Y POR FIN LLEGÓ EL MANDO TEMA CINCO
Aunque ya
lo narré en el libro “MIL AÑOS DE MAR”, hay acontecimientos extraordinarios que
resultan imposible dejar de lado por mucho que haya repetido que solamente
pensaba escribir sobre temas nuevos. Uno de esos acontecimientos es el incendio
sufrido a bordo del “Sierra Estrella”, ya que ahora me permito extenderme un
poco más de lo que lo hice en el libro, ya que aquello resultaba ser un
compendio de toda una vida profesional.
Hablar de
incendios siempre resulta difícil, resulta más difícil asimilar la palabra
cuando este suceso, siempre desgraciado, se produce en un buque. Todos hemos
presenciado incendios de grandes edificios, bien directamente o a través de la
tele, que se han producido en tierra; toda la parafernalia que se organiza con
tanto s bomberos y tantas mangueras y a pesar de todo, lo muchísimo que cuesta
apagarlo, dependiendo siempre del contenido que pueda haber en el edificio,
sobre todo si se trata de almacenes con productos químicos y no digamos cuando
se trata de incendios forestales, pero rara vez se tiene la ocasión de
presenciar un incendio producido a bordo de un buque, a no ser que este se
encuentre amarrado en puerto.
Empiezo por
decir que un buque está reglamentariamente dotado para hacer frente a un
incendio que se pueda producir a bordo, incluso con más medios que cualquier
edificio que se ve obligado a llamar y esperar la llegada del servicio de
bomberos. En los buques es obligatorio hacer ejercicios de contraincendios cada
cierto periodo de tiempo. Naturalmente estos ejercicios no se efectúan con
fuego real, sino simplemente se muestra como se manejan los extintores, las
mangueras y el cometido de cada tripulante, el puesto que les corresponde
ocupar. Todo esto de acuerdo con un cuadro orgánico que ha sido aprobado por la
autoridad de marina y sin el cual el buque no obtiene el permiso para navegar.
Por otra
parte, los capitanes teníamos la obligación de efectuar unos cursos de
contraincendios impartidos por escuelas homologadas, en estos cursos se hacían ejercicios contra
toda clase de incendios y una vez superados nos daban el correspondiente
Certificado, uno más de los muchos que exigían para poder ejercer el mando.
Expuesto todo esto, parece imposible que un buque pueda arder, mucho más
teniendo a su alrededor tantísima agua que resulta ser el medio más natural
para poder sofocar un incendio. Desde el punto de vista psicológico –a mi forma
de entender – la gran diferencia entre un incendio que se produce en un barco y
otro que se produce en tierra, es que en el primero no hay forma de escapar del
lugar de los hechos, si el buque arde la única escapatoria es el mar. En tierra,
si un edificio se quema, basta con salirse a la calle, así de sencillo. Con
ello deseo indicar que la mentalidad y el comportamiento de las personas que
sufren un accidente de esta índole no puede ser la misma, ya que somos humanos
y los humanos lo primero que hacen y dan prioridad es salvar la vida. También
quiero hacer hincapié sobre un tema que a mi perecer tiene muchísima
importancia, los materiales que se emplean hoy en día en la construcción. Los
edificios siguen fabricándose de ladrillos y los baros con hierro como materia
base, pero todo lo que comprende la habitabilidad está formado por paneles de
conglomerado recubierto de poliéster. Este material por mucho que pretendan
decir que es ignifugo, cuando se quema produce un humo tan denso como el que se
produce cuando se queman cámaras de coche, completamente irrespirable.
Dicho esto
paso a relatar lo sucedido el día 31 de Diciembre de 1967, fecha fatídica en la
cual el “Sierra Estrella” sufrió un incendio que desgraciadamente no pudo ser
sofocado. Eran las 18 horas
aproximadamente y nos preparábamos para cenar cuando se escuchó la voz del 3er
Maquinista que gritaba FUEGO, FUEGO, FUEGO……, ya que al abrir su
camarote comprobó que estaba ardiendo en
llamas. El primero en acudir fue el Contramaestre con un extintor que lo gastó
sin éxito. Yo que acudí al lugar para comprobar in situ la magnitud de los
hechos, comprobé con mis propios ojos como las llamas que salían del camarote
se propagaban a una velocidad de vértigo lamiendo los mamparos del pasillo,
como si estuvieran impregnados de gasolina. Inmediatamente subí al Puente para
hacer las señales reglamentarias y poner en marcha los aparatos de telefonía
con objeto de alertar de nuestra situación a los posibles buques que pudiesen
encontrarse en nuestra cercanía. La
rapidez con la cual se propagó el incendio en toda la zona dedicada a habitabilidad hizo imposible que se pudiera
atajar con el uso de los extintores. Se ordenó parar la máquina para quitarle
arrancada al buque. El personal se vio obligado a salir a cubierta porque en el
interior resultaba completamente irrespirable. Yo aguante todo lo posible
atendiendo a la telefonía hasta que el humo llegó al Cuarto de Derrota y tuve
que salir a respirar fuera porque estaba completamente asfixiado. El marinero
que se encontraba en el timón salió de estampida cuando las llamas aparecieron
en el puente lamiéndole el culo, en su precipitada salida me empujó y caí a la
cubierta de botes donde quedé tendido con un fuerte dolor de cintura y sin
poder respirar con normalidad. Le informé al 1er Oficial D. Luis Ojeda que se
hiciera cargo de la situación ya que yo me consideraba incapacitado
físicamente. Podíamos haber quedado a bordo recluidos en el castillo de proa
donde difícilmente podría llegar el fuego. Pero a mi entender y con muy buena
visión de la situación, se opto por
arriar el bote de babor al agua, ya que de no hacerlo pronto sería pacto de las
llamas y la situación sería aún más complicada. Primeramente me embarcaron a mí
en el bote ya que mi estado no me permitía bajar por la escala de gato. Una
vez< el bote en el agua embarcó el resto de la tripulación y quedamos
amarrados por largo a la escala de gato en espera de acontecimientos, ya que
ningún buque había contestado a las llamada de socorro que efectué con
anterioridad. La mar se encontraba prácticamente en calma aunque soplaba una
leve brisa.
