CAPÍTULO XXI
BUQUE “PUENTE CASTRELOS” - 1er. EMBARQUE
Después de obtener el título de Observador Radar pasé unos días en casa. Me mandaron embarcar a Santa Cruz de Tenerife, adonde llegué el 5 de Abril de 1976, aunque el cambio de Capitán no se llevó a cabo hasta el día 7.
Este ha sido el embarque mas largo en mi vida de marino, desde Abril del 76 a Octubre del 77.
El Capitán al que relevé, Antonio Sánchez-Contreras Díaz-Pavón, era de Melilla. Su padre, militar, hubiese preferido que su hijo fuese sacerdote. Medía más de 1,90 metros y debía pesar más de 100 kilos, se había escapado de su casa a los 16 años , alistándose en la legión extranjera francesa.
El padre pudo sacarlo por ser menor de edad, aunque al cumplir la mayoría de edad volvió a alistarse de nuevo. Llegó a Sargento Mayor Paracaidista, practicaba artes marciales, submarinismo y le daba al coñac cosa fina.
Mientras hacíamos el relevo le pidió al camarero que subiese un par de cafés; como tardaba, bajó a su camarote encontrándolo tumbado en la cama, lo cogió con una mano y, sacándolo de la cama, le dijo que quería café y que procurase no tardar. En esta ocasión nos lo sirvió de inmediato.
Había luchado en Indochina y en Argelia, y perteneció a la O.A.S. Después de robar el Banco de Francia en Orán, y ya derrotados totalmente, le sacó de Argelia un tío marino, Capitán de un buque de Transmediterránea, pues de lo contrario lo hubiesen matado.
Posteriormente fue mercenario con Lumumba, y de no haber sido asesinado éste hubiese llegado a ser ministro en ese país.
No le perdonaba a De Gaulle que hubiese entregado Argelia a los moros, como él los llamaba, y menos que hiciese desfilar a la Legión Extranjera por París sin armas, lo que consideraba un deshonor.
Después de hacer el relevo, como estábamos atracados en el Dique del Este, fuimos a tomar una copa a la Casita Azul, un pequeño bar cercano, y al tercer coñac puso a todos los asistentes con el brazo izquierdo en alto y el puño cerrado. Yo, en cuanto pude me quité de en medio.
Posteriormente me comentaron que no se le podía poner carne delante y que se cepillaba un par de botellas de coñac al día. Tenía una gran cicatriz en la cara, que le había producido la explosión de una bomba en un combate, después de ser repatriado a España. Por su tío se hizo la cirugía estética, aunque se le notaba muchísimo; comentaba que se había traído a España gran cantidad de dinero del que robaron en Orán.
Era un barco frigorífico de Pesquerías Paulino Freire de Vigo, el primero que hicieron de acero y el motor era el de un submarino alemán que quedó en Vigo después de la Segunda Guerra Mundial. Transportábamos congelados de todo tipo y algunas veces carga seca.
La primera travesía a Huelva fue un verdadero reto, pues había olvidado muchas cosas y tuve que ponerme al día. Los dos primeros días no obtuve una situación muy fiable, pero a partir de este momento todo fue sin problemas. Estuve mareado casi todo el viaje, pero también esto se solucionó al poco tiempo y para siempre.
Navegaba sin oficiales, y las guardias eran compartidas con el Contramaestre, Ernesto, y un Marinero, Juan. Este último me tomaba la meridiana con el sextante, y como yo la había preparado antes, la trabajaba y arrastraba la situación.
Normalmente cargábamos en Canarias, Santa Cruz de Tenerife o Las Palmas de Gran Canaria. En alguna ocasión lo hacíamos en Nouadhibou (Mauritania), y en una descargamos en Tema (Ghana), cargando en Abidjan (Costa de Marfil) y descargando en la península, aunque también fuimos a Bari, Livorno, Palermo, San Benedetto del Tronto (Italia) y Zadar (Yugoslavia).
