo que es más que suficiente para dar una idea de cuál era la situación. Pero algo tendré que narrar para poder justificar lo dicho anteriormente. El “Rita” era un buque construido en Inglaterra de unas 7000 tons. aproximadamente, con cuatro bodegas para carga y una adicional en el centro para el carbón cuando sus calderas lo consumían antes de haber sido adaptado a fuel. Tenía una Cámara preciosa como solían tener todo los buques ingleses de aquella época. Todo caoba y con camarotes a banda y banda. Pero resulta que tan preciosa cámara era para uso exclusivo del Capitán y del Mayordomo. Debajo del Puente de Mando, se había habilitado una especie de pajarera que era utilizada como comedor de oficiales y en el espacio restante se había casi prefabricado un pequeño camarote para el 3er Oficial (el mío en este caso) y la estación de radio con el camarote para el Marconi de turno. El resto de camarotes tanto para oficiales de puente como de máquinas, estaban situados en los pasillos laterales a Br. y Er. en el centro del buque, sobre la sala de máquinas.
V "Rita García"

Yo, como tercer oficial era el encargado del papeleo y la parte burocrática. Cuando llegábamos a puerto empezaba mi calvario. El Capitán y el Mayordomo se metían en la Cámara junto con las autoridades y yo me quedaba esperando en el pasillo con toda la documentación necesaria esperando pacientemente a que el Capitán dijese que necesitaba un documento determinado, entonces salía el Mayordomo y yo le hacía entrega del papel para que a su vez se lo entregase al Capitán. En una palabra, que lo que allí se cocía solamente lo sabían las autoridades, el Capitán y el Mayordomo y -de hecho- se cocían bastantes cosas.

El Capitán, desde los tiempos de nuestra guerra civil, sufría de un tembleque parecido al Parkinson que le impedía observar convenientemente y durante las comidas ninguna cuchara le llegaba llena a la boca. No obstante, la única situación que se consideraba valida en el momento de la meridiana era la suya. Pero “ancha es Castilla” y mucho más ancho son los mares, daba igual que los puntos de recalada apareciesen 20º por babor como por estribor. El viaje a Cuba se realizó sin novedad digna de mención, no así nuestra llegada al puerto de Mariel que resultó ser un acontecimiento. No sé exactamente si el motivo era a causa de ser el primer buque español que recalaba a Mariel o el primero que arribaba después de los acontecimientos vividos en la isla. Fuimos recibidos con muchísima amabilidad. Toda esa amabilidad la aprovechó el Mayordomo (que era un verdadero lince de los negocios) para solicitar de las autoridades un permiso especial que le permitiera abrir al público después de la jornada de trabajo de una especie de cantina donde poder degustar los productos españoles que tanto gustaban en la isla. El permiso fue concedido y la voz se corrió como la pólvora y el barco después de la jornada de trabajo se convirtió en una feria. La gambuza del “Rita” estaba bien provista para tales eventos, nada tenía que ver con los potajes de garbanzos que a diario el Mayordomo había institucionalizado como primer plato sin que nadie rechistara.

Lo que más solicitaban los cubanos era chorizo y para acompañarse una botella de coñac que mezclada con otra de sidra lo llamaban.” España en llamas”. Sobre gustos no hay nada escrito. Yo aproveché tanta algarabía y los quince días que duró la operación de descarga para hacer varias escapadas a La Habana que solo estaba a cuarenta kilómetros para seguir conociendo familiares que resultó ser de la más variopinta. Los cubanos nunca han tenido problemas para mezclarse con razas diferentes y esa fue la causa de encontrarme con familiares con los ojos rajados y otros con color chocolate, una verdadera galimatías que de vivir mi abuelo seguro que no le hubiera hecho ninguna gracia.

