CAPÍTULO X
DESDE 1968 A 1970
Desembarqué en Málaga y desde allí marché a La Coruña. Llegué en Junio, unos cuantos días antes de los exámenes para piloto de 2º clase, y la verdad es que no llevaba nada preparado por lo que prácticamente asistí sin esperanzas de conseguir nada.
Durante el verano me dediqué más a vivir bien que a estudiar, por lo que el estudio quedó un poco de lado, así que cuando en septiembre volví a La Coruña para examinarme, solamente llevaba preparado el primero y el tercer grupo. El primero me salió mal, pero aprobé el tercero.
Regresé a Melilla en espera de incorporarme a la Marina para cumplir con el servicio militar, dado que las prórrogas para hacer la mili se me habían terminado.
En Octubre volví a salir con María José yel día 24 formalizamos nuestra relación. Fue mi esposa un par de años más tarde.
Pasé en Melilla hasta primeros de 1969, momento en que tuve que incorporarme a filas en el Cuartel de Instrucción y Marinería de San Fernando.
Unos cuantos mozos teníamos que salir el 1 de Enero para incorporarnos a filas, pero se desencadenó un temporal de levante que durante tres días nos mantuvo sin comunicación con la península, por lo que el viaje a San Fernando tuvo que ser retrasado.
Cuando por fin llegamos, hacía ya unos días que estaba en marcha la instrucción de los reclutas; como era de noche nos dieron un bocadillo y fuimos a dormir a un barracón con lo puesto, pues no nos dieron nada de ropa. Al día siguiente nos repartieron las sobras, aunque fue ‘a medida’. Pero ‘a medida’ que íbamos llegando: ropa grande, botas pequeñas, gorra enorme, etc.
Una vez incorporado a la compañía procuré meterme en el equipo de baloncesto para, así, quitarme por la mañana de la instrucción, yendo a clase a la Escuela Náutica de Cádiz por la tarde, con lo que el período de instrucción se pasó rápidamente.
Cuando jugábamos partidos contra otros cuarteles o destacamentos, que, por cierto, ganamos todos los que disputamos, como estos solían ser por la tarde, a la vuelta al cuartel de instrucción, como ya se había pasado la hora de la cena, el Comandante Redondo, que era el encargado de los deportes, ordenaba que nos hicieran patatas fritas con huevos y nos poníamos las botas.
El día de la jura de bandera, una vez empezado el acto se puso a llover sin parar, por lo que todos quedamos empapados. Nos dieron permiso y me fui a Málaga, a casa de mi tío Paco, dónde, a causa de ello, estuve en cama con un resfriado morrocotudo. Unos días después, en el cuartel de instrucción hubo que entregar las armas, y el fusil con el que juré bandera, al darle la vuelta salió agua del cañón.
Cuando nos asignaron destino y tuvimos que trasladarnos, un “mamón” se dedicó a pintar con carbón todos los sacos de los soldados de la compañía y nos tuvieron corriendo alrededor del patio hasta que salimos del cuartel.
Me destinaron al Dragaminas “Tambre”, cuyo Comandante era Luis Carrero Pichot, hijo del Vicepresidente del Gobierno de aquellos momentos; estaba en La Carraca, pues tenía que reparar y llevaba más de un año parado. Fuimos andando desde el Cuartel de Instrucción a los Astilleros de La Carraca, íbamos destinados unos quince y vino un cabo a recogernos, así que, macuto al hombro y pasito a pasito, tardamos en llegar lo que no está escrito. Como siempre, llegamos tarde para cenar, pero esta vez, en ayunas a dormir.
Foto de uno de los dragaminas de esta serie que comenzó a construirse en 1930, entregándose el último en 1956. En principio eran de carbón, y posteriormente algunos de gas-oil, pero el “Tambre”, por lo menos hasta 1969 funcionaba con carbón.
Éramos treinta y tantos marineros, y una buena parte de ellos no sabía leer ni escribir. Me ordenaron que les diera clases con el fin de que aprendieran algo de leer y de números, para lo que me facilitaron unos libros, en base a los que todos los días les explicaba unas cuantas cosas.
Una mañana les hablé de los hombre primitivos: cómo vestían, vivían, etc.; cuando le indiqué a uno de ellos, un sevillano al que llamaban “Santana” por tener los dientes igual que el tenista, que me repitiera lo que había explicado, lo que más se le había quedado grabado era que los hombres primitivos vivían en las “tabernas”.
Eran unos chavales excelentes, y durante todo el tiempo que permanecí a bordo, como sabían que tenía un piso en Cádiz, todos los sábados o domingos que me tocaba un punto de guardia, sin decirles nada se ofrecían a hacerla a fin de que yo no volviera al barco hasta el lunes.
Durante este tiempo preparé los dos grupos que me quedaban, consiguiendo aprobar el primero en junio, aunque suspendí el segundo.