Yo me
encontraba cada vez peor a causa del fuerte golpe recibido y a la falta de aire
en mis pulmones por el humo inhalado, pensaba que de prolongarse la situación
no lo resistiría, entonces le pregunté al 1er Oficial si estaba dispuesto a
escuchar mi testamento, lo cual realizamos tranquilamente porque yo tenía apoyada mi cabeza sobre sus
rodillas. Todavía había luz del día cuando avistamos a un buque que se dirigía
hacia nosotros. Una vez en las proximidades, el 1er Oficial le comunicó al
Capitán que yo necesitaba asistencia médica y acordaron subir el bote con sus
puntales para poderme desembarcar a mí. Una vez a bordo se negaron a arriar
nuevamente el bote alegando que ellos se encargarían de sofocar el fuego, cosa
que no hicieron porque se limitaron a dejar que se extinguiera por si solo y
después lo abordaron para dar el remolque.
El 2º
Oficial del “ Kapland” que así se llamaba el buque que nos auxilió, a través de
una emisora de Hamburgo recibió las explicaciones necesarias para efectuarme un
punción de pulmón, la cual realizó con éxito ya que a partir de ese momento
comencé a respirar con normalidad, pero me dejó un dolor en las costillas que
me duró bastante tiempo. El Kapland remolcó al “Sierra Estrella” hasta el
puerto de Monrovia donde quedó amarrado. La tripulación quedo hospedada en un
hotel y yo fui ingresado en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios donde
permanecí algunos días mientras me hacían algunas pruebas y posteriormente pasé
a reunirme con el resto de la tripulación hasta el momento de ser repatriados a
España. Cuando me encontré en mejores condiciones hice la correspondiente
PROTESTA DE MAR en la Embajada española y allí nos proporcionaron los
correspondientes pasaportes después de efectuar los trámites necesarios. Nos
trasladaron a Madrid y desde allí cada cual a su domicilio. Yo permanecí
algunos días haciéndome más reconocimientos, donde me detectaron una vértebra
dañada y haciendo declaraciones en la compañía sobre el incendio y donde ya el
Jefe de Personal tenía una idea preconcebida sobre lo sucedido. Él pensaba que
todo se había desarrollado debido al efecto de un pánico colectivo de toda la
tripulación, que esa era la razón por la cual se había abandonado el buque, con
lo cual me dio a entender que se pensaban cortar cabezas. Yo como me encontraba
de baja por accidente me fui a mi domicilio de Amberes pensando que Marítima
del Norte se había terminado para mí. Estando en mi domicilio recibí la visita
del Seguro para prestar declaración de lo ocurrido.
Estando en
casa convaleciente recibí dos buenas noticias: La primera, que el Jefe de
Personal había cambiado su opinión de pánico colectivo debido a que en otro
buque de la Compañía se había producido un fuego de menor magnitud pero se pudo
comprobar con la rapidez con la cual se propagaba el fuego como consecuencia de
los materiales de construcción empleados. Dado lo cual, una vez que recibí el
alta médica me incorporé a la reconstrucción del Sierra Estrella que se estaba
efectuando en el puerto de Santander. La segunda buena noticia fue que la
demanda efectuada por EL Kapland alegando Salvamento fue denegada y solo se
quedó en remolque, como consecuencia de unas declaraciones que efectuó el
propio Capitán en un periódico de Monrovia y que coincidían más o menos con lo
expuesto en mi PROTESTA, aunque pienso que esta ni siquiera la tuvieron en
cuenta.
Hasta aquí
todo lo que puedo contar de este triste accidente, pero antes de dar por
terminado este tema, deseo expresar que gracias a estos artículos he recuperado
la comunicación y la amistad del que fue mi primer oficial en aquel triste
episodio. D. Luis Ojeda, que hasta hace muy poco tiempo ha ocupado la plaza de
catedrático de Meteorología en la Escuela oficial de Náutica de Tenerife, para
él un fuerte abrazo.
Capitán A. de Bonis