Después de narrar todo lo que recordaba sobre el V. “Norte”,
la Astur Line, y el transporte de carbón, me cambio el chip y empiezo a buscar
en el baúl de los recuerdos lo que pueda ser aprovechado de mi estancia a bordo
del V. “Rita García”, que fue el segundo barco que pisé en mi vida profesional.
El “Rita García” fue construido en el Reino Unido en 1922,
era unas mil toneladas mayor que el “Norte”, si mal no recuerdo desplazaba 6980
tons., y era un poco más moderno ya que el “Norte” fue construido igualmente en
el Reino Unido pero en el siglo anterior, pero la única diferencia entre ambos -técnicamente
hablando- es que el Rita tenía Gonio y que consumía fuel y no carbón. Era un
barco solido como todos los construidos en aquella época. Tenía una eslora de
109 metros, con cuatro bodegas destinadas a carga y una adicional en el centro
que en principio era para carboneras y que cuando en su día se le habilitó para
quemar fuel, que era almacenado en los tanques de lastre, esta bodega adicional se convirtió igualmente en bodega de carga.
Mis últimos cinco años en el “Norte” ocupé plaza de 1er
Oficial; cuando transbordé al “Rita García” lo hice ocupando plaza de tercero,
económicamente no salí perjudicado ya que con mi nuevo buque hacía viajes al
extranjero y esto suponía unos sobordos del 4% aparte de que la carga era mayor
y los fletes más altos. Pero profesionalmente el cambio fue muy grande, pues
significó pasar de ser una persona con cierta responsabilidad profesional a
considerarme un bicho muerto, un inútil,
pero esta sensación no era motivada por ocupar la última plaza en el escalafón
de la oficialidad, ya que lo mismo hubiera sido de ocupar otra cualquiera. Pero
incluso hoy día, después de tantos años, me da vergüenza manifestar que jamás
me he sentido más humillado profesionalmente que en aquella época, los
oficiales poco contábamos en el Rita; solamente el primero tenía algo que decir
y los demás solamente nos dedicábamos a efectuar las guardias de mar, a contar
sacos cuando la carga era ensacada, a tener preparadas las listas de
tripulantes a nuestra llegada a puerto y poco más.
El Rita como cualquier buque de aquella época construido en
el Reino Unido, disponía de una cámara de oficiales espaciosa hecha con maderas
preciosas. Esa cámara estaba destinada exclusivamente para uso y disfrute del
Capitán y del Mayordomo, que eran quienes ocupaban los camarotes que a babor y
estribor daban a la cámara, como cámara habitual se había habilitado en el
entrepuente un habitáculo que llamábamos el tranvía, donde se comía y donde nos
reuníamos los oficiales. En la cámara principal se solía recibir a las
autoridades a la llegada a puerto, pero tanto el 2º oficial como yo,
esperábamos fuera a que el Mayordomo que servía de enlace con el Capitán saliese y nos
pidiese la documentación necesaria, nosotros no pasábamos del pasillo que daba entrada a la Cámara. Eso
ya muestra a mí entender lo poquísimo que nosotros los oficiales éramos
considerados como tales en el “Rita García”.
El Capitán se llamaba D. Florentino, Floren para su mujer. Nacido
en Vizcaya, si mal no recuerdo en el pueblo de Elanchove o sus alrededores. Cobraba 5 quinquenios,
solamente le ganaba el Jefe de Máquinas (D. Luis) que cobraba seis. No sé
exactamente, si ese número de quinquenios es lo que le daba fuerzas para
considerarse un ser superior, pero el hecho cierto es que los oficiales poco o
nada contábamos. A pesar de sufrir un grave tic nervioso, promovido según
contaban, por los sobresaltos y angustias vividas durante la segunda guerra
mundial, que incluso le impedía comer un plato de sopa con normalidad, en el
momento de realizar las observaciones para situarnos, las únicas que se tenían
en cuenta eran las suyas, ni siquiera por consideración a los demás admitía que
se promediara. El colmo de su ego llegaba a que nadie más que él estaba
capacitado para manejar los manguerotes de ventilación de las bodegas, y se
pasaba todo el viaje manipulándolos de acuerdo con los cambios de viento. En
resumidas cuentas, un señor muy particular con el que conviví un año
aproximadamente.
