Y POR FIN LLEGÓ EL MANDO TEMA Nº SEIS
Me
encuentro delante de unas cuartillas en blanco, dudando sobre el tema que voy a
escribir, por mi cabeza están circulando algunos recuerdos de los cuales podría
sacar partido para rellenar unas cuantas hojas, pero no sé la razón por la cual
se me ha metido en la mollera escribir sobre un tema bien distinto a cuantos he
escrito con anterioridad, muy posiblemente en compensación a los temas más bien
tristes que hasta el momento he llegado a publicar. Muchos de los lectores
posiblemente pensarán que se me ha ido la olla
cuando lean que el tema por el cual me he decidido a escribir se trata
del “AMOR” y sus consecuencias. Podrán pensar que puñeta tiene que ver el amor
con la navegación, pues depende de cómo se mire el asunto. Yo tengo en mi poder
un documento del Tribunal de la Rota, donde uno de los argumentos que esgrime
un ponente del Tribunal para no concederme la anulación de mi primer
matrimonio, el consabido cuento que todo el mundo conoce referente a la
fama de los marinos de que “un amor en
cada puerto”, posiblemente él tenía la experiencia de una amor en cada
parroquia cosa nada de extrañar en el mundo en que vivimos. Pero yo no quiero
ni pienso tratar este tema que tantos dolores de cabeza me causó en debido
momento. Voy a narrar una historia de amor a la vieja usanza, algo parecido a la que protagonizaron Romeo y Julieta con algunos años de demora y con un final
que desconozco pero que me imagino que sería desgraciado porque hay situaciones
que nunca pueden terminar felizmente.
No
obstante, el desear escribir sobre este tema es porque de cierto modo me vi
implicado bastante en el asunto, tanto personal como profesionalmente. No
recuerdo el nombre del buque donde se desarrolló la historia, lo mismo podría
ser el “Sierrra Guadalupe” como el “Sierra Grana”, da igual porque en
cualquiera de ellos podría haber ocurrido ya que en ambos cubrí la línea de Taboga a Puerto Rico.
Lo que sí me fastidia es haber olvidado el nombre del actor de los hechos, son
muchos los años transcurridos y aunque fotográficamente me parece que lo estoy
viendo en este momento, su nombre se me
ha borrado por completo, solo recuerdo que era santanderino y que su embarque
me impactó porque me recordaba a mi mismo cuando embarqué como Alumno, hacía
tiempo que no embarcaba un alumno tan joven, tenía la cara lo que yo denominaba
“cara de pipiolo”, cara de crio.
Embarcó en
el puerto de Santander, llegó a bordo acompañado de sus padres, lo que nunca me
había ocurrido con anterioridad y cómo es posible suponer, por parte de su
madre toda fueron peticiones de protección para su “pequeñín” que era la
primera vez que salía de casa. A veces qué poco conocen los padres a los hijos,
completamente sinceramente pienso que nunca. Posiblemente el hecho de que la
madre insistiera tanto, fue lo que me llevó a implicarme tanto en un tema que
se escapaba de mis funciones.
El
escenario de la historia fue la isla de Taboga, nosotros la conocíamos con el
sobrenombre de la isla del amor. Es una
isla situada a la salida del Canal de Panamá, muy tranquila y donde nosotros
solíamos efectuar los transbordos de los túnidos que los atuneros
españoles pescaban en aguas del
Pacifico. La semana solía transcurrir tranquilamente enfrascados en el
transbordo de los atuneros, pero los fines de semanas la isla sufría la invasión
de los turista que llegaban de la ciudad de Panamá para pasar Sábado y Domingo
y disfrutar de las magnificas playas con que contaba la isla, al mismo tiempo
de la comida que servía el magnífico hotel que
se complementaba con música los fines de semana. Todos esperaban los
fines de semana como agua de Mayo por lo que pudiese caer en tanto rio
revuelto.
La persona
que da origen a este artículo, que no es otro que mi protegido, la primera vez
que llegó a la isla de Taboga, yo digo que cayó de pie y con la suerte de un
quebrao. Me explico: En la isla vivía una tabogueña que estaba como un tren,
algo parecido a la hawaiana que se ligó el Marlon Brando y que después fue su
esposa. La muchacha era muy discreta y sabiéndose deseada por todos los
playeros domingueros solía situarse apartada los más posible de todos los
mirones. Ella era bien conocida en la isla por los lugareños y todos sabían que
no había nada que rascar. Pero mira por donde aparece mi pipiolo que no sabía
de la misa la mitad, se acerca a ella a la chita callando y en vez de ser
rechazado como un intruso recién llegado, se entabla una amistad, que para
muchos hubiéramos querido para nosotros mismos salvando la diferencia de edad ,
amistad que fue “in crescendo ” hasta convertirse en un romance amoroso a lo
largo de toda nuestra estancia en la isla que duró varios meses, ya que
nuestros viajes eran continuos entre
Taboga y el puerto de Mayagüez en Puerto Rico.
