miércoles, 28 de noviembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO III

AÑOS 1962 A 1966


Prácticamente a partir de ahora, verano de 1962, es cuando realmente empieza mi vida como marino, desde que empecé a examinarme en la Escuela de Náutica.
   
Comencé a preparar el ingreso en Melilla con Damián Farré, Capitán de la grúa flotante y, más tarde, Práctico de Melilla. Me examiné en la Escuela de Cádiz en Septiembre y no aprobé porque en esos momentos la Escuela era poco formal, pues el examen no lo hice mal.



Desde el verano de 1963 hasta mediados de Noviembre estuve navegando en un balandro tipo “snipe” de nombre “Estrella Azul”, con Carlos Rivas como patrón. En la foto anterior estamos los dos después de una regata, con el barco todavía sin desarmar. En septiembre de ese año quedamos terceros en la regatas de feria.

Este tipo de navegación es muy diferente a la que luego realizaría durante mi vida como marino, ya que íbamos a pasar el rato y nunca salíamos si hacía mal tiempo, aunque a veces lo hacíamos con viento. Recuerdo que en una ocasión rompimos el palo al faltar un obenque.

De vuelta en Melilla seguí preparando el ingreso con Damián, y así pasé todo el curso 1962-63. El examen de ingreso volví a hacerlo en la Escuela de Cádiz, que aprobé en Junio, y en Septiembre la mayoría de las asignaturas de primero.

Éramos unos cuantos los que dábamos clase con Damián Farré, aunque creo que pocos ejercimos la profesión; entre estos, Julio Caro, Valentín Bajo, Gabriel Navarro y Tano Murcia. De los que que no llegaron a ejercer recuerdo a Paco Durán, Paco Apellániz, Hermógenes Martínez, Moncho y algunos más.

Por indicación de mi tío Pepe, entonces Práctico en el Canal de Suez, mis padres decidieron que como el inglés me iba a ser muy necesario para mi futura profesión, fuese interno a Inglaterra durante unos meses para aprender bien el idioma.

Mientras esperaba para marchar a Inglaterra estuve dando clases intensivas de inglés durante unos meses; me sirvieron bastante pues el idioma que más dominaba entonces era el francés por haberlo estudiado en el bachillerato y usarlo de vez en cuando al ir a Marruecos. Y más tarde, cuando se independizó, ya que allí se utilizaban el árabe y el francés como lenguas oficiales. 

 A mediados de Noviembre de 1963 marché a Inglaterra, donde estuve hasta primeros de Abril del año siguiente en el Broadhembury College de Yeovil, Somerset.

Durante la estancia en el colegio asistía a todas las clases, y siempre que el Director, Mr. Ashfield, que había pasado toda la Guerra Civil en España y seguía conservando su carnet de falangista, tenía que viajar, me llevaba con él; así conocí Southamton y el astillero donde se habían construído el “Queen Mary” y el “Queen Elizabeth”, los mejores trasatlánticos de esos años, y algunas poblaciones costeras más. Por información recogida posteriormente intuí que Mr. Ashfield debía de pertenecer al Servicio Secreto Británico en España

Parte de las vacaciones de Navidad la pasé en el colegio, y otra parte en Londres. El día de fin de año cené con unos amigos de mis padres, y al regresar al lugar donde me alojaba, cerca de Maida Vale Station, en la estación de Padington, sobre las tres de la madrugada, me cerraron el metro, así que tuve que buscar un taxi que me costó bastante encomntrarlo; aunque más me costó que el taxista me entendiera.



    

En la foto, durante el recreo de la mañana con algunos de los compañeros. El colegio era un caserón del siglo XVII y hacía un frío que pelaba, sobre todo en los dormitorios que no había calefacción.

Practicábamos fútbol y durante un  partido tuve una torcedura en la rodilla, por lo que me llevaron al hospital. Vino conmigo un compañero venezolano, Luis Alberto Pérez, para que me sirviera de intérprete, pues fue al principio y aún no me manejaba muy bien con el idioma. 

Me llamó mucho la atención el buen trato en el Hospital, pues como cojeaba, nada más bajarme del coche salió una enfermera y me sentó en una silla de ruedas. En esos años, este servicio en España era impensable, tardamos mucho en llegar a ese nivel.
Gracias a José Moreno, otro amigo de mis padres, conocí Londres muy bien; fui al teatro, a museos y me hospedaba con un amigo suyo en la calle Strand, que era el director artístico del Teatro Mermaid; ni qué decir que en la casa había mucha ‘pluma’, pero todo fue de maravilla. 

