lunes, 22 de agosto de 2016


LA VIDA A BORDO... UN POCO DE TODO.   TEMA  OCHO

La vida en el Cuartel se desarrollaba de una forma bastante monótona. Instrucción militar y más instrucción durante toda la mañana hasta la hora de la comida. Por cierto, que cuando nos encontrábamos en la explanada haciendo esta tarea, solía entrar el camión que transportaba el pescado y teníamos que dejar el mosquetón para taparnos la nariz; lo único comestible eran los potajes, el resto lo suplíamos en la cantina a base de bocadillos y cuando salíamos por las tardes en un restaurante que si mal no recuerdo se llamaba la “Cepa Gallega”, donde por cinco pesetas te ponías a reventar de callos y de huevos fritos con patatas. Lo que son las cosas, en la mili empecé a engordar.

Los tres meses de cuartel pasaron en un abrir y cerrar de ojos, llegó el ansiado día de la jura de bandera y a continuación conocer los destinos correspondientes. Por cierto que el día de la jura se convirtió en un día bastante triste. Nos encontrábamos paseando con nuestras respectivas familias por el entorno del cuartel, cuando el padre de Rafael Moreno cayó en una zanja plagada de chumberas, con tan mala fortuna que se le clavó una penca en un ojo y perdió la vista del mismo. Rafael Moreno fue destinado al "Canarias". Bonilla había abandonado el cuartel por enfermedad unas semanas antes y yo fui destinado al Dragaminas “EO” con base en Ceuta. O sea, que hice mi petate y me dirigí al puerto de Algeciras y desde allí al de Ceuta donde me estaba esperando el “EO”.

No recuerdo exactamente si eran cuatro o cinco los dragaminas que se encontraban abarloados y amarrados en el muelle Alfau, en el espigón de babor entrando en el puerto de Ceuta. Tuve mucha suerte con ser destinado al “EO”. El 2º Comandante, Alférez de Navío, Sr. Bedoya, era hijo de mi profesor de Astronomía y Navegación de Cádiz, cuando vio mi historial y supo que era Oficial de la Marina Mercante enseguida me dio un destino a bordo acorde con mi título, me destinó al Cuarto de Derrota para que me encargase de corregir las cartas náuticas, dar cuerda al cronometro  y tener siempre en orden las banderas.  El Comandante se llamaba González de Aldama, era naúfrago del dragaminas "Guadiaro", hundido en el Mediterráneo a causa de un fuerte temporal frente a las costa de Estepona.  Según las buenas lenguas se salvó gracias a que un marinero le dio su salvavidas. Parce ser que ese detalle le hizo inclinarse por facilitarle la vida a la marinería bajo su mando. Era una excelente persona. Tenía fijado su domicilio en Ceuta y solía aparecer por las mañanas a bordo, después todo quedaba bajo el mando del 2º Comandante. El único hueso a roer a bordo del “EO” era el Contramaestre, un gallego con verdadera cara de contramaestre y con bigote estilo inglés, que cumplía con creces su cometido de mantener alerta a toda la dotación que tenía bajo su mando, pero sin pasarse, ya que sabía muy bien que el Comandante no tenía mucho apego a la mano dura.

Personalmente he de  confesar que muchas veces trabajábamos más evitando hacer el trabajo que nos encomendaban, que haciéndolo con voluntad. Cada mañana el Contramaestre reunía al personal en cubierta y con cara de pocos amigos dabas las órdenes pertinentes, pues bien, todos nos dedicábamos y no evitábamos esfuerzos por vigilar por donde andaba el Contramaestre para no hacer los que estaba mandado. De cualquier forma no era tan fiero el león como lo pintan y para demostrar mi teoría tengo una buena anécdota que contar sobre el Contramaestre.

Por las tardes nos solíamos reunir en el Puente un buen número de personal, todos fumábamos como carreteros, el hecho de que no hubiese ceniceros donde depositar las colillas apagadas, desde siempre se tuvo la costumbre de echarlas entre el frente del Puente y el embonado, a través de los ventanales que eran de sube y baja, aquel espacio debía estar completamente atestado de colillas después de  años haciendo la misma operación. El Contramaestre solía dormir la siesta debajo del Puente echado sobre una tumbona. Un día de los que nos encontrábamos reunidos, una de las colillas depositadas sin estar debidamente apagada, prendió fuego en todo lo que allí había depositado. Nuestra reacción inmediata fue vaciar botellas de agua para intentar apagar el fuego provocado. Cuando el espacio quedó completamente anegado de agua, comenzó a salir por el espiche que existía para tal menester en el frente del Puente, con tan mala fortuna que daba justamente donde se encontraba durmiendo el Contramaestre y cayéndole encima de su cara. Ya os podéis imaginar el zipi zape que se montó. Pues bien, a pesar de la falta tan grave cometida y que nos podía haber costado un buen paquete, el Contramaestre se olvidó por completo del tema y no hizo ninguna denuncia que nos pudiese acarrear consecuencias.

