CAPÍTULO
XLIV
BUQUE
“CASTILLO DE MONTERREY” - 10º
EMBARQUE
De nuevo a los cementeros, en esta ocasión al
‘Castillo de Monterrey’. Embarqué en Valencia y desembarqué en Port Everglades
(Estados Unidos), con cemento para USA y grano o petcoque para España. Fue la
última campaña en estos barcos, pues se vendieron a una empresa griega.
Desde que empezamos a llevar cemento a
Florida, siempre tuvimos a Philemon como consignatario, primero en Eller &
Co. y, más tarde, independientemente, como Usa Maritime Interprises Inc..
Siempre tuve muy buena relación con él, pues era un hombre práctico y
solucionaba problemas, algo que es muy importante en este mundo.
Cuando salíamos a tomar una copa, normalmente
al Carlos&Pepe, muy cerca del puerto, o a comer, me daba las llaves del
coche, pues sabía que yo me tomaba una cerveza y pasaba de la segunda, lo que
él nunca hacía ni a la segunda ni a la tercera. Bebía vino blanco, Chablis, y
no tenía freno. Paco Thalamas decía que cuando nació le pusieron el arranque,
pero no la parada.
Cogía unas cogorzas de campeonato, así que lo
acompañaba a casa y me llevaba su coche. Lo que más me llamaba la atención de
este hombre era su poder de recuperación: en menos de dos horas estaba listo
para trabajar o para beber de nuevo.
A bordo nunca le permitía tomar más de una
copa de vino, y por eso salía con él, pues siempre tenía ganas de más. Era
conocido por todos y le apreciaban muchísimo. No volví a saber de él después de
este viaje. Le deseo lo mejor, pero dudo que al ritmo de copas que llevaba
pudiese durar mucho, a menos que se conservase en alcohol.
Desde que embarqué en Valencia se sucedieron
las visitas de Elías Zanavaras (griego), inspector de una compañía, también
griega, que quería comprar los cementeros.
Durante la estancia en España estuvo a bordo
reconociendo el buque. Se pasaba el día con el Jefe de Máquinas y conmigo
preguntándonos por todo y tratando de averiguar por qué se vendían, si eran
barcos problemáticos, por viejos, o por cualquier otro motivo.
Cuando llegó el momento de salir me avisó de
que, durante la descarga y carga en Estados Unidos, iban a venir unos buzos
para inspeccionar el casco. Estuvieron estos durante la descarga de cemento,
pasando finalmente un informe en el que se aseguraba que el casco estaba en
perfectas condiciones.
No contento con ello, en el puerto de carga,
en Texas City (USA), volvió a enviar buzos, pues no debió confiar demasiado en
los primeros. El informe fue el mismo, ya que, efectivamente, el buque estaba
en excelentes condiciones. Los espesores de las planchas eran mayores de los
especificados en planos, lo que ya nos dio problemas a la salida por las mil
toneladas de Peso Muerto extra que metieron en Astilleros al no tener planchas
del grosor especificado.
Volvimos para España sabiendo que
prácticamente se habían vendido los cementeros, y como fuimos a descargar a
Alcanar, me puse en contacto con el departamento de la empresa responsable del
aprovisionamiento de los buques, pues teníamos muchas provisiones a bordo y era
una pena que se quedaran, ya que por ellas no pagarían nada.
Me dijeron que iban a enviar un camión
frigorífico para recogerlas (unos catorce millones de pesetas) para enviarlas a
otros buques de la empresa.
Hicimos la descarga, limpieza del buque y,
posteriormente, la carga en Alicante de donde, al final, salimos con las mismas
provisiones con las que habíamos entrado. Era el Estado y se miraba poco por
algún tipo de gasto, aunque por otros pusieran muchas pegas.
En Alicante hicimos la última carga de
cemento y para celebrarlo hicimos una comida en el Club Náutico, donde nos
pusimos las botas: unos buenos entremeses, paella y champagne. Participamos
todos los oficiales menos los de guardia y fue como una pequeña despedida, pues
nos mantuvimos mucho tiempo oficiales a los que sólo mandaban a los cementeros.
Uno de los días que estábamos cargando en
Alicante me llamó el Primer Oficial por el walkye para decirme que José Luis le
había informado de que iban a parar unas horas por la tarde. Como no me sonaba
el nombre le pregunté que quién era José Luis, y por debajo se oyó: –dile que
soy Vicente.