Estuve enrolado hasta el 3 de Octubre de 1977. Durante este tiempo se jubiló Juan, pasando a ocupar su plaza Luis Antonio Pérez García, gran persona y amigo, que volvió a navegar mucho conmigo años más tarde en otra compañía.
La foto de la M/N “Puente Castrelos” está hecha en Las Palmas de Gran Canaria, en Julio de 1976. Mi mujer, María José, y mis hijos, Pablo y Jorge, durante el verano estuvieron conmigo en el barco. Pasamos unos días en Las Palmas, y luego en Santa Cruz de Tenerife; el viaje fue a Livorno, donde descargamos, volviendo a Santa Cruz, desde donde regresaron a casa. Lo pasaron estupendamente, pues cuando estábamos en puerto íbamos a un buen hotel y recorrimos las dos islas.
La primera maniobra que realicé solo fue para desatracar en Las Palmas pues el práctico estaba muy ocupado y había mucha demora por lo que decidí hacerla sin él. Fue para llorar pero salió pues creo que hice todo lo contrario a lo que debía hacerse, pero al final salió sin incidentes y esto me dio ánimos para mas tarde hacer muchas mas y que fueron saliendo cada vez mejor.
El primer atraque que tuve que hacer en Nouadhibou fue algo mas complicado, pues requería el uso del ancla y sin ningún tipo de referencia y si querías lo hacías o te ibas ya que en aquellos años no había práctico, como ya había adquirido algo de experiencia en maniobras ésta salió bastante bien y cada vez fui cogiendo mas confianza.
Hubo muchas anécdotas, malos tiempos y problemas, así que voy a comentar una de la que guardo un buen recuerdo, pues en principio se puso la cosa fea, aunque al final se solucionó bien y trajo cola.
Una de las primeras veces que fuimos a cargar a Nouadhibou, mientras estábamos atracados apareció un Teniente de la Gendarmería Marítima que me pidió la documentación del buque.
Empecé a mostrarle lo que me iba pidiendo, y en un momento me pidió el Certificado de Motores, que estaba en una de las hojas del Certificado de Navegabilidad, me dijo que así no lo quería, pues tenía que estar aparte y no como se lo mostraba. Como no existía lo que pedía me comunicó que estaba detenido, que cogiera el pasaporte, la libreta de navegación y el Rol, pues me llevaba detenido a la gendarmería.
Antes de salir del barco con la documentación solicitada, llamé al capataz de tierra, Hamed, –aunque el decía que se llamaba Jaime–, que era canario, y le dije que le preguntara qué quería.
Mostró una lista en la que incluía tabaco, whisky, cebollas, tomates, etc., así que procedí a dárselo quedando solucionado el asunto.
Al día siguiente volvió otra vez a bordo; en esta ocasión venía acompañado de un japonés, capitán de uno de los buques pesqueros que descargaban allí. Me pidió un favor, que consistía en dejarle la documentación de mi buque, la saqué y, con ella, le mostró al japonés que tenía que tener el Certificado de Motores tal y como yo lo tenía en mi documentación.
Me puse a hablar con el japonés en inglés y le informé cómo funcionaba este negocio, así que le pedí la lista al Teniente, se la dí al japonés y asunto arreglado.
Los viajes siguientes a Nouadhibou llevaba preparado su encargo a la llegada, se lo entregaba y nunca tuve la más mínima pega.
Si surgía, le llamaba, y él se encargaba de solucionarla, como es lógico con el pago correspondiente en especies.
La fotografía está tomada en el restaurante del centro de Livorno, “Da Lili”, en el que solíamos cenar muchas noches; un sitio familiar y agradable con cuyos propietarios hicimos amistad. Solíamos cenar con ellos cuando cerraban al público; nosotros poníamos el marisco y el pescado, y ellos el resto. Estamos Cayo (Maquinista Naval Jefe), yo, Luis Antonio (Marinero), y el Segundo Motorista, creo que de apellido Gago.
