viernes, 19 de febrero de 2016

AMISTAD……Y MUCHOS RECUERDOS MÁS


Después de mi último artículo AMERICA TEMA CUATRO, debido a circunstancias familiares relativas a la edad que nos ha tocado vivir, porque a ella hemos llegado, gracias a Dios y a los fármacos que nos proporciona la Seguridad Social, tenía pensado, por lo menos tomarme un respiro en cuanto a mis artículos  en el blog se refiere, ya que verdad es que muy pocas cosas de mi vida profesional han quedado sin contar entre el libro MIL AÑOS DE MAR y los diferentes artículos aparecidos posteriormente, posiblemente con temas bastantes reiterativos. Pero ha ocurrido un detalle, para mí bastante importante, que me está dando muchísimas vueltas en la cabeza y me gustaría escribir sobre el tema de la amistad. Naturalmente como esto no tiene absolutamente nada que ver como temas náuticos ni del Círculo, lo primero que tengo que hacer es pedirle permiso a mi amigo Carlos, administrador del blog, por si a bien lo tiene concederme un espacio para escribir sobre el epígrafe anunciado.

Comienzo: Hace algunos días estaba yo en mi apartamento de la residencia donde actualmente vivo en el Puerto de la Torre, cuando suena el teléfono y desde la centralita me avisan que hay dos señores que preguntan por mí y que desearían verme. Al decirme el nombre de las personas se me encendió una lucecita y yo mismo me pregunté: ¿cómo era posible?. Bajé lo más rápido posible a la recepción y allí me encontré con dos personas, los hermanos Garcés, el mayor con 89 años y el menor -al igual que yo- con 82, a los que hacía aproximadamente 63 años que no veía. Al mayor me fue difícil reconocerlo físicamente (no así su nombre ni su apodo:”Pepichi”); con el menor no tuve ninguna dificultad. Ese grato encuentro nos tuvo entretenidos más de una hora hablando de tiempos pasados y con la promesa de volver a encontrarnos junto con más amigos de aquellos tiempos remotos, ya que ellos estaban empeñados en conseguir esa reunión y por mi parte no existe ningún inconveniente siempre y cuando las circunstancias lo hagan posible.

Casualmente, el día 16 de Enero vino a la Residencia un cantautor llamado Joaquín Lanza a darnos un concierto. Entre sus temas tenía uno que a mí me hizo soltar alguna lagrimita. Con la ayuda de su guitarra fue declamando un poema sobre la amistad, sobre las amistades de nuestra niñez que él denominaba “Amigos del Alma”, y eso es en definitiva lo que me ha hecho volver a tomar el boli con la intención de escribir sobre esa amistad tan entrañable. Sé que me costará trabajo, no por no recordar sino por todo lo contrario, por recordar muchísimas cosas que cuando se me vienen a la memoria se hace un nudo en la garganta.

Todas las personas que en mi pensamiento entran en esta especie de memoria vivíamos en la Plaza del Teatro y sus alrededores, yo nací allí en el año 1933, en el nº 1, y los demás con alguna diferencia de edad.
Vista actual del interior del edificio de la Plaza del Teatro nº 1

La Plaza del Teatro es una zona céntrica de Málaga bien conocida por los malagueños, en la actualidad nada tiene que ver con lo que era en los años 30 al 50: en primer lugar ha desaparecido el Cine-Teatro Principal que le daba nombre a la plaza. La Guerra Civil española dejó bastante tocada la zona  a causa de su proximidad a la iglesia de Los Santos Mártires, ya que los continuos bombardeos intentando hacer diana en la iglesia, derribaron muchísimos edificios de la cercanía y quedaron muchos solares completamente desechos colindantes con la plaza, que nosotros llamábamos “derribos”.  Esos espacios eran los que los chavales de aquella época utilizábamos para jugar, al igual que la plazoleta al norte de la Plaza, dónde hoy día existe un enorme ficus, antes del ficus había un jardincillo y anterior al jardincillo había un urinario publico que nosotros llamábamos “el meaero”, así sin más... Los dos edificios más emblemáticos de la Plaza eran dos casonas cuyas fachadas principal daban justamente al Teatro, separadas ambas por un callejón  llamado Alcántara. Estos dos edificios albergaban las suficientes familias como para formar un ejército ya que se extendían por toda la calle Tejón y Rodríguez hasta el muro de San Julián. Toda la chiquillería que vivían en estas dos casonas más las que provenían de calle Álamos, Carretería, Beatas y alrededores éramos los niños de la Plaza del Teatro.

La primera conciencia que yo guardo en mi memoria de aquella época, es ver a un amigo cómo intentaba desmantelar un trozo de bomba de las arrojadas en las proximidades de la iglesia. Otro recuerdo imborrable es que, cuando sonaban los aviones, no sé por qué, nos íbamos todos a refugiar al despacho de un abogado que había en la planta baja de mi propia casa. El abogado vivía en el primer piso pero había huido con su familia y su casa estaba habitada por una familia de milicianos. Allí nos acurrucábamos unos contra otros, posiblemente para quitarnos el miedo hasta que pasaba el peligro de los bombardeos.

