viernes, 30 de noviembre de 2012

RECORDANDO……..ANGOLA

 

Gran parte de los años de mi vida profesional han transcurrido navegando por aguas del Atlántico, tanto del norte como del sur, 38 años de mar dan para mucho y a mi mente vienen muchísimos recuerdos de los viajes realizados.

Entre tantos viajes añoro con especial interés los que realicé por las costas angoleñas, y hoy voy a intentar recordar algunos de los episodios vividos durante esa época.

Comienzo por decir que mis viajes a esa zona siempre los realicé estando al mando de algún buque frigorífico perteneciente a la compañía Marítima del Norte, los que en el mundillo marítimo se llegó a conocer como los “Sierras”, y como prácticamente llegue a pisar la cubierta de todos, ahora no recuerdo ni le doy mayor importancia si fue en tal ó en cual los recuerdos que se me puedan venir del disco duro. Marítima del Norte tenía un compromiso con las distintas compañías pesqueras dedicadas al marisco de recogerles las capturas, y al mismo tiempo suministrarles todas las vituallas necesarias allá donde se encontraran, y un tráfico que empezó con los pesqueros faenando en las aguas de Senegal, se fue proyectando poco a poco cada vez más al sur hasta llegar a las aguas de Angola. Con el paso de los años este tráfico fue aumentando y cambiando de acuerdo con las necesidades de los pesqueros que iban descubriendo nuevas playas, en el año 1988 que yo dije adiós a los barcos, ya se había dado la vuelta al Cabo de Buena Esperanza y muchas de las empresas ya tenían la flota faenando en aguas de Mozambique.

Centrándome en Angola puedo decir que durante los muchos viajes que realicé a la zona, jamás encontré malos tiempos, parece como si Eolo se hubiera olvidado que Angola formaba parte del globo terráqueo, a lo sumo que me he enfrentado fue a pequeñas zonas de niebla de poca duración, meteorológicamente hablando, navegar por aguas angoleñas era sinónimo de tener el buen tiempo asegurado. Pocas veces se encuentran zonas de costa donde la naturaleza ha obrado el gran milagro de formar puertos naturales tan abrigados como en Angola, donde el ser humano solamente ha intervenido con el cemento para hacer los muelles de atraque, tenemos los ejemplo de Luanda , Lobito y Tombwa (antiguo Port Alexandre) todos ellos formados casi de la misma forma, con una restinga de arena en forma de brazo que dejaba una amplia bahía bien resguardada de los posibles malos tiempos, y que la única diferencia entre ellas es la mayor o menor anchura de la bocana para acceder al interior de las mismas, los portugueses se encontraron con esta gran bicoca que les ofreció la naturaleza para hacer unos puertos amplios y seguros que durante los años que permanecieron como protectores lo explotaron comercialmente al máximo.

A mi punto de vista, Angola tiene un antes y un después teniendo en cuenta el punto álgido de la independencia. Desde el punto de vista profesional, no se han podido producir muchos cambios porque las arribadas y estancias en los diferentes puertos no han variado. Desde el punto de vista administrativo el cambio fue grande con la salida de los portugueses, y si nos referimos al punto de vista humano el cambio fue enorme por no emplear la palabra brutal. Nuestros viajes se salían bastante de lo normal de un buque mercante que llega a un puerto para descargar una determinada mercancía, que atraca al muelle, descarga y una vez formalizados los trámites burocráticos larga amarras y se dirige al siguiente puerto de escala. Nuestras llegadas a puerto eran esperadas por un gran número de pesqueros que estaban deseando la arribada del mercante para tener la ocasión de poder entrar ellos también y efectuar los trasbordos después de pasar muchas singladuras arrastrando por las costas de Angola, ya que no era solamente efectuar trasbordos del marisco, era también el momento de recibir los pertrechos que necesitaban , los paquetes que recibían de los familiares, encuentros con otros compañeros que se encontraban en la zona, el descanso bien merecido y por qué no, un poco de diversión que en aquella época estaba más que asegurada. Después de tantos viajes a la zona, existía bastante amistad con muchos de los mandos de los diferentes pesqueros, algunos días que el trabajo resultaba más liviano solíamos salir a tierra juntos para disfrutar de un buen plato de bacalao en alguno de los muchos restaurantes que existían en la Restinga. Yo recuerdo aun con nostalgia los buenos momentos pasados durante los trasbordos, los cuales siempre se efectuaban fondeado y con una duración que oscilaba entre los siete y diez días.

