Una vez desembarcado
del “Sierra Blanca”, donde di por terminado mis viajes de carga general, pasé
al “Sierra Estrella” que -en aquel entonces- estaba experimentado una nueva
línea de tráfico frigorífico entre el puerto de Huelva y el de Dakar (Senegal).
Exceptuando unos seis
meses que estuve embarcado en el buque gasero “Sant Jordi” toda mi vida
profesional (a partir de entonces) ha transcurrido en buques frigoríficos. Esta
última y larga etapa (22 años) es la que, a partir de ahora, intentaré comentar
en mi recordatorio. Son muchos los años
que ejercí la profesión en este ambiente y también son muchos los años (25) los
que han transcurrido desde que dije adiós a los barcos, pero ha sido una vida
tan apasionante que son muy pocos los recuerdos que actualmente se me escapan.
Exceptuando algunos
viajes que hice con las bodegas repletas de cerdos, corderos, carne de vacuno e
incluso de mantequilla, todos estos años los he dedicado al transporte de
pescado, cargado casi todo directamente de los pesqueros. Transbordos efectuados en los lugares más dispares y
remotos que se puede uno imaginar, ya que Marítima del Norte no escatimó nada a
la hora de prestar sus servicios y ayuda a la gran expansión de la flota
pesquera española, que también significaba la suya propia.
No voy a explicar aquí
como se carga el marisco, el pescado o las piezas de atunes, esto no tiene
ningún misterio, aunque sí existen ciertas reglas o normas para que la carga
sufra lo menos posible. Mi intención es contar algunas de las vivencias que
durante el transcurso de todos estos años
que permanecí en continuo contacto con los profesionales de la pesca, me
hicieron conocer mejor los sacrificios de esa profesión, y desde esa época jamás
se me ocurriría decir que el pescado es
caro.
Todos los que hemos
navegado tenemos una cosa en común que nos une, es el sacrificio que supone
tener que apartarse de la familia para poder ejercer la profesión que nos
gusta. A parte de esto, existe bastante diferencia en la profesión, dependiendo
del tipo de barco en el cual se navegue y por supuesto dentro de la pesca
también existen diferencias, dependiendo a qué tipo de pesca se dediquen.
Yo empezaré mi
narración por los marisqueros que fueron los primeros con los que tuve
contacto. Ya hace muchísimos años que las mal llamadas gambas de Huelva no son
de Huelva, aunque los armadores y el personal que permanece embarcado en este
tipo de barcos, continúe siendo preferentemente de Huelva, dándose al mismo
tiempo la paradoja, que casi todos los patrones de pesca eran oriundos de Lepe y alrededores, (al menos en aquella
época), que conocían perfectamente el oficio a pesar de ser nacidos en tierras
del interior, pero las familias se pasaban los secretos de la profesión de
padres a hijos o sobrinos. Yo llegué a conocer a una familia bastante numerosa
que todos era patrones de pesca y por cierto bastante buenos.
La flota de Huelva
salía y volvía con las capturas efectuadas en la costa de Marruecos hasta que tuvieron que buscar otros
caladeros más lejanos y se plantearon la opción de pescar, transbordar la pesca
y seguir pescando en los caladero sin tener que volver al puerto base
(Huelva). Fue en ese preciso momento,
allá por el año 1965, cuando Marítima del Norte ofreció el servicio del “Sierra
Estrella” y del “Sierra Espuña” para efectuar los transbordos a la flota
marisquera de Huelva que se encontraba
faenando en aguas de Senegal, y así comenzó todo. No fue empresa fácil al
principio. Los intereses de los Armadores no coincidían con los intereses de
las tripulaciones que veían de esa forma cortadas las posibilidades de regresar
a casa una vez finalizadas las capturas, como solían hacer hasta entonces.
Hasta que se firmaron contratos de larga duración con la obligación de efectuar relevos de
personal cada cierto tiempo acordado y
estos acuerdos se llevaron a cabo, la situación fue muy tensa entre el personal
y los únicos que verdaderamente estaban contentos con la situación creada eran
los Patrones de pesca ya que suponía para ellos un elevado incremento en sus
ganancias.