En Nouadhibou cargábamos pescado congelado de una factoría española (Imapec), y como la documentación se hacía en Las Palmas de Gran Canaria, antes de poder salir a navegar tenía que ir a la isla, recoger la documentación y regresar.
Esto lo hacía aprovechando el avión de Iberia que volvía de Guinea y que hacía escala en Nouadhibou, regresando al día siguiente en el mismo.
El tener billete y tarjeta de embarque no era suficiente para embarcar, pues había que tener algo más, como conocer a policías, autoridades, o algo por el estilo, pero que tuviera una pistola.
Antes de ir al aeropuerto avisaba al Teniente anterior de la Gendarmería Marítima para decirle que tenía que hacer el viaje; me recogía y me acompañaba hasta el avión, y una vez dentro, al primero que le parecía le indicaba que tenía que abandonarlo porque yo tenía que ocupar ese asiento ya que no quedaba ninguno libre, como es lógico, éste protestaba, por lo que sacaba la pistola y a punta de ella lo sacaba del avión. A mí me decía que como volviera a Mauritania iba a pasar la vida en la cárcel.
A la vuelta del primer viaje, el día siguiente, y cuando embarcaba en Las Palmas, la azafata me preguntó que cómo me atrevía a volver a Mauritania después del modo en que me habían sacado de allí. Una vez llegamos de vuelta, el Teniente estaba allí para recogerme y llevarme la barco; como es lógico, otra vez con el pago correspondiente en especies.
Nunca tuvimos problemas de efectivo aunque a veces llegase algunos días mas tarde de lo necesario, pero teníamos un banco a bordo, Ernesto el Contramaestre guardaba todo el dinero con él en lugar de depositarlo en un banco, así que si tenía que pagar la nómina y no nos había llegado el dinero se lo pedía a él y cuando me llegaba se lo devolvía, fue una maravilla tener el banco a bordo.
En la fotografía, delante de la Torre de Pisa, Cayo, yo y Luis Antonio, un día de mucho frío.
La atención de los Agentes en Livorno ha sido la más agradable que nunca me han dado en ningún puerto, sobre todo en uno al que íbamos en pocas ocasiones.
En estos años Italia todavía era un país en el que los precios no estaban disparados; se podía tomar una cerveza e ir a un restaurante, aunque las facturas eran un poco más altas que las de España. Estuve unos cuantos años sin ir y cuando lo hice pude darme cuenta de que los precios se habían disparado, resultando todo carísimo.
En esta fotografía estoy con Cayo en una travesía de Livorno a Las Palmas de Gran Canaria, mientras cruzábamos el Estrecho de Gibraltar.
Como puede apreciarse, este barco era pequeño, no llegaba a 50 metros de eslora. Fue la primera construcción de hierro que hicieron en los Astilleros Paulino Freire, de Vigo. El motor era el de un submarino alemán que quedó en Vigo después de la Segunda Guerra Mundial, y todavía podían verse las anotaciones de cuando navegaba sumergido. Creo que nunca dimos más de 5 millas de velocidad, así que cuando teníamos viento de proa casi no avanzábamos.
En esta foto con Luis Antonio, en la misma travesía de Livorno a Las Palmas de Gran Canaria, mientras cruzábamos el Estrecho de Gibraltar.
Tanto en Santa Cruz de Tenerife como en Las Palmas de Gran Canaria tuvimos como Consignatario a Frucasa, cuyos responsables siempre me trataron muy bien. En aquellos años había mucho tráfico, aunque ellos siempre tuvieron tiempo para mí cuando lo necesitaba, tanto personalmente como con servicios de coche o lancha.
Los fines de semana que coincidíamos en Las Palmas de Gran Canaria o Santa Cruz de Tenerife, solía ir a Málaga con mi familia, aunque, además de coincidir, tenía que conseguir billete. Esto último lo solucionaban bastante bien pues, en aquellos años, en Las Palmas disponían un edificio de 7 pisos y una oficina de viajes, ya que manejaban toda la carga seca y gran parte de los pesqueros y congeladores que tocaban en estos puertos.