Las cosas cambiaron completamente con la independencia, las llegadas a puerto eran un verdadero caos desde el punto de vista administrativo, las autoridades parecían saqueadores profesionales insaciables, a nuestra llegada, la cámara de oficiales se llenaba de gente que lo único que hacían era pedir y pedir . Recuerdo que un viaje me dijeron que el cocinero tenía que prepararles una paella, ahora no recuerdo exactamente como salí de aquel atolladero pero desde luego no comieron paella. Todo cambió, las estancias en puerto ya no resultaban nada de agradable, las salidas a tierra no tenían razón de ser porque los buenos restaurantes estaban cerrados y el miedo a tener alguna clase de problema hacían aconsejable permanecer a bordo y olvidarse de lo que un día no lejano fue Angola. La peor parte de todo este tinglado se la llevo el puerto de Lobito, ya que esta zona quedó bajo el mando de una facción comunista diferente a la que gobernaba en Luanda, más dura y exigente que nos hacía casi humillante los registros que soportábamos a nuestra llegada. Pero lo peor de todo es que se inventaron una forma muy peculiar de evitar que submarinos enemigos u hombres ranas se introdujeran en la bahía aprovechando la entrada de los buques. Mientras los buques enfilaban la entrada de la bahía y hasta llegar a la boya de reviro eran cañoneados por unas piezas de artillería que tenían emplazadas al lado del faro, este transito con su cañoneo correspondiente duraba aproximadamente media hora, media hora que se convertía en una eternidad y que para algunos tenía consecuencias desagradables. Esta situación me recordaba a una película que vi durante mi juventud y que se llamaba Tiburones de Acero, en la cual los submarinos enemigos intentaban colarse en una rada aprovechando la llegada de otros buques. Una vez en el interior de la bahía y fondeados empezaba el calvario del registro de camarotes, mucho más si nuestra procedencia era del puerto de Luanda, ya que como he narrado anteriormente los gobernantes de ambas zonas eran de facciones distintas e intentaban tener la hegemonía completa del país. Al igual que en Luanda, Lobito perdió todo el atractivo que en su día tuvo para los marinos, si mal no recuerdo, aquí incluso se prohibía la salida a tierra porque se encontraba en perenne toque de queda. De cualquier forma ya daba igual porque la ciudad era lo más parecido a un cementerio y permanecer a bordo resultaba más atractivo que salir a tierra.

El último puerto de Angola en su parte sur era Tombwa, una bahía inmensa pero que nunca llegó a tener la importancia de Luanda y Lobito, está enclavada en pleno desierto y allí los portugueses solamente se dedicaron a la manufacturación de productos de la pesca, cuando se marcharon de Angola, aquello se quedó completamente abandonado a la mano de Dios y fue una empresa española llamada Gabrielitos con base en Vigo y Huelva la que intentó poner nuevamente en marcha la vida en aquella hermosa bahía, la ciudad prácticamente no existía, todo cuanto se consumía era transportado por los buques de Marítima del Norte, y todo cuanto los pesqueros de la flota de Gabrielitos pescaban era trasbordado a los Sierra para ser descargado en Vigo ó Huelva dependiendo de que fuera pescado o marisco.

Las estancias en Tombwa eran tranquilas, aquí la vida no había experimentado mucho cambio porque donde no hay nada, nada se puede cambiar; El mayor aliciente de aquellas estancias era la pesca del calamar, una vez anochecido se ponían las pantallas en el costado y todo quizque provisto de la correspondiente potera se ejercitaba en el arte de intentar coger calamares, unos con más arte que otros, pero todos contribuíamos en mayor o menor medida a llenar las bandejas que posteriormente se introducían en los congeladores; en los meses de Julio y Agosto si mal no recuerdo las capturas eran cuantiosas, fácilmente en una noche se capturaban dos o trescientos kilos de calamares. La verdad es que estos episodios los recuerdo con mucha añoranza y es el motivo por el cual me decido a contarlo. Y si los lectores no se cansan ni se aburren en otra ocasión narraré alguna que otra cosilla,

En Málaga, Noviembre de 2012. Capitán A. de Bonis