CAPÍTULO XXXIX
BUQUE “CASTILLO DE JAVIER” – 5to.
EMBARQUE
Esta
vez me mandaron al “Castillo de Javier”. Embarqué en Barcelona y desembarqué en
Tarragona, como siempre, con cemento para USA y grano para España.
A
la llegada a Barcelona me encontré el barco nevado, fue una de las pocas veces
que había cuajado la nieve en Barcelona y en el puerto. Hacía mucho frio pero
enseguida salimos para Valencia.
Cuando
íbamos para Florida, una vez pasado el Estrecho de Gibraltar, una mañana me
llamó el Primer Oficial cuando estaba amaneciendo, pues le pareció haber
observado una luz extraña en el horizonte.
Subí
al puente, mandé moderar la máquina y comenzamos a orear el horizonte, donde le
parecía haber visto la luz. Apareció también por el puente el Radiotelegrafista,
que se sumó a los observadores. Al rato comenzó a decir: “veo una luz que da
punto, punto, punto, raya, raya, raya, punto….” No dijo nada más, pues supimos
que se trataba de un socorro, así que nos dirigimos a la zona
Este
temporal fue el que le rompió el bauprés al buque escuela Juan Sebastíán
Elcano, que tuvo que arribar a Canarias para repararlo.
Les
pregunté que vela tenían y les aconsejé que pusieran un tormentín, rumbo
cuarenta y cinco y se toparían con el Golfo de Cádiz. Le aseguré, finalmente,
que pasaría información a las autoridades españolas para dar a conocer su
situación geográfica y las condiciones en que iban.
Me
imagino que llegarían a buen puerto, yo les ofrecí llevarlos a bordo, a
Florida, pero rehusaron.
Al
regreso tuve varios
incidentes mientras permanecimos en
España, y más concretamente
en Valencia. Nada más llegar, el consignatario nos dio una citación para un juzgado de Valencia para el día siguiente. No
teníamos ni idea de qué se trataba, así que esperamos
al día siguiente para saber qué ocurría.
Cuando nos presentamos nos informaron
que el buque fue denunciado por no tener tanques de
agua potable; habíamos
sido denunciados por
un tripulante, a
través del representante de un sindicato en esta ciudad.
Fue fácil demostrar que durante los ocho
años de vida del buque habíamos estado bebiendo
y que la acusación era totalmente falsa, por lo que todo terminó aquí, de
momento.
Dándole vueltas al asunto, el Jefe de
Máquinas y yo pensamos que, como habíamos tenido
mal tiempo, los sedimentos que podían existir en los tanques de agua dulce, habrían
salido en algún momento mezclados con
el agua, por lo que nada mas llegar a bordo llamé a Sanidad Marítima y les pedí
que analizaran el agua de los tres tanques de agua potable de los que disponía
el buque.
Al
día siguiente se
presentó a bordo
un marino, oficial
en un buque de Transmediterránea
y delegado del sindicato que nos había denunciado, no lo dejé ni hablar, llamándole de todo, pues no podía entender que
una persona que había estudiado la carrera pudiese
creer que un barco no tuviese tanques de agua potable.
Me oyó el Jefe de Máquinas y se acercó
para saber qué ocurría, al explicárselo también empezó a llamarle de todo, por lo que cogió el camino y desapareció.
Una
mañana aparecieron los
responsables del Colegio
de Oficiales de
la Marina Mercante, COMME, que traían
una copia del B.O.E. donde se indicaba que todos los marinos mercantes que estábamos navegando debíamos
estar colegiados.
Creo que yo era de lo s pocos que no
estaban colegiados, pues nunca me han gustado los sindicatos, los colegios ni nada que mantuviese a los marinos que no querían
navegar. Al preguntarles qué podía ocurrir si no me colegiaba, me mostraron el B.O.E.
donde se recogía claramente que
darían instrucciones a la Comandancia de Marina para que me desenrolaran.
Ante esta tesitura pedí todos los
documentos, los firmé, exigiéndoles que me dieran un justificante para demostrar que estaba
colegiado ante posibles reclamaciones posteriores. Una vez en mi poder el justificante les
comenté que en cuanto acabase de comer llamaría a mi banco para dar orden de no
pagar ningún recibo que presentase el COMME, pero que yo ya era colegiado según el justificante que
obraba en mi poder.
Nunca pasaron ningún recibo al cobro,
no se me colegió y así seguí hasta dejar definitivamente
de navegar.
A la salida para Florida convoqué a la
tripulación y les expliqué la denuncia que habíamos
tenido el Jefe de Maquinas y yo, en relación al agua potable y a los tanques supuestamente inexistentes. Algunos de los
tripulantes saltaron manifestando que no estaba en buenas condiciones el agua que se bebía, por lo que les mostré el
análisis que había mandado hacer,
ante lo que no tuvieron mas remedio que callar.
Les dije que, efectivamente, había
sedimentos y que era muy fácil eliminarlos: había que meterse en los tanques y sacarlos, que yo
estaba de acuerdo en ello, pero que como no era
necesario, según el análisis, habría que hacerlo fuera de las horas de trabajo,
sin cobrar las horas que se emplearan y, por
supuesto, que el que iba dar el visto bueno a esos trabajos era yo mismo.
