domingo, 18 de junio de 2017


Y POR FIN LLEGÓ EL MANDO                    TEMA Nº SEIS

Me encuentro delante de unas cuartillas en blanco, dudando sobre el tema que voy a escribir, por mi cabeza están circulando algunos recuerdos de los cuales podría sacar partido para rellenar unas cuantas hojas, pero no sé la razón por la cual se me ha metido en la mollera escribir sobre un tema bien distinto a cuantos he escrito con anterioridad, muy posiblemente en compensación a los temas más bien tristes que hasta el momento he llegado a publicar. Muchos de los lectores posiblemente pensarán que se me ha ido la olla  cuando lean que el tema por el cual me he decidido a escribir se trata del “AMOR” y sus consecuencias. Podrán pensar que puñeta tiene que ver el amor con la navegación, pues depende de cómo se mire el asunto. Yo tengo en mi poder un documento del Tribunal de la Rota, donde uno de los argumentos que esgrime un ponente del Tribunal para no concederme la anulación de mi primer matrimonio, el consabido cuento que todo el mundo conoce referente a la fama  de los marinos de que “un amor en cada puerto”, posiblemente él tenía la experiencia de una amor en cada parroquia cosa nada de extrañar en el mundo en que vivimos. Pero yo no quiero ni pienso tratar este tema que tantos dolores de cabeza me causó en debido momento. Voy a narrar una historia de amor a la vieja usanza, algo parecido a la que protagonizaron Romeo y Julieta con algunos años de demora y con un final que desconozco pero que me imagino que sería desgraciado porque hay situaciones que nunca pueden terminar felizmente.

No obstante, el desear escribir sobre este tema es porque de cierto modo me vi implicado bastante en el asunto, tanto personal como profesionalmente. No recuerdo el nombre del buque donde se desarrolló la historia, lo mismo podría ser el “Sierrra Guadalupe” como el “Sierra Grana”, da igual porque en cualquiera de ellos podría haber ocurrido ya que en  ambos cubrí la línea de Taboga a Puerto Rico. Lo que sí me fastidia es haber olvidado el nombre del actor de los hechos, son muchos los años transcurridos y aunque fotográficamente me parece que lo estoy viendo en este momento,  su nombre se me ha borrado por completo, solo recuerdo que era santanderino y que su embarque me impactó porque me recordaba a mi mismo cuando embarqué como Alumno, hacía tiempo que no embarcaba un alumno tan joven, tenía la cara lo que yo denominaba “cara de pipiolo”, cara de crio.

Embarcó en el puerto de Santander, llegó a bordo acompañado de sus padres, lo que nunca me había ocurrido con anterioridad y cómo es posible suponer, por parte de su madre toda fueron peticiones de protección para su “pequeñín” que era la primera vez que salía de casa. A veces qué poco conocen los padres a los hijos, completamente sinceramente pienso que nunca. Posiblemente el hecho de que la madre insistiera tanto, fue lo que me llevó a implicarme tanto en un tema que se escapaba de mis funciones.

El escenario de la historia fue la isla de Taboga, nosotros la conocíamos con el sobrenombre  de la isla del amor. Es una isla situada a la salida del Canal de Panamá, muy tranquila y donde nosotros solíamos efectuar los transbordos de los túnidos que los atuneros españoles  pescaban en aguas del Pacifico. La semana solía transcurrir tranquilamente enfrascados en el transbordo de los atuneros, pero los fines de semanas la isla sufría la invasión de los turista que llegaban de la ciudad de Panamá para pasar Sábado y Domingo y disfrutar de las magnificas playas con que contaba la isla, al mismo tiempo de la comida que servía el magnífico hotel que  se complementaba con música los fines de semana. Todos esperaban los fines de semana como agua de Mayo por lo que pudiese caer en tanto rio revuelto.

