El título
del artículo nada tiene que ver con el contenido, se me ha ocurrido simplemente
porque estoy hasta la coronilla de sudar y mientras sudo por lo visto los sesos
y las neuronas están a punto de licuación
y no me dejan pensar, valiente veranito nos estamos pasando . Me
gustaría escribir sobre África, continente al cual he dedicado casi tres
cuartas partes de mis 38 años de vida profesional, pero no sé ni siquiera como
empezar, si lo hago de una forma general, si lo hago comenzando por el norte,
si lo hago dedicando mi artículo a puertos determinados de acuerdo con la
relevancia que hayan podido tener en mi vida profesional, de cualquier forma
puedo decir por anticipado que África me gusta “a pesar de todo” y que poca
importancia puede tener que lo haga de una forma u de otra.
Pensando
que África es muy grande, que la he recorrido tocando casi todos los puertos
desde Tánger hasta Mozambique, pienso que lo más razonable es tomarse el asunto
con paciencia, recordar sucesos, anécdotas, procurando que sean distintas a las
ya narradas en los MIL AÑOS DE MAR, intentaré contar algunas que me quedaron en
la manga por considerar que podrían entrar en el secreto del sumario y que
podrían levantar ampollas.
Pues bien,
decidido, empiezo por Tánger dejando a un lado Ceuta porque nuestras estancias
allí eran muy cortas y ni siquiera teníamos tiempo para visitar las
innumerables tiendas de los indios ni llegarnos a la calle Real a tomarnos un
café en La Campana, además, lo que tenía que contar de Ceuta ya lo conté en MIL
AÑOS DE MAR, lo visto y no visto durante mi permanencia en el Dragaminas EO
mientras efectuaba mi servicio militar.
En segundo lugar entra Tánger. Este puerto era nuestra última escala
cuando hacíamos línea regular entre el norte de Europa y Marruecos, aquí
recalábamos después de la escala de Casablanca, llegábamos con los entrepuentes
libres para poder cargar la naranja procedente de la región del Lucus para ser
transportada al puerto de Hamburgo a donde debíamos llegar para la subasta de
fruta que se realizaban los Lunes por la mañana. De no haber contratiempo
alguno, nuestra llegada al puerto de Hamburgo se producía el Sábado por la
tarde, o Domingo por la mañana, lo cual nos permitía un poco de diversión o
descanso de acuerdo a como se hubiese desarrollado el viaje entre Tánger y
Hamburgo.
Tánger
siempre fue para nosotros un puerto tranquilo, incluso nos permitíamos ir al
Casino a pasar un ratito sin ánimos de desbancar la banca y después nos dábamos
una vuelta por el bar que tenía un malagueño especialista en contar chistes y
allí pasábamos un rato agradable al mismo tiempo que consumíamos unos vinitos
de nuestra tierra. A Tánger, como narré ya anteriormente llegábamos con las
bodegas selladas desde Casablanca y los entrepuentes libres para cargar la
naranja, allí no había nada que rascar, y los mismos cargadores ponían personal
que vigilaban el embarque de su propiedad para evitar robos y destrozos en la
mercancía. Pero para mí resulta inevitable dejar de contar un caso relacionado
con la idiosincrasia de los estibadores,
que es muy semejante a la de cualquier trabajador portuario del resto del
mundo, todo aquel que entra en la bodega de un barco para trabajar -por regla
general- piensa que entra en un almacén donde todo lo que allí se encuentra está
para libre consumo. El caso que narro a continuación no tiene nada que ver con
los robos que se producen en las bodegas, lo menciono porque incluso lo
considero gracioso. Estando precisamente atracados en el puerto de Tánger, un
marinero se dedicaba a pintar el costado del buque mientras un morito rondaba a
su alrededor, el marinero moja el rodillo en la lata de pintura, pasa el
rodillo por el costado unas cuantas veces y cuando vuelve a mojar nuevamente el
rodillo, comprueba que la lata de pintura ha desaparecido y por supuesto el
morito, nunca más se supo del hijo de… Alá.