Hicieron un buen trabajo, aunque con
muchas protestas. Se trató de una pequeña venganza a
los que nos
denunciaron, por supuesto
que sabiéndolo la
mayoría de la tripulación
y el radiotelegrafista que mandó el telegrama.
En el centro de la foto siguiente se
aprecia el momento en el que desde Cabo Cañaveral despega uno de los Apolos, antes de que
quedaran obsoletos. Fue uno de los viajes que fuimos a cargar a Norfolk; mientras estábamos de camino pude ver en
directo cuando explotó uno de
estos aparatos. Estaba en el salón en el momento en que se oyó “danger” y acto seguido la explosión que desintegró el
aparato.
Como de todo hacen un espectáculo, los
días que lanzaban un cohete los alrededores de la base se llenaban de coches, caravanas y autocaravanas y pasaban horas
en espera de la salida del
cohete, que una vez realizada, aplaudían como si estuvieran en un circo. Puede verse en la foto que sólo se ve una pequeña
mota blanca, que es el humo que va dejando la estala del mismo, para esto se pasaban muchas horas en espera, aunque a
veces se suspendiera por mal tiempo o cualquier
otro motivo.
A la vuelta a España entramos en
primer lugar en La Coruña, y mientras hacíamos la maniobra de atraque tuvimos un accidente a
causa de atrancarse un alambre sobre un
rolín: un marinero pasó por encima en el
momento que éste se soltó, sufriendo un fuerte golpe en la pierna que le produjo una fractura abierta.
Nada más ocurrir el accidente me puse
en contacto con el consignatario para que llamara
a una ambulancia con el fin de que trasladase al herido a un hospital. En cuanto
atracamos le
bajamos al muelle
para, después de
media horas sin haber llegado la ambulancia,
ordenarle que llamara a una particular para que no tardase más tiempo en ser atendido.
En esos mismos momentos se acercó un
agente de policía pidiéndome los datos del accidentado
y del accidente, y no pude más: le mandé más lejos todavía mientras le espetaba que en cuanto fuese atendido el
herido le atendería yo a él.
Desde luego, la diferencia de proceder
de las autoridades en nuestro país a como lo hacen en Florida deja mucho qué decir en nuestra contra.
Por la tarde fui a visitar al herido
al hospital para interesarme de si necesitaba algo. Sus ‘compañeros’, como
ellos suelen llamarse, no habían aparecido, y no lo hicieron durante toda la
estancia; esto lo supe porque le visité un par de veces más antes de salir para
Gijón.
En Gijón, como siempre lo hacía,
fondeé fuera, pues nunca me gustó la zona interior y, como siempre, se puso servicio de lancha a
tierra.
Como es lógico, los servicios de
lancha coincidían con las guardias, para que todo el mundo pudiese bajar a tierra si le apetecía.
Una de las tardes que yo había salido, al regresar en la lancha, que debía salir a las ocho menos
cuarto de la noche, observé que había un engrasador
esperando, como yo y otros más, desde hacía un rato. Se trataba de uno de los
‘gallitos’, que unos minutos antes de salir se fue a tomar una copa, a la hora justa
le dije al patrón de la lancha que nos íbamos
para bordo ya; me dijo que había uno tomando una copa y que si le esperábamos, a lo que le
respondí que no, que fuese en otra o que durmiese en tierra, porque a bordo había personas
esperando para salir, y una copa de uno no tenía que perjudicar a los demás.
Al hilo del fondeadero de Gijón quiero
comentar que unos meses después pasó a Capitán
Aníbal Carrillo, y tanto a la ida como a la vuelta, pues cargó en Norfolk y el
puerto de descarga era Gijón, estuvimos hablando
por radio comentando varias cosas, pues era la primera vez que mandaba y traté de darle los mejores consejos que podía.
Estaba al mando del ‘Castillo de
Salas’, y en Norfolk tuvieron un pequeño accidente al golpear el alerón con una de las zonas de las
grúas de carga.
Le había aconsejado que fondeara en la
zona de fuera, y no dentro, pues era bastante peligroso si se levantaba mal tiempo.
Me imagino que pudieron más las
razones que le dieron los de aquella zona, pues al final fondeó dentro, con el resultado de la
pérdida del buque al tocar fondo y quedar partido en varios trozos debido al mal tiempo, aunque
existen otras razones que no se deben comentar.
Durante una estancia en Valencia en
Semana Santa, estando a bordo María José con los niños y el Inspector, Paco
Pedraz y su señora, decidimos hacer una cena con unos chuletones de los que compraba en Port Everglades
deshuesados, tenía cuatro y el que menos pesaba rondaba en torno a los dos kilos.
Paco trajo
pasteles y organizamos la cena, en total éramos unas doce personas las que cenamos con tres de los chuletones, quedando
el más grande del que mi hijo Jorge dio buena cuenta. Cuando terminó miró en la nevera del oficio y se trajo un plato
de espárragos, que también se comió
aderezado con mayonesa.