Al principio nos examinábamos en Cádiz, y una tarde, de las veces que estuvimos hospedados en la Pensión Barcelona, en la calle San Francisco, mientras Tano Murcia dormía la siesta se nos ocurrió regarle la cara con leche condensada, tras lo cual, ‘uno de nosotros’ se sacó la “minga”, y poniéndosela delante de la boca le despertamos. Ni qué decir tiene la que se organizó. Mientras corría detrás de nosotros gritando, Tano nos lanzaba una descomunal bronca. El resultado fue que todos acabamos con las maletas en la calle en busca de otra pensión. 

En este viaje, otra de las diversiones consistía en subirnos a las agujas del reloj floral y pasearnos como si fuese una atracción de feria. Normalmente nos habíamos tomado una copas y se nos solían enganchar las piernas con las agujas del minutero y de la hora, que iban más despacio que la del segundero.
  
En Octubre de 1964 empecé el 2º curso de Náutica en la Escuela Oficial de La Coruña, y terminé 3º en Septiembre de 1966. Fuimos cuatro compañeros de Melilla, que estuvimos juntos los dos cursos.



  

En la foto estamos los cuatro sentados un una fuente, cerca del Obelisco, Julio Caro, yo, Paco Durán y Valentín Bajo. Julio, sin navegar llegó a Práctico de Melilla, lo que tiene un gran mérito. Yo estuve muchos años de Capitán y, finalmente, Director de una Estibadora en Málaga, Paco no terminó, y Valentín salió de Maquinista, aunque navegó poco tiempo y se quedó en tierra desligado de la profesión.
       
La Coruña era una ciudad para pasarlo bien, y buena cuenta dimos de ello. Las fiestas de fin de curso en el Bar Tomelloso no tenían desperdicio, ni las meriendas en casa de las Mellizas donde nos ponían jamón a tope, y los buenos ratos por las calles Galera, Olmos y Estrecha, con sus múltiples bares de tapeo.

De los dos años que pasamos en la pensión de La Coruña, hicimos mucha amistad con Ángel Peña, cartagenero que fue Maquinista, y con Juan Montero (Tito Juan), que fue quién introdujo la carne congelada, empezando por El Ferrol.

Durante este tiempo hubo muchas anécdotas y pasamos unos ratos magníficos. Jóvenes, sin preocupaciones y con ganas de divertirnos, aunque sin olvidarnos de los estudios ya que con excepción de Paco los demás acabamos y ejercimos nuestra carrera. 

Podría citar a más personas que convivieron con nosotros en la pensión, pero sería muy extenso, así que de pasada recuerdo a Arturo, Quique, Abel, los patrones de la pensión y sus hijos Pepe y Jaime, Pedro, Santiago y otros que, aunque no estuvieron en la pensión, sí formaron parte de esos años, como Ito, Suso, las Mellizas, María Teresa, Kily y Marta.

Mención especial merece el bar Villar y Paco, donde solíamos tomar unos chatos. En la época de las sardinas las ponían de tapa hechas a la plancha; eran un verdadero manjar. También el Habana Club, donde echábamos las partidas, y, como no, la bolera. 

Voy a dar un repaso a estos años: el Ingreso, junto con 3 asignaturas de 1º, en la Escuela de Cádiz, en Octubre de 1963, pasando a la Escuela de La Coruña donde aprobé el resto de 1º en Junio de 1964.

Como he mencionado anteriormente, desde Noviembre de 1963 a Abril de 1964 estuve interno en Inglaterra para perfeccionar el idioma, lo que me resultó muy beneficioso después.

            



En la foto estamos, de derecha a izquierda, Paco, Julio, Tito Juan, Valentín, Ángel y yo, un domingo dando un paseo, antes de tomar unas copas con sus correspondientes tapas cerca de lo que era la dársena pesquera. También, por la pensión estuvieron Tano Murcia, Quique Agrasar, Abel Caballero, Arturo Marcos y algunos más, aunque los que he nombrado éramos los de siempre.

Ya oficialmente empecé 2º en Octubre de ese año. Aprobé todas las asignaturas menos la Física, ya que como pasé el examen a algunos compañeros y estos a otros, resultó que había muchos iguales y el profesor optó por coger unos cuantos exámenes y aprobarlos, suspendiendo a los demás; por cuestión de mala suerte no cogió el mío, así que me tuve que presentar en Septiembre, consiguiendo sobresaliente.

En 3º, como ya he dicho, aprobé todo menos la Astronomía, que la pasé en Septiembre, así que quedé en espera de recibir el certificado para poder embarcarme.

