Volví a embarcar nuevamente en el Castillo de Monterrey,
en Barcelona, y como no había flete para transportar cemento salimos a órdenes
para Sudamérica.
En este embarque, los viajes que hicimos
fueron para cargar maíz en Paranaguá (Brasil), Quebracho y Bahía Blanca
(Argentina), haciendo las descargas en Tarragona.
Como no había flete de cemento salimos, como
digo anteriormente, a órdenes para Sudamérica, haciendo consumo en Santa Cruz
de Tenerife y unos días después recibimos orden de proceder a Paranaguá.
Durante el viaje se oían noticias de que Gran Bretaña estaba preparando una
flota para enviarla a las Islas Malvinas, que el pasado año habían sido tomadas
por Argentina.
Ya en Paranaguá, desde muy temprano me
encontraba en el puente, pues es bastante larga la entrada hasta la estación de
prácticos, cuando empezó a subir un olor a pan recién hecho desde la cocina.
Solían hacer unos bollitos que quitaban el hipo, así que mandamos por unos
cuantos y un café. Calentitos, como estaban, con mantequilla, repetimos unas
cuantas veces. Nos comimos más de cinco cada uno de los que estábamos en la
recalada.
Una vez subido el práctico a bordo, seguimos.
Nos llevó al fondeadero donde esperamos a que saliera otro buque que estaba
acabando la carga. Mientras estábamos en el fondeadero cayó una lluvia tropical
que no permitía ver a cinco metros. En
la foto anterior se pueden ver las nubes al amanecer.
Cuando atracamos empezaron los problemas:
Elcano había contratado el buque como si fuese en selftrimer (autoestibante), y
nada mas lejos de la realidad, pues había que trimar todas las bodegas, bien
con máquinas o bien a mano.
Querían echarnos del atraque, pues éste en
especial era para el tipo de buque mencionado anteriormente. Después de muchas
discusiones, llamadas de teléfono a los fletadores y explicaciones, al final
empezamos a cargar en este sitio, mientras se podía hacer directamente desde el
silo, para después cambiarnos a otro atraque en el que terminar la carga,
estibando los lugares que no podían hacerse automáticamente.
En el primer atraque había dos vertederas con
una capacidad de carga de dos mil toneladas por hora, cada una, por ello se
utilizaba sólo para buques tipo Bulkcarrier.
Todo esto ocurrió en la oficinas del Silo: En
una mesa contigua a la nuestra había un Capitán griego que lo primero que
preguntó fue que “cuánto le iban a pagar”, porque si no le daban nada, la
secuencia de carga iba a ser de quinientas en quinientas toneladas en cada
bodega, lo que llevaba a un enorme retraso, ya que poner en marcha la cinta
para esa cantidad, pararla para cambiar de bodega y volver a ponerla, suponía
una enorme pérdida de tiempo y retraso en los buques que esperaban fondeados.
Estas cosas en los capitanes griegos estaban a la orden del día y, además, con
el beneplácito de los armadores.
En el primer cargadero estuvimos un par de
días, y en el segundo la cosa se demoró mucho. Hubo varios intentos de venir
con chicas a bordo por parte de los jóvenes, alumnos y tercero. Contrataron una
lancha para traerlas por mar, puesto que no las dejaban entrar por tierra, pero
cuando iban a embarcar la policía se lo impidió, no llegando las chicas ni a
embarcar en la lancha.
El día siguiente, Rogelio, el
radiotelegrafista, me comentó que era agregado, Jorge Naberán, y otros. Les
montamos un pollo de no te menees; les dije que había venido la policía a bordo
y que les iban a poner una multa del copón, y que como volvieran o cogerlos se
quedaban en el país hasta el juicio.
Pensaban bajar a tierra todos los días, y
transcurridos dos les comenté que lo había arreglado pero que me había costado
media docena de botellas de champagne, que hice que pagaran. Más tarde, durante
el viaje de regreso les invitamos a tomarlas, confesándoles que todo había sido
una broma y que esperábamos les sirviera de aviso.
