sábado, 26 de enero de 2019

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO X

DESDE 1968  A  1970


Desembarqué en Málaga y desde allí marché a La Coruña. Llegué en Junio, unos cuantos días antes de los exámenes para piloto de 2º clase, y la verdad es que no llevaba nada preparado por lo que prácticamente asistí sin esperanzas de conseguir nada.

       Durante el verano me dediqué más a vivir bien que a estudiar, por lo que el estudio quedó un poco de lado, así que cuando en septiembre volví a La Coruña para examinarme, solamente llevaba preparado el primero y el tercer grupo. El primero me salió mal, pero aprobé el tercero.

       Regresé a Melilla en espera de incorporarme a la Marina para cumplir con el servicio militar, dado que las prórrogas para hacer la mili se me habían terminado.

       En Octubre volví a salir con María José yel día 24 formalizamos nuestra relación. Fue mi esposa un par de años más tarde.

       Pasé en Melilla hasta primeros de 1969, momento en que tuve que incorporarme a filas en el Cuartel de Instrucción y Marinería de San Fernando.

       Unos cuantos mozos teníamos que salir el 1 de Enero para incorporarnos a filas, pero se desencadenó un temporal de levante que durante tres días nos mantuvo sin comunicación con la península, por lo que el viaje a San Fernando tuvo que ser retrasado. 

       Cuando por fin llegamos, hacía ya unos días que estaba en marcha la instrucción de los reclutas; como era de noche nos dieron un bocadillo y fuimos a dormir a un barracón con lo puesto, pues no nos dieron nada de ropa. Al día siguiente nos repartieron las sobras, aunque fue ‘a medida’. Pero ‘a medida’ que íbamos llegando: ropa grande, botas pequeñas, gorra enorme, etc.

       Una vez incorporado a la compañía procuré meterme en el equipo de baloncesto para, así, quitarme por la mañana de la instrucción, yendo a clase a la Escuela Náutica de Cádiz por la tarde, con lo que el período de instrucción se pasó rápidamente.

       Cuando jugábamos partidos contra otros cuarteles o destacamentos, que, por cierto, ganamos todos los que disputamos, como estos solían ser por la tarde, a la vuelta al cuartel de instrucción, como ya se había pasado la hora de la cena, el Comandante Redondo, que era el encargado de los deportes, ordenaba que nos hicieran patatas fritas con huevos y nos poníamos las botas. 

       El día de la jura de bandera, una vez empezado el acto se puso a llover sin parar, por lo que todos quedamos empapados. Nos dieron permiso y me fui a Málaga, a casa de mi tío Paco, dónde, a causa de ello, estuve en cama con un resfriado morrocotudo. Unos días después, en el cuartel de instrucción hubo que entregar las armas, y el fusil con el que juré bandera, al darle la vuelta salió agua del cañón. 

       Cuando nos asignaron destino y tuvimos que trasladarnos, un “mamón” se dedicó a pintar con carbón todos los sacos de los soldados de la compañía y nos tuvieron corriendo alrededor del patio hasta que salimos del cuartel.     

       Me destinaron al Dragaminas “Tambre”, cuyo Comandante era Luis Carrero Pichot, hijo del Vicepresidente del Gobierno de aquellos momentos; estaba en La Carraca, pues tenía que reparar y llevaba más de un año parado. Fuimos andando desde el Cuartel de Instrucción a los Astilleros de La Carraca, íbamos destinados unos quince y vino un cabo a recogernos, así que, macuto al hombro y pasito a pasito, tardamos en llegar lo que no está escrito. Como siempre, llegamos tarde para cenar, pero esta vez, en ayunas a dormir.


        Foto de uno de los dragaminas de esta serie que comenzó a construirse en 1930, entregándose el último en 1956. En principio eran de carbón, y posteriormente algunos de gas-oil, pero el “Tambre”, por lo menos hasta 1969 funcionaba con carbón.