Cuando terminamos el 2º curso, Ángel que estudió máquinas terminó unos días antes y marchó para casa. Como el tren salía a las ocho de la tarde, le acompañamos a la estación, no llevaba mas que un duro (5 pesetas) para el cambio de estación en Madrid al día siguiente para seguir para Cartagena y en una bolsa de deportes llevaba un os cuantos bocadillos.

Un rato antes de salir fue al servicio y mientras Abel, Quique y yo no tuvimos otra cosa que hacer que comernos los bocadillos y meterle piedras en su lugar.

Yo marché para Melilla y ya en casa a mi padre le dio infarto y estaba en cama guardando reposo cuando oímos unos gritos y al ir a la dormitorio tenía una carta en la mano que decía de todo menos bonito. Cuando vi el remite le dije que era para mi de un compañero. me comentó que menudos compañeros que me buscaba pero cuando le expliqué lo que le habíamos hecho comentó que eso no era una broma que era una putada grande.

Una de los tardes que estábamos en la pensión, después de haber preparado las clases del día siguiente alguien tuvo la idea de hacerse una apuesto que no íbamos desde allí a la fuente cerca del muelle y através de la Calla Real en batín. Así que fuimos todos y acabamos bañándonos en la fuente hasta que alguien nos sacó de allí en una cuatro latas y nos llevó a la pensión.  

La idea de ir a estudiar a La Coruña nos la dio Damián Farré, profesor nuestro en Melilla, Capitán de la Grúa y más tarde Práctico de Melilla, pues Honesto Valle, profesor de la Escuela de La Coruña, había sido alumno de Náutica con él y siempre estuvimos bajo su amparo, lo que es de agradecer.

Después de las vacaciones siempre le llevábamos algún regalo en nombre de Damián, y en Enero parecíamos la llegada de los Reyes Magos.
Entre los profesores he de recordar a Honesto Valle, José Arana, Jesús Reiriz, Villarquide, María del Carmen, Argüelles y algunos más. Con Jesús Reiriz Basoco posteriormente tuve mucho trato, mientras estuve al mando de la M/N “Puente Castrelos”, y durante las estancias en Santa Eugenia de Riveira.

Cuando Valentín terminó el último curso, esto fue en Septiembre, tuve que decirle a sus padre que había suspendido pues le debía tanto dinero al patrón de la pensión que no pude irse y dejarle el pufo y así poco a poco lo fue pagando y en Febrero ya se pudo ir para casa.

Estando en segundo jugué de portero en el equipo de futbol de la Escuela y fuimos a jugar contra la Escuela de Peritos Industriales de Vigo, perdimos, aunque lo peor vino después, ya que nos quedamos hasta las dos de la noche y cuando volvimos al autobús vimos que estaba lleno de policía pues lo que habían llegado antes de dedicaron a insultar al sereno, fueron todos a comisaría y nos libramos de casualidad ya que si llegamos un rato antes nos hubiese pasado lo mismo.

Cuando acabábamos el curso solíamos hacer una comida de despedida en el Bar Tomelloso, en la Calle Cartuchos y comíamos mejillones de primero y filetes con patatas fritas de segundo y de postre fresas con nata, al principio todo solía ir bien pero cuando el tomelloso empezaba a hacer efecto el postre empezaba a volar, íbamos todos los que estábamos en la pensión.

Estuvo un tiempo en la pensión Manolo, un asturiano muy grande que algunas noches llegaba con la bodega cargada y como varias veces tuvo que esperar al sereno le advirtió que a la próxima vez que le hiciese esperar la iba a aplaudir la cara, en vista de ello y de su tamaño en sereno le entregó la llave del portal al patrón de la pensión y presentó la renuncia.

Un fin de semana Pedro, natural de Corcubión, llegó a la pensión sobre las 10 de la mañana del domingo, venía molida pues decía que le habían dado leña en comisaría, nos contó que estando en el Círculo Mercantil se le había caído un cabulibre que se estaba tomando y que el vaso no se había roto y que lo había tirado contra un espejo que quedó destrozado junto al vaso, que habían llamado a la policía y que cuando lo soltaban por la mañana se había dado cuenta que le faltaba el mechero DuPont, y que había empezado a llamarles de todo y por eso la había zurrado la badana, en esto se mete la mano en el bolsillo trasero del pantalón y saca el mechero.

