Hola, aquí
estoy nuevamente a pesar de haberme despedido para siempre en mi último
relato; pero mi amigo Carlos me ha
pinchado tanto que no he tenido más remedio que claudicar y ya que claudico lo
voy hacer con un tema que durante toda mi vida lleva bullendo en mi
cabeza: El Contrabando.
Algunos de los lectores por no decir todos, pensarán:
“este tío se ha vuelto majareta”, pues sí, posiblemente así sea, pero tengo 81
años y es una edad muy propicia para comenzar a desvariar, aunque puedo
asegurar que cuando escribo estas líneas estoy con la mente perfectamente
clara. Pero leyendo la prensa diaria y viendo la TV, donde no hay día sin que
aparezca un nuevo caso de corrupción, yo
me he dicho que hablar de este tema tan escabroso no va a escandalizar a nadie.
Eso sí, antes de seguir adelante quiero pedir perdón a todos aquellos
compañeros y personas allegadas a la profesión de Marino que puedan sentirse
ofendidos con mi relato, ya que mi intención
no es culparlos; cada cual ha sido dueño y señor de sus actos y yo no
soy quién para juzgar a nadie, pero como digo al principio este tema lleva
dándole vueltas a mi cabeza casi desde
que tengo uso de razón.
Muchos se preguntarán a qué se debe esta obcecación
casi enfermiza mía por este tema, yo contestaría simplemente: Herencia
Genética. Mi abuelo y mi tío-padrino
llegaron al grado de Coronel de Intendencia y ambos murieron con “lo puesto”,
cosa rara con el cargo, la especialidad y los años que les tocó vivir. Mi padre
se pasó 5 años en un campo de concentración porque siendo 2º Oficial fue
acusado de pertenecer al partido socialista por el simple hecho de intentar
oponerse a los trapicheos que en cuestión de contrabando y manutención se
cocían a bordo. Cuando yo conocí verdaderamente a mi padre ya había hecho la
Primera Comunión. Eso me marcó para toda
la vida.
Ahora vamos al grano. En primer lugar quiero hacer
una distinción entre CONTRABANDO con
mayúscula y contrabando o trapicheo.
El enunciado de mi relato es “La Pacotilla y Algo
Más”. El término “pacotilla” encontrado en Google es el siguiente: el género
que los marineros podían embarcar por su cuenta sin pagar flete. Yo no estoy
completamente de acuerdo con esta definición ya que en los 38 años que he
estado embarcado, nunca he visto que la tripulación se dedicase al transporte
de mercancía por su cuenta, eso sí, cada viaje tenían derecho a un número
limitado de artículos sin pagar impuestos, el “entrepot” (especialmente tabaco
y alcohol) que se consumían a bordo o bien lo destinaban para sus… Hogares.
Creo sinceramente que esa mezcla entre
pacotilla y “entrepot” es la causa y origen de lo que podríamos llamar
contrabando y que si se hacía de acuerdo con ciertos elementos de la propia
Aduana podría llegar a convertirse en CONTRABANDO, aún lejos y fuera de lo que hoy día leemos de
vez en cuando en los periódicos sobre alijos que los servicios de Aduana
interceptan en alta mar y que se dedican al tráfico de estupefacientes. Esas
son palabras mayores que no tienen nada que ver con lo que yo intento relatar.
Mi primera experiencia del contrabando la comprobé
cuando tenía 17 años; mi familia era amiga del Gerente de la Compañía Cabo Páez
de Málaga y cuando éste se enteró que
había obtenido el título de Alumno, me invitó a que hiciera un viaje a bordo de
uno de los barcos que cubría la línea de Málaga-Ceuta-Málaga.
Cuando embarqué por la noche en dirección Ceuta,
embarcaron al mismo tiempo muchísimas mujeres, todas ellas más bien delgadas
tirando a flacas. En el viaje de vuelta a Málaga, esas mismas mujeres se
encontraban en la Cámara del barco ayudándose unas a otras a meterse toda la
mercancía que habían comprado en Ceuta, en las fajas que ya tenían preparadas
alrededor de todo el cuerpo; se pasaron toda la santa noche en esa labor y
hablando de precios de la mercancía comprada y a la mañana siguiente a nuestra
llegada a Málaga desembarcaban por el portalón gordas como si las hubiesen
cebado durante el viaje. Eso me hizo pensar en la época del estraperlo y en lo
mucho que tenían que hacer y cavilar la gente para poderse ganar dos pesetas.
