domingo, 27 de septiembre de 2020

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías

 

CAPÍTULO  XLII

 

BUQUE  “CASTILLO DE MONTERREY”  -  8vo.  EMBARQUE

       

 

De vuelta al ‘Castillo de Monterrey’. Embarqué en Galveston (USA) y desembarqué en Tarragona y, como siempre, con cemento para USA y grano o petcoque para España.

                         

 El primer viaje de vuelta fue con maiz a Vigo. Durante todo el viaje, el mar nos dio una buena paliza, sobretodo los dos últimos días: había tanto viento y mar, que no sabíamos cómo poner el barco para capear de la mejor manera posible.

 

Durante la noche subí al puente, pues me habían llamado por que debían tener un poco de ‘canguelo’, aunque ya estaba yo en la derrota cuando lo estaban haciendo.

 

Ha sido de las veces que más altas he visto la olas. El barco, dentro de los bandazos que dábamos, se defendía muy bien, aunque no avanzábamos nada, hizo algunos daños pequeños en la cubierta, y hasta una ola sacó de su estiba las dos balsas salvavidas de babor, que pesaban unos cuantos kilos, y las destrozó, quedando todo esparcido en la concha de popa, menos lo que se fue al mar.

 

Como el tiempo no nos dejaba recoger todo lo que había tirado por popa, por ser peligroso estar en cubierta hasta que no estuviéramos al abrigo de la Islas Cies, enseguida empezamos la maniobra de atraque, quedando todo desorganizado y sin recoger.

 

Nada más atracar apareció un Inspector de la Comandancia para renovar el Certificado de Navegabilidad, que había caducado en viaje. Al ver cómo estaba la balsa salvavidas redactó un informe dando instrucciones para que la situación y fijación de éstas fuese cambiada, debido a lo que había ocurrido.

 

Cuando este informe llegó a Madrid, enseguida vino a bordo un Inspector de Seguridad a darnos la ‘vara’, pues según él debíamos haber recogido todo antes de que llegase el Inspector de la Comandancia. Tuvimos algunas palabras, hasta el punto de llegar a decirle que si él representaba a la seguridad estábamos en malas manos. Y es que, para él, que estaba en tierra, era mejor que quedase todo como estaba, que gastarse algo de dinero en acondicionar las balsas para que esto no volviese a ocurrir.

 

La verdad es que el informe que hizo el Inspector de la Comandancia no sirvió para nada, las balsas continuaron en el mismo sitio y los barcos se vendieron sin haber sido colocadas en otra situación. Como suele ocurrir, pudo más la burocracia que la efectividad.

 

En uno de los viajes, a medianoche me llamaron porque un tripulante se había puesto enfermo y vomitaba sangre. No me demoré en ir a su camarote, donde vi que el suelo estaba cubierto de sangre; no se trataba de una vomitera normal: tenía una úlcera en el estómago y no había modo de cortarle la hemorragia.

 

Inmediatamente me puse en contacto con el Centro Radiomédico de Madrid, pero no pudieron hacer mucho pues lo único que podía cerrarle la úlcera, de momento, era un medicamento: “Zantac”, o algo parecido.

 

Menos mal que el Segundo Oficial, Carlos Fernández-Nespral Bertrand, sufría esa misma enfermedad y llevaba dos cajas, así que le dimos unas cuantas pastillas. Poco a poco acabó remitiendo la hemorragia, por lo que pudimos llegar a puerto sin más problemas, desde donde lo enviamos al hospital para que fuese tratado.

 

No creo que esta persona haya olvidado a su salvador, pues de no haber tenido el medicamento no hubiésemos podido hacer nada por él ya que estábamos muy lejos de puerto. Y hablando del Zantac: debe de ser como una especie de cemento que le tapó el boquete y dejó de sangrar.

 

Paco Thalamas, Jefe de Máquinas y yo, hicimos bastantes campañas juntos e, igualmente, desembarcamos juntos otras tantas veces. Si el desembarque era en España no ocurría nada, pero si desembarcábamos en Estados Unidos, o en cualquier otro lugar lejano a España, siempre me decía lo mismo: “yo contigo hasta Madrid”.