Los domingos que pasaba en las islas y no podía ir a casa, solía comer en ‘Casa Julio’, en Las Palmas, y en ‘La Hacienda’, en Santa Cruz. El primero tenía una mesa individual que pocas veces se llenaba; solía pedir siempre lo mismo: espárragos dos salsas y angulas; y en el segundo, alguna carne, que la preparaban de maravilla.
En Julio de 1977 volvieron a embarcar María José, Pablo y Jorge. En la fotografía estoy con los niños sentados a popa.
Durante el viaje hicimos varias paradas para reparar alguna pequeña avería en la máquina, procurando siempre coger una ensenada o rada buena para, así, poder bañarnos en mitad del mar con el agua totalmente limpia y transparente.
También estuvimos parados frente a Alicante mientras se celebraba la primera final de la Copa del Rey de fútbol, entre el Betis y Atlético de Bilbao, ya que si pasábamos esta zona dejábamos de ver la televisión. Recuerdo que ganó el Betis, y yo gané una apuesta que hicimos entre todos los tripulantes por acertar el resultado final del partido.
Copia de la carta que me enviaron los Armadores, a la que adjuntaban otra que habían dirigido a “Frucasa”, de Las Palmas de Gran Canaria, en relación a la manipulación del buque y con quién tenían que acordar los términos de los embarques y demás operaciones que se realizaban.
Copia de la carta a Frucasa donde confirmaban las instrucciones para que yo fuese la persona que se encargase de las operaciones, aceptando o rechazando las que, a mi juicio, fuesen o no rentables.
Cuando íbamos a descargar a Livorno, y de seguir viaje hubiese llegado un sábado o un domingo, para no pagar la estancia en el puerto, paraba en las playa de El Palo en Málaga, y pasaba la noche en casa al día siguiente continuaba el viaje. Había un pescador que salía a recogerme y al día siguiente me volvía a llevar al barco, en cuento veía el que estábamos fondeados no tardaba ni media hora en estar al costado. Yo les daba un atún de los de la carga y habían hecho el día pues solían pesar mas de 50 kilos.
Recuerdo una descarga en Gandia de cajas de gambas muy pequeñas, de las que llaman arroceras, no cogimos nada este viaje porque no merecía la pena pues lo que transportábamos en otros viajes eran mayores y mejores.
El Consignatario fue Navarro y Boronat y cuando terminó la descarta me presentó una carta de protesta por falta de mercancía. Transportamos unas 12.500 cajas y la falta era por 3 cajas rotas pero con la mercancía correspondiente y 1 rota y con faltas. Esto quiere decir que de 325.000 kilos de gambas habían faltado unos 10 kilos.
No quise firmar la carta de protesta y le llamé ridículo y algunas cosas mas. Se quejó a los Armadores y cuando estos me preguntaron que había pasado y se lo expliqué comentaron que poco le había dicho.
En uno de los viajes y mientras cargábamos en Las Palmas de Gran Canarias, observé que habían descargado un camión de atunes congelados pero que habían desaparecido todos los estibadores. Al momento llegó un camión y empezaron a cargar los atunes para llevárselos. Me decidí a decirles algo y me cogió el capataz de los estibadores y me llevó a la otra banda comentándome que ni se me ocurriera decir nada pues era un grupo mafioso y que la semana pasada a uno que se puso por medio lo sacaron del fondo del puerto con un motor fueraborda en el cuello.
Lo que me encomendaron los armadores del barco es algo que hacían antiguamente los Capitanes, aunque no en estos años, pero tuvieron total confianza en mí para hacerlo.
