sábado, 4 de abril de 2015

SU ÚLTIMO VIAJE COMO CAPITÁN.

Pensaba que mi  anterior artículo escrito en el blog del Circulo Marítimo  sería el último, porque todo en este mundo tiene su fin, ya que con todo lo contado en “Mil Años de Mar”” y, posteriormente, los artículos sueltos en el blog, la vaca había sido lo suficientemente exprimida para que no diese más leche, teniendo en cuenta que mi profesión no es de articulista y que no soy ningún Alcántara que es capaz de sacar punta a cualquier tema a la velocidad que se lo proponga.

Pero mira por dónde, un día mi amigo Carlos Navarrete me llama por teléfono para comunicarme que uno de mis artículos tenía un comentario firmado por un tal Luis Ojeda, él no tenía ni idea de quien se trataba pero yo por supuesto que sí, ni más ni menos que el 1er Oficial que compartió conmigo –desgraciadamente- el incendio del “Sierra Estrella” del que hacía 48 años aproximadamente que no había vuelto a tener noticias. Ha sido para él y para mí una alegría inmensa volver a contactar y ponernos al corriente de nuestras andanzas en todo este tiempo transcurrido. Le he enviado el libro MIL AÑOS DE MAR con lo cual ha quedado al corriente de mis idas y venidas por esos mares de Dios, y él me ha contado que, después de aquella odisea del “Sierra Estrella”, opositó y obtuvo la plaza de catedrático de Meteorología en la Escuela de Náutica de Tenerife, donde ha permanecido hasta que por la edad  y en contra de su voluntad ha sido jubilado.

Después de esta  alegría inesperada, nuevamente y a causa del libro MIL AÑOS DE MAR, he recibido una segunda, al recibir noticias de un compañero de mi padre que navegaron juntos en el Vapor “ITA”; se llama D. Emilio Fernández y actualmente es Presidente de la Asociación de Jubilados y Pensionistas de la mar en  Madrid.  Leyendo el libro me ha reconocido y ha tenido la gentileza de querer saludarme.

Este último contacto me ha hecho tilín y, por qué no decirlo, me he emocionado al recordar tantos momentos vividos profesionalmente con mi padre. Esto me ha hecho recapacitar y pensar que en mi relato del libro no he sido lo suficientemente explícito al mencionarlo casi de pasada, por esa razón espero que mi amigo Carlos (administrador del blog) me permita dedicar este nuevo relato exclusivamente a él, contando parte de su vida profesional que -por desgracia y avatares de la vida- no fue la que corresponde a una persona de su calidad humana.

Comenzó a navegar muy joven, a los 24 años ya era Piloto. Su primera salida a la mar la hizo enrolado en un velero de cuatro palos nombrado “ANTONIA MAMBRU”, propiedad de la Empresa Domingo Mambrú de Barcelona.  Por aquel entonces se dedicaban al transporte de tabaco desde Filipinas para la Compañía de Tabacos de España; los viajes duraban aproximadamente un año, dándole la vuelta al Cabo de Buena Esperanza; entonces la navegación se hacía solo  con la ayuda del viento, del sextante, de la vista, del oído y de mucha marinería para poder manejar las velas, porque otros medios técnicos no existían a bordo. Con dos viajes ya fueron suficientes para hacer las prácticas de vela ya que en aquella época existía el título de piloto de vela y el de vapor. Desconozco cuándo, dónde y cómo hizo las prácticas necesarias hasta obtener su título de Capitán que fue en el año 1934, yo tenía justamente un año  y no tengo documentación para poder acreditar este periodo de su vida, pero me imagino que sería el normal para cualquier profesional de la mar.

El Capitán Arturo de Bonis (padre)
Fue a partir de 1936 cuando se le empezaron a torcer las cosas y su vida profesional se vio truncada de la forma más canallesca, como ya mencione en mi historia de MIL AÑOS DE MAR.  Para que el relato que hago a continuación no pueda ser interpretado  como una historia contada de forma subjetiva, pongo como testimonio lo narrado por el Capitán D. Antonio Terrón del Rio en este mismo libro y que desgraciadamente también sufrió en su propia familia las tropelías y las tragedias que proporcionaron nuestra Guerra Civil en 1936.

