LA VIDA A BORDO... UN POCO DE TODO. TEMA
OCHO
La vida en
el Cuartel se desarrollaba de una forma bastante monótona. Instrucción militar
y más instrucción durante toda la mañana hasta la hora de la comida. Por
cierto, que cuando nos encontrábamos en la explanada haciendo esta tarea, solía
entrar el camión que transportaba el pescado y teníamos que dejar el mosquetón
para taparnos la nariz; lo único comestible eran los potajes, el resto lo
suplíamos en la cantina a base de bocadillos y cuando salíamos por las tardes
en un restaurante que si mal no recuerdo se llamaba la “Cepa Gallega”, donde
por cinco pesetas te ponías a reventar de callos y de huevos fritos con
patatas. Lo que son las cosas, en la mili empecé a engordar.
Los tres
meses de cuartel pasaron en un abrir y cerrar de ojos, llegó el ansiado día de
la jura de bandera y a continuación conocer los destinos correspondientes. Por
cierto que el día de la jura se convirtió en un día bastante triste. Nos
encontrábamos paseando con nuestras respectivas familias por el entorno del
cuartel, cuando el padre de Rafael Moreno cayó en una zanja plagada de
chumberas, con tan mala fortuna que se le clavó una penca en un ojo y perdió la
vista del mismo. Rafael Moreno fue destinado al "Canarias". Bonilla había abandonado
el cuartel por enfermedad unas semanas antes y yo fui destinado al Dragaminas
“EO” con base en Ceuta. O sea, que hice mi petate y me dirigí al puerto de
Algeciras y desde allí al de Ceuta donde me estaba esperando el “EO”.
No recuerdo
exactamente si eran cuatro o cinco los dragaminas que se encontraban abarloados
y amarrados en el muelle Alfau, en el espigón de babor entrando en el puerto de
Ceuta. Tuve mucha suerte con ser destinado al “EO”. El 2º Comandante, Alférez
de Navío, Sr. Bedoya, era hijo de mi profesor de Astronomía y Navegación de
Cádiz, cuando vio mi historial y supo que era Oficial de la Marina Mercante
enseguida me dio un destino a bordo acorde con mi título, me destinó al Cuarto
de Derrota para que me encargase de corregir las cartas náuticas, dar cuerda al
cronometro y tener siempre en orden las
banderas. El Comandante se llamaba González de Aldama, era naúfrago del
dragaminas "Guadiaro", hundido en el Mediterráneo a causa de un fuerte temporal
frente a las costa de Estepona. Según
las buenas lenguas se salvó gracias a que un marinero le dio su salvavidas.
Parce ser que ese detalle le hizo inclinarse por facilitarle la vida a la
marinería bajo su mando. Era una excelente persona. Tenía fijado su domicilio
en Ceuta y solía aparecer por las mañanas a bordo, después todo quedaba bajo el
mando del 2º Comandante. El único hueso a roer a bordo del “EO” era el
Contramaestre, un gallego con verdadera cara de contramaestre y con bigote
estilo inglés, que cumplía con creces su cometido de mantener alerta a toda la
dotación que tenía bajo su mando, pero sin pasarse, ya que sabía muy bien que
el Comandante no tenía mucho apego a la mano dura.
Personalmente
he de confesar que muchas veces
trabajábamos más evitando hacer el trabajo que nos encomendaban, que haciéndolo
con voluntad. Cada mañana el Contramaestre reunía al personal en cubierta y con
cara de pocos amigos dabas las órdenes pertinentes, pues bien, todos nos
dedicábamos y no evitábamos esfuerzos por vigilar por donde andaba el
Contramaestre para no hacer los que estaba mandado. De cualquier forma no era
tan fiero el león como lo pintan y para demostrar mi teoría tengo una buena
anécdota que contar sobre el Contramaestre.
Por las
tardes nos solíamos reunir en el Puente un buen número de personal, todos
fumábamos como carreteros, el hecho de que no hubiese ceniceros donde depositar
las colillas apagadas, desde siempre se tuvo la costumbre de echarlas entre el
frente del Puente y el embonado, a través de los ventanales que eran de sube y baja,
aquel espacio debía estar completamente atestado de colillas después de años haciendo la misma operación. El
Contramaestre solía dormir la siesta debajo del Puente echado sobre una
tumbona. Un día de los que nos encontrábamos reunidos, una de las colillas
depositadas sin estar debidamente apagada, prendió fuego en todo lo que allí
había depositado. Nuestra reacción inmediata fue vaciar botellas de agua para
intentar apagar el fuego provocado. Cuando el espacio quedó completamente
anegado de agua, comenzó a salir por el espiche que existía para tal menester
en el frente del Puente, con tan mala fortuna que daba justamente donde se
encontraba durmiendo el Contramaestre y cayéndole encima de su cara. Ya os
podéis imaginar el zipi zape que se montó. Pues bien, a pesar de la falta tan
grave cometida y que nos podía haber costado un buen paquete, el Contramaestre
se olvidó por completo del tema y no hizo ninguna denuncia que nos pudiese
acarrear consecuencias.