También en el segundo cargadero, Antonio, el
marinero que comenté anteriormente en el Puente Castrelos y que se vino a esta
compañía conmigo, se puso enfermo y hubo que enviarle deprisa al hospital
porque empezó a vomitar sangre. Llamé el consignatario, de nombre “Roberto
Wallace Eastwood Mariano”, que llevó a Antonio al hospital donde quedó
encamado. Allí estuvo un par de días, regresando después a bordo con
medicación, bastante repuesto a pesar de lo que había pasado.
Después de dejarlo, el consignatario volvió
al barco a comunicarme lo que le habían hecho y anunciarme que lo habían dejado
en observación; estuvimos charlando un buen rato. Era un hombre más bien
grueso, y nos comentó que cuando se le llamó estaba en su casa comiéndose un
trozo de sandía fresca que, con todo su pesar, había tenido que dejar.
Le preguntamos que cómo se manejaba con las
chavales en Brasil, a lo que respondió que ‘era un poco difícil’ pues a él le
gustaba lo normal: salir con ellas, dar un paseo, cenar, ir a bailar después y,
luego, lo que encartara, pero las chicas sólo querían “foder, foder y foder”,
de lo demás pasaban.
Como las travesías se hacían bastante largas,
para pasar los fines de semana que no se trabajaba, aunque el barco seguía
navegando hacíamos los “Festivales de la Canción”. Estaba enrolado un
engrasador de Torrevieja, del que nunca supe su nombre pues por su afición al
cante era conocido como “Perlita de Huelva”. Era bastante mayor, por lo que no
estaba en el mejor momento de su vida como para dedicarse a esta afición, pero
ponía tanto interés que le organizábamos los festivales, haciéndole entrega de
la sardina de plata: una sardina de verdad envuelta en papel de aluminio.
Siempre quedaba el segundo porque el primero
era uno cualquiera al que le poníamos una casette con alguna canción para que
sólo moviera lo labios; se lo tragaba asegurando que su contrincante merecía el primer puesto.
Para amenizar a los del puente conectábamos
un VHF y así podían oír las canciones, siendo ‘gorda’ la que se armaba, pues
había partidarios de “Perlita” que protestaban porque le habían dado el segundo
premio; todo para armar jaleo. En alguno de los festivales, el Primer Oficial,
Luis Domínguez, que estaba de guardia, nos comentaba que teníamos algunos
barcos conectados por ese canal oyendo el festival.
Fuimos a descargar el maíz a Tarragona, y en
20 horas estábamos listos para hacernos a la mar. Prácticamente no nos dio
tiempo ni para recoger las provisiones, pues en esos años se trabajaba las
veinticuatro horas del día, sin parar domingos ni festivos.
Volvimos a salir a órdenes (sin destino fijo)
para Sudamérica, navegando con un solo motor, por lo que la travesía se hizo
muy pesada, y aunque a mitad de camino recibimos la orden de proceder a
Argentina para cargar maíz, no apuramos la máquina y continuamos moderados; nos
advirtieron que en el primer puerto cargásemos toda al agua potable posible
pues se esperaba una fondeada muy larga en Bahía Blanca.
Durante el viaje escuchamos que una flota
Británica se desplazaba hacia las Islas Malvinas para reconquistarlas. Estaba
con este barco el año anterior cuando la tomaron los argentinos.
A la llegada a Argentina fondeamos en el
Estuario de la Plata, y después de unos cuantos días subimos por el Río Paraná
hasta Quebracho, donde cargaríamos una parte para luego terminar en Bahía
Blanca, pues el río no tiene calado como para cargar entero este tipo de buque.
Durante la fondeada se produjo el asalto a
las Islas Malvinas por los ingleses, y por televisión pudimos asistir a todo lo
que ocurrió. En la fondeada en Bahía Banca pudimos ver, también por televisión,
tres reportajes, uno argentino, otro británico, y otro independiente que fue
una maravilla pues se vio la guerra igual
que si la hubiésemos vivido allí.
Cargadero de Quebracho, donde según los
argentinos tuvo lugar la primera batalla de la independencia de su país. Está
en mitad del campo, y en una curva del río la corriente hace abrir la proa
conforme se va cargando al ir acortándose los cabos y la proa separándose del
atraque.