Éramos treinta y tantos marineros, y una buena parte de ellos no sabía leer ni escribir. Me ordenaron que les diera clases con el fin de que aprendieran algo de leer y de números, para lo que me facilitaron unos libros, en base a los que todos los días les explicaba unas cuantas cosas.

Una mañana les hablé de los hombre primitivos: cómo vestían, vivían, etc.; cuando le indiqué a uno de ellos, un sevillano al que llamaban “Santana” por tener los dientes igual que el tenista, que me repitiera lo que había explicado, lo que más se le había quedado grabado era que los hombres primitivos vivían en las “tabernas”.

Eran unos chavales excelentes, y durante todo el tiempo que permanecí a bordo, como sabían que tenía un piso en Cádiz, todos los sábados o domingos que me tocaba un punto de guardia, sin decirles nada se ofrecían a hacerla a fin de que yo no volviera al barco hasta el lunes.

Durante este tiempo preparé los dos grupos que me quedaban, consiguiendo aprobar el primero en junio, aunque suspendí el segundo.

Se terminaba la estancia en La Carraca y en Noya le iban a entregar al barco la bandera de combate, cosa que no entendí nunca pues ya tenía unos cuantos años. Como en el barco no había más que un par de pistolas, y al salir a navegar nos iban a dar armas “Cetme”, hacíamos la instrucción con palos, escobas, o algo que lo sustituyese, y como se hacía en La Carraca, alrededor del bar, de vez en cuando hacíamos una parada para coger fuerza con un bocadillo y alguna que otra cerveza.

                      
La foto está tomada en Cádiz, en la Plaza del Ayuntamiento. No me extraña que el Comandante me dijera que era el marinero peor vestido de la Armada, algo que no pude arreglar por no saber coser.



Cuando todo estuvo preparado para salir a navegar nos pasaron a un muelle dentro de La Carraca a carbonear, es decir, a tomar combustible para las máquinas; así estuvimos un par de días, pues los conductos por donde el carbón iba a las carboneras eran muy pequeños.

Al día siguiente, ya preparados para salir, por mi cuenta y riesgo traté de probar el timón, una vez que hubo vapor para el servomotor; pude darme cuenta entonces de que sólo iba a babor, y que del centro no pasaba a estribor, así que momentos antes de soltar amarras se lo comuniqué al Comandante, que decidió suspender la salida para ver qué sucedía. Resultó ser que el timón estaba desfasado con el servomotor, por lo que se estuvo trabajando hasta que se reparó, posponiendo la salida para el día siguiente.

Soltadas por fin las amarras, un remolcador nos separó del atraque y el Comandante mandó toda avante. El barco, en vez de obedecer a la orden se puso a girar, acabando con la popa en el fango. Nos sacaron los remolcadores y los buzos reconocieron la popa; por fortuna no encontraron ninguna avería.

Al día siguiente por fin salimos de La Carraca. En esa época se estaba construyendo el Puente Carranza sobre la Bahía de Cádiz, que en ese momento tenía media parte de la zona movible subida y otra media bajada, por lo que quedaba sólo la mitad de él para pasar. Yo iba al timón, pues fui nombrado ‘timonel de combate’ –que no sé lo que quiere decir– porque era el único que sabía manejarlo. Antes de llegar al puente, el Comandante me preguntó si ya había hecho algo parecido y que si me atrevía a pasarlo, a lo que respondí que sí, advirtiéndome entonces que debería avisarle una vez rebasado, lo que hice sin tener ningún percance más.

Superado esto tuvimos que hacer la prueba de desmagnetización, que según el Comandante era complicada; lo cierto es que no lo es para un marino, pues se trata de navegar fijándose en unas enfilaciones con las que seguir un rumbo concreto, como así hice. Desde tierra dijeron que todo estaba bien pero que lo intentáramos de nuevo; tras volver a hacerlo, por radio se recibió una felicitación por ‘prueba bien hecha’. 

Antes de salir para Noya hicimos unos viajes como guardia pesquera y aprovisionamiento de agua a la guarnición de la Isla de Alborán. 

