miércoles, 4 de mayo de 2016

LA VIDA A BORDO..... UN POCO DE TODO (TEMA UNO)

La despedida en mi último artículo fue un poco ambigua.  La verdad es, que estaba un poco cansado: el tema profesional que había venido desarrollando estaba completamente agotado ya que por activa y por pasiva le había dado mil vueltas a todas mis idas y venidas durante los años que estuve pisando la cubierta de un barco.

Coincidía que asuntos familiares me tenían un poco preocupado y con la moral bastante baja, ello hizo que dijera adiós sin tener noción de cuándo volvería a tener la ocasión de aparecer nuevamente por el blog.

Hace prácticamente cinco años que mi esposa y yo vivimos en una residencia. No es una residencia a la vieja usanza, donde cogen a los residentes y los sientan en el Salón alrededor de la tele desde por la mañana y al que intenta moverse lo amarran a la silla, no, las cosas han cambiado un poco y ahora lo llaman Residencial. La diferencia es bien grande porque aquí todavía somos libres de hacer lo que queramos, de acuerdo con nuestras posibilidades. Cada cual vive en su apartamento y puede hacer lo que se le apetezca. Nos encontramos muy bien, prácticamente como en nuestra propia casa siempre y cuando sea uno un poco conformista. Hace diez años aproximadamente, a la vista del panorama de nuestra situación familiar, toda la familia desperdigada y a bastante distancia, decidimos libremente escoger este modo de vida.

Muchos amigos nos dicen que ya estamos en nuestra última morada, más o menos es lo que pensamos nosotros, pero como la sociedad ha cambiado tantísimo y está montada de diferente forma, pienso que aún nos queda pasar por el tanatorio, esa sí será la última, donde los amigos que aún se encuentren en condiciones podrán venir para darnos el último adiós si lo desean. Y después como ya es costumbre al QUEMAERO, este sistema relativamente nuevo que sirve de entrenamiento para los que estemos condenados al infierno, ya llegamos tostaditos y sin problemas de quemarnos y además se cumple el dicho de “un polvo eres y en polvo te has de convertir” de una forma efectiva.
Nuestra residencia tiene además una gran ventaja, estamos justo a diez minutos andando del cementerio, y con las veces que hemos hecho el camino acompañando a otros que tenían más prisa que nosotros  por abandonar este valle de lagrimas, nos conocemos el camino con los ojos cerrados, pienso que no tendremos ningún problema en el momento de tener que hacerlo por nosotros mismos y no precisamente el de Santiago.

Bueno, siguiendo un poco con la residencia. No sé exactamente si será cuestión del Ayuntamiento o de la Diputación, el caso es, que el año anterior y el actual nos están dando unos cursillos que se llaman de “memoria”, para que no perdamos lo poco que aun pueda quedar en nuestro disco duro personal, son unos cursos dedicados a la tercera edad, los de la cuarta ya no tienen remedio. Yo de momento no tengo muchos problemas para resolver los problemas que nos plantea el profesor, que durante hora y media nos atiborra de números y más números  y al mismo tiempo nos explica la mejor forma para recordarlos. Insiste que repetir los números una y otra vez no conduce a nada e intenta darnos reglas nemotécnicas para conseguirlo. Yo discrepo un poco con él porque justamente el día antes de comenzar el cursillo me hice un auto examen y comprobé que aun recordaba el 90% de los nombres que figuraban en la lista de tripulantes del barco en el cual embarque en el año 1952, no solamente recuerdo sus nombres, sino también sus caras, como si los estuviera viendo en este momento. Aunque debo reconocer que el numero de listas de tripulantes que tuve que hacer durante los dos años que permanecí como Alumno fueron muchísimas. Este ejercicio de memoria me ha hecho pensar que todo cuanto he narrado en artículos anteriores, que estaba relacionado con mi vida profesional se ha limitado a contar los barcos, las rutas que hacíamos, los cargamentos que llevábamos y alguna que otra anécdota y para de contar.