El Rita, durante los últimos años antes de producirse mi
embarque, se dedicó principalmente al transporte de fertilizantes,
primordialmente a traer nitrato de chile, pero el elevado coste que supuso el
paso del canal de Panamá por la devaluación de la peseta en 1959, y el fracaso que supuso hacer un viaje por el
estrecho de Magallanes hicieron desistir al Armador de mantener esos viajes. Fue
a partir de entonces que se empezaron a realizar viajes entre Europa y el
continente americano para transportar igualmente fertilizantes, indistintamente
de un lugar a otro, unas veces a granel y otras ensacados. Durante mi estancia
en el Rita aún no había salido la nueva reglamentación para el transporte de
granos, eso ocurrió en el año 1965, precisamente cuando yo estaba pasando el
examen de capitán. Debido a esas circunstancias, de la estiba de granos poco
puedo contar, siempre se hacía como habíamos estudiado en la escuela de
Náutica, se llenaban las bodegas y con palas al igual que el carbón se allanaba
la superficie y se terminaba la estiba con
unas andanadas de sacos para evitar el corrimiento de la carga. En ese
caso, nosotros los oficiales poquísimo trabajo teníamos. Si el cargamento era
en sacos, los días que duraba la carga no los pasábamos en el muelle contando
las lingadas de sacos, hiciera frio o calor; claro está que la novatada la
pagas una vez, con el tiempo y la veteranía siempre se encuentran recursos para
que ese trabajo resulte más llevadero. Solamente un viaje cambiamos la carga y
no llevamos fertilizantes, hicimos un cargamento de lingotes de hierro en el
puerto de Avilés con destino al puerto de Mariel en Cuba. En Mariel nos
eternizamos en la descarga de los lingotes (que ellos llamaban cochinillos). Si
mal no recuerdo fueron dos semanas lo que se emplearon para efectuar la
descarga. Tiempo precioso que el Mayordomo empleo para abrir su chiringuito
(con el beneplácito de la Aduana) y que todo el pueblo de Mariel pudiera
degustar los productos españoles. Recuerdo las buenas trompas que se cogieron
muchos cubanos bebiendo coñac mezclado con sidra, bebida que ellos denominaban
España en llamas, todo eso aderezado con chorizo, morcilla y toda suerte de
embutidos. Nuestro Mayordomo era un entendido en manejar al personal aduanero y
siempre llevaba una gambuza bien repleta dónde no solía faltar de nada.
Después de descargar los lingotes en Mariel, nos fuimos a
Tampa para volver a cargar fertilizantes con destino a Europa. Allí vivimos una
pequeña odisea, de película americana. Los hijos del tío Sam, no conformes con
todos los impedimentos que nos pusieron a nuestra llegada porque procedíamos de
un puerto cubano, nos dieron un susto de muerte los hijos de su madre. Resulta
que después de cenar decidimos dar una vuelta por la ciudad toda la oficialidad
junta, incluido el Capitán, para lo cual solicitamos un taxi ya que la ciudad
estaba a gran distancia. En taxi íbamos cuando oímos sirenas por todos los
lados, allí se presentaron varios coches de policías que nos rodearon por los
cuatro costados y nos hicieron bajar del taxi, y al mejor estilo americano nos
pusieron con las manos sobre el techo del taxi, las piernas abiertas y nos
cachearon hasta los zapatos.
Poco me queda ya que recordar que sea digno de mención sobre mi
embarque en el Rita, aunque como colofón muy bien puede aplicarse lo siguiente:
Nos encontrábamos descargando en el puerto de Rotterdam, y como buen marino
español con poco dinero en el bolsillo, estábamos pasando la tarde –noche en el
Stella Maris del recordado padre Adriano. Allí apareció mi gran amigo Rafael
Lara que estaba embarcado en aquel entonces en un buque llamado “Cinderella”, y
que se encontraban reparando en el puerto de Rotterdam. Después de contarnos
las batallitas de los muchos años que hacía que no nos veíamos, me dijo que si
quería embarcar con él tenía la oportunidad de hacerlo ya que la plaza de
tercer oficial estaba vacante. Al día siguiente me presente en el astillero
para hablar con el Capitán del “Cinderella”; ya Rafael había hablado con él y
no tuvo ningún problema en aceptar mi petición. Yo estaba decidido a cambiar
porque en aquel entonces la diferencia económica era bastante grande. Volví al “Rita
García” para hacerle partícipe a don Florentino de mis deseos y su negativa fue
rotunda. No había tiempo para que la empresa enviara mi relevo y en cualquier
caso yo tendría que sufragar todos los gastos que se produjeran. Mi cabreo fue enorme en aquel momento pero
con el tiempo le di gracias a Dios de que las circunstancias se hubieran
desarrollado de aquella forma, ya que durante el viaje de regreso a España
recibí un telegrama de Marítima del Norte, ofreciéndome plaza de 2º Oficial en
el “Sierra Urbión” con embarque inmediato en el puerto de Bilbao. Esta vez don
Florentino no podía oponerse a mi desembarco y así lo hice a nuestra llegada al
puerto de Valencia. Toda mi vida profesional hubiese sido distinta si aquel día
en Rotterdam me hubiera dicho “SI”.
En Marítima del Norte
he desarrollado el resto de mi vida profesional hasta mi retiro en 1988.
Capitán Arturo de Bonis