Durante la travesía de Huelva a Málaga, navegábamos de noche con las luces apagadas en una zona entre Gibraltar y Estepona. Cerca de tierra, en elradar apareció un eco de una embarcación en una zona no permitida para la pesca, por lo que nos acercamos, se paró máquina y se encendieron las luces. Resultó ser un bote que estaba pescando, por lo que el comandante mandó subir al patrón y cuando le preguntó por qué pescaba en esa zona, éste le pidió que alumbrara el bote; había en él unos 5 ó 6 niños de los que el mayor no llegaba a 14 años, le dijo que en su casa quedaban algunos más y que no tenía más remedio que pescar aquí para darles de comer, por lo que le mandó bajar y le deseó suerte y buena pesca. 

Me habían arrestado en varias ocasiones, siempre porque vestía de paisano, aunque el comandante siempre terminaba levantándome los arrestos. En Huelva ocurrió lo mismo, así que me arrestó de nuevo pero me lo levantó cuando salimos a la mar; al llegar a Málaga a comer al restaurante “La Alegría” con mi padre y Paco Mir, por aquel entonces Alcalde y Delegado del Gobierno en Melilla, y volvió a pillarme de paisano, aunque esta vez decidió no arrestarme tras argumentarle que mi uniforme iba a hacer el ridículo allí.

En Melilla volvió a verme de paisano en el Club Marítimo, pero como le había prestado un coche para la estancia en Melilla tampoco me dijo nada. Volvimos para dar agua a Alborán y después para Cádiz a preparar el viaje a Noya.

Rumbo a Noya se nombraron tres timoneles más que no sabían nada, así que me pasaba la mayor parte del día enseñándoles, descansando cuando podía. A la altura de Cabo Mondego, en las costa de Portugal, me encontraba durmiendo cuando sentí un gran calor; en ese momento se paró la máquina, las calderas se habían quedado sin agua y se habían quemado.

Quedamos a la deriva y se mandó un S.O.S. al que respondió una fragata portuguesa, la “Comandante Roberto Ivens”, que nos remolcó hasta Cascais, donde fondeamos. Estuvimos allí dos días hasta que llegó el remolcador de la Armada Española, RA-1.

Con un poco de vapor que se pudo hacer se levó el ancla mientras el remolcador se nos acercó por estribor para darnos el cabo de remolque, pero lo que hizo fue embestirnos por lo que tuvo que alejarse rápidamente porque casi nos hunde.

En vista de ello decidió dar una sisga con el fusil lanzacabos para después pasar el remolque; al primer intento, la bola que arrastraba la sisga le dió al Comandante en el vientre dejándolo  fuera de servicio. Al segundo lo metió por un portillo, teniendo todos que parapetarnos para que no nos alcanzara; al tercero, por fin consiguió que se pasara el cabo de remolque.

El remolque consistió en un cable especial más un grillete de cadena, nuestro, con un ancla para que tuviese peso. Una vez hecho firme dió avante y casi arranca el molinete.

Como el Comandante no se fiaba de los demás timoneles me tocó hacer timón hasta la llegada a Cádiz. Una vez en la bahía se decidió soltar el remolque para que nos metiese el remolcador en la base de Puntales. Como nosotros no podíamos maniobrar se cortó la cadena con soplete y se arrió todo, pero cogió mucha inercia y se desenrollaron más de mil metros de cable, hasta que por fin pudieron pararlo. Ahora tenían que recuperarlo y como iban a tardar varias horas y era casi media noche, el Comandante avisó a los remolcadores de Cádiz, siendo el “Aitana” el que nos metió en Puntales.

       A la llegada a Puntales, donde nos esperaba el Almirante Luis Carrero Blanco, padre del Comandante y Vicepresidente del Gobierno, me mandaron llamar para  presentarme a él, pero no supe qué tratamiento debía darle.

       En Octubre volví a presentarme al examen del grupo que me quedaba para Piloto, pero volví a suspender, lo cierto es que no pude prepararlo bien.