Todo lo bueno se termina y también se terminó nuestra estancia en Mariel. Desde allí zarpamos para el puerto de OLD-TAMPA en Florida, para tomar un cargamento de fertilizantes con destino a Europa. Nuestra llegada a este puerto nada tenía que ver con la llegada a Mariel, aquí todo fueron malos modos por parte de las  autoridades, me imagino que acrecentados por proceder de puerto cubano. Rellenar formularios y preguntas y más preguntas, que desde el punto de vista europeo las considerábamos ridículas. Nuestra estancia no llegó a durar ni 24 horas, pero las suficientes para llevarnos otra mala impresión de la forma de actuar de los americanos. Como el puerto se encontraba a una distancia considerable de la ciudad. El Capitán y algunos oficiales decidimos alquilar un taxi para visitarla. Durante el trayecto fuimos abordados por un coche de la policía al más puro estilo de película de gánster, nos hicieron bajar del taxi, nos pusieron con las manos en alto contra el taxi y nos cachearon hasta los mismísimos, mientras que el Capitán no paraba de protestar, cosa que a ellos les importaba lo que justamente acababan de tocarnos. Esos buenos y malos recuerdos es lo que puedo contar de mi primer viaje a bordo del “Rita García”.  

Parecía que se había establecido un intercambio de fertilizantes entre EEUU y Europa ya que mi segundo viaje fue entre Hamburgo y Jacksonville (Carolina del Norte) como puerto de descarga. Hicimos escala en las Azores para repostar combustible, esa operación fue larga y penosa ya que la isla no contaba con medios modernos para facilitar las operaciones. A pesar de que el tiempo no era bueno, el Práctico salió y nos abordó en una lancha parecida a una jábega propulsada por remeros, los amarradores ídem de idem, y de remolcadores ni contar. Pero con paciencia y una caña todo se consigue, nosotros logramos repostar y continuar viaje hacia Jacksonville. Esta vez tuve la ocasión de cruzar el mar de los sargazos, lo cual nos obligó a limpiar con muchísima frecuencia la corredera que funcionaba como una cabra loca con tantísima alga adherida.


Faro de Jacksonville 

Cuento algunas anécdotas de este puerto como siempre, las que más me impactaron. Estábamos sentados sobre la escotilla de la adicional el 2º Oficial y yo, charlando y tomando el sol porque estábamos fondeados esperando atraque y poco o nada teníamos que hacer, Yo le comentaba al segundo que había recibido noticias de mi mujer anunciándome que estaba embarazada de nuestro segundo hijo y él me contaba algunas cuitas suyas. De repente aparece el Sr. Capitán que por lo visto se había levantado con pie doblado y nos increpó de mala manera, más o menos insinuando que éramos unos vagos y que si no teníamos nada que hacer él nos daría trabajo, nos mando calcular la ortodrómica de regreso a España. Menos mal que no nos castigó mirando a la pared que hubiera sido más humillante. De cualquier forma tanto el segundo como yo sabíamos que la ortodrómica ni pensaba mirarla. El navegaba siempre con las instrucciones del Pilot-Chart del mes correspondiente y de ahí no se salía.

La segunda historia empieza con la visita a bordo del Capellán del Stella-Maris de Jacksonville, él cual nos invitó para que visitásemos la sede después de la jornada de trabajo. Hasta aquí todo normal. La sede se encontraba en un edificio muy moderno en el centro de la ciudad, si mal no recuerdo en una séptima planta. Fuimos amablemente recibidos y obsequiados los cinco o seis que fuimos. Después de un buen rato de conversación fuimos invitados a la piscina cubierta que se encontraba en la planta superior. Nosotros en principio renunciamos alegando que no teníamos bañadores. El Capellán dijo que eso no tenía ninguna importancia porque él nos podía proporcionar pantalones de deportes apropiados y así lo hizo, con lo cual no tuvimos más excusas y todos nos zambullimos en la piscina. Nuestro asombro ocurrió momentos después cuando vimos aparecer al Capellán como su madre lo trajo al mundo, con el pirulí colgando pero en versión “extra-large” como correspondía a su edad. Se zambulló en el agua y compartió el baño con nosotros con la mayor normalidad. Lo ocurrido fue tema de conversación de varios días y por supuesto todos coincidíamos en la diferencia de mentalidad existente. Ninguno nos podíamos imaginar a un Capellán de cualquier Stella-Maris de España practicando el desnudismo ante sus feligreses.
Faro de Hopewell

