sábado, 26 de diciembre de 2015

AMERICA TEMA DOS

Después de finalizar el tema anterior en el que daba cuenta de mis andanzas por el Canal de Panamá, he de añadir que nunca más volví a transitar por él. Ahora me decido a contar mis viajes por las costas americanas comenzando con el primero que realicé a bordo del V. “Rita García” ocupando plaza de 3er Oficial. Voy a mezclar la parte profesional con la parte personal ya que para mí significó más que un viaje normal. Llevaba embarcado en el V. “Norte” casi nueve años, durante ese intervalo de tiempo no había tenido la ocasión de hacer ni un solo día de navegación de Gran Cabotaje y mucho menos de Altura, con lo cual mis esperanzas  de poder obtener el título de Capitán dadas las circunstancias, cada año que transcurría lo veía más lejano.

El “Norte” estaba arrendado por RENFE para suministrar de carbón a todos sus depósitos a lo largo del Mediterráneo, por este motivo viaje va y viaje viene entre Asturias hasta Barcelona, me conocía la costa española al dedillo, incluyendo todas las leyendas que a lo largo de la historia se habían ido transmitiendo entre los marinos sobre la orografía española. Exagerando un poco, conocía hasta el nombre de los fareros y si eran casados o solteros. Pero como todo en esta vida tiene su fin, a mí también me  llegó el momento de dejar el carbón como le ocurrió a Antonio Molina el día que abandonó la mina para convertirse en cantante.

En Santander donde  nos encontrábamos reparando con el “Norte”, se me  ofreció la oportunidad de embarcar en  el “Rita García” como 3er Oficial y de esa forma iniciar la navegación de Altura que tanto necesitaba. La suerte se alió conmigo y el destino quiso que la primera vez que iba a cruzar el charco fuera para llevar un cargamento de lingote de hierro al puerto de Mariel en Cuba. Resulta que yo iba a ser el primer miembro de mi familia que iba a retornar a Cuba después de que mi abuelo paterno abandonara la isla cuando Cuba obtuvo la independencia.  Me explico: Mi abuelo paterno nació en Pinar del Rio (Cuba), sus padres eran emigrantes españoles. Mi abuelo vino a España para ingresar en la Academia Militar donde cursó sus estudios y donde una vez finalizados contrajo matrimonio con una toledana (mi abuela). Ambos regresaron a Cuba, él destinado como oficial en el Castillo del Morro de la Habana, allí nacieron los tres primeros hijos del matrimonio que resultaron ser féminas. Cuando Cuba declaró la independencia, mi abuelo que había jurado la bandera española tomó a su mujer y sus tres churumbelas y se vino a España. Allí quedaron cinco hermanos que naturalmente no pararon de procrear. Con el tiempo y la distancia, los recuerdos perduraron pero los lazos se fueron diluyendo hasta quedar prácticamente reducidos  a cero. Yo, como he mencionado anteriormente, era el primero en cruzar el océano e intentar conocer a toda la familia que mi abuelo dejó allí. El momento no era el más propicio precisamente para tales menesteres. Fidel Castro acababa de tomar el poder, la situación política resultaba un poco caótica y cuando llamaban a tu puerta nadie sabía exactamente a que se podía esperar. Por  esa razón a mi me costó en un principio tanto encontrar a un miembro de la familia, a pesar de que la guía de teléfono contenía bastantes Bonis.  Gracias a una viejecita que me abrió la puerta y me informó que un tal Arturo de Bonis (se llamaba igual que yo) trabajaba en un periódico logré establecer contacto con él. Después todo fue coser y cantar, en una semana conseguí conocer a  infinidad de familiares, los que quedaban porque muchos habían salido de la isla por motivos políticos y se habían desperdigado por centro América. Después seguí manteniendo contacto durante mis viajes a Cuba con los “Sierras” y algo más de tiempo, pero al final todo ha quedado en el olvido.

Ahora le toca el turno a la historia profesional. Era mi primer viaje a bordo de un buque diferente al “Norte”, me encontraba más despistado que un pulpo en un garaje. Gracias a los consejos del 2ºOficial que también se encontraba allí más bien de paso, que lo primero que me aconsejó era eso de “oír”,“ver” y “callar” me acoplé rápidamente a la vida de a bordo sin problemas. El “Rita García” era un barco especial, ya lo hice constar en el libro MIL AÑOS DE MAR.

