jueves, 30 de julio de 2020

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías


CAPÍTULO XXXIX
BUQUE “CASTILLO DE JAVIER” – 5to. EMBARQUE

        Esta vez me mandaron al “Castillo de Javier”. Embarqué en Barcelona y desembarqué en Tarragona, como siempre, con cemento para USA y grano para España.


                       

        A la llegada a Barcelona me encontré el barco nevado, fue una de las pocas veces que había cuajado la nieve en Barcelona y en el puerto. Hacía mucho frio pero enseguida salimos para Valencia.
        Cuando íbamos para Florida, una vez pasado el Estrecho de Gibraltar, una mañana me llamó el Primer Oficial cuando estaba amaneciendo, pues le pareció haber observado una luz extraña en el horizonte.
        Subí al puente, mandé moderar la máquina y comenzamos a orear el horizonte, donde le parecía haber visto la luz. Apareció también por el puente el Radiotelegrafista, que se sumó a los observadores. Al rato comenzó a decir: “veo una luz que da punto, punto, punto, raya, raya, raya, punto….” No dijo nada más, pues supimos que se trataba de un socorro, así que nos dirigimos a la zona   



                        
        Conforme nos fuimos acercando observamos el yate de la foto, que el tiempo lo había desarbolado, le hice socaire con el costado del buque, tras lo que subió a bordo una pareja de unos treinta y tantos años para pedirnos que le remolcáramos, les expliqué que era imposible pues nuestro destino era Florida y que no aguantaría el yate.

        Este temporal fue el que le rompió el bauprés al buque escuela Juan Sebastíán Elcano, que tuvo que arribar a Canarias para repararlo.
        Les pregunté que vela tenían y les aconsejé que pusieran un tormentín, rumbo cuarenta y cinco y se toparían con el Golfo de Cádiz. Le aseguré, finalmente, que pasaría información a las autoridades españolas para dar a conocer su situación geográfica y las condiciones en que iban.
        Me imagino que llegarían a buen puerto, yo les ofrecí llevarlos a bordo, a Florida, pero rehusaron. 
                    
 Mientras estuve embarcado me expidieron el Certificado de ‘Lucha Contra Incendios’ cuyo curso había realizado unos años antes.
Al   regreso   tuve   varios   incidentes   mientras   permanecimos   en   España,   y   más concretamente en Valencia. Nada más llegar, el consignatario nos dio una citación para un juzgado de Valencia para el día siguiente. No teníamos ni idea de qué se trataba, así que esperamos al día siguiente para saber qué ocurría.
Cuando nos presentamos nos informaron que el buque fue denunciado por no tener tanques  de  agua  potable;  habíamos  sido  denunciados  por  un  tripulante,  a  través  del representante de un sindicato en esta ciudad.
Fue fácil demostrar que durante los ocho años de vida del buque habíamos estado bebiendo y que la acusación era totalmente falsa, por lo que todo terminó aquí, de momento.
Dándole vueltas al asunto, el Jefe de Máquinas y yo pensamos que, como habíamos tenido mal tiempo, los sedimentos que podían existir en los tanques de agua dulce, habrían salido en algún momento mezclados con el agua, por lo que nada mas llegar a bordo llamé a Sanidad Marítima y les pedí que analizaran el agua de los tres tanques de agua potable de los que disponía el buque.
 Lo hicieron rápidamente asegurando que el agua era potable sin ningún tipo de dudas. Guardé el análisis por si posteriormente necesitaba de él.
Al   día   siguiente   se   presentó   a   bordo   un   marino,   oficial   en   un   buque de Transmediterránea y delegado del sindicato que nos había denunciado, no lo dejé ni hablar, llamándole de todo, pues no podía entender que una persona que había estudiado la carrera pudiese creer que un barco no tuviese tanques de agua potable.
Me oyó el Jefe de Máquinas y se acercó para saber qué ocurría, al explicárselo también empezó a llamarle de todo, por lo que cogió el camino y desapareció.
Una  mañana  aparecieron  los  responsables  del  Colegio  de  Oficiales  de  la  Marina Mercante, COMME, que traían una copia del B.O.E. donde se indicaba que todos los marinos mercantes que estábamos navegando debíamos estar colegiados.
Creo que yo era de lo s pocos que no estaban colegiados, pues nunca me han gustado los sindicatos, los colegios ni nada que mantuviese a los marinos que no querían navegar. Al preguntarles qué podía ocurrir si no me colegiaba, me mostraron el B.O.E. donde se recogía claramente que darían instrucciones a la Comandancia de Marina para que me desenrolaran.
Ante esta tesitura pedí todos los documentos, los firmé, exigiéndoles que me dieran un justificante para demostrar que estaba colegiado ante posibles reclamaciones posteriores. Una vez en mi poder el justificante les comenté que en cuanto acabase de comer llamaría a mi banco para dar orden de no pagar ningún recibo que presentase el COMME, pero que yo ya era colegiado según el justificante que obraba en mi poder.