Descargamos en Jacksonville el fertilizante y salimos con destino a Hopewell, puerto situado en James River, si mal no recuerdo en el estado de Virginia, para cargar nuevamente fertilizante con destino a Europa. De este viaje lo que más impresión me causó fue ver centenares de buques abarloados a todo lo largo del rio, los buques tipo “Victory” y “Liberty” que habían sido utilizados durante la segunda guerra mundial. Hace poco he leído, no sé dónde, que aunque en menor número se siguen manteniendo muchos buques en estas condiciones que podrían estar operativos en poco tiempo en caso de un nuevo conflicto bélico. Salimos de Hopewell con destino a Europa, recuerdo que para Rotterdam. Tal como presumíamos el 2ºofial y yo, los cálculos de la ortodrómica que nos hizo preparar en Jacksonville, seguramente lo empleó en otros menesteres más encomiables, y trazó rumbo a buscar el punto “C” del Pilot-Chart sin tener en cuenta la predicción meteorológica y así nos fue. Me imagino que sus cinco hermanas religiosas  desde sus correspondientes conventos intercedieron por la seguridad del “Rita García” que bastante falta nos hizo. Este fue mi último viaje a bordo de este buque al que a pesar de todo le llegué a tomar cariño. Después de Rotterdam fuimos a Valencia y allí cogí mis bártulos para dirigirme a Bilbao donde debía embarcar como 2ª Oficial en el “Sierra Urbión”.


Capitán A. de Bonis   

jueves, 3 de diciembre de 2015

AMERICA TEMA UNO

Después de tanto navegar por aguas africanas, mi último viaje -como narré en el tema siete- fue salir en lastre del puerto de Durban con destino a Magallanes.  Y llegamos, como lo demuestra que estoy aquí escribiendo esta especie de memoria después de veintitantos años, pero he de confesar que el pantocazo más grande que he sufrido en todos los años de navegación fue durante ese viaje; aún me tiemblan las piernas y nunca se me han vuelto a poner de corbata como entonces.

Ahora que voy a intentar recordar y contar todo cuanto he vivido en la costa americana al igual que hice con la africana, tengo decidido empezar por el centro, ni por el sur a donde llegué en mi último viaje en el “Sierra Cazorla”, ni por el norte, donde recalé siendo segundo oficial del “Rita García” al puerto de Hope Well.

Pienso que el Canal de Panamá, por lo que ha significado para el tráfico marítimo se merece ser el primero en estos nuevos episodios que intentaré relatar sobre la costa americana, desde Hope Well, lo más al norte que he visitado hasta Punta Arenas en el estrecho de Magallanes e incluso el puerto chileno de Chacabuco en los canales patagónicos. También creo oportuno hacer un poco de historia sobre el Canal y no solamente limitarme a decir cuántas veces lo he pasado. Por supuesto, la historia, no es de mi cosecha propia porque naturalmente no la he vivido, ha sido extraída de esa interminable fuente de conocimiento que es internet. Por cierto, que divagando sobre el tema histórico he de manifestar que, entre internet y la series programadas de TVE: “ISABEL” y “CARLOS I” he aprendido más historia de España que todo cuanto me enseñaron con los textos que por aquel entonces se estudiaban en el colegio de los Hermanos Maristas donde yo me eduqué, ya que los Reyes Católicos no resultaban ser tan católicos como los pintaban, y porque Fernando resultó ser un "picha brava" de padre y muy señor mío. Y no digamos de las Cortes, con tantos Cardenales intrigando para ver quien se llevaba el gato al agua, y por si fuera poco, cuando Carlos I llegó de Flandes, lo primero que hizo fue encamarse con la ex mujer de su abuelo Fernando, por lo visto era una viuda que aún estaba de buen ver ó bien porque Carlos había heredado ese furor que se le atribuía a su madre. Yo todo lo que aprendí de esa gloriosa época, aparte de que descubrimos América, de que expulsamos a los moros y judíos del suelo patrio - posiblemente de ahí les venía lo de católicos- fue el famosísimo  lema “ TANTO MONTA, MONTA TANTO, ISABEL COMO FERNANDO” aunque de verdad creo por los hechos que Fernando montó muchísimo más que Isabel.