En un viaje con atunes para Santa Eugenia de Riveira se rajó la tapa del enfriador de aceite y no había ningún repuesto para la misma, así que hubo que soldarla a bordo y con muy pocos medios y conocimiento aunque se hizo y pudimos continuar sin apurar mucho el motor pues volvió a rajarse en un par de ocasiones mas pero cada vez nos salían mejor las soldaduras y al final llegamos a puerto con retraso pero por nuestros propios medios donde nos mandaron una nueva.
En uno de los viajes que hicimos a Nouadhibou a la salida, una vez que doblamos Cabo Blanco me llama Ernesto, el Contramaestre, y me dice que hay tres polizones a bordo, me enfrenté a ellos y no se como porque eran mas jóvenes y mas fuertes pero me pude hacer con ellos y los acorralé junto a un bote salvavidas y a punto estuve de clavarle un cuchillo a uno de ellos, menos mal que Antonio me cogió la mano y ellos no dieron ningún problema, solamente me dijeron que no los llevara a tierra porque antes se tiraban a mar pues si los dejaba en Mauritania los mataban.
En vista de ello decidí llevarlos a Las Palmas de Gran Canarias y a la llegada se quedaron en el pañol de proa hasta la noche que se marcharon del barco y me dio tanta lástima que les dí a cada uno cinco mil pesetas.
Unos viajes mas tarde me encontré a uno de ellos cerca del Castillo de Santa Catalina y me invitó a una cerveza no consistiendo en que yo pagara y me dijo que el trabajaba que mecánico en Las Palmas y los otros dos habían embarcado.
El 3 de Octubre de 1977, en Málaga, y después de estar embarcado casi 18 meses, llegué a un acuerdo con un compañero de clase de La Coruña, por el que decidimos hacernos el relevo cada cuatro meses, estando así otros cuatro en casa, de vacaciones.
La primera vez que fuimos a Vigo para limpiar fondos tuve una charla con D. Paulino Freire, hombre mayor y gallego lleno de sabiduría; durante ésta me sugirió que si en alguna ocasión tenía problemas y no podía contactar con ellos, que siempre pensase en pesetas.
Al principio no le di mucha importancia a estas palabras, pero luego la vida me ha ido demostrando la verdad de las mismas y su utilidad.
Desde la primera vez que hice escala en Las Palmas de Gran Canaria para cargar, me llamó mucho la atención que los tinglados eran abiertos, sólo tenían techo y pocos guardamuelles que los vigilaran.
Una de las noches vimos cómo por nuestra popa atracaba un bote bastante grande, con siete u ocho personas a bordo. Poco antes no había quedado ni un solo guardamuelles, habían desparecido como por arte de magia.
Las personas que se bajaron fueron a los tinglados, que estaban a pocos metros del bote, y se dedicaron a coger todo lo que podían de todo lo que había depositado en ellos, llevándolo a los botes.
La operación duró el tiempo que tardaron en llenar el bote, y en cuanto se marcharon comenzaron a aparecer los guardamuelles. La verdad es que siempre fue un puerto peligroso para los que no aceptaban las condiciones mafiosas que imponían algunos ‘mafiosos’ de la isla.
Como he dicho varias veces, por lo general la mercancía que se transportaba era congelada, aunque en raras ocasiones no fuese de este tipo. En todos los viajes acudíamos a la carga para aumentar las existencias de nuestras provisiones de boca.
Para ello se abrían las bodegas durante el viaje y se cogía lo necesario hasta el siguiente viaje, siempre pensando en que no nos faltase, pues así los menús eran más variados y más baratos.
A los pocos meses empezaron a precintar las bodegas, así que al terminar la carga llegaba un Surveyor con sus precintos y sellaba las escotillas de las cuatro bodegas.
Esto nos vino muy bien ya que antes tenía que poner a un marinero a controlar lo que salía de la bodega, pues a veces la carga era muy golosa, como marisco o solomillos de ternera, y había muchos robos. Desde este momento ya no teníamos que controlar nada pues sólo con demostrar que los sellos estaban intactos, a la llegada, había terminado nuestra responsabilidad.