El primer año estuvo con nosotros en la pensión Juan Montero , tenía una carnicería en el Marcado Central, pero se marchó a El Ferrol y empozó a traer carne congelada desde Argentina y como le iba muy bien, nos invitó un domingo del año que estábamos en tercero a comer allí, y la comida fue de primero percebes y de segundo filetes de solomillo con patatas fritas, yo comí unos diez filetes pero no fui de los que mas comieron, la verdad es que de pensión y jóvenes nos podíamos haber comida a la vaca entera y con cuernos.

Un fin de semanas quedamos con él y nos fuimos a las Fiestas de Puentedeume, cuando terminaron nos fuimos a dormir a una pensión, íbamos Paco, Julio, Valentín y yo, Paco y yo nos levantamos los primeros y nos fuimos a por churros, Copn la idea de no volver porque no teníamos dinero para pagar la pensión, lo mismo hicieron poca mas tarde Julio y Valentín, me imagino que le pasarían la factura a Juan.

Para volver a La Coruña, nos presentó a un amigo ya mayor que tenía un seiscientos y que nos podía llevar, lo malo es que tenía la vista extraviada, vamos que era bizco, y prácticamente tenía la cara mirado por la ventanilla para ver el frente. A la salida de Puentedeume había una curva de 180 grados que empezó a tomar bien pero acabó en la parte izquierda de la carretera, desde ese momento no abrimos la boca hasta llegar al Puente de Santa Cristina donde le pedimos que nos dejara que vivíamos por allí, tuvimos que andar mas de seis kilómetros pero se nos pasó el “acojonamiento” que pasamos en la carretera.

Otra noche que a Paco Nomdedeu le había dejado un seiscientos y estaba Pepe Moreno en la pensión y tenía una DKV con un sillón en la parte trasera, ya que era representante de muebles, salimos a dar unas vuelta y fuimos hasta Sada a tomar una copa, en principio íbamos en el coche Paco Nomdedeu, que conducía, Luis Holgado, Paco Durán y yo y en la furgoneta Pepe Moreno y Valentín Bajo.

Mientras tomamos la copa en Sada yo propuse irme a la furgoneta para ir tres en cada vehículo pero la verdad es que no me fiaba mucho de cómo conducía. Cuando volvíamos en una de las curvas empezó a derrapar hasta que llegó al otro lado de la carretera y cayó por un desnivel de unos tres metros pero de pendiente suave menos mal que iba con poca velocidad y lo único que hizo fue dar varias vueltas.

Pepe paró la furgoneta y yo bajé primero y llegué al lado del coche que estaba boca abajo encontré que Paco Nomdedeu que conducía estaba el otro asiento y Luis en el del conductor y que le decía a Paco Durán que no se moviera mas que le estaba metiendo el zapato en la boca, empezamos a reírnos ya que no había pasado nada grave y cuando salieron del coche el que faltaba era Valentín, se había quedado en la furgoneta porque del nerviosismo que tenía no atinaba a abrir la puerta.

Yo traje el coche hasta La Coruña y al final los seis en la furgoneta acabamos en La Torre de Hércules recodando lo sucedido y muertos de risa porque Paco Nomdedeu decía que su padre lo iba a matar cuando lo pidiese el dinero para arreglar el coche.
 Los de puente teníamos las clases por la mañana, y los de máquinas por la tarde. Una de las tardes, después de haber estado estudiando un rato, estábamos en una de las habitaciones donde se celebraba el campeonato diario de ‘peos’.

Sólo valían aquellos que se efectuaban en esta habitación, y lo formábamos dos equipos: Tano Murcia y creo que Pepe Dosil, contra todos los demás, cuatro o cinco. Siempre ganaba el primer equipo. 

Una de estas tardes, como Jaimito, el hijo menor de los patrones, no hacía más que dar la lata con una pequeña trompeta de plástico, se la ‘requisamos’, dejándola sobre la mesa de la habitación donde se celebraba el campeonato.

En esto, entró Tano muy deprisa y al ver la trompeta se bajó los pantalones y los calzoncillos, se aplicó la trompeta en el culo y se tiró un ‘peo’, consiguiendo que ésta sonara mejor que nunca, todo ello con el correspondiente cachondeo y risas.

Poco después fue Julio Caro el que hizo sonar la trompeta, otra vez con otro gran ‘peo’, y, de momento, quedó la cantarina trompeta encima de la mesa.

En esto llega Ángel Peña de la Escuela y no se le ocurre otra cosa que coger la trompeta, llevársela  a la boca y empezar a tocarla. La verdad es que no nos dio tiempo a decirle que no lo hiciera, pero al empezar a tocarla nos pusimos a reír y no había forma de parar. Ángel, pensando que era por él, cada vez tocaba la trompeta con más ganas.