La persona que da origen a este artículo, que no es otro que mi protegido, la primera vez que llegó a la isla de Taboga, yo digo que cayó de pie y con la suerte de un quebrao. Me explico: En la isla vivía una tabogueña que estaba como un tren, algo parecido a la hawaiana que se ligó el Marlon Brando y que después fue su esposa. La muchacha era muy discreta y sabiéndose deseada por todos los playeros domingueros solía situarse apartada los más posible de todos los mirones. Ella era bien conocida en la isla por los lugareños y todos sabían que no había nada que rascar. Pero mira por donde aparece mi pipiolo que no sabía de la misa la mitad, se acerca a ella a la chita callando y en vez de ser rechazado como un intruso recién llegado, se entabla una amistad, que para muchos hubiéramos querido para nosotros mismos salvando la diferencia de edad , amistad que fue “in crescendo ” hasta convertirse en un romance amoroso a lo largo de toda nuestra estancia en la isla que duró varios meses, ya que nuestros viajes eran continuos entre  Taboga y el puerto de Mayagüez en Puerto Rico.

Volviendo a Taboga, diré que es una isla pequeña donde vivian cuatro gatos, unos cuantos se desplazaban cada mañana a Panamá para trabajar y el resto trabajaban como estibadores en el mercante cuando habían atuneros para transbordar. Nosotros casi formábamos parte del pueblo, ya que casi a diario después de la jornada de trabajo , nos íbamos a la isla para jugar al futbol en la playa y para tomar algún refrigerio en el hotel. Lo único destacable de la isla es que había un observatorio americano en la cumbre, pero a los americanos no se les veía ni el pelo. La única americana omnipresente era la inspectora encargada de controlar las capturas de los atuneros y que dicho sea de paso también estaba como un tren, pero la tabogueña le ganaba por puntos. Mi Alumno seguía encandilado con ella y ella aparentemente le correspondía de igual manera. Todo iba viento en popa hasta que a mis oídos llegó una información confidencial, a partir de la cual esto puede convertirse en una novela de espionaje. Me filtraron una información en la cual me aseguraban que la tabogueña no se casaba con nadie. Que tenía encoñado al pobre chaval porque quería que se quedase en tierra para que le ayudase en el negocio que tenía montado, como cabeza de turco. El negocio consistía en hacer de camello  y pasar ropa manufacturada de Colombia a Panamá, lo que al parecer proporcionaba pingües beneficios. Hay que ver lo complicado que resulta el amor a veces. Bueno, pues mi cometido a partir de ese momento era evitar que siguiera el encoñamiento para poder entregárselo sano y salvo a la mamaíta a nuestra vuelta a España. A parte, la verdad es que yo consideraba una barbaridad que echara por tierra una carrera y que además fuera declarado prófugo ya que aún no había hecho su servicio militar. Todos mis esfuerzos resultaron inútiles. El próximo viaje nuestro el destino era España en lugar de Puerto Rico, ocasión propicia para desertar. Hablé muy seriamente con él, advirtiéndole del follón en que se iba a embarcar y que pensara en el disgusto que se iban a llevar  sus padres, Me personé la noche anterior en casa de la familia para hablar con los padres y me prometieron que harían todo lo posible para evitar que el muchacho se quedase en la isla. Pero nada de nada, está visto que el amor lo puede todo.

La mañana en que el buque debía zarpar después de haber completado el cargamento, la pareja formada por Romeo y Julieta embarcaron en la primera lancha que salía de Taboga para Panamá para llevar a los obreros, a las 0700 horas de la mañana y se esfumaron para siempre en la ciudad. Nos vimos obligados a demorar unas cuantas horas la salida ya que tuve que personarme en la Embajada española para dar cuenta de lo ocurrido y modificar la lista de tripulantes. Cuando arribamos a puerto español, la madre protectora estaba esperando para recoger los enseres que su pequeñín había dejado a bordo y que a pesar del tiempo transcurrido seguía sin tener noticias de su hijo. En viajes posteriores a Taboga, me interesé por la pareja pero nadie supo darme información de ellos. Posiblemente mi presentimiento de que el tema no había tenido un final feliz era acertado. Espero que el tema no les haya aburrido y seguramente les habrá traído a la memoria algún episodio personal, ya que al fin y al cabo todos hemos sido jóvenes y no  hemos estado exentos de cometer tonterías de esta clase.

Capitán  A. de Bonis