       Durante el tiempo que pasé en el “Tambre”, en varias ocasiones me pidieron que hablara con el Comandante de algún problema de los compañeros. El que más recuerdo es el de un chico de Adra, el mayor de una familia de más de 10 hermanos, cuyo padre que era pescador padecía cáncer y estaba muy mal de salud, por lo que no podía trabajar, se lo comenté y pidió informes, al comprobar que era cierto le dio permiso indefinido para que pudiese mantener a la familia. Al margen de su espíritu militar demostró así ser una buena persona.  

       A principios de diciembre, la madre de María José, la tía María y la propia María José, hicieron un viaje a Granada con el fin de acudir al médico por unos problemas de salud de la madre. Yo pasé ese fin de semana en Granada con ellas, y recuerdo a mi mujer con una botas altas y una minifalda que llamaba la atención de todo el mundo.
        
A finales de Diciembre me licenciaron y regalé toda la ropa a los chavales que se quedaban en el barco. Sólo me llevé lo puesto, ropa que dejé en Cádiz para volver a casa vestido de paisano. Cuando llegué a Melilla y tuve que presentarme en la Comandancia de Marina, no pude hacerlo porque no tenía uniforme, por lo que en mi lugar acudió mi hermano para justificar que me encontraba enfermo. 

Estuve hasta Abril del siguiente año en Melilla preparando el grupo que me quedaba para obtener el título de Piloto de 2ª Clase. Fue un tiempo muy bonito pues aunque daba unas clases para sacar algún dinerillo, disponía de mucho tiempo libre, y siendo joven, con una novia guapa y sin problemas, qué más le podía pedir a la vida.

A mediados de Mayo marché a La Coruña para preparar con más intensidad el grupo que me quedaba. Allí estuve con mi primo, Paco Vicente, y con Paquillo; los tres aprobamos sin ningún tipo de problemas, pues lo habíamos preparado muy bien y nos acompañó la suerte.

Volví a Melilla y lo dejé todo arreglado con María José para casarnos en Diciembre, así que estuve poco tiempo durante el que, incluso, hicimos la pedida; los regalos fueron una pulsera de oro blanco con brillantes, muy bonita, y un reloj Omega de oro con la cadena igual, de esto pongo una referencia que se publicó en el Telegrama de Melilla.

   
Para embarcar tuve que ir a Málaga con el fin de hablar con las compañías de navegación, ya que en Melilla era imposible por las demoras que había. No tuve muchas pegas porque a la primera que llamé me dijeron que embarcase enseguida, aunque no pude hacerlo porque tenía que recoger las cosas en Melilla. No pasaron muchos días, no obstante,  para que me ordenaran embarcar en Dieppe (Francia).


Título de Piloto de la Marina Mercante de 2ª Clase, que me concedieron con fecha 11 de Junio. Pocos días después embarqué.

Durante este tiempo, en varias ocasiones solíamos ir a practicar la pesca submarina. La vez que más recuerdos me trae fue una que hicimos cerca de Mina Rosita, que fuimos en moto, Pedro Garnica, Manou Campillo, Juan y yo.

Tuvimos que dejar las motos en lo alto del monte y la bajada no fue mala, pues había un sendero cuesta abajo.

Pasamos la mañana pescando. A la hora de regresar había que cargar con todo el equipo más la pesca, así que durante la subida no faltaron ocasiones en las que pensase en tirar la pesca, pues entre el cansancio del tiempo de pesca y la subida no nos quedaron más ganas de volver.

martes, 15 de enero de 2019

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO IX

BUQUE “CIUDAD  DE  VALENCIA” -  3er.  EMBARQUE

            
 
       Embarqué en el “Ciudad de Valencia” el 16 de Abril de 1968, en Melilla, y desembarqué, por fin de prácticas, el 30 del mismo mes, también en Melilla.

       Continuaba haciendo el mismo tipo de viaje que en los embarques anteriores.