Se terminaba la estancia en La Carraca y en Noya le iban a entregar al barco la bandera de combate, cosa que no entendí nunca pues ya tenía unos cuantos años. Como en el barco no había más que un par de pistolas, y al salir a navegar nos iban a dar armas “Cetme”, hacíamos la instrucción con palos, escobas, o algo que lo sustituyese, y como se hacía en La Carraca, alrededor del bar, de vez en cuando hacíamos una parada para coger fuerza con un bocadillo y alguna que otra cerveza.
La foto está tomada en Cádiz, en la Plaza del Ayuntamiento. No me extraña que el Comandante me dijera que era el marinero peor vestido de la Armada, algo que no pude arreglar por no saber coser.
Cuando todo estuvo preparado para salir a navegar nos pasaron a un muelle dentro de La Carraca a carbonear, es decir, a tomar combustible para las máquinas; así estuvimos un par de días, pues los conductos por donde el carbón iba a las carboneras eran muy pequeños.
Al día siguiente, ya preparados para salir, por mi cuenta y riesgo traté de probar el timón, una vez que hubo vapor para el servomotor; pude darme cuenta entonces de que sólo iba a babor, y que del centro no pasaba a estribor, así que momentos antes de soltar amarras se lo comuniqué al Comandante, que decidió suspender la salida para ver qué sucedía. Resultó ser que el timón estaba desfasado con el servomotor, por lo que se estuvo trabajando hasta que se reparó, posponiendo la salida para el día siguiente.
Soltadas por fin las amarras, un remolcador nos separó del atraque y el Comandante mandó toda avante. El barco, en vez de obedecer a la orden se puso a girar, acabando con la popa en el fango. Nos sacaron los remolcadores y los buzos reconocieron la popa; por fortuna no encontraron ninguna avería.
Al día siguiente por fin salimos de La Carraca. En esa época se estaba construyendo el Puente Carranza sobre la Bahía de Cádiz, que en ese momento tenía media parte de la zona movible subida y otra media bajada, por lo que quedaba sólo la mitad de él para pasar. Yo iba al timón, pues fui nombrado ‘timonel de combate’ –que no sé lo que quiere decir– porque era el único que sabía manejarlo. Antes de llegar al puente, el Comandante me preguntó si ya había hecho algo parecido y que si me atrevía a pasarlo, a lo que respondí que sí, advirtiéndome entonces que debería avisarle una vez rebasado, lo que hice sin tener ningún percance más.
Superado esto tuvimos que hacer la prueba de desmagnetización, que según el Comandante era complicada; lo cierto es que no lo es para un marino, pues se trata de navegar fijándose en unas enfilaciones con las que seguir un rumbo concreto, como así hice. Desde tierra dijeron que todo estaba bien pero que lo intentáramos de nuevo; tras volver a hacerlo, por radio se recibió una felicitación por ‘prueba bien hecha’.
Antes de salir para Noya hicimos unos viajes como guardia pesquera y aprovisionamiento de agua a la guarnición de la Isla de Alborán.
Durante la travesía de Huelva a Málaga, navegábamos de noche con las luces apagadas en una zona entre Gibraltar y Estepona. Cerca de tierra, en elradar apareció un eco de una embarcación en una zona no permitida para la pesca, por lo que nos acercamos, se paró máquina y se encendieron las luces. Resultó ser un bote que estaba pescando, por lo que el comandante mandó subir al patrón y cuando le preguntó por qué pescaba en esa zona, éste le pidió que alumbrara el bote; había en él unos 5 ó 6 niños de los que el mayor no llegaba a 14 años, le dijo que en su casa quedaban algunos más y que no tenía más remedio que pescar aquí para darles de comer, por lo que le mandó bajar y le deseó suerte y buena pesca.
Me habían arrestado en varias ocasiones, siempre porque vestía de paisano, aunque el comandante siempre terminaba levantándome los arrestos. En Huelva ocurrió lo mismo, así que me arrestó de nuevo pero me lo levantó cuando salimos a la mar; al llegar a Málaga a comer al restaurante “La Alegría” con mi padre y Paco Mir, por aquel entonces Alcalde y Delegado del Gobierno en Melilla, y volvió a pillarme de paisano, aunque esta vez decidió no arrestarme tras argumentarle que mi uniforme iba a hacer el ridículo allí.
En Melilla volvió a verme de paisano en el Club Marítimo, pero como le había prestado un coche para la estancia en Melilla tampoco me dijo nada. Volvimos para dar agua a Alborán y después para Cádiz a preparar el viaje a Noya.
Rumbo a Noya se nombraron tres timoneles más que no sabían nada, así que me pasaba la mayor parte del día enseñándoles, descansando cuando podía. A la altura de Cabo Mondego, en las costa de Portugal, me encontraba durmiendo cuando sentí un gran calor; en ese momento se paró la máquina, las calderas se habían quedado sin agua y se habían quemado.
Quedamos a la deriva y se mandó un S.O.S. al que respondió una fragata portuguesa, la “Comandante Roberto Ivens”, que nos remolcó hasta Cascais, donde fondeamos. Estuvimos allí dos días hasta que llegó el remolcador de la Armada Española, RA-1.
Con un poco de vapor que se pudo hacer se levó el ancla mientras el remolcador se nos acercó por estribor para darnos el cabo de remolque, pero lo que hizo fue embestirnos por lo que tuvo que alejarse rápidamente porque casi nos hunde.