Después de que Cristóbal Colón realizara la gesta del descubrimiento durante el reinado de los Reyes Católicos, allá por el año 1492, aún no existía el IMSERSO, empezaron a organizarse expediciones siempre capitaneadas por valientes conquistadores, que ayudados de su espada, de la cruz y del estandarte se fueron abriendo camino y anexionando tierras a nuestro ya vasto imperio, al mismo tiempo que enviaban oro y todo lo que de valor encontraban para nuestros insignes monarcas y que, como no podía ser de otra forma, aumentaron las intrigas para ver quien se quedaba con la mejor o mayor tajada, y eso que aún no existían ni Caja Madrid, ni Bankia ni se habían inventado las tarjetas negras para los consejeros del Reyno.

Pero vamos a lo que vamos. Entre tanto conquistador, hubo uno especial: Vasco Núñez de Balboa, nacido en Jerez de los Caballeros en 1475, aunque este pueblo pertenece a Badajoz, él era de origen gallego. Este aventurero cruzó varias veces el charco, la primera vez fue enrolado en la expedición organizada por Enrique de Bastida cuando tenía 26 años, con el que se  dedicó a recorrer la costa de Colombia y Panamá haciendo la correspondiente limpieza de indígenas. En 1509 logró embarcar como polizón en otra nueva expedición con la que estuvo presente en el año 1510 en la fundación de un asentamiento estable, el primero en el continente, llamado Santa María de la Antigua. A partir de entonces se dedicó a efectuar incursiones en el interior y de esas incursiones tuvo conocimiento (a través de algunos indígenas) de que existía otra mar tras las montañas. En el año 1513 desembarcó en la bahía de Darién y acompañado de algunos hombres más, escaló montañas y más montañas, hasta llegar a la cima de la más alta, y cuando oteó el horizonte, yo me imagino que como buen español no tuvo más remedio que lanzar un “¡¡coño!!” más grande que una catedral al divisar aquella gran extensión de agua que bautizó con el nombre de Mar del Sur, actualmente Océano Pacifico.  Bajó hasta la playa, puso el banderín correspondiente para que todo bicho viviente supiese que aquello ya pertenecía a la Corona Española y se volvió por donde había venido. Lo narrado tuvo lugar el 25 de Septiembre de 1513.

A partir de entonces todo su empeño consistió en encontrar un paso natural entre los dos mares, todo resultó infructuoso. El hecho de no haber podido encontrarlo le induciría a pensar que si no existía, había que crearlo de forma artificial, dando origen de esta forma al Canal de Panamá. Pero por lo visto esta idea no se la comunicó a nadie, la mantuvo escondida en su mente. Desgraciadamente, el Gobernador  celoso del auge que estaba tomando entre sus compañeros, se inventó ciertas intrigas que le acusaban de traición a la Corona y con ese motivo lo hizo prisionero y le rebaneó el cuello en 1519, con lo cual la posible idea del Canal se quedó sin ver la luz.

Cuatro siglos tardaron en materializarse todas las ideas que iban surgiendo posteriormente. El primero que le expuso la idea de una vía fluvial al Emperador Carlos I, fue Hernán Cortes, pero mucho más al norte, casi dos mil kilómetros, por la parte de México,  que era donde él repartía el bacalao y por consiguiente de muchísima mayor envergadura. Carlos I que se encontraba enfrascado luchando contra el Rey de Francia, no quiso ni escucharle porque lo único que le interesaba del Nuevo Mundo, era el oro que traían y que le servía para sufragar las guerras en que estaba metido. Posteriormente, el beato de su hijo Felipe II, no quiso saber nada del tema alegando que lo que Dios había creado no se podía romper, o sea, que eso de tirar montañas para abrir un paso que comunicase a los dos océanos no iba con él ni con sus creencias religiosas. Total, nada de nada. Pasaban los siglos y nadie aportaba nuevas ideas ni dinero. Durante este tiempo lo único que se hizo, y con un gran esfuerzo, fue un camino para poder transportar el oro que traían de Perú hasta el Caribe para posteriormente ser llevado a España, evitando de esta forma que los barcos tuvieran que dar un rodeo por el Cabo de Hornos ó el Estrecho de Magallanes. Este camino fue construido casi paralelo a lo que posteriormente fue el Canal. Pero pronto se corrió la voz entre los corsarios que habitaban en las islas Antillas y sin pérdida de tiempo organizaron expediciones para atacar y desvalijar a las caravanas que transitaban por ese camino cargadas de oro y de piedras preciosas, que aunque venían protegidas por cierto número de tropa, éstos a la voz de "maricón el último" corrían que se  las pelaban al menor signo de peligro, dejando todo a merced de los piratas. En vista de tantos inconvenientes el uso del camino se fue abandonando de forma progresiva.