La salida a tierra se hacía por la escala que
se puede ver, y desde allí, por encima del techo que se dirige a tierra, que
cuando soplaba viento parecía que te iba a sacar y tirarte al río. Creo que se
incumplían todas las normas de seguridad vigentes en cuanto acceso al buque, pero
esto todavía no importaba en Argentina.
En la foto siguiente puede verse la escalera
y la zona de salida hacia tierra.
He de decir que en este viaje nos impusieron
Consignatario, griego para más datos, aunque nosotros teníamos Agente
Protector. Nada más atracar, el griego me aseguró que el Inspector de
Agricultura rechazaba las bodegas; no me extrañó nada, aunque sabía que estaban
en condiciones de ser cargadas, pero había que pagar la “mordida”, así que le pregunté
que cuánto quería, diciéndome que cien dólares, ordené que se los pagaran para
que no demorara más la carga. Como se puede suponer, esta cantidad era
insignificante para el buque pero para ellos suponía un capital, sobre todo en
dólares americanos.
Para nosotros suponía una diferencia de cinco
a uno el conseguir pesos argentinos con pesetas, a hacerlo con dólares, y eso
que con las pesetas ya nos daban un buen cambio.
En la fotografía anterior se puede observar
la escala de salida a tierra, separada por el efecto de la corriente del río.
Costaba muchísimo trabajo acercarnos luego hasta el atraque.
Cruce con otro barco durante la bajada del
río que, como puede verse, es bastante ancho. Debido a la nueva presa
construida la lluvia había aumentado mucho y se encontraban grandes zonas
inundadas, tanto es así que no se veían los bordes del río y toda la zona que
se abarcaba desde el puente estaba anegada.
En la fotografía anterior se ve la margen del
río aunque no puede apreciarse la zona contigua llena de agua, los prácticos se
quejaban pues en algunos momentos no tenían referencias y navegaban un poco a
ciegas y por la experiencia de los años.
Y en la siguiente, el único puente que cruza
el Río Paraná, que es bastante largo, y es, por tanto, el único sitio por donde
atravesarlo con coche o camión.
Como en Argentina todo el mundo se quejaba,
ya dudabas de que fuera verdad o de que viniesen pidiendo de una manera sutil,
pero en definitiva como no se fuese con la “mordida” acababan poniendo pegas.
Unos pedían dinero, otros comida, otros tabaco o whisky, pero en definitiva
parecía que les había hecho la boca un fraile, como decimos por aquí. La
seguridad era lo de menos y el cálculo de estabilidad de grano se lo pasaban
por el ‘arco del triunfo’.
A la llegada a Bahía Blanca nos mandaron
fondear, lo que hice en el fondeadero interior pues estaba bastante libre y
pensé que si necesitábamos cualquier cosa de tierra era mucho mas fácil que nos
lo suministraran.
A los pocos días de estar allí, después de
cenar se levantó un viento y una mar muy fuerte que nos hizo garrear. En este
momento debíamos estar en este fondeadero unos diez o doce barcos grandes y un
pesquero español, el “Aracena”. Mientras virábamos la cadena, el Jefe de
Máquinas intentaba engranar los dos motores a la hélice, pero estábamos tan
cerca del buque que teníamos a popa que le dije que engranase uno sólo, que ya
me las apañaría para salir así.
Se organizó una melé que el VHF no paraba de
funcionar: varios buques engancharon las anclas y yo tuve a uno tan cerca por
el costado de estribor que les veíamos las caras a los tripulantes de proa que
viraban la cadena.
El “Aracena” fue el primero en salir del
fondeadero llevándose un par de boyas por delante; nosotros salimos detrás
dejando a los demás liados, aunque no hubo que lamentar ninguna desgracia; sólo
un par de buques sufrieron una pequeña colisión de escasa importancia.
Desde este momento no se me ocurrió volver a
meterme en este fondeadero y nos quedamos en el exterior, que aunque estaba a
unas cuantas millas era mucho más seguro al no tener barcos fondeados tan
cerca.
Permanecimos en espera de atraque cuarenta y
dos días, mientras nos dedicábamos a pescar y a pasar el tiempo de la mejor
manera posible. En la foto anterior, yo estoy con una especie de mero que pesó
cerca de cuatro kilos, del que dimos buena cuenta.