Durante el primer año que estuvimos en la pensión, cuando empezó a llegar el frío pensamos que una copita de coñac por la mañana, antes de irnos a clase, no nos vendría mal. 

Entre todos, Julio, Paco, Valentín, Ángel, Abel, Quique y yo, compramos una botella de coñac de cinco litros que ocultamos en un cuarto. Durante un corto tiempo fue bastante bien, pero uno de los días que volvimos de clase los de puente, que teníamos clase por la mañana, encontramos a Ángel con una ‘castaña’ de cuidado.

Debió aburrirse, así que se dedicó a darle a la botella hasta que le vio fin. No debía quedar mucho coñac pero sí el suficiente para coger una mona de campeonato, así que, debido al ‘éxito’ obtenido, nunca más se compró coñac .

Yo solía venir a casa la semana de vacaciones que nos daban por los Carnavales, y durante este tiempo habían llegado a la pensión dos chicas, que se quedaron una temporada.
Al regreso a La Coruña, después de cenar noté que todos los que estaban en la pensión se dirigían a mi habitación, y cuando entré me mandaron callar aunque la habitación estaba muy concurrida.

La pensión era un piso muy grande y antiguo y algunas habitaciones estaban separadas de otras por puertas con cristales. La de las chicas era la contigua a la mía.

Con las luces apagadas se amontonaban encima de la cama de Ángel, que daba a la habitación de la chicas, donde cada uno tenía un sitio, pues había hecho un pequeño agujero en la puerta y se dedicaban a mirarlas, aunque no debían ver mucho porque eran muy pequeños los agujeros y muchos los mirones.

Uno de los días que estábamos en el comedor y Chicho, de Muros, que había venido un poco ‘chispa’ empezó a charlar con las chavalas y en un momento determinado le dice a una de ellas que le quiere decir algo pero que es posible que se enfade, así que de momento lo va a dejar.

La chica, asegurándole que no se iba a enfadar, le pide que se lo diga, y ni corto ni perezoso le suelta que él, a su salud ‘se la ha cascado’ unas cuantas veces, a lo que ella le contesta: “y las que te quedan”. Me imagino que estarían al tanto de los agujeritos en la puerta.  

Cuando en segundo curso, don Honesto dio las notas de Meteorología, tuve la opción de presentarme a la Matrícula de Honor con la condición de hacer un nuevo examen, así que le pregunté que si no iba al examen qué nota me daba, me contestó que solamente aprobado, por lo que ésta es la nota que tengo en esta asignatura.

Menos mal, porque después de todas las monsergas que tuve que escuchar durante el tiempo en el Colegio de La Salle de Melilla, porque mi hermano sacaba muchas matrículas y yo ninguna, lo único que me faltaba era sacar ahora una y estropear mi ‘curriculum’.

Estando en Málaga, unos días antes de embarcarme como Agregado en el Buque ‘Ciudad de Valencia’, me habían dejado un Renault, el llamado cuatro latas, y subiendo por la calle Victoria, de pronto apareció un camión de bomberos quedando yo, justo delante de éste.

Sin poder meterme en ningún sitio para dejarle pasar no tuve más remedio que acelerar y, desde la Plaza de la Merced a la de los monos, continué a ‘todo trapo’ con el camión sonando detrás de mí; menos mal que doblé hacia Gibralfaro y los bomberos siguieron rectos, por lo que pude librarme de ellos.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO II

AÑOS 1952 A 1962


Este capítulo abarca desde los ocho años, aproximadamente (1952), hasta mis comienzos en náutica a finales de 1962.

Cuando tenía ocho años y cursaba Segunda Elemental en el Colegio de La Salle, de Melilla, tuve que permanecer en cama por enfermedad desde Febrero hasta Junio, y más adelante, durante todo el verano tuve que guardar reposo. No podía correr ni hacer deporte, y tampoco pude bañarme. 

Como no podía hacer ejercicio falté a clase durante más de 4 meses, por lo que repetí Segunda Elemental, y al pasar todo el verano fuera de Melilla, unas semanas en Torrevieja y la mayor parte del tiempo en Valencia, mientras todos se iban a la playa yo tenía que quedarme en casa de mi tía Carmina. De todas formas no lo recuerdo como un mal verano pues pude hacer otras cosas.