Pero pensándolo bien, los barcos sean de hierro o de madera, no son cascos vacios que van a la deriva. Están llenos de personas, de vidas humanas, bien sean tripulantes o pasajeros y atendiendo a los tripulantes, se puede decir sin lugar a duda que forman una familia, una familia rara, en efecto, ya que cada cual es hijo de diferentes padres y si se le añade que son de diferentes regiones de España, resulta que se le añade más salsa a cotarro y la familia resulta aun mucho más rara, pero familia al fin y al cabo que tienen que convivir durante largos espacios de tiempo bajos el mismo techo con el inconveniente añadido que son las 24 horas del día seguidas.

Esto me ha inducido a pensar que aún hay posibilidad de contar muchas cosas sobre los barcos, sobre las personas que los tripulan  y la vida que se hace en ellos dependiendo a qué se dedican, anécdotas, recuerdos alegres y tristes que se me puedan ir llegando a la memoria de tantas personas con las cuales he convivido a lo largo de tantos años de profesión.  A partir de aquí, mis narraciones van dirigidas a todas las personas que tienen deseos de saber cómo se desarrolla la vida a bordo de un buque mercante, no solamente a los profesionales que suelen leer el blog, ya que para ellos todo esto es más que conocido. Deseo también añadir que mi experiencia profesional abarca desde los años cincuenta hasta los noventa (prácticamente) del siglo pasado y que la vida en los buques ha cambiado tanto o más que la vida que se hace en tierra, debido naturalmente a las nuevas tecnologías.

Comienzo por mi primer embarque a bordo del vapor “NORTE”. Las peripecias que pasé para poder embarcar ya las conté a su debido tiempo. Sobre este tema me falta por decir que la primera persona con quien me topé en la cubierta del Norte, fue al 1er Oficial, D. José Agredano González, un andaluz de Peñarroya. Él fue quien me puso al corriente de todos los pasos que tenía que dar en la Comandancia de Marina para poder lograr que me embarcasen. Pienso que como era el único andaluz que se encontraba a bordo, deseaba tener  compañía. Resultó ser muy buena persona a pesar de su aspecto de hombre rudo debido a su enorme corpulencia. De él recuerdo que estaba obsesionado con el barómetro, se pasaba las guardias dándole golpecitos para ver la tendencia que tenía de subir o bajar. Solía darme muchas explicaciones sobre las conclusiones que se sacaban de las observaciones del barómetro. Permanecimos juntos varios meses ya que lo llamaron de la Compañía ELcano para embarcar de 2º Oficial,  de él solo puedo decir que hicimos una buena amistad.

El Capitán, D. Joaquín Palacios Badiola, natural de Elanchove, hombre muy serio y retraído hasta que el tiempo limó las asperezas de mi embarque obligado por la Comandancia de Marina. Con él  tuve que verme por primera vez en el Despacho de Buques de la Comandancia, ya que alegaba que tenía la plaza de alumno comprometida a la llegada al norte, pero el encargado del Despacho hizo caso omiso y le obligaron a embarcarme. Las represalias que yo temía nunca llegaron a producirse y pronto dio signos de buena voluntad aunque su carácter serio nunca cambió porque era innato en él, eso no fue obstáculo para que pronto llegásemos a estimarnos. Su fuerte era la mitología y disfrutaba como un enano dando explicaciones de cada punto de la costa que conocía y que tenía alguna relación con la misma. Infinidad de veces tuve que escuchar la historia de las Torres de Hércules cuando pasábamos por el Estrecho  o lo de la mesa de Roldan y la tajada de Roldan cuando pasaba  por Almería. En contra suya, profesionalmente hablando, tengo que decir que jamás le vi hacer una situación que no fuera con una observación de una tangente Johnson del sol por la mañana y la meridiana correspondiente al mediodía, la palabra “condiciones favorables” no entraban en su mollera y otras clases de observaciones tampoco. Siempre solía observar entre  Finisterre y las islas Berlingas porque quería darles un resguardo más que prudente, jamás pasaba por dentro, sabía muy bien que el barco que mandaba era un barco viejo, 64 años en 1952, y que no poseía ningún sistema de ayuda a la navegación, ni gonio, ni sonda, ni nada de nada. El tiempo que estuve navegando con él, pienso que siempre tomó las decisiones justas en el momento oportuno.