 Narra Terrón que en tiempo de la república fue obligatorio crear en los barcos unos comités formados por oficiales y personal  subalterno de todos los departamentos, y que dichos comités tenían poder sobre el Capitán en algunas cuestiones de orden interno. Esto se hizo para evitar ciertos abusos y que algunas personas cometieran desmanes en su propio  beneficio. Esto es lo que D. Antonio Terrón manifiesta, y yo añado con suficiente conocimiento de causa que en aquella época ciertos capitanes se creían dueños absolutos del “cortijo” y les caían muy mal tales medidas. Que por esa sola razón aprovechando nuestro Glorioso Alzamiento Nacional, el 18 de Julio denunció ante un Tribunal Militar al comité existente a bordo como si fuesen unos socialistas indeseables. Como resultado de esta denuncia todos los componentes del comité salieron esposados de a bordo camino de la prisión. Yo tenía solamente tres años y mi madre me consolaba diciéndome que mi padre estaba haciendo un viaje muy largo, y yo añoraba su regreso, entre otras cosas, para que volviera a traerme latas de piña en almíbar que tanto me gustaban. Esos son los recuerdos que tengo grabados en mi memoria de los tres años.

Deseo  hacer constar que esa medida fue implantada igualmente por el Sindicato Vertical de la Marina Mercante, sin darle el nombre de comité, con la intención de que el dinero asignado  para la comida no  terminara en el bolsillo de los mayordomos y personas allegadas, al mismo tiempo que nos hacían rellenar unos libros con las calorías suministradas diariamente por tripulante, cualquier cosa antes que  aumentar la cantidad asignada para la comida que resultaba ridícula.

A partir de ese momento mi familia quedó  al amparo de mis abuelos paternos, ellos nos proporcionaron techo, alimento, educación y el cariño necesario para poder vivir. Naturalmente a medida que transcurría el tiempo, mi razón y mi conciencia  iban cambiando, algo me decía que el largo viaje no era tal viaje, eso unido a que por mi casa pasaban de vez en cuando algunos de los tripulantes que habían navegado con mi padre para saber la suerte que había corrido, todo ello me indicaba que algo grave había sucedido. Mi madre nos contó entonces que mi padre había sido hecho prisionero y que había sido canjeado por otros y trasladado a un campo de concentración que se encontraba en el sur de Francia. Mi abuelo que era Coronel de Intendencia (jubilado) movió todos los hilos que le fueron posibles para que mi padre pudiese volver. Las cosas de palacio van despacio,  pero al final consiguió que regresara de Francia libre de cualquier acusación. Eso ocurría en el año 1942 cuando yo ya había hecho mi Primera Comunión.

Recuperar su título de Capitán resultó bastante engorroso debido a los trámites administrativos, pero finalmente lo consiguió después de algunos años. Durante todo ese tiempo se buscó la vida haciendo múltiples trabajos, desde exportador de pescado hasta delegado de una empresa de transporte en Sevilla, pasando por representante de una empresa de bebidas catalana.

Recuerdo que fue en el año 1953, estando yo embarcado como Alumno de Náutica en el vapor “NORTE” cuando le ofrecí la oportunidad de embarcar como 1er Oficial porque así me lo había transmitido el Capitán D. Joaquín Palacios Badiola.  Aceptó sin pensarlo dos veces ya que su profesión nunca la había abandonado y de esa forma tan peculiar empezamos a navegar juntos y lo hicimos casi durante siete años.

El “Norte”  era un barco viejo, tecnológicamente hablando no tenía ni siquiera un Gonio. O sea, que navegar en él, era lo mismo que navegar como se hacía 17años cuando él lo hizo por última vez. Yo le puse al tanto del funcionamiento del barco en la especialidad de carbonero y todo salió rodado, se le veía feliz.  Fue cuando yo conocí a mi padre verdaderamente desde el punto de vista profesional. Era un buen marino y muy responsable en su trabajo.