El inconveniente de esos buques es que permanecían con las calderas apagadas, y cualquier tipo de maniobra que se realizaba de cambio de atraque o cambio de posición entre los buques abarloados, era a base de fuerza humana, mismo si teníamos que virar el ancla se hacía a mano, y naturalmente todo dependía de lo bien o mal que estuviese agarrada el ancla al fondo. En fin, todo aquello pasó como suelen pasar todas cosas en la vida. Durante los tres meses que estuve embarcado en el “EO”, salimos a navegar en dos ocasiones, la primera solo los mandos sabían el por qué y donde nos dirigíamos en realidad, todo resultaba un secreto y después de dar algunas vueltas por el Mediterráneo terminamos fondeados en una pequeña cala al W. de Cabo Tres Forcas donde pasamos la noche y después emprendimos rumbo a nuestra base en el puerto de Ceuta. La segunda vez que salimos a la mar fue para efectuar el relevo de la dotación que se encontraba en la isla de Alborán. No recuerdo el número de hombres que formaban dicha dotación, pero para efectuar el relevo, primeramente tuvimos que ir al puerto de Málaga, para recoger al personal de infantería de marina, agua, víveres y todo lo necesario para el periodo de tiempo que tuvieran asignado hasta el próximo relevo. Toda esta operación se efectuaba a través de una pequeña cala que había al sur de la isla y una vez realizada la operación volvíamos al puerto de Málaga para dejar al personal sustituido y desde allí nuevamente a nuestra base en el puerto de Ceuta. Lo peor de estas salidas a la mar era que una vez que se daba la orden de cerrar puertas y portillos estancos de acuerdo con el protocolo, en el sollado de marinería que era contiguo al compartimento donde se encontraban los aseos y las duchas al no  existir ventilación, el olor era verdaderamente insoportable.

Y hoy voy a terminar mi narración hablando de una buena amistad que hice mientras me encontraba embarcado en el “EO”. Se trata de Elías Ruiz San Isidro, de la Pueble del Caramiñal, si se diese la casualidad de pudiera leer estas líneas, le envio más cordial saludo y un entrañable abrazo. Nos hicimos buenos amigos en el “EO”, posiblemente porque los dos éramos profesionales de la mar. Ël desde muy joven y como buen gallego tuvo que marcharse a la mar para ganarse el sustento y lo hizo de la forma más dura que existe en la profesión, se enroló en los bacaladeros y allí permaneció varios años hasta que fue llamado a filas para cumplir el  servicio militar, en los bacaladeros llegó a ocupar plaza de 2º contramaestre. Me contó todo cuanto se puede contar de la vida en los bacaladeros, me explicó que solían mearse en las manos para curarse las heridas que se producían como consecuencia de las bajísimas temperaturas. Yo desembarqué a los tres meses del “EO”, a él aún le quedaban algunos meses de mili. Cuando nos separamos, en nombre de la amistad que nos unió durante los tres meses que pasamos juntos, me pidió que si alguna vez tenía la oportunidad de ayudarle para embarcar en la mercante, que no me olvidase de él.

En la primera ocasión que tuve al producirse una baja en el "Norte", lo embarqué como marinero y al poco tiempo estaba ocupando plaza de contramaestre debido a su gran profesionalidad. Cuando yo desembarqué del "Norte" nos separamos definitivamente, pero la casualidad hizo que nos volviésemos a encontrar en el puerto de Casablanca cuando yo estaba en el "Sierra Urbión" y él estaba enrolado en un barco que -si mal no recuerdo- tenía bandera panameña y me contó que pensaba desertar a la llegada a un puerto americano. Desde entonces nunca más he sabido de él y espero que las cosas le hayan ido bien. Un abrazo por si lo puedes recibir.

Y hasta la próxima entrega, un saludo para todos los lectores.  


Capitán A. de Bonis.               

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