 Si ahora vuelvo a repetir algunas cosas que ya conté en su momento, es porque me impactaron tanto que quedaron bien registradas en mi memoria. Decir que ha sido el momento en el cual me he considerado un cero a la izquierda como oficial de un buque, creo que es más que suficiente para dar una idea de cuál era la situación. Pero algo tendré que narrar para poder justificar lo dicho anteriormente. El “Rita” era un buque construido en Inglaterra de unas 7000 tons. aproximadamente, con cuatro bodegas para carga y una adicional en el centro para el carbón cuando sus calderas lo consumían antes de haber sido adaptado a fuel. Tenía una Cámara preciosa como solían tener todo los buques ingleses de aquella época. Todo caoba y con camarotes a banda y banda. Pero resulta que tan preciosa cámara era para uso exclusivo del Capitán y del Mayordomo. Debajo del Puente de Mando, se había habilitado una especie de pajarera que era utilizada como comedor de oficiales y en el espacio restante se había casi prefabricado un pequeño camarote para el 3er Oficial (el mío en este caso) y la estación de radio con el camarote para el Marconi de turno. El resto de camarotes tanto para oficiales de puente como de máquinas, estaban situados en los pasillos laterales a Br. y Er. en el centro del buque, sobre la sala de máquinas.
V "Rita García"

Yo, como tercer oficial era el encargado del papeleo y la parte burocrática. Cuando llegábamos a puerto empezaba mi calvario. El Capitán y el Mayordomo se metían en la Cámara junto con las autoridades y yo me quedaba esperando en el pasillo con toda la documentación necesaria esperando pacientemente a que el Capitán dijese que necesitaba un documento determinado, entonces salía el Mayordomo y yo le hacía entrega del papel para que a su vez se lo entregase al Capitán. En una palabra, que lo que allí se cocía solamente lo sabían las autoridades, el Capitán y el Mayordomo y -de hecho- se cocían bastantes cosas.

El Capitán, desde los tiempos de nuestra guerra civil, sufría de un tembleque parecido al Parkinson que le impedía observar convenientemente y durante las comidas ninguna cuchara le llegaba llena a la boca. No obstante, la única situación que se consideraba valida en el momento de la meridiana era la suya. Pero “ancha es Castilla” y mucho más ancho son los mares, daba igual que los puntos de recalada apareciesen 20º por babor como por estribor. El viaje a Cuba se realizó sin novedad digna de mención, no así nuestra llegada al puerto de Mariel que resultó ser un acontecimiento. No sé exactamente si el motivo era a causa de ser el primer buque español que recalaba a Mariel o el primero que arribaba después de los acontecimientos vividos en la isla. Fuimos recibidos con muchísima amabilidad. Toda esa amabilidad la aprovechó el Mayordomo (que era un verdadero lince de los negocios) para solicitar de las autoridades un permiso especial que le permitiera abrir al público después de la jornada de trabajo de una especie de cantina donde poder degustar los productos españoles que tanto gustaban en la isla. El permiso fue concedido y la voz se corrió como la pólvora y el barco después de la jornada de trabajo se convirtió en una feria. La gambuza del “Rita” estaba bien provista para tales eventos, nada tenía que ver con los potajes de garbanzos que a diario el Mayordomo había institucionalizado como primer plato sin que nadie rechistara.

Lo que más solicitaban los cubanos era chorizo y para acompañarse una botella de coñac que mezclada con otra de sidra lo llamaban.” España en llamas”. Sobre gustos no hay nada escrito. Yo aproveché tanta algarabía y los quince días que duró la operación de descarga para hacer varias escapadas a La Habana que solo estaba a cuarenta kilómetros para seguir conociendo familiares que resultó ser de la más variopinta. Los cubanos nunca han tenido problemas para mezclarse con razas diferentes y esa fue la causa de encontrarme con familiares con los ojos rajados y otros con color chocolate, una verdadera galimatías que de vivir mi abuelo seguro que no le hubiera hecho ninguna gracia.

Todo lo bueno se termina y también se terminó nuestra estancia en Mariel. Desde allí zarpamos para el puerto de OLD-TAMPA en Florida, para tomar un cargamento de fertilizantes con destino a Europa. Nuestra llegada a este puerto nada tenía que ver con la llegada a Mariel, aquí todo fueron malos modos por parte de las  autoridades, me imagino que acrecentados por proceder de puerto cubano. Rellenar formularios y preguntas y más preguntas, que desde el punto de vista europeo las considerábamos ridículas. Nuestra estancia no llegó a durar ni 24 horas, pero las suficientes para llevarnos otra mala impresión de la forma de actuar de los americanos. Como el puerto se encontraba a una distancia considerable de la ciudad. El Capitán y algunos oficiales decidimos alquilar un taxi para visitarla. Durante el trayecto fuimos abordados por un coche de la policía al más puro estilo de película de gánster, nos hicieron bajar del taxi, nos pusieron con las manos en alto contra el taxi y nos cachearon hasta los mismísimos, mientras que el Capitán no paraba de protestar, cosa que a ellos les importaba lo que justamente acababan de tocarnos. Esos buenos y malos recuerdos es lo que puedo contar de mi primer viaje a bordo del “Rita García”.  