Como es fácil imaginar, en aquellos tiempos los niños no tenían a su alcance para poder jugar los medios que actualmente poseen, todo de cuanto disponíamos era de pelotas de trapos hechas por nosotros mismos y por consiguiente jugar al futbol era nuestra única y máxima aspiración y a ello nos dedicábamos en cuerpo y alma en nuestros ratos libres después de las obligaciones escolares. Tanto al mediodía como por las tardes una vez que dejábamos los libros en casa nos reuníamos en la plazoleta y dale que te pego a la pelota. En aquella época no había apenas circulación rodada y de lo único que nos teníamos que preocupar era de no  romper los cristales de las casas vecinas y de dar la voz de alarma cuando aparecían los perrillas (guardias municipales), en ese caso todos salíamos de estampida  para no ser atrapados ya que estaba prohibido jugar a la pelota en medio de la calle, corríamos como gamos y desaparecíamos de la plazoleta una media hora, el tiempo suficiente para que todo hubiese vuelto a la normalidad. Pienso que ya en aquella época se había implantado la corrupción. Me explico: Si algún perrilla tenía “la suerte” de atrapar a un pelotero, lo solían llevar a su domicilio y mediante el pago de cinco pesetitas de multa te decían que te podías ir, sin previa firma de recibo alguno, todo para “la buchaca”...
Fachada del Teatro Principal

La calle Alcántara que era peatonal, la teníamos toda dibujada con tiza, como si fueran parcelas que en realidad figuraban como campos de futbol, donde solíamos jugar con chapas de las botellas, a las cuales le pegábamos las caras de los jugadores que ya vendían en tiras de los diferentes equipos en los kioscos de golosinas. Allí salíamos hacer campeonatos y había verdaderos artífices que preparaban las chapas de tal forma que metían más goles que Leo Messi, dándole un fuerte impulso a los garbanzos que hacían las veces de balones, cuanto más redonditos eran los garbanzos, mejor que mejor. Estas eran nuestras distracciones preferidas y cuando no jugábamos al futbol o al futbol-chapa, mala cosa, estábamos ideando diabluras, la verdad sea dicha es que éramos un poco golfillos. Entre las diabluras voy a mencionar algunas: El gallinero del Teatro Principal costaba en aquella época 25 céntimos, solían poner películas mudas y en la puerta del cine habían puestecitos donde vendían chucherías, entre esas golosinas estaban las “almecinas” que te las daban con un canuto de caña que hacía las  veces de cerbatana. Pues nuestro entretenimiento consistía en acribillar con los huesos de las almecinas al público que se encontraba en el patio de butacas. Hasta tal punto que tenían que poner acomodadores para vigilar nuestros desmanes.
Interior del Teatro Principal

Recuerdo igualmente que delante de la puerta de mi casa existía una parada de coches de caballos, prácticamente era el único sistema de transporte que había en la ciudad a parte del tranvía. Pues una de las gamberradas consistía en meter la mano en los morrales que tenían los caballos para comer y sacarles las algarrobas, mientras los cocheros estaban animadamente conversando en el bar que existía junto a la parada. También en ciertas ocasiones soliamos retarnos con pandillas de otras zonas de Málaga para pelearnos a puñetazos limpios. En fin, quien lea todo esto podrá pensar que de golfillos, nada, golfos y muy golfos. Pues bien, puedo asegurar que de todos esos, todos han terminado como se suele decir siendo hombres de provecho, la única explicación posible que encuentro es que en aquella época no estábamos encerrados viendo el televisor y nuestra única distracción era la calle.

No quiero decir nombres porque la lista sería interminable, pero me cuesta no hacerlo, muchos, muchísimos ya no se encuentran entre nosotros y hay tres que los podría considerar como hermanos. Todo esto que acabo de narrar  lo viví hasta la edad de 16 años en que desaparecí de la Plaza del Teatro para desplazarme a Sevilla donde continué con mis estudios de Náutica. Después empecé a navegar y desaparecí del barrio para recorrer medio mundo. Otros hicieron otro tanto por cuestión de trabajo o estudios, pero siempre han quedado muy dentro de mí esos imborrables recuerdos de la niñez, de los amigos de entonces, de los AMIGOS DEL ALMA, y prueba de cuanto he escrito es que mañana nos vamos a reunir después de 65 años los pocos que quedamos de aquella época para recordar sin duda muchas de aquellas fechorías en la  que solo teníamos una pelota de trapo para pasar el rato y mucha imaginación. Con mi recuerdo para los que ya no puedan acudir a esta cita, estén donde estén, siempre estarán en mi corazón.

Y efectivamente, nos reunimos en un restaurante cercano a mi nueva vivienda, cuestión de movilidad. Éramos muy pocos, muchos menos de los que yo esperaba porque por lo visto a pesar de la buena voluntad ya nadie está para muchos trotes ya que todos hemos rebasado la edad de los ochenta. Pero lo pasamos bien, echamos un buen rato y comimos lo que ya no nos quieren dar en  nuestras casas por orden facultativa. Uno de ellos traía una cartera de ministro con todos los diagnósticos médicos de las enfermedades que padecía. Se habló más de enfermedades que de otra cosa. El camarero que nos atendió, viejo conocido mío, con mucha guasa en el momento de despedirnos finalizó la jornada haciéndonos reír. Nos espetó: CHAVALES Y AHORA QUÉ, ¿A LA DISCOTECA?.  

Hasta siempre.

Arturo de Bonis