Uno de los días de la fondeada me llamó
Rogelio, el radiotelegrafista, pues había interceptado un telegrama de un
maquinista de la compañía, amigo nuestro, en ese momento enrolado en otro buque
de la compañía que también estaba en el fondeadero en espera de atraque, que se
quejaba al sindicato por abuso de autoridad del Capitán.
El motivo era que se le exigía ir de uniforme
en todo momento y él decía que durante la guardia le parecía bien, pero no así
en sus ratos libres que podía vestir como quisiera. El Radiotelegrafista del
otro buque era Jesús Touzón, así que nos pusimos en contacto con él para que le
dijera que tenía una llamada de Madrid, del Sindicato; nos costó trabajo pero
le convencimos.
Cuando se puso le dijimos que se había
recibido un telegrama suyo pero que muchas letras venían machacadas y no lo
entendían muy bien, aunque quedaba claro que se refería a abuso de autoridad y
le llamaban para que lo explicara.
Enrique, nervioso lo explicaba, y nosotros
erre que erre, le decíamos que hablara despacio porque se acoplaba el sonido y
no le entendíamos. Así lo tuvimos más de media hora hasta que Rogelio le dijo:
“¿Sabes que te digo?, que te vayas a la
mierda”. Hubo un rato de silencio y enseguida se oyó: “Rogelias, meretrices, hijos de puta...”, y todos los insultos
posibles. Aunque en principio se lo tomó a mal luego se calmó. Nos reímos un
buen rato.
Unos días antes de atracar recibí un
telegrama del inspector Paco Pedraz, para que desmontara un motor y entrase con
él así a puerto para que el Lloyd´s (Sociedad Clasificadora) hiciese unas
inspecciones, a ello me negué rotundamente, no volviendo a insinuarlo mas.
Terminamos la carga en Bahía Blanca de noche.
Siempre había que hacerlo con marea alta para aprovechar al máximo el calado y,
como es lógico, la carga embarcada. A la hora de la salida se presentaron el
Práctico del Puerto, el de Río y el Milico (Oficial de la Marina de Guerra).
El Práctico de Puerto, nada más llegar me
dijo que la popa estaba sobrecalada tres centímetros, así que llamé al Jefe de
Máquinas y le dije que empezase a achicar el Peak de popa; sabía que tenía algo
de agua de lastre. Cinco minutos después me dijo que ya estaba en calados,
cuando yo sabía que en ese tiempo no se había podido poner la bomba a achicar,
no obstante llamé al Jefe y de dije que ya estaba bien.
Después de esto, el Práctico de Río y el
Milico bajaron por el costado de fuera para ver el calado del centro, subiendo
ambos asegurando que estábamos sobrecalados; le pregunté al Primer Oficial,
Tomasón, quién me dijo que no era verdad, que estábamos con el calado indicado
y exacto.
Bajé a tomar el calado y cuando subí les dije
a los anteriores que no era verdad lo que decían y que no estábamos
sobrecalados, el Práctico volvió a bajar y cuando subió me dijo que tenía razón
pero que se había pasado la hora de la marea y que había que dejarlo para la
siguiente.
A nosotros nos supuso doce horas de retraso,
pero al Gobierno Argentino una buena cantidad de dólares por las demoras de
todos los buques que estaban fondeados y que seguían cobrando hasta que
cargaran.
Al poco tiempo de haberse marchado apareció
el Agente (griego), que traía una carta donde se nos hacía responsables de
todas las demoras, gastos, etc., por no haber podido salir a la hora de la
marea por no estar en calados.
Cuando terminé de leerla llamé a Tomasón y le
dí la carta del griego; después de leerla se fue para él llamándole de todo, y
de no ser porque salió corriendo, lo tira al agua. El llamarle Tomasón era por
su estatura y corpulencia, así que el agente griego hizo bien en correr.
Finalmente salimos al día siguiente pero
nadie cobró la “mordida”. Este país con pozos petrolíferos era el único del
mundo en el que la compañía que extraía el petróleo perdía dinero.
Durante el viaje de vuelta a España, otra vez
a Tarragona, una noche, al sentarme a cenar a la siete de la tarde, observé que
el Tercer Oficial, Pablo Cerame, tenía una borrachera que se le trababa la
lengua y nada más empezar a cenar se levantó de la mesa y se marchó.