       Realmente embarqué en Málaga el día 15, pero como llegué al barco por la tarde, pues acababa de desembarcar y no me dio tiempo a llegar antes, como el Rol estaba a bordo no me pudieron enrolar.

       Me encontré con María José y quedamos para después de la maniobra, pero hubo un mal entendido y me quedé esperándola en el bar de primera, donde según yo habíamos quedado, mientras ella me esperaba en el de segunda. Ya había salido algunas veces con ella en Melilla y después de lo sucedido estuvimos algún tiempo sin volver a vernos.

       Aquí termina mi período de prácticas como Alumno de Náutica. Creo que he sido de los alumnos con más embarques y transbordos en la historia de la Marina Mercante, y todo ello por medio de la familia y amigos, a los que doy las gracias aunque algunos ya no puedan enterarse por que hace tiempo que nos faltan.         



       Un par de fotos con los uniformes, de verano y de invierno, de Alumno de Náutica. Están hechas en el “Puertollano”, y estos uniformes son los únicos que he tenido en mi vida de marino, aunque últimamente utilizaba los de faena que me proporcionaba la Empresa Nacional Elcano. 


viernes, 11 de enero de 2019

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO VIII

BUQUE  “CIUDAD DE OVIEDO”


Me enviaron a la M/N “Ciudad de Oviedo” que estaba en Bilbao y hacía la línea a Guinea, embarcando el 19 de Febrero de 1968. Hicimos escalas en Pasajes, Santander, Gijón, Vigo, Cádiz, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, puertos en los que fuimos cargando partidas de carga general para Guinea, aunque este buque contaba también con algunos camarotes para pasajeros.

 Seguimos viaje tocando en Monrovia; y ya en Guinea, Santa Isabel, San Carlos, Bata, y regreso a Santa Isabel. Después, Monrovia y Cádiz, donde volví a ser Transbordado al “Ciudad de Valencia” para completar los días de navegación y poder, así, examinarme para obtener el título de Piloto de 2ª Clase. Desembarqué el 14 de Abril de 1968.  
    
                 

Cuando me incorporé en Bilbao estuvimos algunos días recibiendo carga, durante los cuales solíamos salir por las tardes a tomar unas copas y alguna que otra tapa, entre ellas tigres y rabas, pues la comida a bordo no era muy buena. Un domingo fuimos a una sala de fiestas –creo se llamaba las “7 Estrellas”– que estaba a tope, allí estuvimos charlando con un grupo de chicas que sólo por el hecho de no ser vascos no nos miraban muy bien y preferían bailar solas que con nosotros. Fue la primera vez que me enseñaron un pin con la bandera vasca, según decían.

En Monrovia (Liberia), a los agregados nos enviaron a controlar la entada a bordo del personal de fuera. El Mayordomo tenía, en este puerto, un negocio de venta de jamones que, por lo visto, su carne era muy apreciada por los nativos y extranjeros. Nos dedicamos a no dejar pasar a nadie que no tenía nada que hacer. Cuado había transcurrido aproximadamente una hora, el Primer Oficial nos encargó otro cometido por lo que imagino que el Mayordomo habría hablado con el Capitán, ya que no había hecho ninguna venta.

Este barco no tenía aire acondicionado, por lo que mientras estuvimos en Guinea los camarotes eran lo más parecido a una sauna. 

La primera escala en Santa Isabel (Guinea Española) la recuerdo como unos días de vacaciones magníficas. Le daba a los amanteros 50 pesetas al día y me contaban toda la mercancía que embarcaba en mi bodega (café y bidones con aceite de coco), mientras iba a la piscina del casino a bañarme y tomar unas copas. Por la tarde, al cine y a seguir de copas en el casino para, finalmente, acudir a la única sala de fiestas que había en la isla.



       En la foto, el buque, que era mixto, largo, de pasaje y carga general; en el palo de popa, entre las bodegas tres y cuatro se extendía una pantalla que servía para ver películas por la noche, cuando el tiempo lo permitía.

