Le dijimos
adiós a Costa de Marfil para dirigirnos al puerto de Lomé en Togo,
adentrándonos de esta forma en el golfo de Guinea. Desde Costa de Marfil hasta
Camerún he efectuado escalas en los siguientes puertos: Lomé en Togo, Lagos y
Port Harcourt en Nigeria y Luba (antiguo San Carlos) en la isla de Fernando
Poo. Procuraré narrar en esta entrega todo cuanto surja en mi disco duro,
intentando no reiterarme mucho de lo ya contado en otras ocasiones referente a
estos puertos.
Pero,
casualmente, mi llegada al puerto de Lomé no fue navegando desde el W siguiendo
la costa de forma escalonada como hasta la presente venía haciendo, sino que procedíamos
de Lagos. El motivo es sencillamente que los pesqueros están hechos para pescar
y no aguardar días y días en puerto para descargar, por esta razón nos dieron
órdenes una vez finalizada la descarga en Lagos, de proceder al puerto de Lomé
para transbordar a un pesquero ruso que ya estaba hasta… la mismísima coronilla
de esperar para poder descargar. De esta forma seriamos nosotros los que tendríamos que volver a Lagos y
esperar a que nos tocase nuevamente el turno. Recuerdo que fue durante esta
espera cuando fuimos asaltados por los piratas, simple casualidad, nos tenía que
tocar y nos tocó.
B/F Sierra Cazorla
Durante los
días que duró el transbordo a mí me dio la ocasión de poder jugar varias partidas de ajedrez con el 1er
oficial ruso, que por cierto las perdí todas, y de beber unos cuantos tragos de
vodka con el Capitán, quien al final de las jornadas le resultaba difícil
mantenerse en pie.
El puerto
se apreciaba que era relativamente nuevo y la ciudad en aquella época parecía
pequeña pero todo indicaba su modernización y su rápido crecimiento; en la
actualidad parece ser que cuenta con casi un millón de habitantes. Finalizados
los transbordos adiós a Lomé, carretera y manta que nos vamos para Lagos
nuevamente y a ver que nos aguarda.
Pues sí,
otra vez en nuestra querida Nigeria, pero vamos a considerarlo como si fuese la
primera vez. Lagos, la capital y principal puerto de Nigeria, donde los griegos
(verdaderos linces del comercio marítimo) muchos fueron e intentaron hacer las
Américas. Lagos en aquella época crecía de una forma desmesurada después de una
de sus muchas guerras y golpes de Estado. La construcción era imparable y por
consiguiente la necesidad de cemento. Cada vez que se arribaba a Lagos, el
radar detectaba una gran mancha blanca que nos indicaba la entrada del puerto,
a ojo de buen cubero los doscientos barcos esperando entrar para hacer
operaciones no había quien los rebajase y el 50% o más eran barcos griegos
cargados con cemento. Ellos olieron el negocio enseguida, compraban un barco
viejo, lo llenaban con cemento y lo mandaban a la rada de Lagos a sabiendas que
varios meses de demora no había quien los quitase, con las demoras pagaban de
sobra lo que les costó el cacharro y además se ponían de acuerdo entre varios
para formar una tripulación de retén que se ocupaban de la vigilancia y
mantenimiento de los buques fondeados mientras el resto de las tripulaciones se
marchaban a casa, y los pocos que quedaban se pasaban el día yendo de barco en
barco para ofrecer trabajo de picado, pintura y limpieza de fondos porque
incluso contaban con equipos de hombres ranas, a los buques que estábamos
fondeados.
Los que
llegábamos con pescado también lo teníamos crudo en cuanto a demora se refiere.
Ese era otro negocio, pero ahora no me refiero a los griegos sino a los indios
que tenían acaparado el mercado del pescado. La diferencia entre el precio de
compra y venta era tan grande, que se podían permitir el lujo de pagar demoras
y mantener a los buques frigoríficos fondeados en la rada haciendo las veces de
almacén, haciéndoles entrar para descargar un numero de toneladas acorde con
las necesidades del mercado, después otra vez fuera y a seguir esperando. A
veces resultaba desesperante y muy difícil calcular los víveres que serían
necesarios para el viaje y los precios en el mercado local era infinitamente
superior a los precios de la península y Canarias.
Las
permanecías en puerto dependían de la suerte que tuvieses con el atraque, si lo
hacían en la margen izquierda te encontrabas con todo lo peor que se puede
encontrar en una ciudad, un olor insoportable, una pobreza difícil de imaginar…
y si atracabas en la margen derecha, la parte más moderna y señorial de la
ciudad, incluso podías permitirte el lujo de salir y sentarte en cualquier
lugar apropiado para tomarte una copa. De Lagos guardo más bien malos recuerdos
que buenos, sin contar la noche en que fuimos asaltados por los piratas y que
no voy a repetir como ya hice constar al principio de mi narración.