El tiempo corría y nada se solucionaba, pero ante las necesidades que iban surgiendo paralelas a la fiebre del oro que se había declarado en la zona, se proyectó la construcción de un ferrocarril que se llevó a cabo entre 1855 y 1880 para alivio de la situación  y al igual que el camino que se construyó con anterioridad, el ferrocarril se hizo paralelo a lo que sería posteriormente el Canal de Panamá. 

En 1869 se finalizó con éxito la construcción del Canal de Suez, el artífice de tal proeza, Fernando de Lesseps era considerado como un verdadero héroe en Francia. Fue a partir de ese momento y pensando en Lesseps, cuando se comenzó a tomar en serio la posibilidad de construir una vía fluvial que uniese los dos océanos, construido entre las ciudades de Panamá en el Pacifico y Colón en el Atlántico. En 1876 se constituyó un Comité bajo la presidencia de Lesseps encargado de organizar todos preparativos de trabajo. Él se encargó durante la espera del permiso que debería otorgar el Gobierno de Colombia, de obtener los fondos necesarios para llevar a cabo la ingente obra y finalmente en 1881 empezaron los trabajos que debían ejecutarse para la construcción del Canal de Panamá en la modalidad de grandes esclusas y cuya duración se preveía que sería de seis años.
Canal de Panamá. Esclusa

Inexplicablemente el Reino Unido y Norteamérica, no estaban muy conforme con la construcción del Canal, aducían que era contrario a sus intereses comerciales. Los hijos y los nietos de la Gran Bretaña pusieron tanto empeño y obstáculos en que no se llevara a cabo la construcción, que la empresa francesa en 1890 echó el cierre por quiebra de la misma; culpaban a Lesseps de malversación de fondos, fue juzgado y condenado y las obras quedaron paralizadas nuevamente. Esto que antecede fue simplemente una artimaña elaborada por los norteamericanos para quedarse con la construcción del Canal, pero cuando solicitaron el nuevo permiso a Colombia, estos aumentaron el número de exigencias de tal forma que lo americanos no aceptaron por considerarlas fuera de lugar. Entonces tuvieron que inventarse otra de más calado, instigaron a Panamá que entonces era una provincia de Colombia, a que bajo el hipotético derecho de libertad (como intentan hacer hoy día los catalanes en España) se declararan independientes, ellos lo consiguieron ayudados por los norteamericanos, y en compensación en 1903 los panameños le dieron el permiso para seguir con la construcción. No solamente obtuvieron el permiso de construcción, sino que compraron toda la zona por donde discurría el Canal más cinco millas de terreno a banda y banda, con lo cual el Canal discurriría por terreno completamente americano y de esa forma se aseguraban su administración y los beneficios económicos del mismo hasta el año 2000 que volverían a pasar a manos del Gobierno de Panamá. El Canal se terminó y el día 15 de Agosto de 1914 transitó el primer buque en dirección Colón Panamá. Sobre la historia del Canal solo me queda decir que el número de víctimas que se cobró la construcción junto con la del ferrocarril fueron de miles de obreros a causa de las condiciones sanitarias e higiénicas que tuvieron que soportar. La malaria producida por los mosquitos hizo verdaderos estragos. Los americanos, conscientes de este problema, una de las buenas cosas que pusieron en práctica fue la construcción de numerosos  hospitales donde poder atender a los numerosos enfermos que a diario caían. Hoy día el Canal se ha quedado pequeño para los grandes buques portacontenedores que surcan los mares, se intenta subsanar este inconveniente con la construcción de tramos paralelos que alberguen esclusas de mayor tamaño. Toda esta grandiosa obra, gracias a los adelantos tecnológicos de internet que hoy tenemos  se puede vivir casi en directo.