 

Como los Capitanes y Jefes de Máquinas podíamos viajar en el mejor medio que hubiese, cogíamos avión en Gran Clase, pues se viajaba mejor que en Turista. Cuando embarcábamos, y se nos acercaban las azafatas para darnos la bienvenida y ofrecernos una bebida y cualquier otra cosa, siempre decía lo mismo, “yo, igual que él”. El sabía que, siempre, en Iberia te ofrecían un vino fino, que a mí no me gusta, por lo que yo les contestaba que quería Champagne Moet Chandom, un poco de caviar y salmón, y que cuando se acabase ya veríamos qué nos apetecía.

 

La verdad es que la diferencia de precio del billete era muy grande, por eso la aprovechábamos y disfrutábamos mientras duraba.

 

A la llegada a Tarragona me tocaba el desembarque para ir de permiso. Recuerdo que llegamos por la tarde de un jueves, y había previsto hacer una huelga por motivos del Convenio Colectivo de los Tripulantes.

 

Esperaba que a la llegada se presentaran los Representantes Sindicales, pero no fue así, por lo que me fui a dormir; aparecieron a las dos de la madrugada, por lo que me levanté para explicarles que el lunes operaban a mi mujer y que si entrábamos en huelga (era de veinticuatro horas) no podría desenrolarme hasta el lunes, por lo que no llegaría a tiempo a casa.

 

Ricardo Matosses, que era quien me hacía el relevo, estaba previsto que llegara el viernes por la mañana, por lo que al entrar en huelga no se pueden hacer desenroles y, por lo tanto, hasta el lunes no se podría hacer el cambio de Capitán.

 

Un par de días antes de llegar, un tripulante había recibido un telegrama anunciándole que tenía un familiar enfermo de gravedad, así que el hombre estaba preocupado, pues al entrar en huelga no se le podría desembarcar; le dije que no se preocupara, que preparase las maletas y que, nada más llegar, se fuera a casa y se olvidase del barco, que lo demás ya lo arreglaría yo. La verdad es que me importó un pepino la huelga y creí mucho más correcto lo que hice, que retenerlo a bordo.

 

Sólo le dije que no lo comentase a nadie, así que lo apañamos entre nosotros, que siempre ha sido más sencillo que meter a gente por medio.

 

Al hilo de mi desembarque, los Representantes Sindicales me dijeron que a la mañana siguiente, que era cuando entraba el barco en huelga, me acompañarían a la Comandancia para hablar con su máximo responsable de mi problema y tratar de hacer el cambio de Capitanes.

 

A primera hora del lunes estábamos en la Comandancia donde fuimos recibidos por el Comandante, a quién se le explicó el caso; cuando los Sindicalistas quisieron abogar en mi favor, no los dejó hablar, ya que, como aseguró, era un caso de competencia exclusiva entre el Comandante de Marina y el Capitán, y que, por lo tanto, el barco no entraba en huelga hasta que yo presentara una carta informando de ello; añadió que, si yo quería, cuando llegase mi relevo hiciésemos el cambio y que el nuevo Capitán pusiese el barco en huelga.

 

No me pareció muy ético y se lo dije, pero le pedí el favor de que fuese a hacer el relevo el sábado por la mañana, a lo que no puso inconveniente alguno, haciéndose cargo personalmente de ello. Como digo anteriormente, es mejor no meter a nadie por medio, siempre es más sencillo.

 

Esta vez me dejaron disfrutar poco de las vacaciones y me mandaron a hacer el Curso de ARPA (Radar de Punteo Automático), otra de las ‘tonterías’ que se inventaron entre las Escuelas Náuticas y el COMME (Colegio de Oficiales de la Marina Mercante). Teníamos que tener el curso, cuando hacía años que utilizábamos estos aparatos, además de poner en marcha el Radar y hacer lo que ya veníamos haciendo todos los días en los barcos. En este curso se explicaron  una serie de cosas que no servían para nada, ya que nunca nos pondríamos a arreglarlo, para eso estaba muchísimo más preparado el Radiotelegrafista.