En vista de ello decidió dar una sisga con el fusil lanzacabos para después pasar el remolque; al primer intento, la bola que arrastraba la sisga le dió al Comandante en el vientre dejándolo fuera de servicio. Al segundo lo metió por un portillo, teniendo todos que parapetarnos para que no nos alcanzara; al tercero, por fin consiguió que se pasara el cabo de remolque.
El remolque consistió en un cable especial más un grillete de cadena, nuestro, con un ancla para que tuviese peso. Una vez hecho firme dió avante y casi arranca el molinete.
Como el Comandante no se fiaba de los demás timoneles me tocó hacer timón hasta la llegada a Cádiz. Una vez en la bahía se decidió soltar el remolque para que nos metiese el remolcador en la base de Puntales. Como nosotros no podíamos maniobrar se cortó la cadena con soplete y se arrió todo, pero cogió mucha inercia y se desenrollaron más de mil metros de cable, hasta que por fin pudieron pararlo. Ahora tenían que recuperarlo y como iban a tardar varias horas y era casi media noche, el Comandante avisó a los remolcadores de Cádiz, siendo el “Aitana” el que nos metió en Puntales.
A la llegada a Puntales, donde nos esperaba el Almirante Luis Carrero Blanco, padre del Comandante y Vicepresidente del Gobierno, me mandaron llamar para presentarme a él, pero no supe qué tratamiento debía darle.
En Octubre volví a presentarme al examen del grupo que me quedaba para Piloto, pero volví a suspender, lo cierto es que no pude prepararlo bien.
Durante el tiempo que pasé en el “Tambre”, en varias ocasiones me pidieron que hablara con el Comandante de algún problema de los compañeros. El que más recuerdo es el de un chico de Adra, el mayor de una familia de más de 10 hermanos, cuyo padre que era pescador padecía cáncer y estaba muy mal de salud, por lo que no podía trabajar, se lo comenté y pidió informes, al comprobar que era cierto le dio permiso indefinido para que pudiese mantener a la familia. Al margen de su espíritu militar demostró así ser una buena persona.
A principios de diciembre, la madre de María José, la tía María y la propia María José, hicieron un viaje a Granada con el fin de acudir al médico por unos problemas de salud de la madre. Yo pasé ese fin de semana en Granada con ellas, y recuerdo a mi mujer con una botas altas y una minifalda que llamaba la atención de todo el mundo.
A finales de Diciembre me licenciaron y regalé toda la ropa a los chavales que se quedaban en el barco. Sólo me llevé lo puesto, ropa que dejé en Cádiz para volver a casa vestido de paisano. Cuando llegué a Melilla y tuve que presentarme en la Comandancia de Marina, no pude hacerlo porque no tenía uniforme, por lo que en mi lugar acudió mi hermano para justificar que me encontraba enfermo.
Estuve hasta Abril del siguiente año en Melilla preparando el grupo que me quedaba para obtener el título de Piloto de 2ª Clase. Fue un tiempo muy bonito pues aunque daba unas clases para sacar algún dinerillo, disponía de mucho tiempo libre, y siendo joven, con una novia guapa y sin problemas, qué más le podía pedir a la vida.
A mediados de Mayo marché a La Coruña para preparar con más intensidad el grupo que me quedaba. Allí estuve con mi primo, Paco Vicente, y con Paquillo; los tres aprobamos sin ningún tipo de problemas, pues lo habíamos preparado muy bien y nos acompañó la suerte.
Volví a Melilla y lo dejé todo arreglado con María José para casarnos en Diciembre, así que estuve poco tiempo durante el que, incluso, hicimos la pedida; los regalos fueron una pulsera de oro blanco con brillantes, muy bonita, y un reloj Omega de oro con la cadena igual, de esto pongo una referencia que se publicó en el Telegrama de Melilla.
Para embarcar tuve que ir a Málaga con el fin de hablar con las compañías de navegación, ya que en Melilla era imposible por las demoras que había. No tuve muchas pegas porque a la primera que llamé me dijeron que embarcase enseguida, aunque no pude hacerlo porque tenía que recoger las cosas en Melilla. No pasaron muchos días, no obstante, para que me ordenaran embarcar en Dieppe (Francia).
Título de Piloto de la Marina Mercante de 2ª Clase, que me concedieron con fecha 11 de Junio. Pocos días después embarqué.
Durante este tiempo, en varias ocasiones solíamos ir a practicar la pesca submarina. La vez que más recuerdos me trae fue una que hicimos cerca de Mina Rosita, que fuimos en moto, Pedro Garnica, Manou Campillo, Juan y yo.
Tuvimos que dejar las motos en lo alto del monte y la bajada no fue mala, pues había un sendero cuesta abajo.
Pasamos la mañana pescando. A la hora de regresar había que cargar con todo el equipo más la pesca, así que durante la subida no faltaron ocasiones en las que pensase en tirar la pesca, pues entre el cansancio del tiempo de pesca y la subida no nos quedaron más ganas de volver.