Después de
salir de Lagos, hacia el este existen algunos puertos, como Sapele y Warri en
los que otros buques de la compañía han hecho escala, y -por lo contado- nada
se pierde no yendo a ellos, como tampoco nada perdí tocando el próximo puerto
en que hice escala y que se llama Port Harcourt. No tuvimos que esperar mucho
para entrar en puerto, pero la semana que duró la descarga fue una semana
endemoniada, no dábamos abasto para intentar evitar los robos, ni siquiera puse
un pie en el muelle, y cuando salió la última lingada de la bodega fue un
alivio y una alegría poder decir adiós a Port Harcourt y a Nigeria.
Por último,
en este capítulo cinco le toca a Luba, la antigua San Carlos, muy cerca del
puerto de Malabo, que es como se llama ahora la antigua capital Santa Isabel. Aquello
que yo recuerde no era ni puerto ni ná, una pequeña ensenada con un muelle
donde existía una pequeña dependencia que utilizaban como puesto de aduanas y
para de contar. Eso sí, la rada estaba bien abrigada y el fondeadero bastante
bueno y muy cerca del muelle. Nosotros no tuvimos problemas con mal tiempo
durante nuestra estancia, que por otros motivos fue bastante escabrosa y
accidentada. No sé si sería porque aun nos guardaban cierto rencor de nuestra
época de colonialistas, el caso es que el trato no fue de lo más agradable que
se pueda esperar. Las autoridades entraron avasallando y exigiendo de todo,
bebidas, cigarrillos, viandas, todo les iba bien. Precisamente en una fiesta que
aparecía en el programa de la tele que daban por la noche, sobre una mesa
aparecían una serie de botellas de whisky, que muy posiblemente fuesen de las
que nos habían “garrapiñado” por la mañana.
Pues bien,
nosotros habíamos llegado a Luba para transbordar a seis o siete marisqueros
que tenían licencia para faenar en aguas de Guinea. Tres de ellos pertenecían a
un armador canario cuyo nombre no recuerdo pero sí que los barcos portaban
nombres de las diferentes islas que conforman el archipiélago guineano y los
restantes eran independientes y cada uno hijo de diferente madre. El armador
canario había obtenido la licencia mediante un convenio firmado con una empresa
guineana, que según las buenas lenguas pertenecía o tenía como cabeza de turco
a un hermano del presidente del país, la corrupción no es invento de hoy día,
existe desde que el mundo es mundo. El convenio consistía en que dos barcos
pescarían para el armador y el tercero para la empresa guineana. El canario que
no debía ser muy inteligente y sí muy sinvergüenza, no pensó que los negros son
negros pero no tontos, le dio orden a sus respectivos patrones para que el
barco asignado a los guineanos alijara en la mar parte de la pesca a sus compañeros, con lo cual al llegar a puerto
la diferencia de pesca era bien notoria. Como esta operación ya la venían
haciendo también en anteriores transbordos, los guineanos se amoscaron y a mí
me tocó la china. Se presentaron a bordo las autoridades en plena faena del transbordo, me hicieron
acompañarles a tierra y una vez en las oficinas me hicieron responsable como
Capitán del mercante de todas las anomalías producidas en los pesqueros, por
muchas protestas que hice no se apeaban del burro y me tuvieron retenido
durante todo el día en las oficinas, me informaron que podía regresar al barco
para dormir pero que tendría que regresar a tierra por la mañana hasta que se
aclarara lo de la diferencia de capturas entre los tres pesqueros. Les dije que
O.K. y volví a bordo. Enseguida me puse en contacto con Madrid para explicarles
la situación creada y acordamos salir de Luba durante la noche. Sobre las dos o
tres de la mañana, con nocturnidad y alevosía comenzamos a virar el ancla y una
vez arriba con todas las luces apagadas, con toda la maquina avante dejamos el
fondeadero, parecía de película pero con todos los nervios en tensión porque se
daba la casualidad de que mi esposa ese viaje me estaba acompañando y la pobre
verdaderamente había pasado un mal rato con mi detención, por mucho que
intentaron calmarla a bordo no lo consiguieron hasta que me vio regresar. De
esta forma se desarrolló mi único viaje a nuestra antigua colonia. Otras muchas
veces pasé bordeando la isla en los viajes que realicé al Camerún, siempre
recordaba el incidente ocurrido y del
que nunca tuve conocimiento de cómo terminó el convenio firmado por el astuto
canario, el hombre que quiso engañar al presidente de Guinea Ecuatorial, pues
no me cabe duda que estaba metido en el meollo de la cuestión.
Aquí doy por terminado el presente capitulo;
el próximo será nuevamente en el continente, en Duala, el lugar donde más agua
he visto caer del cielo. Hasta pronto.
Capitán A. de Bonis
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