¿Quién no recuerda el mercadillo que existía a la
salida del puerto de Málaga, donde los malagueños podían comprar tabaco,
bebidas, quesos… que los tripulantes del melillero traían a diario y que se pasaban todo el día abasteciendo
a las vendedoras del mercadillo?. Todo ocurría de la forma más impune a la
salida del puerto y enfrente de las mismas oficinas de la Aduana. Tenía un
amigo que navegaba en Transmediterránea que me contaba que el oficial encargado
de pagar y de que le firmaran la nómina las pasaba canutas el día de pago, ya
que nadie quería perder tiempo en molestarse por cobrar, porque la nómina era
una miseria en comparación con las ganancias que proporcionaba el mercadillo.
.
Mi primer embarque fue en un carbonero y en el pasé
nueve años; como los viajes que hacíamos eran desde Asturias a puertos
españoles del Mediterráneo, allí no había nada que rascar en el sentido de
contrabando y fueron años tranquilos en ese sentido. Solamente a mis oídos
llegaban comentarios de amigos que hacían viajes al extranjero y todos ellos
coincidían en que los puertos ingleses eran temidos por los fondeos que hacían
los aduaneros buscando el coñac que -supuestamente-
llevaban los españoles, eran muy severos. Contaban anécdotas, una de ellas era
que habían roto una botella de coñac en una de las carboneras para que los
perros que llevaban detectasen el olor del coñac, y los aduaneros habían
removido todo el carbón que suponían unas cuantas toneladas sin ningún éxito.
Otros contaban que solían poner azufre en los rincones y cuando los perros lo olían quedaban
inutilizados para el trabajo que tenían encomendado, todas estas son
historietas que ni siquiera sé si son verdaderas. En cuanto a los puertos
españoles se refiere, todos coincidían
en que en cada puerto siempre había un miembro del fondeo con fama de
duro, pero que esa fama severa de comportarse sola la ejercía con los barcos
que hacían escala de forma irregular, con ellos se justificaban, pero con los
buques que hacían línea regular procedentes del extranjero o de Canarias, el
negocio estaba asegurado salvo en raras ocasiones. Mejor que yo, sobre este
tema debería escribir mi buen amigo el “Rey de Duragloss”, bien conocido en
Barcelona, un saludo desde la Ciudad del Paraíso a la ciudad del vino Fino.
Solamente una vez que hicimos escala para carbonear
en Ceuta, a nuestra llegada a Gijón “sufrimos la embestida” del fondeo, toda
una mañana se pasaron para encontrar unos cuantos mecheros, aquellos que
llamaban de martillo y que costaban a cinco pesetas y un transistor sin
declarar.
Si mi estancia a bordo de este barco durante tantos
años fue tranquila en lo referente al tema del contrabando, no fue lo mismo
tratándose del tema sindical, me refiero en aquella época a los “SINDICATOS
VERTICALES” (otro tema escabroso). Me hice especialista en visitar todas las
sedes de los Sindicatos esparcidos por los puertos del Mediterráneo, ya que el
equipo de Fogoneros y Paleros que formaban la tripulación del buque, con toda
la razón del mundo iban a protestar en todos los puertos, bien fuera por la
comida o bien fuera porque el vino tenía más o menos agua. Me explico: hombres
que ganaban 800 pesetas al mes, (las horas extras si existían, se compensaban
al llegar a puerto), los sobordos para ellos suponían unas 200 pesetas por
viaje (uno al mes), y que estos hombres que manipulaban 24 toneladas de carbón
diariamente que era el consumo del barco navegando. 24 toneladas que
transportaban desde las carboneras hasta las bocas de los hornos, que las
metían en los hornos para quemarlas y que una vez quemadas y reducidas a
cenizas las tenían que sacar y echarlas al mar, lo menos que podían pedir era
estar bien alimentados, cosa que con 17 pesetas por hombre y día (cinco menos
que la oficialidad), contando además con lo que solían arañar los Mayordomos
para su propio bolsillo, resultaba de todo punto imposible conseguir. Por esa razón iban un día sí y el otro también
para protestar en el Sindicato. Los
Sindicatos les daban normalmente la razón a los tripulantes, a continuación
hacían llamar al Capitán y este solía delegar en un Oficial. El Oficial que ya
conocía el cuento de memoria lo exponía en el Sindicato y si te vi no me
acuerdo, hasta el próximo puerto que se volvía a repetir la historia.