 

Estuve hospedado en el Parador de Turismo de Gijón, donde comía y cenaba, en lo que fueron unas ‘vacaciones’ fuera de casa. Había ido en coche, algo que siempre me ha gustado, y el curso duró desde un lunes hasta el viernes siguiente a mediodía.

                      

  El viernes por la mañana, cuando iba a dejar la habitación del Parador, ya que después de la última clase me volvía a casa, a la salida me dio un ataque de lumbago, parecido a una descarga, que me tiró contra una de las paredes del hall.

 

El recepcionista se acercó a ayudarme pero le dije que no lo intentara, que poco a poco me levantaría solo, pues sería lo mejor y me dolería menos.

 

Cuando terminé la última clase, sin poder tomarme nada pues tenía que conducir, me senté en el coche, arrimé bien el asiento al volante y me colgué de él; así hasta el Parador de Ávila donde dormí poco y mal. Al día siguiente, de la misma forma hasta Málaga.

Cuando llegué a casa, sin bajar del coche le pedí a María José que me acompañase a urgencias; allí me pusieron una inyección, por lo que pude descansar unas cuantas horas en casa después de tan duro viaje.

 

  

 

 

 

 

viernes, 4 de septiembre de 2020

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías


CAPÍTULO  XLI

BUQUE  “CASTILLO DE JAVIER”  -  7to.  EMBARQUE


De nuevo al ‘Castillo de Javier’. Embarqué en Tarragona y desembarqué en New Orleans, y como las veces anteriores, con cemento para USA y grano para España.
                         
Como en el capítulo anterior, relato aquí algunos episodios que ocurrieron en este embarque, aunque es posible que fuesen en otro distinto, pues fueron tantos años seguidos haciendo los mismos viajes, en los mismos barcos, que me resulta difícil adaptarlos a sus embarques, aunque lo que sí puedo asegurar es que ocurrieron, si acaso, un par de años atrás o adelante.

Mientras descargábamos en Tampa debieron hacer una mala maniobra en la máquina por lo que hubo que achicar las sentinas de ésta con la consecuente salida de aguas oleosas al mar.

Al darnos cuenta de ello intentamos cercar la pérdida con mangueras de agua, a proa y popa del barco, ya que el vertido se había producido por la zona que daba el muelle, y de inmediato comenzamos aplicar los dispersantes que solíamos usar en España.

También comuniqué con el consignatario para que diese enseguida información al Coast Guard, como era preceptivo. Mientras llegaban, el Jefe de Máquinas, Jorge Prelcic, y yo, ideamos lo que nos interesaba decir para no tener problemas, así que se preparó el enfriador de aceite de un auxiliar y se hizo como se si hubiera roto mientras estaba trabajando y, por lo tanto, el aceite había ido al mar con el agua de refrigeración del motor. 

Al poco aparecieron los inspectores del Coast Guard, que se dedicaron a tomar muestras y a preguntar. Inmediatamente se presentó el representante del P&I (Club de protección e indemnización), un seguro que se tiene en los barcos para diferentes eventualidades.

Lo primero que hice fue advertir a los tripulantes que pudiesen estar involucrados, que si tenían algo que decirme que lo hicieran fuera, y nunca delante del Coast Guard, así como que se abstuvieran de hacer comentarios.

Estuvieron a bordo más de cuatro horas, y algo que les llamó mucho la atención fue el tipo de dispersante que habíamos utilizado. Tuve que demostrares que en España estaba permitido, aunque no así en Estados Unidos, por lo que tuve que firmar una declaración alegando que desconocía la prohibición de este tipo de dispersante.

La diferencia es que nuestro dispersante, una vez recogido el fuel o aceite lo depositaba en el fondo, no desapareciendo, y el de ellos se mantenía a flote y era sacado del agua, con lo cual no se quedaba en el mar.

