domingo, 12 de noviembre de 2017


UN VIAJE MUY ESPECIAL

Volvemos nuevamente a los barcos después de un pequeño descanso; no hay más remedio mientras no aparezcan otros colaboradores con temas nuevos que tratar. Temas hay muchos, pero si no eres entendido del mismo es mejor no “tocallos” como dicen los gallegos. Después de hablar de futbol y concretamente del Málaga, he hecho acto de contrición y me he prometido no volver a tocar el tema porque a juzgar por los resultados me da la impresión de que lo he gafado (vamos el ultimo en la clasificación y con cero puntos, lo nunca visto).

Mientras esto ocurría y rebuscando en el baúl de los recuerdos se me ha ocurrido escribir sobre mi primer viaje a Cuba que fue bastante especial  por muchas circunstancias, tanto familiares como profesionales. En muchas ocasiones me han preguntado a la vista de mi primer apellido, si yo soy español, no solamente quedaban extrañados cuando mi contestación era afirmativa, mucho más extrañado cuando les decía que mi abuelo paterno era cubano, nacido en Pinar del Rio, nada de particular porque hubo una época en que Cuba fue lugar de acogida para miles de españoles que emigraron a la “Perla del Caribe”, principalmente gallegos y asturianos y algún que otro madrileño como era el padre de mi abuelo, que se llamaba Arturo de Bonis Vigrana y cuyos antepasados provenían de Génova. Allí contrajo matrimonio con una descendiente de españoles, llamada Mª Angeles Ibáñez Angulo y formaron por cierto una familia bastante numerosa, siete hijos, el penúltimo llamado Hermenegildo Alfredo de Bonis Ibáñez fue mi abuelo paterno.  Este tuvo la ocurrencia de querer ser militar para lo cual tuvo que trasladarse a España y poder cursar aquí sus estudios.

En España estudió alcanzando el grado de oficial y juró la bandera española. Conoció a mi abuela que era madrileña y cuando contrajeron matrimonio se volvieron a Cuba, destinado al cuartel que hay situado en el morro de La Habana y donde según tengo información, su nombre perdura en la lista de los oficiales que ejercieron allí como tales. Varios años permaneció allí porque sus primeros cinco hijos nacieron en La Habana y fue debido a la guerra de independencia lo que le obligó volver a España ya que él había jurado la bandera española y no quiso quedarse en Cuba. En España continuo su carrera militar y familiar, que por cierto tampoco se quedó atrás, ya que fueron nueve en total los hijos que tuvieron. Mi padre que nació en 1901 fue el penúltimo, por poco nos quedamos fuera del cupo con lo cual yo no estaría aquí dándoles el tostón.

Después de toda esta epístola familiar, no les debe de extrañar qué, cuando el Capitán del Rita García, D. Florentino Americoechevarria, que Dios lo tenga en su santa gloria, nos anunció que el próximo viaje sería a Cuba, con un cargamento de lingotes para el puerto de Mariel, para mi significó algo especial. Era la primera vez que iba a cruzar el charco y al mismo tiempo era el primero de la familia que iba a volver a Cuba después de que  mi abuelo abandonó la isla dejando allí a tanta familia que con el transcurso de los años se había perdido toda clase de contacto.

Una vez finalizada la carga de lingote de hierro en el puerto de Avilés emprendimos viaje a Cuba con escala en las Azores para tomar combustible. El Rita García era un buque de vapor con máquina alternativa, con dos calderas que se abastecían con fuel después de haber sido reconvertido ya que anteriormente consumía carbón. El atraque en las Azores fue una verdadera odisea ya que empleamos más de dos horas en poder atracar. Un poco de mal tiempo, la ausencia de remolcadores y la lancha de los amarradores que era movida por seis remeros que no querían aproximarse al barco para tomar las amarras hicieron que la maniobra resultase interminable.

Salimos de las Azores rumbo a Abacó para pasar por el canal de la Providencia y en la derrota nos encontramos con el mar de los Sargazos, lo cual nos obligó a tener que levantar la corredera a cada instante y estar obligados a limpiarla de la cantidad de algas que se enredaban y que impedían su lectura. Lo único digno de reseñar en el trayecto fue precisamente lo que me sucedió a mí y que casi me impide llegar a Cuba vivito y coleando, como eran mis deseos.  Era una noche magnifica, tranquila, la mar en calma y el cielo estrellado, yo me encontraba en el alerón de estribor haciendo la guardia recostado en el paravientos.  En un momento determinado entré en la caseta de gobierno para comprobar si el timonel gobernaba al rumbo indicado, de pronto oímos un gran porrazo en el exterior, salimos el timonel y yo para comprobar a que se debió el ruido y nos encontramos con un pajarraco incrustado con su pico en el lugar donde yo momentos antes había estado tranquilamente contemplando las estrellas, nos costó trabajo poder arrancarlo del alerón y yo que estaba de un color verde pálido lo primero que se me vino a la cabeza es que acababa de nacer, para más morbo en ese momento nos encontrábamos navegando por el famoso triangulo de las Bermudas

Y por fin llegamos a Mariel, bahía y puerto situado a unas cuarenta millas al oeste de La Habana. Nuestra llegada a Mariel fue un acontecimiento, nos extrañaba mucho que nos llamaran el barco de los cochinillos, pero era así como ellos llamaban a los lingotes  de hierro por su forma y tamaño y además era el primer barco español que entraba en puerto después de la llegada de Fidel Castro al poder.  Se presagiaba que nuestra estancia sería larga ya que los medios de descarga eran muy rudimentarios y manejaban los lingotes uno a uno.