En Valencia, aparte de visitar a toda la familia por Benifayó, Carcagente y otros pueblos, cuando más disfrutábamos los niños era por las tardes: íbamos al Cine Iberia, que sólo costaba 1,75 pesetas y ponían tres películas; nos llevábamos la merienda y la cena ya que estábamos desde la cinco de la tarde hasta las once de la noche. También los jueves y sábados por la noche que nos llevaba mi tío Pepe a ver lucha libre en la plaza de toros. 

                        

Otro gran recuerdo fue un viaje en barco desde Alicante a Melilla. En la foto, mi hermano sentado con mi abuela, para nosotros la “Abuelita”, y yo delante. Aparecen también unas cuantas personas que hacían el viaje. Pasábamos el día en cubierta debajo de un toldo. Nos quedó un gran recuerdo de una sandía que pusieron de postre y que ha sido una de las mejores que he comido en mi vida. Aunque el barco salía desde Valencia, estaba tres días cargando en Alicante, razón por la que lo cogimos en este puerto.

    


   
El año 1954 hizo escala en Melilla la M/N “Medina Xauen”, que mandaba mi tío Pepe Soriano, siendo éste el remate para que se reafirmaran mis ideas de hacerme marino. Éste soy yo en el alerón, delante del almacén desde donde recuerdo a mi padre despidiéndome cuando embarqué la primera vez, ya siendo piloto; fue la última vez que le vi.

Para esa época el barco era moderno, y poder visitarlo por completo fue una experiencia de las que no se olvidan. Recuerdo el trato que le daban al Capitán, lo que hizo volar mi imaginación durante mucho tiempo, incluyendo lo que yo ponía de mi parte, ya que me veía por medio mundo dando órdenes a diestro y siniestro para salvar al buque en una tormenta y llevarlo a puerto seguro.

Todo esto se cumplió, ya que en mi vida he tenido que sortear muchas tormentas y malos tiempos, aunque por suerte nunca perdí a ninguna persona ni barco alguno; más adelante tocará contar algo de ello.

Poco recuerdo de cómo era por dentro, pero el puente sí que en aquella época me pareció modernísimo y maravilloso; con los pocos aparatos que había me parecía estar en el séptimo cielo.

También durante esos años otro familiar nuestro, Pepe Díaz (padre), recalaba en Melilla en el “Tamuda”, buque más pequeño que los anteriores pero con mucho encanto para mí, pues pude jugar muchas veces dentro de sus bodegas. Éstas me parecían enormes a pesar de las reducidas dimensiones del barco, circunstancia ésta que le permitía navegar, cargado con sacos de cemento, a Villa Nador, entrando por la bocana de la Mar Chica.

Todo lo anteriormente relatado hizo que mis pasos se dirigieran en este sentido, a pesar de que era el que se mareaba cuando viajábamos en barco a Chafarinas, o íbamos a pescar en el bote. Mi padre siempre me dijo que me iba a mandar de viaje a Málaga en el “Melillero” el día de más temporal, aunque no por ello se acabaron mis ideas de ser marino.

             


  
En la foto, en el alerón mi padre y mi tío Pepe con su puro, costumbre ésta que mantuvo durante toda su vida.

Durante varios años mi tío volvió a Melilla en el barco anterior y en la M/N “Medina Sidonia”, de la misma compañía. No creo que tuvieran mas de 100 metros de eslora, pero ambos me parecían majestuosos. 

Cuando acabé el Bachillerato Superior pasé un año sabático en Madrid, pues aunque estuve matriculado en la escuela de Peritos Topógrafos, esta carrera no me gustó mucho y perdí todo interés desde el principio. Así que en verano empecé a prepararme para estudiar para marino.  



jueves, 15 de noviembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO I

HASTA EL AÑO 1952

      En este capítulo intento recordar mis primeros contactos con el mar, que comienzan cuando tenía unos cuatro años, hasta que tenía siete. Quizás me deje muchos recuerdos, pero estos fueron los que más me impactaron y, como es lógico, los que mejor retengo. 

      Intentaré poner fotografías que lo ilustren y no aburran tanto como mi narración, al tiempo que sirvan para entender mejor mi afición al agua.


              
Aquí empieza mi afición a la mar. Podría ser a la edad de cuatro años (1948). Siempre había oído hablar de la mar, barcos y marinos, pues tuve un tío abuelo que fue Capitán de la Marina Mercante y Práctico de Melilla (José Soriano), aunque no le conocí. También su hijo, Pepe Soriano Garcés, que igualmente era Capitán y, más tarde, Práctico del Canal de Suez.

