lunes, 22 de mayo de 2017


Y POR FIN LLEGÓ EL MANDO                 TEMA CINCO

Aunque ya lo narré en el libro “MIL AÑOS DE MAR”, hay acontecimientos extraordinarios que resultan imposible dejar de lado por mucho que haya repetido que solamente pensaba escribir sobre temas nuevos. Uno de esos acontecimientos es el incendio sufrido a bordo del “Sierra Estrella”, ya que ahora me permito extenderme un poco más de lo que lo hice en el libro, ya que aquello resultaba ser un compendio de toda una vida profesional.

Hablar de incendios siempre resulta difícil, resulta más difícil asimilar la palabra cuando este suceso, siempre desgraciado, se produce en un buque. Todos hemos presenciado incendios de grandes edificios, bien directamente o a través de la tele, que se han producido en tierra; toda la parafernalia que se organiza con tanto s bomberos y tantas mangueras y a pesar de todo, lo muchísimo que cuesta apagarlo, dependiendo siempre del contenido que pueda haber en el edificio, sobre todo si se trata de almacenes con productos químicos y no digamos cuando se trata de incendios forestales, pero rara vez se tiene la ocasión de presenciar un incendio producido a bordo de un buque, a no ser que este se encuentre amarrado en puerto.

Empiezo por decir que un buque está reglamentariamente dotado para hacer frente a un incendio que se pueda producir a bordo, incluso con más medios que cualquier edificio que se ve obligado a llamar y esperar la llegada del servicio de bomberos. En los buques es obligatorio hacer ejercicios de contraincendios cada cierto periodo de tiempo. Naturalmente estos ejercicios no se efectúan con fuego real, sino simplemente se muestra como se manejan los extintores, las mangueras y el cometido de cada tripulante, el puesto que les corresponde ocupar. Todo esto de acuerdo con un cuadro orgánico que ha sido aprobado por la autoridad de marina y sin el cual el buque no obtiene el permiso para navegar.

Por otra parte, los capitanes teníamos la obligación de efectuar unos cursos de contraincendios impartidos por escuelas homologadas,  en estos cursos se hacían ejercicios contra toda clase de incendios y una vez superados nos daban el correspondiente Certificado, uno más de los muchos que exigían para poder ejercer el mando. Expuesto todo esto, parece imposible que un buque pueda arder, mucho más teniendo a su alrededor tantísima agua que resulta ser el medio más natural para poder sofocar un incendio. Desde el punto de vista psicológico –a mi forma de entender – la gran diferencia entre un incendio que se produce en un barco y otro que se produce en tierra, es que en el primero no hay forma de escapar del lugar de los hechos, si el buque arde la única escapatoria es el mar. En tierra, si un edificio se quema, basta con salirse a la calle, así de sencillo. Con ello deseo indicar que la mentalidad y el comportamiento de las personas que sufren un accidente de esta índole no puede ser la misma, ya que somos humanos y los humanos lo primero que hacen y dan prioridad es salvar la vida. También quiero hacer hincapié sobre un tema que a mi perecer tiene muchísima importancia, los materiales que se emplean hoy en día en la construcción. Los edificios siguen fabricándose de ladrillos y los baros con hierro como materia base, pero todo lo que comprende la habitabilidad está formado por paneles de conglomerado recubierto de poliéster. Este material por mucho que pretendan decir que es ignifugo, cuando se quema produce un humo tan denso como el que se produce cuando se queman cámaras de coche, completamente irrespirable.

Dicho esto paso a relatar lo sucedido el día 31 de Diciembre de 1967, fecha fatídica en la cual el “Sierra Estrella” sufrió un incendio que desgraciadamente no pudo ser sofocado.  Eran las 18 horas aproximadamente y nos preparábamos para cenar cuando se escuchó la voz del 3er Maquinista que gritaba   FUEGO, FUEGO, FUEGO……, ya que al abrir su camarote comprobó  que estaba ardiendo en llamas. El primero en acudir fue el Contramaestre con un extintor que lo gastó sin éxito. Yo que acudí al lugar para comprobar in situ la magnitud de los hechos, comprobé con mis propios ojos como las llamas que salían del camarote se propagaban a una velocidad de vértigo lamiendo los mamparos del pasillo, como si estuvieran impregnados de gasolina. Inmediatamente subí al Puente para hacer las señales reglamentarias y poner en marcha los aparatos de telefonía con objeto de alertar de nuestra situación a los posibles buques que pudiesen encontrarse  en nuestra cercanía. La rapidez con la cual se propagó el incendio en toda la zona dedicada a  habitabilidad hizo imposible que se pudiera atajar con el uso de los extintores. Se ordenó parar la máquina para quitarle arrancada al buque. El personal se vio obligado a salir a cubierta porque en el interior resultaba completamente irrespirable. Yo aguante todo lo posible atendiendo a la telefonía hasta que el humo llegó al Cuarto de Derrota y tuve que salir a respirar fuera porque estaba completamente asfixiado. El marinero que se encontraba en el timón salió de estampida cuando las llamas aparecieron en el puente lamiéndole el culo, en su precipitada salida me empujó y caí a la cubierta de botes donde quedé tendido con un fuerte dolor de cintura y sin poder respirar con normalidad. Le informé al 1er Oficial D. Luis Ojeda que se hiciera cargo de la situación ya que yo me consideraba incapacitado físicamente. Podíamos haber quedado a bordo recluidos en el castillo de proa donde difícilmente podría llegar el fuego. Pero a mi entender y con muy buena visión de la situación, se  opto por arriar el bote de babor al agua, ya que de no hacerlo pronto sería pacto de las llamas y la situación sería aún más complicada. Primeramente me embarcaron a mí en el bote ya que mi estado no me permitía bajar por la escala de gato. Una vez< el bote en el agua embarcó el resto de la tripulación y quedamos amarrados por largo a la escala de gato en espera de acontecimientos, ya que ningún buque había contestado a las llamada de socorro que efectué con anterioridad. La mar se encontraba prácticamente en calma aunque soplaba una leve brisa.