Poco a poco la
situación se fue normalizando, la decisión de transbordar que en un principio
dependía de los Patrones de pesca, pasó a
ser tomada conjuntamente con los Armadores en Huelva, ya que al decidir
enviar pertrechos a sus pesqueros a través del mercante (los “Sierras”) se
comprometían a que sus pesqueros efectuaran los transbordos. Al comienzo la
capacidad de carga frigorífica de cada “Sierra”
era de aproximadamente 60 o 65 toneladas, en poco tiempo esto resultó insuficiente
ya que Armadores de otras zonas diferentes a Huelva empezaron a enviar sus
barcos a la zona de Dakar ante la perspectiva de poder efectuar transbordos y
Marítima del Norte no dudó un instante para reconvertir sus tres barcos:
Estrella, Espuña y Escudo en frigoríficos totales con una capacidad de carga de
450 toneladas.
Dos años
aproximadamente duró este tira y afloja, hasta que finalmente quedó consolidada
la línea entre Huelva y Dakar. El numero de pesqueros que faenaban en aguas de
Senegal aumentó de forma considerable, hasta tal punto que la Autoridad de
Marina de Huelva, ante los problemas del personal que a veces se presentaban a
tantas millas de distancia, “verbalmente” nos concedió poderes a los Capitanes
que hacíamos la línea para impartir la disciplina que fuese necesaria.
La llegada del mercante
a Dakar, que en un principio era visto con malos ojos, al final se convirtió en
una pequeña fiesta, ya que significaba poder recibir paquetes enviados por los
familiares, correspondencia, pertrechos, víveres…, los pesqueros abarloaban al
mercante con cierta alegría e incluso nos traían gambas del último lance, ya
cocidas en agua de mar, para obsequiarnos de su mejor manera posible; también
nos obsequiaban regalándonos esas bocas y pechos que actualmente alcanzan en el
mercado unos precios desorbitados y que en aquella época era una mercancía que
pertenecía a las tripulaciones, que justamente aprovechaban el mercante para
enviárselo a sus familiares que a sus vez lo vendían particularmente en Huelva.
Este tipo de marisco se empezó a consumir en España por primera vez en un
famoso bar de Huelva llamado “En la esquinita te espero”. ¡Quien no lo recuerda!
Hasta la Iglesia se dio
cuenta del auge que adquirió la flota pesquera en aguas de Senegal y no quiso
perder la oportunidad de hacer catequesis en aguas tan lejanas; fue el
Arzobispo de Huelva, el entonces Cardenal Cantero Cuadrado, quien se embarcó un
viaje en uno de los “Sierras” para poder hacer una visita a sus feligreses
pescadores que se encontraban en Senegal alejados de la mano de Dios. El viaje
resultó un éxito desde el punto de vista mediático, ya que el Stella Maris de
Huelva lo preparó concienzudamente
recopilando cintas grabadas a familiares de los pescadores, y que estas cintas
fueron oídas a medida que los pesqueros entraban en Dakar para efectuar los
transbordos, todo resultaba muy emocionante, se vieron derramar lagrimas a
muchos tripulantes emocionados al poder escuchar las voces de sus familiares
queridos.
El Stella Maris de
Huelva trabajó de lo lindo en esa etapa difícil, procurando el bienestar de las
tripulaciones, luchando por los derechos sociales de tantísimos tripulantes que
de la noche a la mañana se habían visto “casi” obligados a emigrar con la nueva
situación creada al tener que ejercer su trabajo en unos caladeros tan lejanos.
Mi opinión muy personal sobre la mayor parte de los descontentos que se
creaban, es que la flota no reunía las condiciones necesarias para que las
tripulaciones pudieran hacer su trabajo de una forma digna. El trabajo era
agotador, realizado en unas condiciones climatológicas altamente calurosas a la
cual no estaban habituados y que les hacía casi imposible poder descansar; ésto
unido a que los Armadores no cumplían rigurosamente los contratos en cuanto a
relevos se refiere, hacía que a veces se crearan situaciones verdaderamente
desagradables. Hubo un momento en que el ambiente estuvo bastante enrarecido.
El Stella Maris creyéndose responsable del bien y del mal que pudiera darse en
la zona y creo que de acuerdo con los sindicatos, editó una revista llamada “EL
CAMARON”, que los Armadores consideraron subversiva y contraria a sus intereses. Como esa revista
llegaba a aguas de Senegal a través de los “Sierras”, algún que otro Capitán
tuvo que limar asperezas con los Armadores aunque, al final, todo se resolvió
sin problemas.