Solíamos salir algunas veces a pescar, mi padre, mi hermano Paco y yo; si alguno se mareaba ese era yo, pero ello no mermó mi afición a la mar. Soy el de la izquierda, y recuerdo que la cherna pesó casi 40 kilos. La foto está hecha en el Club Marítimo de Melilla. 

En verano, durante un mes mis padres solían ir a pescar a las Islas Chafarinas, tiempo que nosotros dedicábamos al baño y a la pesca con una pequeña caña, y más adelante a bucear con un pequeño fusil, gafas y aletas. 

Los hermanos Artolachipi, Guillermo y Juan, Juan Romero y mi padre, fueron los pioneros de la pesca submarina. Mi padre nunca buceó pues se quedaba en el bote, así que nosotros fuimos muchas veces con ellos.

Mis padres tenían dos botes en el Club Marítimo de Melilla: el “Puyoca I”, que era algo más grande y con vela, aunque años más tarde lo cambiaron y quedó como bote normal al que le ponían el motor fueraborda, y el “Puyoca II”, más pequeño, al que también se le acoplaba el motor fueraborda que se solía utilizar cuando iban a la pesca submarina.

Mi padre fue siempre una persona muy divertida a la que le gustaban las bromas. En aquellos años, principios de los 50, todo estaba mal visto, así que decidió ponerle ese nombre a los botes; intercambiando la última sílaba con la primera se podía saber cual hubiese sido el nombre de los mismos.



De proa a popa, Luis Andrés, amigo de mis padres, mi hermano Paco, yo, y mi padre al timón. El bote es el “Puyoca II”, equipado con un motor Johnson de 5 caballos, una maravilla en aquellos tiempos. La foto fue tomada  unos de los domingos que salíamos a pescar.

Solíamos ir a la boya de mar que estaba situada aproximadamente a una milla de la entrada al puerto de Melilla, donde se solía pescar bastante, lo que hacía estas salidas de los domingos muy amenas, aunque para nosotros siempre era todo un acontecimiento. En esta boya se sacaban mejillones enormes, recuerdo que mi madre hacía una ensaladas con media docena de ellos solamente.

Este bote solían llevárselo los veranos a las Islas Chafarinas y lo utilizaban para salir de pesca. Después dejaron de llevarlo pues la familia Oses ya tenía un bote y motor fueraborda, y no era necesario.

 Un día de los que salieron a la pesca submarina, en la playa de Karia Arkeman arponearon a un mero que, de tanto retorcerse dentro de la cueva, rompió la punta de arpón, por lo que no pudieron sacarlo.

Dos años más tarde, en el mismo sitio volvieron a arponearlo, y esta vez sí pudieron subirlo; alrededor del arpón, que todavía tenía clavado en la cabeza, tenía un enorme tumor.

Este arpón se conservaba en la vitrinas del Club Marítimo de Melilla donde se detallaba el hecho y las personas que habían intervenido.



En el “Puyoca I”, mi madre, Conchita, sentada con mi hermana Conchy; de pié, Bernardi y la señora, de la que no recuerdo el nombre. Años más tarde, este bote pasó a llamarse “Maite”, nombre de la ahijada de mi padre, hija de Julio Bazán y de su esposa, Toñy.

Uno de los lugares a los que más iban a la pesca submarina era a Cala Charranen. Mientras pescaban, nosotros nos divertíamos en la playa y en la enorme duna de arena que había al final de la cala: dejándonos caer desde arriba bajábamos rodando hasta el final, adonde llegábamos mareados.

En esta foto todavía se ven el palo y la vela que, como he mencionado anteriormente, años más tarde se quitaron. Cuando salían de pesca submarina se llevaba el “Puyoca II” en un camión del ejército hasta el lugar de pesca, Sammar, Cala Charranen, etc., y allí se botaba, sirviendo de asistencia a los que buceaban. El trabajo de carga y descarga del bote al camión lo hacían los soldados que venían y que estaban haciendo la ‘mili’ en Melilla.

Las fotos son de 1951 y 1952. Algo que en aquella época me preocupaba mucho era qué pasaría si de pronto desapareciera todo el agua del mar cuando estábamos en el bote.

Como se puede comprobar, fue temprana la vocación. Si de algo me arrepiento por haber sido marino es el tiempo pasado fuera de los míos, pero creo que he sido marino de vocación y he disfrutado con ello.



Las fotos en Chafarinas son del año 1953. En la anterior estamos mi madre, sentada, Alonso “Tito”, de pié, mi hermano a la derecha, mi hermana en medio, y yo. Al fondo la traiña “Currito”, de la familia Oses, en la que muchas veces he salido a pescar con ellos.