Nunca pasaron ningún recibo al cobro, no se me colegió y así seguí hasta dejar definitivamente de navegar.
A la salida para Florida convoqué a la tripulación y les expliqué la denuncia que habíamos tenido el Jefe de Maquinas y yo, en relación al agua potable y a los tanques supuestamente inexistentes. Algunos de los tripulantes saltaron manifestando que no estaba en buenas condiciones el agua que se bebía, por lo que les mostré el análisis que había mandado hacer, ante lo que no tuvieron mas remedio que callar.
Les dije que, efectivamente, había sedimentos y que era muy fácil eliminarlos: había que meterse en los tanques y sacarlos, que yo estaba de acuerdo en ello, pero que como no era necesario, según el análisis, habría que hacerlo fuera de las horas de trabajo, sin cobrar las horas que se emplearan y, por supuesto, que el que iba dar el visto bueno a esos trabajos era yo mismo.
Hicieron un buen trabajo, aunque con muchas protestas. Se trató de una pequeña venganza  a  los  que  nos  denunciaron,  por  supuesto  que  sabiéndolo  la  mayoría  de  la tripulación y el radiotelegrafista que mandó el telegrama.

En el centro de la foto siguiente se aprecia el momento en el que desde Cabo Cañaveral despega uno de los Apolos, antes de que quedaran obsoletos. Fue uno de los viajes que fuimos a cargar a Norfolk; mientras estábamos de camino pude ver en directo cuando explotó uno de estos aparatos. Estaba en el salón en el momento en que se oyó “danger” y acto seguido la explosión que desintegró el aparato.

Como de todo hacen un espectáculo, los días que lanzaban un cohete los alrededores de la base se llenaban de coches, caravanas y autocaravanas y pasaban horas en espera de la salida del cohete, que una vez realizada, aplaudían como si estuvieran en un circo. Puede verse en la foto que sólo se ve una pequeña mota blanca, que es el humo que va dejando la estala del mismo, para esto se pasaban muchas horas en espera, aunque a veces se suspendiera por mal tiempo o cualquier otro motivo.

          
 Una vista aérea de Port Cañaveral. La primera dársena a la derecha es la base de submarinos  donde  atracan  los  de  mayor  calado,  es  decir,  los  más  grandes  de  lo  que disponen, pues lo hay con más de doce metros de calado.
A la vuelta a España entramos en primer lugar en La Coruña, y mientras hacíamos la maniobra de atraque tuvimos un accidente a causa de atrancarse un  alambre sobre un rolín: un marinero pasó por encima en el momento que éste se soltó, sufriendo un fuerte golpe en la pierna que le produjo una fractura abierta.

Nada más ocurrir el accidente me puse en contacto con el consignatario para que llamara a una ambulancia con el fin de que trasladase al herido a un hospital. En cuanto atracamos  le  bajamos  al  muelle  para,  después  de  media horas sin haber llegado la ambulancia, ordenarle que llamara a una particular para que no tardase más tiempo en ser atendido.

En esos mismos momentos se acercó un agente de policía pidiéndome los datos del accidentado y del accidente, y no pude más: le mandé más lejos todavía mientras le espetaba que en cuanto fuese atendido el herido le atendería yo a él.
Desde luego, la diferencia de proceder de las autoridades en nuestro país a como lo hacen en Florida deja mucho qué decir en nuestra contra.

Por la tarde fui a visitar al herido al hospital para interesarme de si necesitaba algo. Sus ‘compañeros’, como ellos suelen llamarse, no habían aparecido, y no lo hicieron durante toda la estancia; esto lo supe porque le visité un par de veces más antes de salir para Gijón.
En Gijón, como siempre lo hacía, fondeé fuera, pues nunca me gustó la zona interior y, como siempre, se puso servicio de lancha a tierra.
Como es lógico, los servicios de lancha coincidían con las guardias, para que todo el mundo pudiese bajar a tierra si le apetecía. Una de las tardes que yo había salido, al regresar en la lancha, que debía salir a las ocho menos cuarto de la noche, observé que había un engrasador esperando, como yo y otros más, desde hacía un rato. Se trataba de uno de los ‘gallitos’, que unos minutos antes de salir se fue a tomar una copa, a la hora justa le dije al patrón de la lancha que nos íbamos para bordo ya; me dijo que había uno tomando una copa y que si le esperábamos, a lo que le respondí que no, que fuese en otra o que durmiese en tierra, porque a bordo había personas esperando para salir, y una copa de uno no tenía que perjudicar a los demás.
 No mencionó nunca el episodio, y espero que le sirviese para otras ocasiones.
Al hilo del fondeadero de Gijón quiero comentar que unos meses después pasó a Capitán Aníbal Carrillo, y tanto a la ida como a la vuelta, pues cargó en Norfolk y el puerto de descarga era Gijón, estuvimos hablando por radio comentando varias cosas, pues era la primera vez que mandaba y traté de darle los mejores consejos que podía.
Estaba al mando del ‘Castillo de Salas’, y en Norfolk tuvieron un pequeño accidente al golpear el alerón con una de las zonas de las grúas de carga.

Le había aconsejado que fondeara en la zona de fuera, y no dentro, pues era bastante peligroso si se levantaba mal tiempo.
Me imagino que pudieron más las razones que le dieron los de aquella zona, pues al final fondeó dentro, con el resultado de la pérdida del buque al tocar fondo y quedar partido en varios trozos debido al mal tiempo, aunque existen otras razones que no se deben comentar.
Durante una estancia en Valencia en Semana Santa, estando a bordo María José con los niños y el Inspector, Paco Pedraz y su señora, decidimos hacer una cena con unos chuletones de los que compraba en Port Everglades deshuesados, tenía cuatro y el que menos pesaba rondaba en torno a los dos kilos.
Paco trajo pasteles y organizamos la cena, en total éramos unas doce personas las que cenamos con tres de los chuletones, quedando el más grande del que mi hijo Jorge dio buena cuenta. Cuando terminó miró en la nevera del oficio y se trajo un plato de espárragos, que también se comió aderezado con mayonesa.