Ni qué decir tiene que nosotros seguíamos suministrándonos de las bodegas, pues habíamos preparado las tapas de las escotillas de tal manera que las podíamos sacar sin que se rompieran los sellos.
Como los Armadores habían delegado todo en mí, en más de una ocasión tuve necesidad de encontrar tripulantes; una de estas veces, en Santa Cruz de Tenerife tuve que alquilar un coche para localizar a un mecánico que nos hacía falta.
A la vuelta al buque, atracado en el Dique del Este, al circular por la Avenida Anaga, justo enfrente de la Casa del Mar, paré en un paso de cebra para dejar pasar a unos peatones.
Al mirar por el espejo retrovisor vi que un coche se dirigía hacia el mío, y que no tenía intención de parar, como tenía personas delante puse el freno de mano, pisé bien el freno y me cogí al volante hasta que impactó contra mí.
Cuando bajé pude ver al volante del otro coche a una señora muy nerviosa que me decía que no sabía dónde estaba el freno y que por eso no había podido frenar. Acababan de darle el carné y era la primera vez que conducía.
A veces teníamos problemas para despachar el barco, pues sólo iba yo como oficial en cubierta, así que cuando ponían problemas se hacía el despacho “A órdenes”, con lo que quedaba sin efecto la obligatoriedad de que hubiese más de un oficial.
Había algunos lugares en los que ponían más pegas, aunque al final se arreglaba con unos billetes dentro del Rol.
Una vez terminados algunos capítulos he encontrado una fotos y otras cosas que se me habían olvidado al escribirlo por primera vez.
En este caso entré en la página web de ‘Construcciones Navales Paulino Freire’, dónde encontré un par de fotos que merece la pena poner.
Se corresponden con de la puesta de quilla de este buque en el año 1958 y su botadura en 1961.
Esto era el carro de los astilleros en Bouzas (Vigo). Al fondo se ve un barco de madera.
Años más tarde fue acondicionado para el transporte de productos congelados. Aquí le falta un casetón que se construyó a proa del puente para los equipos de frío de las bodegas.
Uno de los viajes embarcó un chico joven de Santa Eugenia de Riveira, creo recordar que de nombre Emilio, que no era muy normal. Bueno es que no fuese culto, pero lo que más le gustó del barco fue el radar. Comentaba este chico que cuando ganase dinero se iba a comprar un camión para ponerle un radar y, así, poder ir durmiendo mientras estaba en ruta en carretera.
Cuando embarcó no traía nada de ropa, así que los demás tripulantes le dieron alguna para que pudiese mudarse, pues no lo hacía ni se lavaba, y como el camarote era para tres, una tarde lo cogieron y, a la fuerza, lo metieron en la ducha. Así tenían que hacerlo todas las semanas, pues no se acostumbraba a lavarse.
Uno de los viajes fuimos a descargar a San Benedetto del Tronto (Italia), en el Mar Adriático. Era un puerto pequeño, y como no había personal para el manejo de los puntales lo hacía el personal del buque.
Como no me atrevía que Emilio utilizase una de las maquinillas, procurando que no se metiese en ningún sitio peligroso, lo teníamos con un megáfono, desde el puente alto vigilando para que nadie se metiese debajo de las eslingas, así lo manteníamos un poco fuera del peligro.
Parábamos a mediodía y se continuaba un par de horas más tarde. Cuando llegó el momento de reanudar la descarga, Chuco, otro de los marineros, un hombre mayor que nunca estaba contento con nada, se había quedado dormido, así que le dijeron a Emilio que con el megáfono le llamase para que fuese al trabajo.
Se oyeron gritos después de la llamada de Emilio y vimos salir a éste corriendo, y a Chuco detrás queriendo matarlo, menos mal que había gran diferencia de edad y pudo poner pies en polvorosa; poco a poco, a Chuco se le fue pasando el enfado.