Atracado en nuestra popa se encontraba un barquito que pronto nos informamos que se dedicaba a transportar cubanos a la costa americana de EE.UU., los que todavía querían huir del régimen nuevo implantado en la isla. Trabajo prohibido pero muy bien remunerado. La tripulación vivía en La Habana normalmente y solo aparecían por Mariel cuando tenían un grupo apropiado para transportar. Yo hice amistad con el Capitán y cuando supo que tenía familia en La Habana se ofreció para llevarme con ellos en el coche cuando fueran para la capital.

Así y como quien no quiere la cosa, una mañana temprano me encontré metido en un coche bastante cochambroso acompañado de tres tipos aparte del Capitán que ya conocía y cuya cataduras tenían bastante que desear y que no tenían ninguna prisa por llegar a la capital, pues paraban en todos los chiringuitos que se encontraban en la carretera para echar un trago, bailar un poquito y tocarle el culo a la camarera de turno. Iban cargados de dólares y yo que me llamaban el españolito estaba invitado a todo. Menos mal porque la única divisa que había conseguido del Capitán del Rita fueron 15 dólares que era lo estipulado en aquella época. Tardamos todo el día en recorrer los 70 kilómetros que separan Mariel y La Habana. Yo no recuerdo cómo llegamos, si dormí o no dormí ni donde, ha sido el viaje más loco que he efectuado en mi vida.

Volviendo a la realidad, a la mañana del dia siguiente ya me encontraba en la ciudad libre de malas compañías e indagando de acuerdo con la guía de teléfonos donde poder encontrar a alguien que se llamase “de Bonis”. La busca fue ardua, ya que a todas las puertas que llamaba, miraban por la mirilla y tras  comprobar que no era conocida la persona que se encontraba enfrente, lo único que decían era “perdone” pero no abrían la puerta, desde la llegada de Fidel todo el mundo andaba con la mosca detrás de la oreja y nadie se fiaba de nadie. Cuando estaba a punto de tirar la toalla y tenía perdida todas mis esperanzas, una viejecita me abrió la puerta después de mucho mirar por la mirilla, me informó que un tal Arturo de Bonis trabajaba en un periódico pero que ya no vivía allí. Me dirigí al periódico, pregunté por mí  mismo, y me encontré frente a un hombre de casi mi misma edad y después de darnos a conocer resultó ser hijo de un primo hermano de mi padre y por supuesto también se llamaba Arturo.  Me fue llevando de casa en casa y pude ir conociendo a casi toda la familia que aún quedaban en Cuba, ya que el cambio en la política de la isla había dividido a la familia y muchos habían salido para Mexico, otros para Venezuela y los más numerosos para Miami. Pero no  fue este asunto político lo que más me impresionó de mi visita a Cuba, fue el comprobar que los cubanos tienen muy bien asumido el sentido del racismo y que no tienen ningún prejuicio de dónde la meten. Me encontré con una familia variopinta y donde la mezcla de razas era bien evidente, justamente el Arturo de Bonis que encontré estaba casado con una china, por cierto muy bonita, y su hermano que se llamaba Norberto tenía bastante acentuados los rasgos de ser mulato. También formaba parte de la familia, la célebre actriz dramática cubana Raquel Revuelta y su hermano Vicente también actor, estuve invitado en su casa pero nuestra conversación resultó bastante escabrosa ya que era comunista hasta la medula, hasta tal punto que había enviado a sus hijos para que estudiaran y se educaran en Rusia.

Dejando la familia a un lado porque con los quince días que permanecimos en Mariel tuve de sobra. Recuerdo que nuestro Mayordomo que era un lince a la hora de ganarse unos cuantos dólares, solicitó de la Administración de Aduana permiso para abrir un bar donde los cubanos pudiesen venir a beber y comer productos españoles que tanto les gustaban y que echaban en falta desde que llegó Fidel, se lo concedieron y los fines de semana que permanecimos en Mariel aquello se convirtió en una feria, el barco se inundó de visitantes que  venían a consumir productos de la “madre patria”, recuerdo como se bebían la sidra mezclada con coñac de la peor calidad y lo acompañaban con cualquier clase de embutido, a la bebida la llamaban “España en llamas” y las cogorzas que cogían eran de padre y muy señor mío, eso sí, pagaban en dólares que aún les quedaban y nuestro Mayordomo se llenó los bolsillos como siempre que tenía la ocasión hacía.

Finalizada la descarga de lingote en Mariel, zarpamos hacía el puerto de Old-Tampa para cargar fertilizantes con destino a un puerto de España. Mi familia esperaba mi llegada ávida de conocer más noticias de Cuba y recuerdo que mi padre empezó a cartearse con primos cubanos pero duró poco debido a su fallecimiento. Posteriormente yo hice tres viajes a Cuba estando de primer oficial en el Sierra María, pero habían transcurridos varios años entre tanto, las cosas habían cambiado a peor en la isla y la familia fue desapareciendo poco a poco, además ya no tuvo el impacto emotivo del viaje en el Rita. Pienso que incluso el Capitán que me llevó a La Habana por primera vez estaría en chirona acusado de vete a saber qué.

Deseo aprovechar este artículo más bien familiar que profesional, para lanzar una pregunta que me tiene intrigado: Mi bisabuelo cuando emigró a Cuba dejó en España a una hermana que se llamaba Encarnación de Bonis Vigrana, supongo que se casaría y formaría una familia y por consiguiente los apellidos no se han perdido. Si algunos de mis lectores pudieran dar información  sobre este asunto le estaría sumamente agradecido.

Capitán Arturo de Bonis