Siguiendo con el personal le toca el turno al 2º Oficial. D. Arturo Raich LLuch, un pedazo de catalán de 100 kilos natural de Santa Coloma, una calculadora viviente. Solía hacer de un tirón la nómina (lo que llamábamos la sabana por su amplitud) sin el menor error en las múltiples columnas que había que sumar u cuadrar al final de la misma. Como hacía la primera guardia de 00h a 04 h,  y por aquella época en los barcos se solía comer a las 10 de mañana, siempre estaba a falta de sueño. Era una persona sin muchas aspiraciones, en las múltiples ocasiones que tuvo de pasar a cubrir la plaza de 1er Oficial, nunca quiso aceptarlas porque según él no quería tener más responsabilidades. Se comprometió con una avilesina y cambió de compañía cuando tuvo la oportunidad. Embarcó en el “Monte Conté” que había sido adquirido recientemente por una empresa asturiana. Navegamos juntos aproximadamente dos años y guardo buenos recuerdos de él.

Continuo con el “CHISPA”, apodo con el cual se designaban a los oficiales radiotelegrafistas. El nuestro se llamaba D. Alberto García, de unos cincuenta y tantos años, un tipo muy peculiar, aunque no recuerdo de dónde era, sí que vivía en León y por consiguiente cada vez que llegábamos a Gijón ó a Avilés desaparecía del barco, porque oficialmente las estaciones de radio durante la estancia en puerto debían quedar precintadas y por lo tanto la labor del chispa era nula. Tenía dos hijas casaderas de las cuales hacía bastante publicidad, en vano, porque no eran muy agraciadas. La mejor forma que se me ocurre para definir su persona es contar que tenía hecho un trato con el mayordomo que consistía en cambiar la pieza de postre por un último vaso de vino. Su intención era montar una granja avícola, para lo cual se dedicaba a comprar polluelos cada vez que íbamos a Tarragona y los llevaba a su casa cuando llegábamos al norte. Los polluelos iban en el camarote y como la estación de radio también estaba integrada en el camarote, pienso que tendría algún problema que otro para atender las señales de radio que se mezclaban con el jolgorio de los pollitos que no paraban de piar en todo el santo día.
He querido dejar al 3er Oficial para presentarlo en último lugar. D. Pedro Rodríguez. Me costará trabajo sentimentalmente hablar de él, ya que después de estar juntos ocho años se crean unos lazos que sobrepasan la amistad. La primera vez que lo vi pensé que estaba drogado pero me equivoqué. Padecía una enfermedad: Anemia      Perniciosa que le hacía perder cierta estabilidad y cuando no tomaba su medicación su comportamiento era titubeante. Pero cuando salía a tierra y tomaba unas pastillas que le enviaban de EE.UU. y  creo recordar que se llamaban “forviten”, le hacían el mismo efecto que a Popeye las espinacas. Era un punto filipino. Lo de filipino era natural porque su padre había sido diplomático en Filipinas y contrajo matrimonio con una nativa y él tenía los rasgos asiáticos como corresponde, podría estar emparentado con la famosa Preysler por su apariencia física. Lo de punto es otro cantar, le gustaba torear en todas las plazas, sin importarle si eran de primera o de cuarta. Precisamente cuando yo embarqué le habían dado una cornada de las buenas, los catorce millones de penicilina que había en el botiquín se los consumió él solito. Para mí fue un estreno como practicante que nunca olvidaré.
Todo el tiempo que estuve de Alumno hice las guardias con él porque entre los muchos achaques que tenía, uno de ellos era que no veía bien y el Capitán no quería que hiciera las guardias solo. El se mantenía sentado en un rincón del puente mientras yo iba de un lado para otro y lo mantenía informado de las luces que se veían, subía a la Magistral para tomar la corrección total, marcaba los faros si navegábamos cerca de la costa, en resumidas cuentas, él me enseñó a comportarme  y me dio las lecciones prácticas de cómo se debe actuar en un puente de mando.
Con esta narración voy a terminar mi capítulo de hoy porque hay que dejar algo para el tema siguiente que seguiré tratando de la familia que formábamos en el Norte. De los problemas que surgen a diario en un barco y de lo complejo que resulta formar una familia de tantos padres diferentes como dije en su momento.
Un saludo y hasta la próxima.  
Capitán A. de Bonis        

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