Voy a narrar dos sucesos que ocurrieron cuando él ya estaba al mando del “Norte” y yo ocupaba plaza de 1er oficial que me confirmaron su gran profesionalidad. Navegábamos de Gijón a Barcelona con un cargamento completo de carbón, el viaje se desarrollaba sin novedad. A partir de Cabo Palos comenzó a reducirse la visibilidad, convirtiéndose en niebla cerrada al poco tiempo. Navegábamos con las precauciones necesarias de acuerdo con las condiciones meteorológicas  y con la esperanza de que aclarase antes de la recalada a Barcelona. Pero de aclarar nada de nada, cada vez más densa. Recordando sus viejos tiempos cuando se utilizaba el escandallo, nos fuimos acercando a Barcelona sondando a cortos intervalos de tiempo y navegando a velocidad reducida hasta que se  mando fondear; a  la mañana siguiente, cuando aclaró la niebla nos encontrábamos fondeados cerca de la boya del Llobregat.

El segundo suceso es el que da nombre a mi relato “SU ÚLTIMO VIAJE COMO CAPITÁN”. El “Norte” fue construido en Inglaterra allá por el año 1890, durante los últimos años entró con frecuencia en astilleros donde sufrió severas inspecciones y grandes reparaciones; yo incluso hice mi servicio  militar mientras permanecía reparando en Matagorda  y posteriormente, en el año 1958 en astilleros de Gijón, se le cambio el antiguo Puente de madera por otro completamente nuevo de hierro, amén de numerosas planchas. Pero las calderas seguían siendo las primitivas y todo en esta vida tiene fecha de caducidad.  Esta fecha estaba tan próxima que el Armador dio órdenes de proceder al puerto de Santander para ser revisadas, con tan mala fortuna que ya una de ellas quedó inutilizada durante el viaje. Navegábamos por el golfo de Vizcaya cuando entró una galerna de esas que hacen época, íbamos empujados por la mar y el viento de aleta más que por la propia máquina: estábamos ya próximos a Santander cuando el Jefe  de Máquinas comunicó que la segunda caldera también se venía abajo y no podía garantizar el tiempo que podría mantener la presión. Las olas montaban la isla de Mouro y el peligro que corríamos al dar la vuelta era muy grande, pero no quedaba otra solución. Pues bien, el Capitán (mi padre), con dos cojones, como diría Pérez Reverte, en medio de aquel galernazo  metió el barco en el canal (con la ayuda de Dios), llegamos al fondeadero cuando en la ciudad llovía de forma torrencial y al poco tiempo  de haber fondeado un apagón dejo completamente a oscuras toda la ciudad, bien se puede decir que la Virgen del Carmen estuvo de nuestro lado.

A partir de ese momento  se puede decir que la desgracia volvía a cebarse en mi padre. El Armador, D. Domingo Mambrú, sobrepasaba los ochenta años, no tenía herederos directos y vivía desde muchos años antes en un hotel de Barcelona con su esposa que era inglesa, simplemente de los réditos que le producía el Norte. Cuando comprendió que el cambio de las calderas era una operación ruinosa, dijo que terminaba su vida como Armador y que no deseaba tener más complicaciones y puso el “NORTE” en venta. Desgraciadamente, el único interesado en la compra fue Federico G. Fierros que lo compro a precio de chatarra por la cantidad de cuatro millones de pesetas. Durante algún tiempo y mientras se formalizaba la operación de compra-venta, nos visitaba con muchísima frecuencia el Inspector de Fierros para ponerse al corriente del estado del barco, un vasco muy serio que solo mantenía conversación con  nuestro Jefe de Máquinas (también vasco) y que parecía como si se conocieran de toda la vida; el resto no contábamos para nada. Yo desembarqué voluntariamente para enrolarme en el “Rita García” donde podría comenzar mis días de navegación de altura para poder obtener el título de Capitán.

A mi padre, a pesar de las promesas obtenidas días antes de terminar la reparación le informaron que debería pasar al vapor “ITA” de 1er Oficial, lo tomas o lo dejas. Como le quedaba poco tiempo para jubilarse y comprendió que para el computo de su jubilación le servían los años que había permanecido como Capitán en el “Norte”, prefirió aceptar la propuesta, se tragó su orgullo y de esa forma tan desgraciada finalizó su vida profesional  en Mayo de 1965.

Finalizo mi relato con mi recuerdo y con todo mi cariño hacia su persona.


Capitán Arturo de Bonis