domingo, 17 de febrero de 2013

Recordando…"Una de Piratas” a bordo del "Sierra Andia"


 
 Salimos del puerto de Killybegs con un completo de chicharros congelados para el puerto nigeriano de Lagos.

 Killybegs es un puerto situado en la bahía de Donegal, en el NW. de Irlanda, considerado el puerto pesquero más importante de Irlanda, muy visitado por la flota pesquera rusa. Yo he recalado allí en varias ocasiones, unas veces para cargar directamente en el muelle mercancía procedente de almacén frigorífico y otras para trasbordar, abarloado, de pesqueros rusos. Siempre fue pescado con destino a Nigeria.
En nuestros viajes entre Irlanda y Nigeria, siempre teníamos previsto hacer escala en Las Palmas para tomar combustible y provisiones en abundancia ya que las estancias en Nigeria resultaban de todo punto imprevisibles. Los viajes, excepto las primera singladuras que solían ser bastante movidas, una vez rebasado el paralelo de Finisterre solía ir mejorando y por supuesto, una vez dejado atrás Las Palmas ya estaba el viaje asegurado meteorológicamente hablando. Ya solamente era pensar en lo que nos esperaba en Nigeria.
Efectivamente, Nigeria daba muchísimo en que pensar.  Después de finalizar la guerra pienso que cada nigeriano se quedó con un arma escondida en su casa con posibilidad de poder utilizarla en el momento más propicio; debido a esta circunstancia la aprovecharon para crear organizaciones muy bien armadas que se dedicaban a la piratería. Dado que, por otra parte el comercio marítimo había tenido un auge grandísimo y que a la entrada del puerto de Lagos, en ocasiones se contabilizaban hasta 200 buques fondeados esperando entrar, buques indefensos completamente, esto daba ocasión a que dichas organizaciones campasen a su antojo y que durante la noche se dedicasen a asaltar a los buques que allí se encontraba fondeados. Por esta razón ir a Nigeria resultaba, cuando el puerto de descarga era Lagos un poco preocupante.
Dadas estas circunstancias, Maritima del Norte tomó la determinación de que durante la noche los buques de la compañía no permanecieran fondeados; al anochecer teníamos orden de levar el ancla y alejarnos de la costa para evitar -en lo posible- ser asaltados. Una vez que amanecía, volvíamos al fondeadero en espera de recibir órdenes; cuando las estancias eran largas esta operación resultaba ser un engorro, y alguna que otra vez duraron hasta mes y medio, pero la seguridad privaba por encima de cualquier otra cosa.
La mayoría de los buques que allí se encontraban fondeados eran de nacionalidad griega, que al parecer habían encontrado el chollo de sus vidas. Todo el mundo conoce más o menos el lado comercial de los griegos y si éste está relacionado con el comercio marítimo, resultan ser unos verdaderos linces.  El negocio de los griegos (narrado por ellos mismos) consistía en comprar barcos a punto de ser desguazados y cargarlos de cemento; los nigerianos compraban todo el cemento que se les ofrecía porque estaban muy necesitados para poder reconstruir el país después de la guerra, y como había dinero procedente del petróleo para pagar, pues no había problema. Aquello era el desmadre, los griegos llegaban a la rada de Lagos, daban su aviso de llegada para tener en cuenta la fecha en que comenzaban a contar las demoras y las tripulaciones prácticamente se largaban, dejaban un retén que cubría las necesidades de tres o cuatro buques griegos que se encontraban agrupados y ahí queda eso.  Estos retenes además visitaban a otros buques que se encontraban en el fondeadero para ofrecerse a efectuar cualquier clase de trabajo, pintura, limpieza de fondos……., ellos desde luego no perdían el tiempo. Se comentaba que con las demoras que llegaban a cobrar pagaban el valor del buque comprado en el desguace.
Las demoras que sufrían los buques frigoríficos eran debidas a la falta de almacenes que pudieran recibir toda la mercancía que se llevaba, el negocio lo manejaban algunos indios allí establecidos, la diferencia entre el precio de compra y el de venta era tan brutal, que se podían permitir el lujo de pagar las demoras que fueran necesarias, ellos mantenían a los buques frigoríficos haciendo de pontón, y solamente entraban para descargar según las necesidades del mercado, unas veces  50, otras 40 tons, como indico anteriormente dependía de la mayor o menor demanda y solo alguna que otra vez se descargó el completo en una sola entrada.
Las estancias  en el fondeadero transcurrían de forma tediosa, todo el santo día pendiente de la radio en espera de recibir órdenes de entrar o de vigilar la llegada de otros barcos al fondeadero, solamente por las tardes se animaba la jornada porque se formaba una tertulia radiotelefónica donde se hablaba de todo, incluso de las necesidades que iban teniendo los buques que se encontraban largo tiempo en espera, se intercambiaban víveres, bebidas y como he comentado anteriormente, los griegos ofrecían sus servicios; recuerdo que uno de los que más solía hablar se hacía llamar Mickey Mauss, por su acento podría haber sido italiano y ese nos animaba bastante las jornadas con sus ocurrencias e historietas.