Seguimos
con Marruecos, segundo puerto de
recalada era Kenitra, a donde solíamos llevar grandes partidas de fardos de
papel embarcados en el puerto de Amberes, y en Kenitra se embarcaban fardos de
crin para el norte. La entrada en Kenitra nunca estaba asegurada ya que
dependía del estado de la barra y el rio que conforman el puerto. Una vez
dentro se podía descansar a pierna suelta porque allí se podía amarrar con dos
filásticas ya que todo era muy seguro. Este puerto tenía una particularidad,
era el último reducto de los españoles que abandonaron España durante la guerra
civil y a mi forma de entender, después de los años transcurridos (27) no
habían evolucionado mucho, nunca fuimos bien recibidos en la Casa de España
existente en la cercanía del puerto, por el simple hecho de que la bandera que
portaba nuestro barco no era la republicana. Siempre han existidos retrógrados
en los dos bandos que separaron y aún creo que separan a España. La estancia en
Kenitra solía ser de dos o tres días, los suficientes para descansar del viaje que
habíamos hecho desde el norte de Europa, que en la época de invierno solían ser
bastante penosos, aunque normalmente solíamos hacer escala en el puerto de
Bilbao.
Sierra Urbión
Para mí,
Casablanca tenía dos significados, como tenía allí mi domicilio, la escala en
ese puerto conllevaba estar una semana
aproximadamente disfrutando de la familia y al mismo tiempo una semana de
intenso trabajo, ya que descargar carga general en el puerto de Casablanca te
obligaba a tener cuatro ojos, redoblar el numero de bodegueros para evitar que
la mercancía fuera saqueada , hecho imposible de evitar completamente porque como he dicho anteriormente, cuando los
estibadores entran en una bodega piensan que lo hacen en un almacén donde todo
cuanto hay es para libre consumo, no hay caja que no intenten abrir, si sirve,
sirve, y si no sirve ahí se queda la caja destrozada. Trabajando en el puerto
de Casablanca allí me solté de mi francés escolar, aprendí más discutiendo con
los apuntadores que controlaban las descargas, que con mi esposa que era
francesa pero que siempre hablábamos español en familia. El caso es que con el
transcurso del tiempo, estuve cuatro años haciendo la línea, tres en el Sierra
Urbión como segundo y primer oficial y un año más como Capitán en el Sierra
Blanca. Llegué a establecer bastante amistad con el apuntador que solía
controlar la descarga de los Sierras, incluso llegó a invitarme a comer en su
casa. A la amistad le siguieron una serie de confidencias bastante dignas de
mención, que contadas después de 50 años no creo que puedan tener consecuencia
alguna. El hecho de que siempre fuese el mismo controlador era porque recibía
una gratificación del consignatario para que las descargas siempre fueran
ajustadas con los manifiestos de carga, lo cual significaba que todo salía
conforme y en buenas condiciones del buque para ser ingresado en los almacenes
del puerto donde quedaban en depósito. Yo le pregunté un día como era posible
que los seguros se hieran cargo de tantas perdidas y me contestó que cuando las perdidas
sobrepasaban ciertos límites se solucionaba el problema metiéndole fuego al
almacén determinado, de esa forma tan sencilla se ponían las cuentas a cero y a
seguir viviendo que la vida son cuatro días.
Sierra Blanca
Un hecho
que presencié en el puerto de Casablanca y que resulta difícil de olvidar fue
el “guirigay” que se formó un día cuando un buque que se encontraba atracado
cerca de nosotros –no recuerdo la bandera ni el nombre – y descargaba cajas
pesadas, el gruero manipuló de tal forma la caja, pienso que a sabiendas, y cuando dejó caer la caja desde cierta
altura y se rompió, aparecieron armas de todos los calibres. Los chillidos y la
algarabía eran enormes, en cuestión de minutos aquello se inundó de policías
pero nadie supo aclarar si las armas pertenecían a un cargamento de importación
legal o por el contrario pertenecían a un cargamento clandestino con fines
terroristas, la política no estaba en su mejor momento en Marruecos ya que
Mohamed V, no hacía mucho tiempo que había muerto.
Yo me despido
de Casablanca, lo hago a título personal porque la última vez que estuve en ese
puerto fue en Septiembre de 1964, fui para recoger el Certificado de Divorcio
que mi primera esposa de nacionalidad francesa había obtenido en los tribunales
de Casablanca, con el perdí también a mi hijo, al cual no volví a ver hasta
pasado treinta años. Nunca más he vuelto a pisar Casablanca, allí quedaron
enterrados muchísimos recuerdos para mí, pero que nada tienen que ver con la
profesión que sigue su curso normal hacia el sur y que continuará en el próximo
capítulo de África number two.
Capitán A. de Bonis
Capitán A. de Bonis