Hace muy poco he conseguido pasar la raya de los ochenta; en nuestro Círculo hay ya varios que lo han conseguido y que demuestran tener una memoria envidiable y, no solamente memoria sino fuerza y voluntad para seguir tirando del carro sin el menor síntoma de decaimiento. Yo no sé cuantas pastillitas se toman cada día; si le preguntamos a nuestro amigo Ballesteros, seguro que nos dirá que él no sabe lo que son pastillas, yo por supuesto soy un gran consumidor de ellas y gracias a las cuales me medio mantengo físicamente en pie, pero me parece que la cabeza me funciona aún con bastante claridad, y pienso que cuanto más gire el disco duro más tardará en llegar el maldito Alzheimer, si es que tiene que llegar.
Se me ha ocurrido que una forma, como otra cualquiera, de ejercitar la memoria sería recordar momentos vividos por aquellos que durante nuestra juventud tuvimos la suerte de encontrarnos en Málaga, con ello no quiero dejar a un lado a los compañeros del Círculo que no sean malagueños, mi principal deseo es rendir un homenaje a todos aquellos que por las años cincuenta formábamos un grupo entusiasta que teníamos fijada la mirada en el mar como medio de ganarnos las habichuelas. Muchos ya no están porque no tomaron a su debido tiempo las pastillitas necesarias, otros porque decidieron en su momento cambiar de residencia de acuerdo con el domicilio que tenía la media costilla elegida, y algunos aquí seguimos, no muchos pero los suficientes como para poder evocar con añoranza los tiempos pasado, que por supuesto no siempre fueron mejores. Para todos aquellos que formamos aquel grupo, van dirigidos mis recuerdos y que nadie se considere olvidado si no ve reflejado su nombre.
Yo decidí seguir los pasos de mi padre desde el punto de vista profesional en Junio de 1948, cuando finalizaba el cuarto año de bachillerato en el colegio de los Hermanos Maristas me dije a mí mismo que para qué iba a continuar en el colegio, si solamente eran necesario tres años de bachiller para poder ingresar en la Escuela de Náutica.
Pero, por muy extraño que parezca, Málaga -puerto de mar- no era el lugar más adecuado para decidir ser marino. El ambiente marino no se palpaba por ningún lado, cuando se lo comuniqué a mi padre le puse en un gran dilema, ahora ya no recuerdo como llegó a encontrar la persona que en aquella época se dedicaba a preparar el ingreso en la Escuela de Náutica. Se encontraba muy cerca de mi casa (yo vivía en la Plaza del Teatro y la academia estaba al principio de la calle Mariblanca), a dos pasos como quien dice; el director y profesor se llamaba D. Ricardo Puente, ex ingeniero de telecomunicaciones, lo de "ex" le venía (como a muchísimas personas en aquella época) por sus desavenencias políticas, que le obligaron a ganarse la vida de forma bien distinta a su formación académica.
La mal llamada Academia era un verdadero cuchitril, una habitación pequeña que dos hermanas ya ancianas le tenían alquilada a D. Ricardo. Eso sí, era muy luminosa porque tenía un balcón muy amplio. Lo único que demostraba que aquella habitación estaba destinada a la enseñanza era el gran encerado que se encontraba contra una de las cuatro paredes. Una mesa con su correspondiente silla para el profesor y un número indeterminados de sillas normales para los alumnos, nada de pupitres. El precio mensual por la preparación, si mal no recuerdo, era de 25 pesetas. Todos recordaremos que en aquella época el ingreso en la escuela de Náutica se lograba resolviendo tres problemas por aritmética (prohibido emplear el álgebra), y que la preparación se hacía a través de un libro llamado Ardura. Ese libro D. Ricardo se lo sabía de memoria, yo creo que hasta los resultados los tenía almacenados en su mollera. Las dos horas que duraba la clase se las pasaba desgranando los problemas que figuraban en el Ardura, uno por uno. Recuerdo unos muy entretenidos que trataban de grifos que llenaban depósitos mientras el agua se salía por otros desagües y al final tenías que averiguar el tiempo que tardaría en llenarse el depósito si le ponías un grifo más…… o algo parecido. Bueno, todo eso es lo de menos, el caso es qué, allí conocí a las cuatro primeras personas que como yo, pensábamos estudiar la carrera de Marino, no éramos más y de esos cuatro, solamente Gonzalo Balenzategui Bentabol y yo fuimos a Cádiz en el mes de Septiembre de 1948 para hacer el ingreso en la Escuela Oficial de Náutica. Nos acompañó la madre de Gonzalo y nos hospedamos en una pensión llamada Islas Canarias. Por cierto, Gonzalo no aprobó el examen porque aunque parezca mentira, se quedó dormido el angelito, ¡la madre que lo parió!……
Los otros no volvieron por la academia y nunca más se supo de ellos. Pero por boca de D. Ricardo supimos los nombres de algunos otros alumnos algo anteriores a nosotros que ya se encontraban en Cádiz cursando la carrera, nos mencionó a Julio Pineda, Juan Zaragoza, Cristino Navarrete. Nos enteramos igualmente que había en Málaga otro señor llamado D. Jaime Segalerva que se dedicaba a la preparación de náutica y que pertenecía al Cuerpo General de la Armada. Ya en aquella época se hablaba de algunos marinos malagueños como Miguel Casas, Pedro Bosch, Canito, López Archivel……..que servían de reclamo para los que empezábamos, pero que como ya digo anteriormente muy poco ambiente había en Málaga siendo puerto de mar, posiblemente por no existir compañías navieras que garantizaran un trabajo seguro.