Y aquí finaliza la historia del Canal ligada a la de España, contada a mi manera. Perdonen los entendidos en la materia si en algo he metido el remo. Ahora le toca el turno a la historia vivida personalmente que procuraré no hacerla muy extensa para no aburrir a los que tengan a bien leerla.

Una vez más y cómo no, mi llegada a Panamá estaba ligada a los atunes, siempre siguiendo la estela de los pesqueros, en este caso concreto de los atuneros. Hasta este momento que ahora narro, siempre me había dedicado a transportar los atunes que se pescaban en la costa africana a las factorías que los americanos tenían en Puerto Rico, principalmente al puerto de Mayagüez. Pero los armadores, que como todo buen empresario que se precie siempre intentan aumentar los beneficios, pensando que abanderando los buques en Venezuela, obtendrían el combustible a un precio inferior que lo que pagaban por el agua, allá se fueron, al Pacifico, allí pescaban y una vez completada la carga cruzaban el Canal y se dirigían al puerto de Cumaná para efectuar los transbordos y al mismo tiempo llenaban de combustible, incluso los tanques que tenían que mantener después el pescado congelado en salmuera, tan barato les resultaba el combustible. Después ellos volvían al  Pacifico y nosotros transportábamos el atún transbordado al puerto más interesante de acuerdo con el mercado. Pero resultó que los transbordos en Cumaná no resultaron rentables. Los estibadores no estaban acostumbrados a manipular este tipo de carga, no sabían sacar el pescado de las cubas de los pesqueros, ni sabían estibarlo en las bodegas del mercante. El tiempo empleado en los transbordos triplicaba al de cualquier otro puerto y con mucha perdida de espacio en las bodegas a causa de la deficiente estiba. El resultado de este problema fue que nosotros cruzaríamos el Canal y los transbordos se efectuarían en la isla de Taboga, una pequeña isla situada en el Pacifico a una hora escasa después de desembarcar Práctico en Panamá.
Playa de Taboga

No recuerdo exactamente el número de veces que lo he cruzado, sí que estuvimos un año completo haciendo viajes continuos entre Taboga y Puerto Rico, por lo tanto puedo asegurar que fueron bastantes.  La primera vez que recalé en Colón para mí fue una sorpresa, nos dieron orden de entrar sin práctico y que procediésemos a la zona de fondeo para esperar la inspección. Aquello estaba lleno de barcos y la verdad es que resultaba un poco difícil encontrar el sitio idóneo donde dejar caer el ancla.

La inspección no llegó el primer día sino el segundo y tardaron un día más en completarla, ya que al ser la primera vez que el barco transitaba por el Canal, tenían que extender el Certificado después de haber verificado con los planos en la mano todas las medidas, efectuar todas las cubicaciones para poder determinar el pago que le correspondía pagar por el tránsito de acuerdo con las normas establecidas, te cubicaban hasta la jaula del canario en caso de que la tuvieses. Los buques pagan de acuerdo a ese certificado que te asignan y depende si vas en lastre o con carga.

El tránsito se hace penoso, ya que no consiste el llegar y pasar, ellos acoplan a los buques de acuerdo con el mejor aprovechamiento de las esclusas, y una vez que pasas la primera y llegas al lago Gatún te fondean nuevamente porque también depende del tránsito de buques en sentido contrario, un verdadero rollo, pero no tanto como tener que dar la vuelta por el Cabo de Hornos o Estrecho de Magallanes. El trabajo en las esclusas es muy meticuloso y llevado a cabo con muchísima precaución con el fin de evitar cualquier avería en las compuertas. En fin, pasadas las esclusas de “Pedro Miguel” y “Miraflores” se navega con más libertad pero siempre con precaución hasta llegar a Panamá donde quedas libre de practicaje y nosotros nos íbamos directamente en busca del fondeadero en la isla de Taboga, donde ya normalmente nos estaba esperando algún atunero listo para iniciar los transbordos.