Yo me encontraba cada vez peor a causa del fuerte golpe recibido y a la falta de aire en mis pulmones por el humo inhalado, pensaba que de prolongarse la situación no lo resistiría, entonces le pregunté al 1er Oficial si estaba dispuesto a escuchar mi testamento, lo cual realizamos tranquilamente  porque yo tenía apoyada mi cabeza sobre sus rodillas. Todavía había luz del día cuando avistamos a un buque que se dirigía hacia nosotros. Una vez en las proximidades, el 1er Oficial le comunicó al Capitán que yo necesitaba asistencia médica y acordaron subir el bote con sus puntales para poderme desembarcar a mí. Una vez a bordo se negaron a arriar nuevamente el bote alegando que ellos se encargarían de sofocar el fuego, cosa que no hicieron porque se limitaron a dejar que se extinguiera por si solo y después lo abordaron para dar el remolque.

El 2º Oficial del “ Kapland” que así se llamaba el buque que nos auxilió, a través de una emisora de Hamburgo recibió las explicaciones necesarias para efectuarme un punción de pulmón, la cual realizó con éxito ya que a partir de ese momento comencé a respirar con normalidad, pero me dejó un dolor en las costillas que me duró bastante tiempo. El Kapland remolcó al “Sierra Estrella” hasta el puerto de Monrovia donde quedó amarrado. La tripulación quedo hospedada en un hotel y yo fui ingresado en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios donde permanecí algunos días mientras me hacían algunas pruebas y posteriormente pasé a reunirme con el resto de la tripulación hasta el momento de ser repatriados a España. Cuando me encontré en mejores condiciones hice la correspondiente PROTESTA DE MAR en la Embajada española y allí nos proporcionaron los correspondientes pasaportes después de efectuar los trámites necesarios. Nos trasladaron a Madrid y desde allí cada cual a su domicilio. Yo permanecí algunos días haciéndome más reconocimientos, donde me detectaron una vértebra dañada y haciendo declaraciones en la compañía sobre el incendio y donde ya el Jefe de Personal tenía una idea preconcebida sobre lo sucedido. Él pensaba que todo se había desarrollado debido al efecto de un pánico colectivo de toda la tripulación, que esa era la razón por la cual se había abandonado el buque, con lo cual me dio a entender que se pensaban cortar cabezas. Yo como me encontraba de baja por accidente me fui a mi domicilio de Amberes pensando que Marítima del Norte se había terminado para mí. Estando en mi domicilio recibí la visita del Seguro para prestar declaración de lo ocurrido.

Estando en casa convaleciente recibí dos buenas noticias: La primera, que el Jefe de Personal había cambiado su opinión de pánico colectivo debido a que en otro buque de la Compañía se había producido un fuego de menor magnitud pero se pudo comprobar con la rapidez con la cual se propagaba el fuego como consecuencia de los materiales de construcción empleados. Dado lo cual, una vez que recibí el alta médica me incorporé a la reconstrucción del Sierra Estrella que se estaba efectuando en el puerto de Santander. La segunda buena noticia fue que la demanda efectuada por EL Kapland alegando Salvamento fue denegada y solo se quedó en remolque, como consecuencia de unas declaraciones que efectuó el propio Capitán en un periódico de Monrovia y que coincidían más o menos con lo expuesto en mi PROTESTA, aunque pienso que esta ni siquiera la tuvieron en cuenta.

Hasta aquí todo lo que puedo contar de este triste accidente, pero antes de dar por terminado este tema, deseo expresar que gracias a estos artículos he recuperado la comunicación y la amistad del que fue mi primer oficial en aquel triste episodio. D. Luis Ojeda, que hasta hace muy poco tiempo ha ocupado la plaza de catedrático de Meteorología en la Escuela oficial de Náutica de Tenerife, para él un fuerte abrazo. 


Capitán  A. de Bonis       

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