Pero ¿qué se le podía pedir a un Sindicato Vertical?;
un Sindicato que la mayoría de las veces estaba presidido por un Empresario (en
nuestro caso un Armador o un Almirante). Para evitar tener que hacer lo que
verdaderamente podría hacer desaparecer el problema que era aumentar los
sueldos y la manutención, lo único que hacían era aumentar la burocracia,
editando unos libros de comidas, donde era obligatorio anotar los menús
diarios, las cantidades servidas y las calorías suministradas, una verdadera
galimatías para que nos olvidásemos de protestar tanto. El Mayordomo era
obligado a ser acompañado por un oficial y un subalterno cuando iba al
provisionista o al mercado para efectuar las compras. Nunca podré olvidar que
en mi buque se dio el caso de un marinero que se tomó tan a pecho lo de llevar
el control al Mayordomo, que comenzó a desvariar y como su capacidad para los
números no era de lo mejor, finalmente terminó suicidándose.
Hoy en día los Sindicatos son otros bien distintos,
pero a juzgar por lo que leemos en los periódicos no hemos mejorado mucho y, si
además leemos que un chico de apenas 20 años ha llegado a engañar a tantísima
cabeza pensante, incluso ha llegado a colarse sin que nadie lo notase, ni
siquiera los medios de seguridad en un acto en el Palacio Real y se le ha visto
saludar al Rey, se comprueba que España dispone de una magnifica cantera de
sinvergüenzas con lo cual nos podemos preparar para que la corrupción no sea cosa de dos días. Cierro este tema porque
presiento que Pablo Iglesias me va a querer fichar para PODEMOS, y ya no tengo edad.
Volviendo el tema del contrabando. En 1961 cambié de
Compañía, embarqué en un barco que hasta entonces se había dedicado a traer
nitrato de Chile, pero como el dólar se puso por las nubes y el paso del Canal
de Panamá había que pagarlo en dólares, el Armador consideró que aquel tráfico
ya no resultaba rentable y se terminó
Chile. El año que –aproximadamente- permanecí embarcado en él nos dedicamos al
transporte de fertilizantes entre Estados Unidos y norte de Europa y España,
salvo un viaje que hicimos desde Avilés al puerto cubano de Mariel con lingote
de hierro. En esta nueva etapa poco había que rascar, pero no paraban de hablar
de lo rentable que resultaban los viajes a Chile, allí se vendía todo, todo lo
que tuviese sello español, desde una baraja de cartas hasta una botella de
coñac pasando por abanicos…Contaban que se hacían alijos cerca de la costa todo
muy bien organizado. Hasta que un viaje el alijo se efectuó a una banda
contraria de forma equivocada y el Mayordomo, que era el jefe de todo el
cotarro, llegó a ofrecer un millón de pesetas (de aquella época) para intentar
saber quiénes fueron los receptores y poder recuperar la mercancía.
El Mayordomo conocía bien los mercados y los
mercaderes, le sacaba provecho a todo. Los 15 días que pasamos en Mariel
descargando el lingote logró una autorización de la Aduana para abrir una
especie de cantina donde se vendían toda clase de productos españoles. Recuerdo
que los cubanos se pirraban por una bebida mezcla de coñac y sidra que ellos
llamaban: “España en llamas”, todo eso acompañado de chorizo, salchichón y toda
clase de embutidos. Un día que me encontraba en mí camarote descansando,
sorprendí una conversación del Mayordomo con un oficial de Aduanas, hablaban de
negocios, de dinero; el Oficial comentaba: “tenga en cuenta que aquí somos
muchos a chupar”, no hay que ser muy astuto para saber de qué iba la cosa.
Desembarqué de este buque y embarqué en la que ha
sido mi Compañía durante 27 años, donde llegue a ejercer de Capitán durante 24
y por consiguiente responsable de todo lo que tuviese relación con el tema del
contrabando. Durante este periodo de tiempo lo único que puedo decir es que he
intentado por todos los medios comportarme lo mejor posible de acuerdo con mis
principios.
Embarque por primera vez como 2º Oficial, haciendo
la ruta Norte de Europa-Bilbao- Marruecos (Casablanca, Kenitra y Tánger). El
Capitán era muy estricto con lo referente al contrabando. No obstante, en la
Compañía existía un acuerdo no escrito, por el cual se permitía al Cocinero
ayudarse para la mejora de la comida con las ganancias que le pudieran producir
la venta de cuatro cajas de tabaco. Eso era todo. El resto sálvese el que
pueda. Y como siempre hay gente para todo ya que había infinidad de artículos
que no eran tabaco o bebidas que se podían traer del Norte de Europa y que las
parejas de carabineros que ponían de guardia en el portalón lo comercializaban
sin ninguna clase de pudor.