Insistieron en inspeccionarlo todo, y cuando se dieron por satisfechos nos comunicaron que, efectivamente, se trataba de un caso fortuito, por lo que no se nos podía achacar ningún tipo de negligencia.

En ese momento estaba presente el Jefe de Máquinas, que durante toda la investigación les había ofrecido café o cualquier otra cosa, que habían rechazado, aunque ahora, en perfecto castellano, me pidieron una coca-cola. Jorge se quedó de piedra, pues todo se había llevado en inglés sin decir una sola palabra en castellano. Por eso fue el aviso, es una cosa que suelen hacer usualmente.
Durante la estancia en España, el Jefe de Máquinas me comunicó que había pedido unas juntas tóricas (anillos de goma) para respeto, por si teníamos algún problema en las turbosoplantes de los motores, y que las habían denegado junto con otras cosas más que en realidad suponían poco dinero, pues las juntas no creo que llegaran a costar mas de cincuenta pesetas cada una.

Esto lo comento por lo que nos sucedió en esta campaña, en uno de los viajes.

Desde Tampa salimos para New Orleans, y cuando íbamos subiendo el río, sobre las dos de la mañana se oyó un silbido que venía de la Sala de Máquinas; inmediatamente, el Jefe me indica que tiene que parar porque hay un problema y no sabe, de momento, qué ocurre.

Se lo comunico al Práctico, y como el barco tenía arrancada nos dirigimos hacia uno de los bordes del río, donde fondeamos en espera de lo que nos dijera el Jefe de Máquinas. Cuando supo lo que ocurrió me dijo que uno de los motores estaba fuera de servicio debido a la turbosoplante, pero que con el otro podíamos seguir sin ningún problema.

Estos barcos tenían dos motores que se acoplaban a una sola hélice; se lo comuniqué al Práctico y le dije que podíamos mantener una velocidad de unos once nudos, en la mar, por lo que comentó que sería necesario tener un par de remolcadores al costado por lo que pudiese ocurrir.

Salimos del fondeo y empezamos a subir el río nuevamente. Pasada media hora, y en vista de que los remolcadores no habían llegado y de que se podía navegar perfectamente, aunque más despacio, les llamó y les dijo que no hacían falta, que regresasen a su base.

Enseguida comuniqué con el Consignatario para que mandase al Técnico de Brown Bovery, marca de la turbosoplante, a la llegada. Se presentó éste enseguida que comenzó a desmontarla. Cuando supo cual era la avería se puso muy contento, pues solamente se había roto una junta tórica, así que pidió la junta, asegurando que en un rato estaba lista.

No pudo ser así, ya que la solución la dieron desde Madrid: un empleado de Elcano fue a Berna, Suiza, allí compró media docena de juntas y las llevó a New Orleans, regresando después a Madrid. Creo que han sido las juntas más caras de la historia, y todo por intentar ahorrar unas pesetas en lo que acabó costando unos cuantos miles más.

En una de las salidas a tierra con un amigo de New Orleans, Joaquín Sampedro, que tenía una gran taller de mecánica naval y que había inventado una máquina para rectificar los cigüeñales de los submarinos sin tener que sacarlos del buque, observé que en su zona, Condado, estaban de elecciones, y uno de ellos hacía propaganda diciendo que, en su Condado, si él salía elegido sólo se verían negros de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, siempre y cuando llevasen un pico y una pala en las manos.

Se puede comprobar, por tanto, que todavía les quedaba algo de racismo por la zona, sobre todo en las más ricas, como ésta, en las que detrás de la casa tenían el campo de golf.

Para comprobar esto, en una de las visitas al consignatario impuesto por los cargadores, no el nuestro, pregunté si tenían problemas con los negros, a lo que fui respondido que no, que eran muy buenos jugando al baloncesto y al rugby. Desde luego no dice mucho en su favor, aunque poco a poco se han ido integrando. Hoy es muy curioso observar que son más racistas los negros integrados en la sociedad blanca, que los blancos.