El
inconveniente de esos buques es que permanecían con las calderas apagadas, y
cualquier tipo de maniobra que se realizaba de cambio de atraque o cambio de
posición entre los buques abarloados, era a base de fuerza humana, mismo si
teníamos que virar el ancla se hacía a mano, y naturalmente todo dependía de lo
bien o mal que estuviese agarrada el ancla al fondo. En fin, todo aquello pasó
como suelen pasar todas cosas en la vida. Durante los tres meses que estuve
embarcado en el “EO”, salimos a navegar en dos ocasiones, la primera solo los
mandos sabían el por qué y donde nos dirigíamos en realidad, todo resultaba un
secreto y después de dar algunas vueltas por el Mediterráneo terminamos
fondeados en una pequeña cala al W. de Cabo Tres Forcas donde pasamos la noche y
después emprendimos rumbo a nuestra base en el puerto de Ceuta. La segunda vez
que salimos a la mar fue para efectuar el relevo de la dotación que se
encontraba en la isla de Alborán. No recuerdo el número de hombres que formaban
dicha dotación, pero para efectuar el relevo, primeramente tuvimos que ir al
puerto de Málaga, para recoger al personal de infantería de marina, agua,
víveres y todo lo necesario para el periodo de tiempo que tuvieran asignado
hasta el próximo relevo. Toda esta operación se efectuaba a través de una
pequeña cala que había al sur de la isla y una vez realizada la operación
volvíamos al puerto de Málaga para dejar al personal sustituido y desde allí
nuevamente a nuestra base en el puerto de Ceuta. Lo peor de estas salidas a la
mar era que una vez que se daba la orden de cerrar puertas y portillos estancos
de acuerdo con el protocolo, en el sollado de marinería que era contiguo al
compartimento donde se encontraban los aseos y las duchas al no existir ventilación, el olor era
verdaderamente insoportable.
Y hoy voy a
terminar mi narración hablando de una buena amistad que hice mientras me
encontraba embarcado en el “EO”. Se trata de Elías Ruiz San Isidro, de la
Pueble del Caramiñal, si se diese la casualidad de pudiera leer estas líneas,
le envio más cordial saludo y un entrañable abrazo. Nos hicimos buenos amigos
en el “EO”, posiblemente porque los dos éramos profesionales de la mar. Ël
desde muy joven y como buen gallego tuvo que marcharse a la mar para ganarse el
sustento y lo hizo de la forma más dura que existe en la profesión, se enroló
en los bacaladeros y allí permaneció varios años hasta que fue llamado a filas
para cumplir el servicio militar, en los
bacaladeros llegó a ocupar plaza de 2º contramaestre. Me contó todo cuanto se puede
contar de la vida en los bacaladeros, me explicó que solían mearse en las manos
para curarse las heridas que se producían como consecuencia de las bajísimas
temperaturas. Yo desembarqué a los tres meses del “EO”, a él aún le quedaban
algunos meses de mili. Cuando nos separamos, en nombre de la amistad que nos
unió durante los tres meses que pasamos juntos, me pidió que si alguna vez
tenía la oportunidad de ayudarle para embarcar en la mercante, que no me
olvidase de él.
En la
primera ocasión que tuve al producirse una baja en el "Norte", lo embarqué como
marinero y al poco tiempo estaba ocupando plaza de contramaestre debido a su
gran profesionalidad. Cuando yo desembarqué del "Norte" nos separamos
definitivamente, pero la casualidad hizo que nos volviésemos a encontrar en el
puerto de Casablanca cuando yo estaba en el "Sierra Urbión" y él estaba enrolado
en un barco que -si mal no recuerdo- tenía bandera panameña y me contó que
pensaba desertar a la llegada a un puerto americano. Desde entonces nunca más
he sabido de él y espero que las cosas le hayan ido bien. Un abrazo por si lo
puedes recibir.
Y hasta la
próxima entrega, un saludo para todos los lectores.
Capitán A. de Bonis.