Al año y medio ascendí a Primer Oficial cambiando al
mismo tiempo de buque. El Capitán que me tocó en suerte no era del mismo talante que el anterior, le
gustaba más un duro que a un tonto un lápiz. La línea que hacíamos era
solamente Norte de Europa – Norte de España. Su camarote se llenaba de todo lo
inimaginable, abrigos, camisas que no era necesario planchar, latas de chata,
pastillas para el estómago. Nuestro trato fue el correcto hasta que un día me
pidió que le hiciera un rinconcito discreto en la bodega para meter algunas
cajas de tabaco. Yo me negué, pero como él era el Capitán se lo encargó
directamente al Contramaestre. Pensaba pedir el traslado de buque, pero no fue
necesario porque fui transbordado inesperadamente a otro barco que estaba de
salida y le faltaba un oficial.
En este barco las normas eran las mismas que para el
resto de buques de la Empresa. La diferencia con el anterior era que el Capitán
las intentaba cumplir a rajatabla. Aquí puedo contar la anécdota que ya narré
en MIL AÑOS DE MAR. La Aduana holandesa tenía por costumbre anotar en un
documento que quedaba a disposición del Capitán, cada vez que venía a bordo
para meter en el sello los artículos de entrepot que aportaba el provisionista,
por esa razón sabía que se habían comprado una gran cantidad de puros
holandeses. Cuando salimos a la mar y después de haber indagado que los puros
pertenecían al personal de máquinas, hizo llamar al Puente al Jefe de Máquinas
y en mi presencia le hizo tirar al agua, caja por caja, todas las que figuraban
en el documento de Aduanas. A nuestra llegada a Bilbao tuvimos problemas de
maniobra; al pasar por el puente de Deusto, por falta de aire para arrancar el
motor, el buque quedó acostado contra los pilares del puente sin que este
pudiera cerrarse y se formó un jaleo grande al tener que interrumpirse el
tráfico por mucho más tiempo que lo normal. Posteriormente nos enteramos que la
falta de aire fue debida a que los puros que deberían haber ocupado las cajas
que se arrojaron al mar, se habían reubicado en una de las dos botellas de aire
que se utilizaban para arrancar el motor. El Jefe de Máquinas resultó ser más
pillo que el Capitán.
El tiempo que estuve ocupando plaza de Capitán,
prácticamente lo hice al mando de buques frigoríficos, haciendo rutas en las
cuales no se pensaba ni en trapicheos ni en contrabando. Solamente en ocasiones
esporádicas que me tocaba hacer algún relevo en barcos que seguían haciendo la línea al Norte
de Europa tuve que tener los cinco sentidos puestos para evitar que se
cometieran demasiados excesos, ya que mi sorpresa fue descubrir que existían
tanques de combustible que no se empleaban y que estaban perfectamente
preparados para albergar cajas de tabaco, lo cual me hizo pensar que el
contrabando de tabaco seguía existiendo, ahora a gran escala. Eso correspondía
perfectamente con la animadversión que yo presentía hacia mi persona por parte
del cuerpo de fondeo y las frecuentes preguntas que me solían hacer sobre mi
permanencia en la línea. Durante el tiempo que estuve haciendo la línea Norte
de Europa-Norte de España tuve muchas ocasiones de contacto con los
funcionarios de Aduana. Una vez, uno de ellos me dijo que a los ojos de la
Administración de Aduanas, todos los marinos éramos unos contrabandistas en
potencia y me lo tuve que tragar.
Después de tantos años en la profesión tenía la
suficiente información para saber que el contrabando en los buques no hubiera
sido posible si no hubiera existido un entendimiento mutuo entre ambas partes.
Hoy, después de 26 años en que dejé la profesión no sé cómo estará ese
ambiente, la vida ha cambiado muchísimo, el principal motivo que llevaba a los
marinos a ejercer el contrabando, eran los sueldos de miseria que existían en
aquella época, la agonía de muchos por enriquecerse rápidamente, la influencia
de muchos provisionistas en el manejo del "entrepot", que de no existir los
buques no hubieran tenido la oportunidad de obtener y transportar tantísimo
tabaco.
Y como creo que ya he hablado demasiado, gracias
amigo Carlos por permitir expresarme de esta forma. Un saludo y hasta siempre.
Capitán A. de Bonis