Tras preguntar, pude enterarme que después de
comer, junto con Tomasón se había tomado unas copillas, para éste no era nada
dada su corpulencia, pero para Pablo era demasiado, así que terminé de cenar y
me fui al puente a hacerle el relevo al Primer Oficial. Tal como tenía previsto
no se pudo levantar y le dejé dormir para que se le pasara la “curda”.
Entre Rogelio, el radiotelegrafista, y yo,
preparamos un plan para que esto no se le olvidase en la vida. Le dije al
marinero que montaba la guardia con él que a la mañana siguiente le comentase
que yo tenía un “cabreo” de órdago y que no había abierto la boca durante toda
la guardia.
Cuando terminó la guardia pensé qué hacerle;
se me ocurrió meterme en el camarote, ya que él no se enteraría, y “cagarme” en
la cama; así, cuando despertase no iba a decir una palabra a nadie porque no
sabría lo que había sucedido; el radiotelegrafista me dijo que era demasiado,
así que desistí.
Fui buscar a “Foc”, un perro que me habían
regalado en Valencia y que yo, a mi vez, le había regalado el Jefe de Máquinas,
y lo acosté con él, así que cuando se despertó se encontró con el animalito en
su cama.
La mañana siguiente, como normalmente se
hacía me llamó a eso de las once; le dije que después de comer quería hablar
con él y le colgué el teléfono.
Yo tenía la costumbre de ducharme y subir al
puente a tomar un café, y esa mañana, en lugar de proceder así me duché y fui a
la radio donde me tomé el café; le pregunté al radiotelegrafista que cómo iba
la cosa con el Tercero, me aseguró que estaba “acojonado”, que no sabía que
hacer y el Radio, encima, metiéndole caña. Él desde el puente hablaba con el
Radio por una puertecita que se comunicaba, sin saber que yo estaba allí.
Al cabo de un rato el Radio le dijo que como
él tiene bastante amistad conmigo cree que puede solucionarlo, y que como a mí
no me gusta el vino ni las bebidas, pero sí el champagne, que con un par de
cajas podía empezar a solucionarlo. El Tercero decía que sí a todo, así que
Rogelio le pasó un vale, que firmó, por tres cajas de champagne que nos fuimos
bebiendo a su salud durante la vuelta a España, sin que él tomase una sola
copa.
Lo tuve más de una semana pensando que estaba
cabreado con él y durante este tiempo lo pasó mal pues no le dirigía la
palabra. Más tarde me comentó que le sirvió de escarmiento y que pensaba que
nunca más volvería a tomarse un a copa antes de las guardias; confío en que
haya sido así.
En mi despacho había un radiocassete que
cuando había balance tenía que ponerlo encima del sillón para evitar que se
fuese al suelo, así que llamé al carpintero, en esos momentos Jesús Vázquez,
“Cepo”, y le expliqué que quería unos listoncillos para sujetar el aparato a
fin de que no se moviese con los balances.
Cuando lo instaló no tuve más remedio que
ordenarle que lo desmontara, volviéndole a explicar lo que quería. Creo que de
la madera más sucia, rota y mala que había a bordo, había hecho tres vigas en
vez de listones. Comprendí entonces por qué le llamaban “Cepo”.
Cuando llegamos a Tarragona, y mientras venía
mi relevo, me enteré de la anécdota de la madrina de este buque, pues había
oído hablar de ello pero no sabía qué era lo que realmente había sucedido.
El Castillo de Monterrey tuvo su madrina y la
ceremonia se celebró en Cádiz, como se ha visto anteriormente, pero el Castillo
de Monterrey no tuvo madrina y en el primer viaje que se hizo a Tarragona,
estando Pepe Mauri de Capitán, éste decidió que el buque debía tener su
madrina, lo que organizó como se estilaba antiguamente en los barcos de pesca.
Se fue a por una ‘fulana’, que subió a bordo
donde le dió cerveza hasta que no pudo más y tuvo ganas de orinar; fue entonces
cuando la paseó por todas las dependencias del buque haciéndola orinar un poco
en cada sitio. Esto llegó a oídos de la Empresa, aunque sólo dijeron que “eran
cosas de Pepe”. Así supe del episodio de la madrina.