       En el transcurso de una guardia durante el viaje, el Capitán, Francisco Millet, apareció en el puente, donde se dedicó a someternos a una especie de examen de un aparato detector de incendios para controlar las bodegas. Parecía éste una ruleta que en su centro disponía de un dispositivo para probarlo; tras dar una calada a su puro y expulsar el humo, se dedicó a hacer saltar la alarma. Nos hizo multitud de preguntas sobre el sistema y como respondimos bien nos dejó tranquilos el resto del viaje. 
                 




La única foto que tengo de esta época está tomada en Santa Isabel, y en ella, de izquierda a derecha, el Tercer Oficial, Alumno de Máquinas, Segundo Oficial, Segundo Maquinista, yo, Segundo Radio, Primer Maquinista y Alumno de Náutica.

Solían venir a bordo unas negras que se dedicaban a lavar y planchar la ropa, y aprovechaban la hora de la comida, en que estábamos todos los oficiales, para recogerla y entregarla. Había una muy singular, María, que podría tener unos treinta años aunque aparentaba sesenta, que, cuando entraba, su saludo era “Ave María Purísima”; los que llevaban más tiempo solían decirle que no le daban la ropa porque “tenía las bragas sucias”, tras lo que se levantaba las faldas para enseñárnoslas.

Durante la travesía, en los días fondeados durante la carga en Bata, se instalaba una pantalla en el palo de popa en la que se proyectaban películas que solían ser de vaqueros y cosas parecidas, con las que los estibadores lo pasaban de maravilla. Uno de ellos me comentó que quería ir a América porque así “tendría una pistola y podría utilizarla contra quien quisiese”; la verdad es que la mentalidad de algunos no pasaba de la de un niño de seis años.

Durante la estancia en San Carlos, el buque se fondeaba y en la popa se colgaba una escala con la que acceder a un pequeño embarcadero, aunque las operaciones de carga y descarga se hacían a través de gabarra. Uno de los días salté desde el puente al mar haciéndome daño en una vértebra, no fue mucho pero siempre me han seguido estas molestias sin llegar a ser nada grave. 

En Bata descargábamos, fondeados, a gabarras, saliendo a última de la tarde y regresando en la primera de la mañana. Dormíamos en el Hotel Finisterre, pues el dueño era familiar del Alumno de Máquinas y le había dejado una habitación con dos camas. Tenía colgada a la entrada una pareja de cuernos de elefante de más de 2 metros de altura.

       Una de las noches, la última que dormimos en el hotel, salimos el Segundo Oficial, el Segundo Radio, el otro Alumno de Puente, el Alumno de Máquinas y yo; estuvimos en el Casino con las chicas ‘decentes’, y cuando cerraron nos fuimos a dar una vuelta a una de las discotecas.  

       El Segundo Radio y yo fuimos por un lado, mientras el resto lo hizo por otro. Cuando regresamos al hotel escuchamos gritos, y al llegar a la habitación nos encontramos al Segundo Oficial y a una morena llenos de mierda y gritando, mientras los otros dos se partían de risa.

       El otro Alumno de puente, como sólo se habían llevado a dos morenas a la habitación para los tres y a él  no le tocó ninguna, no tuvo otro ocurrencia que, al no tener cuarto de baño en la habitación, cagarse en una cama. El resultado saltaba a la vista pues parecían dos croquetas rebozadas en mierda.

       Debido a ello fue la última noche que pudimos dormir en el hotel, por lo que tuvimos que hacerlo en la playa hasta que saliera la primera lancha de la mañana.

       Durante los días fondeados en Bata me robaron dinero del camarote. Fuimos llamados por la policía para declarar en la comisaría; me tocó en suerte un inspector moreno al que al final tuve que aclarar que era yo el perjudicado; en vista de ello intentó culparme de otro robo anterior, pero como no estuve enrolado no pudo inculparme, así que se dedicó a intentar venderme una plantación de madera.