Era muy normal que el mes de Agosto lo pasáramos en la Islas Chafarinas. Los primeros años vivíamos en casa de Antonio Oses, motorista de la Compañía de Mar; a la casa le llamaban el “Rancho Grande” y estaba situada frente a la Compañía de Mar. Antonio era hermano de la “Tita” y el “Tito”, vecinos nuestros en la casa de la Calle Españoleto nº 6, de Melilla. Esto también contribuyó a mi afición a la mar.

La “Tita” y Antonio eran hijos de “Currito Oses”, así como Manolo, farista de Chafarinas, y “Nené”, encargado de telégrafos. 

Cuando destinaron a Antonio a Melilla, pasábamos el mes de Agosto en la casa del Faro, con Manolo, y el último año (1961) en la casa de la Comandancia Militar. Hace unos años volví a Chafarinas con el Centro de Hijos de Chafarinas y encontré que la casa de Antonio Oses había desaparecido, y que la iglesia se encontraba cerrada y a punto de caerse. Ahora solamente hay un pequeño destacamento y unos biólogos tratando de conservar algunas especies.

Ni qué decir tiene que durante este tiempo salíamos a pescar al chambel, al curricán, con palangre y submarina. Unas veces utilizábamos el bote de mi padre, y otras algunos de los medios que había en Chafarinas: la buceta de la Compañía de Mar, el “Currito” y una patera pequeñita que cuando íbamos cuatro en ella había que mantener el equilibrio muy bien pues enseguida entraba el agua y volcábamos. 

Otra de las distracciones en Chafarinas era ir a cazar palomas a la Isla del Congreso por la tarde, cuando regresaban de beber agua del Río Muluya. Me situaba en la zona de llegada y con un Mauser disparaba, lo que hacía que las palomas, asustadas, rebasaran el primer pico, detrás del cual las esperaban, donde las cazaban.

Muchas mañanas nos íbamos en la patera con una sartén y agua y con lo que pescábamos nos hacíamos la comida en cualquiera de las otras islas, a veces cogíamos algún conejo que también pasaba por la sartén. 


En esta foto, mi hermano y yo. Pasábamos la mayoría del tiempo en bañador; solamente por la tarde nos vestían un poco para pasear, después de estar pescando con poteras en el muelle chico, y años más tarde en el muelle grande al ir desapareciendo la pesca poco a poco.

De estos años, aunque es un recuerdo vago, guardo en la memoria las veces que mi padre dijo que no volvía a ir conmigo de viaje nunca más.

Debía tener yo seis o siete años, mi padre tuvo que hacer un viaje a Tánger, Tetuán y Ceuta, por motivos de trabajo, y me llevó con él.

Fuimos en avión a Tetuán y la primera visita fue a Ceuta. Nada más llegar a la frontera con lo que era Marruecos Español, le detuvieron y a mí me llevaron a casa de unos amigos que hacía poco habían llegado allí destinados; yo, como niño que era, y con otros niños que además conocía, no extrañé nada, así que pasé el día con ellos.

Mi padre contaba que nada más detenerle y separase de mí, fue llevado a prisión donde lo metieron en un calabozo y lo tuvieron incomunicado desde el mediodía, aproximadamente, hasta las cinco de la tarde.

Cuando abrieron la puerta del calabozo aparecieron estos amigos con una paella, entre ellos el Director de la cárcel, y le dicen a mi padre que estoy con ellos, y que esto ha sido por todas las bromas que él les había gastado.

Desde Ceuta fuimos a Tánger donde unos amigos de mi padre me regalaron  la pistola que aparece en la foto, que fue la causa de que se organizase otro lío.

La pistola era un réplica idéntica a un Colt, cuyas balas eran de fogueo, aunque cada vez que se disparaba parecía un tiro de verdad. Cuando mi padre estaba pasando la documentación, no se me ocurrió otra cosa que, en mitad de esa sala, sacar la pistola, que llevaba debajo del jersey,  y dar dos tiros.


 La policía me cogió mientras detenían a mi padre; le llevó un buen rato poder demostrarles que se trataba un juguete, pero que en esos años todavía no se conocía nada parecido en España, pues lo habían traído del extranjero.

Una vez en el avión, volando para Melilla, con un buen temporal que hacía que nos moviéramos mucho, no se me ocurrió otra cosa que preguntarle a mi padre que si se caía el avión donde teníamos que agarrarnos: una señora mayor, que iba a mi lado, gritó “¡cállate niño”!

Así que no era de extrañar que no quisiese llevarme más de viaje.