Volviendo a
Taboga, diré que es una isla pequeña donde vivian cuatro gatos, unos cuantos se
desplazaban cada mañana a Panamá para trabajar y el resto trabajaban como
estibadores en el mercante cuando habían atuneros para transbordar. Nosotros
casi formábamos parte del pueblo, ya que casi a diario después de la jornada de
trabajo , nos íbamos a la isla para jugar al futbol en la playa y para tomar
algún refrigerio en el hotel. Lo único destacable de la isla es que había un
observatorio americano en la cumbre, pero a los americanos no se les veía ni el
pelo. La única americana omnipresente era la inspectora encargada de controlar
las capturas de los atuneros y que dicho sea de paso también estaba como un
tren, pero la tabogueña le ganaba por puntos. Mi Alumno seguía encandilado con
ella y ella aparentemente le correspondía de igual manera. Todo iba viento en
popa hasta que a mis oídos llegó una información confidencial, a partir de la
cual esto puede convertirse en una novela de espionaje. Me filtraron una
información en la cual me aseguraban que la tabogueña no se casaba con nadie.
Que tenía encoñado al pobre chaval porque quería que se quedase en tierra para
que le ayudase en el negocio que tenía montado, como cabeza de turco. El
negocio consistía en hacer de camello y
pasar ropa manufacturada de Colombia a Panamá, lo que al parecer proporcionaba pingües
beneficios. Hay que ver lo complicado que resulta el amor a veces. Bueno, pues
mi cometido a partir de ese momento era evitar que siguiera el encoñamiento
para poder entregárselo sano y salvo a la mamaíta a nuestra vuelta a España. A
parte, la verdad es que yo consideraba una barbaridad que echara por tierra una
carrera y que además fuera declarado prófugo ya que aún no había hecho su
servicio militar. Todos mis esfuerzos resultaron inútiles. El próximo viaje
nuestro el destino era España en lugar de Puerto Rico, ocasión propicia para
desertar. Hablé muy seriamente con él, advirtiéndole del follón en que se iba a
embarcar y que pensara en el disgusto que se iban a llevar sus padres, Me personé la noche anterior en
casa de la familia para hablar con los padres y me prometieron que harían todo
lo posible para evitar que el muchacho se quedase en la isla. Pero nada de
nada, está visto que el amor lo puede todo.
La mañana
en que el buque debía zarpar después de haber completado el cargamento, la pareja
formada por Romeo y Julieta embarcaron en la primera lancha que salía de Taboga
para Panamá para llevar a los obreros, a las 0700 horas de la mañana y se
esfumaron para siempre en la ciudad. Nos vimos obligados a demorar unas cuantas
horas la salida ya que tuve que personarme en la Embajada española para dar
cuenta de lo ocurrido y modificar la lista de tripulantes. Cuando arribamos a
puerto español, la madre protectora estaba esperando para recoger los enseres
que su pequeñín había dejado a bordo y que a pesar del tiempo transcurrido
seguía sin tener noticias de su hijo. En viajes posteriores a Taboga, me
interesé por la pareja pero nadie supo darme información de ellos. Posiblemente
mi presentimiento de que el tema no había tenido un final feliz era acertado.
Espero que el tema no les haya aburrido y seguramente les habrá traído a la
memoria algún episodio personal, ya que al fin y al cabo todos hemos sido
jóvenes y no hemos estado exentos de
cometer tonterías de esta clase.
Capitán A. de Bonis
Excelente como siempre Arturo. Un fuerte abrazo. Luis Ojeda.
ResponderEliminar¡Buen quiebro en tu línea editorial!
ResponderEliminarEl final de la historia lo supondrá cada lector.Yo soy optimista.
Gracias por tus recuerdos.
uauuuuuu....Me has metido de lleno en el relato. Imaginándome las escenas y quedándome con ganas de más lectura. No es porque seas mi padre......jajajja pero lo has bordaoooooo...y deseando leer el siguiente.
ResponderEliminar