Mi trato con los
Patrones siempre fue bueno; verdad es que había que tener mano izquierda en
algunas ocasiones, porque no siempre era posible cumplir con el calendario
previsto de transbordo y si ellos consideraban que no se les daba el mismo
trato sin una razón justificada, podría haber malos entendidos, pero ése nunca
fue mi caso. En la mayoría de las ocasiones, el momento en que venían al
despacho para formalizar los transbordos y firmar las hojas de embarque, era
como una especie de confesionario; basándome en esas confesiones, llegué a
conocer a las personas más profundamente, con algunos intimé más que con otros,
pero de todos cuantos traté guardo un grato recuerdo.
Los problemas a la hora
de firmar nuevos acuerdos de pesca con las autoridades senegalesas, obligaron a
buscar nuevos caladeros. La flota había continuado aumentando de forma
considerable, parte de ellos quedaron pescando en Senegal, otros se fueron al
golfo de Guinea y la mayoría buscó y encontró nuevos caladeros en aguas de
Angola.
Los caladeros de Angola
eran los más fructíferos, allí se concentró la mayor parte de la flota
marisquera, fue como un volver a empezar, pero esta vez los transbordos eran
obligatorios por la lejanía de los caladeros con respecto a Huelva y la
necesidad de recibir pertrechos que le permitieran seguir faenando. La pesca en
Angola sufrió altos y bajos debido a
varias causas. Cuando la flota llegó a las aguas angoleñas, Angola era colonia
portuguesa, poco tiempo después Portugal le dio la independencia y al poco de
obtener la independencia se declaró la guerra civil que dividió al país en dos
zonas. Las nuevas autoridades
establecieron épocas de veda, unos barcos hacían los transbordos en Luanda y
otros en el puerto de Lobito que estaban dominados por facciones
contrarias. Todo esto creó cierta
incertidumbre que con el tiempo se fue normalizando pero que nunca llegó a ser
como cuando Angola pertenecía a Portugal. Al principio, recalar en Luanda o
Lobito era lo mismo que llegar a cualquier puerto de Portugal, era disfrutar de
la amabilidad, de las costumbres y de la buena mesa de nuestro país vecino. Una
vez que Angola se independizó todo cambió radicalmente, las autoridades se
volvieron muy exigentes, todo eran pegas y si a eso añadimos los inconvenientes
que supone una guerra civil, resulta que recalar en Angola no resultaba nada
atrayente ni suponía ningún placer.
Para los barcos que
optaron en quedarse en el golfo de Guinea, los transbordos se efectuaban en el
puerto de Duala. Un inconveniente que tenía esta zona, era que cuando se ponía
el sol, empezaba a caer agua a mantas y no paraba hasta el amanecer. Por el
contrario, durante el día todo era un sol abrasador que hacían peligrar los
transbordos por temor a la descongelación. A trancas y barrancas se llevaban a
cabo las operaciones siempre dejando a un lado las horas centrales del día que
se aprovechaban únicamente para entregar pertrechos.
Yo alterné mis
embarques en otros buques de la empresa que se dedicaban a otros menesteres: al
transporte de atún y al transporte del pescado normal y cuando volví a embarcar
en buques dedicados al transporte del marisco resulta que ya parte de la flota
se había desplazado a Mozambique, que
había que doblar el cabo de Buena Esperanza para poderse comer un langostino
con la etiqueta de Huelva. No sé por dónde andarán ahora, algunos que se
cansaron de Mozambique se fueron a probar fortuna en aguas argentinas, allí
encontraron el “gambón” que hoy en día abarrotan los supermercados españoles.
No quiero olvidarme de
mencionar que tampoco el Gobierno español dejó pasar el fuerte auge de la flota
pesquera española en aguas de África y abrió centros del Instituto Social de la
Marina en Dakar y Luanda donde eran atendidas las tripulaciones tanto médicamente
como socialmente.
Y ya está bien de tanto
marisco, ahora que casi no lo pruebo es cuando tengo a menudo ataques de gota.
Espero que cuando narre mis recuerdos de los atuneros no se me declare ninguna
enfermedad relacionada con el mercurio.
¡Hasta la próxima!
Capitán
A. de Bonis