Me vino el relevo en New Orleans, y no llevaba mas de veinte días en casa cuando me mandaron a hacer un cursillo a Holanda.

Este curso era el que se exigía para ser práctico en la mayoría de los puertos. La verdad es que fue muy bueno pues me sirvió para probar cosas que no hubiese hecho en la realidad y que, como pude comprobar, se podían hacer.

Salimos de Madrid en avión para Amsterdam, Holanda y, desde allí, en tren hasta la estación central, donde cambiamos para Wageningen. Todo muy bien, pero en un momento determinado, y antes de haber llegado a nuestro destino, se bajó todo el mundo mientras nosotros cinco nos quedamos solos en el tren. Habíamos escuchado los altavoces, aunque sin entender lo que decían, por ser en holandés.

Un alma caritativa nos explicó que el personal de los trenes estaba en huelga y que, por lo tanto, no saldrían más hasta el día siguiente.

Nos vimos forzados a coger un par de taxis que nos llevaran al destino, aunque no estábamos muy lejos, así que llegamos al hotel en media hora. El hotel, que era pequeño, tenía su propia historia, pues en él se había instalado el Estado Mayor del ejército americano, durante la Segunda Guerra Mundial.

Estaba en las afueras pero, aunque antiguo, era cómodo. Allí teníamos las instrucciones: nos recogían a las siete de la mañana, así que desayunábamos temprano para llegar a tiempo al ‘Marin Maritime Institute’.
                  
Copia del título que nos dieron en Holanda.

Nada más llegar, clases técnicas y prácticas, y a las once un café; a la una parábamos, ponían en las mesas del aula unos manteles con algunos sandwiches y leche, y ya, hasta las seis de la tarde, todo sin parar, al hotel, donde nos desquitábamos de la comida haciendo unas cenas pantagruélicas.

Como se estaba celebrando el mundial de fútbol, ese día acabaron las clases a las cuatro para que pudiésemos ver el partido.

He de reconocer que fue muy bueno el curso, pues se hacían maniobras con buques grandes y remolcadores, todo desde una simulación de un puente de navegación y una pantalla que mostraba el lugar por el que se iba moviendo el buque. Lo único que no me gustó fue el uso de aparatos que no he visto nunca en buques españoles, como el Doppler, que era muy valioso en las maniobras, pues te daba el desplazamiento de la proa y la popa, hacia dónde y a qué velocidad.

Otra de los aparatos fue el Rate of Turn, que daba los grados de caída del rumbo del buque, por minutos.

Nunca llegué a ver estos aparatos en los barcos en los que he navegado. Últimamente, los GPS han ayudado mucho, y aunque no hacen lo mismo que los anteriores sí ayudan a saber si el buque está parado o moviéndose, aunque sea muy lentamente.

Todas las maniobras y ejercicios que hicimos se registraban y nos dieron una copia de los mismos que guardo con mucho aprecio. Me han servido en alguna ocasión, pues a veces preguntábamos sobre otras cosas, además de las maniobras, como la fuerza que produce el viento sobre el costado de un contenedor, por ejemplo.

La vuelta a España no fue complicada pues no encontramos más huelgas, y aproveché para comprar algunas cosas en el Duty Free de Amsterdam, como salmón ahumado, entonces poco visto en España y, además, caro.

A las dos semanas de estar en casa me volvieron a llamar a Madrid para hacer otro curso; me pareció muy mal, pues tenía alquilado un apartamento en Mojácar y me iba a ir con la familia quince días, pero me dijeron que la semana que estuviese en Madrid me podía llevar a la familia con todos los gastos pagados, así que no tuve más remedio que ir.

                    
Esta vez, como puede verse, el curso fue de los Aspectos Económicos en la Operación del Buque. Por la mañana lo aguantábamos muy bien, pero las tardes se hacían interminables; entre que comíamos en demasía y el calor, no había quien las soportara.

Menos mal que me dejaron el mes de Agosto libre y sin cursos.