Y…. llegó el día H, estábamos a punto de cenar cuando nos avisaron que debíamos proceder a la boya de recalada para tomar Práctico y entrar en puerto.  Después de virar el ancla y hacer la maniobra conveniente, nos dirigimos en demanda de la boya a poca máquina y, cuando ya estábamos en las inmediaciones del punto donde debía embarcar el Práctico, se recibieron nuevas órdenes revocando la anterior y por consiguiente anulando nuestra entrada. En aquel momento y sin argumentos suficientes para pensar otra cosa, creímos que la suspensión sería hasta la mañana siguiente y por lo tanto que no merecía la pena dejar el fondeadero como solíamos hacer a diario; se volvió a fondear cerca de la boya de recalada en espera de poder entrar al día siguiente.
Se montó la guardia correspondiente para pasar la noche sin sobresaltos y cada cual se retiró a su aposento después de haber cenado y tenido la tertulia normal de sobremesa. Eran las dos de la madrugada aproximadamente cuando se oyeron los gritos del guardián que chillaba a todo pulmón la fatídica palabra PIRATAS, y a renglón seguido se oían las ráfagas de metralletas contra el frente del puente; no se andaban con chiquitas. Abordaron por los dos costados y según  declaraciones del guardián fueron unos diez los que  subieron a bordo.
Mi camarote estaba situado debajo de puente y el dormitorio tenía un portillo que daba al costado de estribor. Había heredado un revolver del Capitán anterior, que compró en Angola y como lo tenía indocumentado no se lo pudo llevar consigo cuando unos meses antes lo relevé en el puerto de Las Palmas. Cuando oí la voz de Piratas, casi de forma automática saqué el revólver y lo cargué. Pronto escuché las voces de los piratas que gritaban en los pasillos y ráfagas de metralla que seguían disparando por doquier. En un momento determinado empezaron a aporrear con la culata de la metralleta la puerta de mi camarote e insistiendo para que les abriera. Sin pensarlo dos veces hice un disparo con el revólver al aire que fue a impactar en el embonado del cuarto de baño. Pero no tardé ni un segundo en darme cuenta de la tontería que había cometido, intentar hacer frente con un revolver era absolutamente de locos, entonces pensé que la única posibilidad que tenía era escapar por el portillo y en eso puse todo mi empeño, Ahora que lo pienso fríamente no sé cómo pude hacerlo, pero lo cierto es, que salí por el portillo, me encaramé por el costado auxiliándome del hueco donde se encontraba la luz del costado de estribor y me plante sobre el Puente, donde ya se encontraban algunos piratas en el interior intentando desconectar los aparatos de telefonía y que gracias a Dios no se percataron de mi presencia, me dirigí hacia la chimenea y por su parte posterior me subí en lo alto donde tienen salida las tuberías de gases de los motores, y allí me escondí acurrucado en espera de acontecimientos.
Por lo visto me dormí, porque cuando me di cuenta estaba amaneciendo y fue la voz del primer oficial la que me despertó, el pobre Guillermo estaba medio llorando, preguntando a gritos dónde me encontraba y pensando que me había caído al agua y posiblemente que me había ahogado Cuando me vio bajar de la chimenea todo teñido de negro fue una gran alegría para él.
El resultado del asalto fueron tres herido, uno de bastante consideración, y los camarotes todos desvalijados.
Cerca de nosotros se encontraba fondeado el frigorífico español “Ana María Barreras”, era compañero de fatigas en el tráfico con Nigeria, ese buque tenía bote salvavidas con motor y se ofreció para llevarnos a puerto para hacer las diligencias oportunas. Recogimos muchísimos casquillos de la munición que emplearon los piratas y con el 2ºMaquinista que era el herido de más consideración, nos trasladamos al puerto para formulas la denuncia correspondiente y curar al herido. No hicieron ni puñetero caso las autoridades nigerianas, y en la embajada española ídem de lo mismo. Cuando nos recibió el Embajador nos dijo sencillamente que lo sentía muchísimo y para darle más fuerza a sus palabras se volvió y abrió un armario que tenía detrás de su mesa, donde guardaba dos rifles al mismo tiempo que nos decía: así tengo que vivir yo.
La piratería en aguas de Nigeria fue creciendo de forma alarmante, y hasta que no se produjo la muerte de un capitán alemán y la violación de su  esposa parece ser que no se tomaron medidas adecuadas. En su momento, oí que las autoridades habían dado un fuerte escarmiento haciendo fusilar a un buen número de piratas en la misma playa de donde solía salir para hacer sus incursiones.
Este es el recuerdo que guardo más fuerte de mi embarque a bordo del Sierra Andía, que posteriormente fue nombrado “Sally Ann,” con bandera panameña y mandado nuevamente por el Capitán que me dejó el revólver de herencia, por poco no lo cuento.
                                                   Capitán A. de Bonis

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