Desde 1982, once años antes, que comenzamos a
cargar Cemento de Valenciana de Cementos, en Alicante, le venía llamando
Vicente, así que le dije que cómo no me lo había dicho, a lo que me contestó
que “como me veía tan convencido, para qué me lo iba a decir”.
Esto es un gran problema mío, pues no suelo
acordarme de los nombres, y a veces he pasado verdaderos apuros por no recordar
el nombre de las personas a las que
trataba usualmente.
En Alicante embarcaron personas de la
Compañía que iba a comprar el buque: Elías Zanavaras, El Jefe de Máquinas, el
Primer Oficial y el Electricista, estos tres últimos ucranianos.
Durante todo el viaje estuvieron poniéndose
al tanto de cómo funcionaba el buque, mientras Elías seguía con sus preguntas
al Jefe de Máquinas y a mí. Por las noches solía venir a mi despacho para tomar
una copa y seguir con las preguntas, pues no comprendía cómo se vendía el barco
estando en tan buenas condiciones.
Un par de noches antes de llegar a Florida le
pregunté, por curiosidad, que cuánto iban a ofrecer por el buque, pues ya
habían tomado la decisión de comprarlo, y me comentó que traía un fax para sus
jefes en el que recomendaba que se pagasen mil millones de pesetas.
Desde que salimos de Alicante le vine
diciendo al cocinero que toda la provisión que teníamos a bordo había que
comérsela para dejarle lo mínimo a los nuevos armadores, así que todas las
tardes asábamos un cordero en la popa, a las brasas, que regábamos con sangría
y cerveza. Desde luego, estas comidas fueron las mejores en mucho tiempo.
Como se iba a entregar el buque, al firmar
los papeles no había que dar cuenta a Madrid ni de comida ni de bebidas, así
que traté de que se consumiese todo durante este viaje.
Como tuvimos mucha relación con los
ucranianos, me enteré de que el sueldo del Jefe de Maquinas era de dos mil
quinientos dólares, y de dos mil el del Primer Oficial y el del Electricista.
Un día, el Primer Oficial ucraniano me pidió permiso para llamar a su casa por
el teléfono vía satélite, pues quería que su mujer comprara su casa, que era de
alquiler, le pregunté que cómo era el piso, respondiéndome que era una casa
entera con tres plantas.
Fue a principios de que se terminase todo en
la URSS y tenían un nivel de vida bajísimo, pues con dos mensualidades de dos
mil dólares Usa pudo comprar la casa.
En Florida les llamó mucha la atención cómo
estaban los supermercados, donde podían comprar todo lo que quisiesen. Así,
pues, compraron muchos kilos de café que, por lo visto, no debían tener en
Ucrania.
Cuando vino la tripulación completa en Port
Everglades, a los oficiales nos regalaron una lata de caviar y una moneda de un
rublo de plata. Quizás fue por las comidas que hicieron a bordo, como más
adelante comentaré.
El primer viaje que hicimos con cemento a
Port Everglades, ya comenté que tomé los calados con el Surveyor, Lucas, y que
éste siempre tiraba para abajo o para arriba, según le interesase. En este
viaje, una vez terminada la descarga en Port Cañaveral, me dijo muy serio que
si podía hacerme una pregunta, respondiéndole sin titubear que sí, aún sin
saber a qué se referiría.
Me dijo que de los Capitanes que habíamos
pasado por los cementeros, conmigo había sido con el único que siempre había
dado carga de más, y que no sabía por qué.
Me remití entonces al primer viaje y a su
manera de proceder en la toma de los calados, así que subimos al puente donde
le mostré la piscina del buque, argumentándole que entraba con ella llena y que
durante la estancia en puerto la vaciaba.
Esto suponía cincuenta toneladas, y si
descargábamos en dos puertos eran cien; y en el caso de ir a Tampa como tercer
puerto, serían ciento cincuenta. De esta forma me daba igual que tomase los
calados a su manera, pues sabía que nunca iba a faltarme carga.
El
hombre se fue bastante jodido, pero la verdad es que había sido siempre una
‘mosca cojonera’ a la que, en alguna ocasión, había mandado ‘más lejos’ por
meterse donde no le llamaban.