       Durante el fondeo en Bata se pescaban unos peces llamados “colorados”, que eran parecidos a besugos pero mucho más rojos; solían ser bastantes grandes y tenían la particularidad de que si no se protegían del sol, en un rato quedaban como gelatina y no servían para nada, mientras que a la sombra no les pasaba nada y no estaban malos cuando los comíamos.    

Coincidí en Santa Isabel con Julio Caro, que estaba de Alumno en el B/T “Bailén”, algo que ya había sucedido un par de veces en otros puertos españoles.

       Volvimos a Santa Isabel, y una noche, al terminar la carga, salimos el otro alumno de puente y yo a tomar unas copas. Al final, las copas fueron muchas, y como teníamos un par de botellas de ginebra nos metimos en el cine donde nos dedicamos a ofrecer bebida a todos los que estaban viendo la película.

       Terminamos aburriéndonos de esta ocupación, así que decidimos salir a seguir la fiesta por la ciudad. Al final, de vuelta al barco, al guarda de la puerta, que era un moreno, le hicimos que se bebiera una botella de ginebra de un tirón, acabando el pobre con una borrachera de escándalo, dormido en cubierta.

       Como seguíamos teniendo ganas de fiesta pusimos los altavoces que se utilizaban para las películas que se ponían a bordo, a todo trapo. Más tarde nos comentaron que desde el cine escuchaban la música.

       Los estibadores eran morenos en esta época, generalmente de Biafra y Nigeria, aunque poco después acabaron con todos los biafreños. Como estaban en guerra y permanecían a bordo durante toda la estancia en Guinea, se organizaban muchas peleas que, por suerte, se paraban enseguida.

       Un día, un nigeriano agredió a un biafreño y lo castigaron con tres días de cárcel porque la agresión había sido sin mediar palabra y le había dejado la cara que parecía que le hubiese pasado un tren por encima.

       Cuando el agresor regresó a bordo, al terminar de subir y al ir a pasar la regala apareció el agredido, quien le dio tal puñetazo que fue al mar directamente, de donde tuvieron que sacarle porque estaba inconsciente. Lo cierto es que no se ahogó de milagro.  

       Ahora el castigo fue el mismo: tres días a la cárcel el agresor. Estos estibadores eran verdaderos atletas de cuerpos esculturales; tenían que serlo pues de sol a sol movían sacos de café de 50 kilos como si fueran una pluma, por 500 pesetas al mes. 

Yo había comprado un loro en Santa Isabel, pero como se pasó toda la noche silbando y no me dejó dormir, al día siguiente se lo regalé al Segundo Oficial, Pepe Cañas. De vuelta a España nos empeñamos en enseñar a hablar al loro que Pepe Cañas decidió llevar a sus hijos, pero no conseguimos que aprendiera nada. Fue mejor así pues todo eran tacos y que “Pepe iba de putas”.

También durante el viaje de vuelta, que ya se venían muchas familias españolas porque se iba a entregar a los guineanos, se organizaban algunas partidas de póker a las que solía jugar y con las que conseguí ganar unas cuantas pesetas que me vinieron muy bien.

En cubierta se traían algunos coches, entre ellos un Citroën –el clásico dos caballos– que venía cargado de recuerdos y con dos chimpancés jovencitos. Todas las mañanas, el dueño, que era alemán, se acercaba al coche para dar de comer y beber a los animales, momento en que cada uno de estos lo saludaba desde el interior mientras le mostraban una nueva pieza que habían roto: un día el espejo, otro el intermitente…, cuando desembarcó en Cádiz casi no quedaba parte del interior intacta. 

Desembarqué en Cádiz, volviendo a ser transbordado al “Ciudad de Valencia”, otra vez para terminar los días de navegación y poder examinarme para obtener el título de Piloto de 2ª Clase, el 14 de Abril de 1968. De haber seguido en este buque, con los días de parada que hubiese hecho no habría podido examinarme. Así, por lo menos podía tomar contacto y ver cómo eran los exámenes.