Taboga es una pequeña isla, con pocos habitantes y donde los americanos tenían montado un observatorio en la cima de la montaña, con dos playas magnificas que se convertían en una cuando subía la marea y un pequeño embarcadero donde atracaba el vaporcito que hacía el trayecto entre Taboga y Panamá. Los fines de semana se inundaba de turistas que venían a la playa, existía un buen hotel con un buen restaurante donde el plato más solicitado era la langosta. Nuestras estancias solían ser de dos o tres semanas, naturalmente todo dependía de las capturas de los atuneros, una vez completada la carga, carretera y manta  y a descargar a Puerto Rico, unas veces a Mayagüez y otras veces a Ponce, en ambos puerto existían grandes factorías conserveras americanas con mano de obra barata.

Tres historias que nunca olvidaré de mis viajes a Taboga son las que narro a continuación. Taboga era llamada por los lugareños “la isla del amor”, seguramente debido a las facilidades que daban en ese sentido las turistas durante el fin de semana. Nuestro Alumno de Náutica, joven santanderino de 20 años quedó prendado de una joven tabogueña más o menos de su edad. A mis oídos llegó la noticia que pensaba desertar para poderse quedar en Panamá con la joven. La noche anterior a nuestra salida me presenté en la casa de la joven con la intención de que hiciera el favor de quitárselo de la cabeza, me contestó que haría todo lo posible. A la hora de zarpar el Alumno no aparecía por ningún lado y tuve conocimiento que él y la joven habían tomado el vapor que salía por la mañana hacía Panamá, el primero a las siete de la mañana. Para nada sirvió mi conversación de la noche anterior, el amor todo lo puede. Para mí quedó la papeleta de consolar a los padres cuando meses más tarde se presentaron a bordo para recoger sus pertenencias  y me informaron que todavía no habían tenido noticias del hijo. Trago bastante amargo. En viajes posteriores procuré indagar sobre él pero nadie sabía nada de la pareja. Si la primera historia resulta agridulce, la segunda es completamente desagradable. 

En uno de nuestros viajes de Taboga a Puerto Rico, embarcaron dos Prácticos en Panamá para hacer el tránsito del Canal. Uno de ellos, el más joven venía haciendo prácticas y el más viejo que hacía de profe tenía una borrachera de padre y muy señor mío, casi no podía hablar y cuando llegó al puente lo único que hizo fue pedir un café y sentarse en un rincón. Menos mal que llevábamos práctico de repuesto. Poco antes de llegar a la esclusa de Miraflores su estado era tan calamitoso que tuvo una descomposición de vientre y se riló por las piernas abajo, él solito. Creándose en el puente un ambiente difícil de describir y de soportar. Cuando atracamos en la esclusa de Miraflores desapareció sin decir ni pio, posiblemente antes de que pudiese ser denunciado a las autoridades del Canal. El tránsito finalizó sin novedad gracias al Práctico novato.

Otro de los viajes que efectuábamos entre Taboga y Puerto Rico, al día siguiente de dejar el Canal por la popa, tuvimos noticias de la existencia de un ciclón ya formado y que precisamente se dirigía hacia Puerto Rico. Nos encontrábamos en la época propicia para la formación de estos fenómenos meteorológicos, En vista de lo cual se acordó proceder de arribada al puerto de Cartagena de Indias y esperar allí tranquilamente el desarrollo de los acontecimientos. Dos días de arribada que nos dieron tregua a que el ciclón pasase por Puerto Rico, exactamente por Mayagüez que era nuestro destino. Nos libramos del ciclón pero no pudimos librarnos del asedio que sufrimos los dos días que permanecimos fondeados, ya que no paraban de llegar lanchas cargadas con sacos de café que intentaban a toda costa que los metiésemos a bordo. Aquí finalizo mi historia de hoy, un saludo ya hasta el próximo capítulo.

Capitán A. de Bonis.