La carrera de Marino siempre se ha dicho que era una carrera de vocación. Yo que la he ejercido durante 38 años, lo puedo asegurar. Pienso que muchísimos de los que empezaron a estudiarla, lo hicieron atraídos por los pocos requisitos exigidos para ingresar en la Escuela, algunos rechazados de otras carreras universitarias y otros porque no sabían donde se metían. De esas circunstancias me di cuenta durante los dos años que permanecí en la academia del Sr. Puente; por allí pasaron cantidad de alumnos que abandonaron al menor contratiempo, no menciono sus nombres porque no viene al caso y porque me consta que muchos ya no están entre nosotros. De cualquier forma lo que sí puedo asegurar es que, al comienzo de la década de los cincuenta se incrementó el número de vocaciones marineras.
Como D. Ricardo Puente no daba más de sí en lo que se refiere a conocimientos específicamente náuticos, decidí estudiar el tercer curso en Sevilla, ya que al mismo tiempo que había Escuela de Náutica (aunque no oficial) mi padre trabajaba en Sevilla y algo me podría ayudar en los estudios; para mí fue una gran ayuda porque la escuela de Sevilla funcionaba a trancas y barrancas, ya que salvo el profesor de inglés que era una persona responsable y que cumplía a rajatabla con su horario de clase, el resto del profesorado eran funcionarios de la Junta de Obras del Puerto (marinos profesionales) pero que atendían sus obligaciones como docentes siempre y cuando sus otras obligaciones se lo permitían, en resumidas cuentas: había clase un día no y el otro tampoco, las vacaciones de Navidad nos las tomamos el día 10 de Diciembre con lo cual queda dicho todo, aquello era una casa de niñas bien organizada. El curso transcurrió sin novedad, finalicé en el mes de Julio de 1951 después de pasar el correspondiente examen que era efectuado por profesores de la Escuela de Cádiz.
De mi estancia en Sevilla guardo el recuerdo de algunos compañeros que llegaron a ser Prácticos del río, como Ricardo Franco y Rafael Montesinos, Capitán de la esclusa Rafael Escañuela, Francisco Blanco que llegó a ser campeón de España de natación estilo mariposa y sobre todo de Vicente Rodríguez Vicente, con el que posteriormente efectué el cursillo de Piloto en Cádiz, coincidiendo al mismo tiempo con Antonio Terrón que estudiaba su último curso y los tres llegamos a compenetrarnos y reforzar una amistad que aún hoy día perdura, a pesar que Vicente Rodríguez tardó poco tiempo en cambiar el sextante por la toga ya que estudió la carrera de Derecho y como a muchos otros el matrimonio le hizo cambiar el rumbo de su vida. No obstante él sigue manteniendo su amor por la mar y pertenece a la Cámara de Mareantes de Sevilla.
Cuando obtuve el titulo de Alumno en Sevilla y regresé a Málaga, me fue grato comprobar que la afición por la náutica había crecido de forma considerable, que una nueva academia llamada Madroñero había abierto sus puertas para preparar el ingreso en Náutica y otros tantos señores como D. Ángel Ferrer, León… se dedicaban a ello. Yo aproveché mi amistad con José A. Tentor que estudiaba en Madroñero (porque era su cuñado) para ir conociendo al resto de los alumnos de la academia. Entre los que más recuerdo figuran Carlos Salinas, su primo Paco Salinas, Fernando Medina, Ignacio Ortega, Rafael Lara, Rafael Moreno (a quien ya conocía del colegio de Maristas), Ballesteros y algunos más cuyos que ya he olvidado sus nombres. Otros que aunque si recuerdo sus nombres como son Vicente Gómez Navas y Manuel Rodríguez Barrientos me resulta imposible ubicar el momento exacto de nuestro conocimiento. De Barrientos recuerdo perfectamente que me dio unos apuntes de mecánica, luego supongo que sería cuando yo estudiaba segundo. Tampoco puedo olvidarme de nuestro amigo Antonio Bonilla de la Corte, que en su momento llegó a igualar en fama al temible Bedoya, cuando obtuvo la cátedra de Mecánica Aplicada al Buque, quien se lo iba a decir. Otro que en este momento se me viene a la memoria es Ramón Franco Quijada, éste salió rebotado del seminario, pero con los suficientes conocimientos de latín como para poder dar clase de esa asignatura en el colegio de los Jesuitas de Málaga al mismo tiempo que estudiaba la carrera de Náutica; la paradoja estaba en que Bedoya tenía un hijo estudiando en ese colegio y cuentan las malas lenguas que hasta que Bedoya no le dio el aprobado en Astronomía, su hijo no aprobó el latín en los Jesuitas. Después de tanto berrinches como se llevó nuestro amigo Ramón con la Astronomía de nada le sirvió ya que al final estudió derecho y la última vez que lo vi fue en Madrid, año 1965, estaba de abogado en el Sindicato de la Marina Mercante.
El año que pasé en Málaga esperando poder embarcar para efectuar las prácticas lo empleé (a parte de la obligada visita diaria al puerto) en pasear parque arriba, parque abajo, disfrutando con los nuevos amigos de profesión, de los buenos momentos que nos ofrecía la vida, nunca olvidaré los buenos momentos que pasamos con Panchito López (Rafael Lara) con las barbaridades que se inventaba, aún conserva el puñetero el don de entretener con su verborrea inigualable, todos los del Circulo lo conocéis y yo pocas palabras más puedo añadir en ese sentido.
Y creo que con lo escrito hasta este momento es más que suficiente para remover el disco duro. Si el respetable no se ha cansado con mi relato, puedo decir .. “continuará” y si os parece que resulta una pesadez, le diré al Sr. Alzheimer que puede visitarme cuando lo desee. De cualquier forma, para todos aquellos que formamos aquel grupo un fuerte abrazo.
Capitán A. de Bonis