Parecía que se había establecido un intercambio de fertilizantes entre EEUU y Europa ya que mi segundo viaje fue entre Hamburgo y Jacksonville (Carolina del Norte) como puerto de descarga. Hicimos escala en las Azores para repostar combustible, esa operación fue larga y penosa ya que la isla no contaba con medios modernos para facilitar las operaciones. A pesar de que el tiempo no era bueno, el Práctico salió y nos abordó en una lancha parecida a una jábega propulsada por remeros, los amarradores ídem de idem, y de remolcadores ni contar. Pero con paciencia y una caña todo se consigue, nosotros logramos repostar y continuar viaje hacia Jacksonville. Esta vez tuve la ocasión de cruzar el mar de los sargazos, lo cual nos obligó a limpiar con muchísima frecuencia la corredera que funcionaba como una cabra loca con tantísima alga adherida.


Faro de Jacksonville 

Cuento algunas anécdotas de este puerto como siempre, las que más me impactaron. Estábamos sentados sobre la escotilla de la adicional el 2º Oficial y yo, charlando y tomando el sol porque estábamos fondeados esperando atraque y poco o nada teníamos que hacer, Yo le comentaba al segundo que había recibido noticias de mi mujer anunciándome que estaba embarazada de nuestro segundo hijo y él me contaba algunas cuitas suyas. De repente aparece el Sr. Capitán que por lo visto se había levantado con pie doblado y nos increpó de mala manera, más o menos insinuando que éramos unos vagos y que si no teníamos nada que hacer él nos daría trabajo, nos mando calcular la ortodrómica de regreso a España. Menos mal que no nos castigó mirando a la pared que hubiera sido más humillante. De cualquier forma tanto el segundo como yo sabíamos que la ortodrómica ni pensaba mirarla. El navegaba siempre con las instrucciones del Pilot-Chart del mes correspondiente y de ahí no se salía.

La segunda historia empieza con la visita a bordo del Capellán del Stella-Maris de Jacksonville, él cual nos invitó para que visitásemos la sede después de la jornada de trabajo. Hasta aquí todo normal. La sede se encontraba en un edificio muy moderno en el centro de la ciudad, si mal no recuerdo en una séptima planta. Fuimos amablemente recibidos y obsequiados los cinco o seis que fuimos. Después de un buen rato de conversación fuimos invitados a la piscina cubierta que se encontraba en la planta superior. Nosotros en principio renunciamos alegando que no teníamos bañadores. El Capellán dijo que eso no tenía ninguna importancia porque él nos podía proporcionar pantalones de deportes apropiados y así lo hizo, con lo cual no tuvimos más excusas y todos nos zambullimos en la piscina. Nuestro asombro ocurrió momentos después cuando vimos aparecer al Capellán como su madre lo trajo al mundo, con el pirulí colgando pero en versión “extra-large” como correspondía a su edad. Se zambulló en el agua y compartió el baño con nosotros con la mayor normalidad. Lo ocurrido fue tema de conversación de varios días y por supuesto todos coincidíamos en la diferencia de mentalidad existente. Ninguno nos podíamos imaginar a un Capellán de cualquier Stella-Maris de España practicando el desnudismo ante sus feligreses.
Faro de Hopewell

Descargamos en Jacksonville el fertilizante y salimos con destino a Hopewell, puerto situado en James River, si mal no recuerdo en el estado de Virginia, para cargar nuevamente fertilizante con destino a Europa. De este viaje lo que más impresión me causó fue ver centenares de buques abarloados a todo lo largo del rio, los buques tipo “Victory” y “Liberty” que habían sido utilizados durante la segunda guerra mundial. Hace poco he leído, no sé dónde, que aunque en menor número se siguen manteniendo muchos buques en estas condiciones que podrían estar operativos en poco tiempo en caso de un nuevo conflicto bélico. Salimos de Hopewell con destino a Europa, recuerdo que para Rotterdam. Tal como presumíamos el 2ºofial y yo, los cálculos de la ortodrómica que nos hizo preparar en Jacksonville, seguramente lo empleó en otros menesteres más encomiables, y trazó rumbo a buscar el punto “C” del Pilot-Chart sin tener en cuenta la predicción meteorológica y así nos fue. Me imagino que sus cinco hermanas religiosas  desde sus correspondientes conventos intercedieron por la seguridad del “Rita García” que bastante falta nos hizo. Este fue mi último viaje a bordo de este buque al que a pesar de todo le llegué a tomar cariño. Después de Rotterdam fuimos a Valencia y allí cogí mis bártulos para dirigirme a Bilbao donde debía embarcar como 2ª Oficial en el “Sierra Urbión”.


Capitán A. de Bonis   

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