Una vez terminada la descarga salimos a
fondear y a realizar la limpieza de las bodegas, ya que en ese momento se haría
la venta y la consiguiente entrega del
barco.
Cuando estuvo terminada, quedamos en que al
día siguiente se realizase la venta en el Consulado Español en Miami, y por
ello tuve que salir del buque a primera hora, con toda la documentación, y
también porque en ese momento se realizaría el cambio de tripulación. Hubo que
hacerlo en varios turnos pues la lancha tenía permiso sólo para diez pasajeros.
Mientras esto se realizaba, en el Consulado
se daba curso a todo el papeleo que llevaba la venta. Primero tuve que entregar
la documentación secreta de la OTAN que llevábamos para caso de guerra, y una
vez comprobados precintos, sellos y demás, se procedió a la venta del buque.
Había dos representantes de Elcano
(vendedores) y otros dos de los compradores, uno de ellos Elías Zanavaras. El
Cónsul leyó todas las cláusulas, llamándome mucho la atención cuando dijo el
precio de venta, que se estipulaba en quinientos millones, sustancial
diferencia con lo que había pasado Elías por fax unos días antes, pero como no
me interesaba seguí con la firma de los papeles y así terminó la venta.
A la vuelta a Port Everglades ya había
desembarcado toda la tripulación y nos fuimos al hotel. No se por qué razón
tuvimos que estar unos días de espera antes de coger el avión, tal vez por
motivo de los billetes, pero lo cierto es que no lo supe.
Me comentó el Primer Oficial que cuando
embarcaron los ucranianos, lo primero que hizo la cocinera al ver los filetes
que había partido nuestro cocinero para la comida de ese día, fue coger un
cuchillo y partirlos en tres trozos. Me imagino que los que estuvieron con
nosotros el último viaje se acordarían de las comidas que habían tenido a
bordo.
Como es lógico, cuando se hizo la venta del
buque tuve que guardar toda la documentación que debía poner a disposición de
Elcano, para ello tuve que comprar unas maletas donde transportarla y llevarlas
a las oficinas en Madrid. Comento esto por lo que me ocurrió unos días después.
En estos días tuvimos dos comidas, una de
ellas la del día de la Virgen del Carmen, Patrona de la Marina, que se
celebraba en los barcos, así que aunque tuve que pagarla yo, más tarde pasé la
factura a Madrid, dándonos una buena mariscada para celebrar el día y el fin de
esta etapa de la que todos teníamos unos gratos recuerdos.
La otra comida nos la dieron los Agentes
Generales de Elcano en Estados Unidos, Fillete Green and Co., de New Orleans.
Se trasladaron dos personas hasta Port Everglades y Usa Maritime Interprises
Inc., Agentes de Port Everglades, Philemon, y aunque invitaron a los
principales de Rinker Material Corporation, que fueron los receptores del
cemento durante todos estos años, no tuvieron la delicadeza de presentarse ni
de excusarse ninguno de ellos. Como tuve que pronunciar unas palabras a la
finalización de la comida, dí las gracias a los presentes por todas las
atenciones recibidas en estos años y les pedí que enviaran una nota a los de
Rinker haciéndoles notar su ‘mala educación y falta de principios’.
Algo más que, a petición de los Agentes, me
tocó hacer esos días, fue la traducción al inglés de los planos del buque, para
poder legalizarlos, algo que, aunque me costó bastante trabajo, hice muy a
gusto.
Como se puede suponer, cuando los marinos
embarcamos llevamos ropa para invierno y para verano, por ello vamos siempre al
límite de peso en los aviones. En esta ocasión, además de mis pertenencias
llevaba toda la documentación del buque, que eran otras dos maletas. Al sacar
la tarjeta de embarque y facturar las maletas había sobrepasado en mucho el
límite de kilos.
La señorita que me atendió en el mostrador,
lejos de poner pegas me pidió que esperase al final para que no tuviese que
pagar exceso de equipaje, pues pasaría de los mil dólares, y la verdad es que
no sé por qué.
No hubo forma de hacerle comprender que me
daba igual pagar este dinero, y que lo que quería era que facturasen mis
maletas para quedarme tranquilo; al final se salió con la suya y no tuve que
pagar, pero me tuvo esperando más de media hora.