Hablar de
la “Astur Line” es hablar de buques carboneros, y sin que por mi parte exista el menor
signo de desprecio ya que en ellos permanecí durante nueve años, no puedo dejar
de considerar que en el escalafón de la Marina Mercante, el buque carbonero
ocupaba el último puesto, la flor y nata pero al contrario. Todos los que formaban dicha flota se encontraban distribuidos entre
los puertos de Gijón, Avilés y San Esteban de Previa. Todos eran buques de más
de cincuenta años y que normalmente las Sociedades Clasificadoras como el Lloyd´s
o Bureau Veritas ya no le permitían dedicarse
a otra clase de transporte. Estos buques se dedicaban exclusivamente a
suministrar carbón a los “Altos Hornos” bien de Vizcaya o de Sagunto, a las
“Centrales Térmicas” y a los “Depósitos de Renfe”. El "Norte" -por ejemplo- tenía
firmado un contrato con Renfe que le aseguraban hacer 14 viajes al año, tanto
si los hiciera como si no. Dentro del flete iba incluida una cláusula de
lastrada, una cantidad fija que aumentaba el flete pero que obligaba al buque a
volver en lastre a los puertos asturianos una vez finalizada la descarga y
estar siempre a disposición de Renfe. Una vez arribados a Gijón o Avilés
quedábamos amarrados en espera de turno de carga. A San Esteban de Pravia no
solíamos ir porque nuestro calado no permitía salir con la carga completa.
Los puertos
más usuales de descarga eran Barcelona, Tarragona y Alicante, sin descartar
cualquier otro puerto del Mediterráneo. Los fletes eran los pactados con el
Armador y -por supuesto- al tratarse de carbón resultaban los más bajos. Nosotros
cobrábamos los sobordos según el número de viajes que hacíamos sin tener en
cuenta los que tenía asegurado el Armador anualmente. Si en los buques
mercantes se ganaba poco, en los carboneros "apaga y vámonos", ya que siendo el
sobordo el porcentaje sobre el flete (2% en viajes nacionales y 4% en viajes
internacionales) resultaba ser la diferencia de estar embarcado en un carbonero
y estar embarcado en otro tipo de buque, por ejemplo en petroleros donde solían
cobrar un plus de peligrosidad era "el caramelo" que todos los marinos deseaban.
Si a lo que
acabo de narrar, le añado que el "Norte" era el único buque que le quedaba a la
Empresa Domingo Mumbrú de
Barcelona, resulta que no era el
embarque ideal para ningún marino porque no existía ninguna posibilidad de
prosperar en la Empresa. El Armador tendría, aproximadamente, 80 años y vivía en
un hotel de Barcelona con su esposa esperando que le llegase su momento,
después de haber vivido una vida empresarial prospera con varios buques que
hacían viajes a Filipinas (donde mi padre hizo sus prácticas de vela). Todo ésto hacía que la plaza de 1er Oficial fuera un ir y venir de oficiales, ya que
enseguida que encontraban una ocasión de mejora, "carretera y manta".
Durante mi
permanencia como Alumno, conocí a José Agredano Gonzales, a Julián Arrien y finalmente a Luis Mañes
Revuelta. Este último acababa de obtener el título de Capitán, era novio de una
sobrina del Capitán, pero ni éso fue obstáculo para que estuviera poco tiempo,
desembarcó al poco tiempo para mandar un barquito de motores que (si mal no
recuerdo) se llamaba “Xauen”. Pero su estancia fue fructífera a bordo ya que, recién examinado de Capitán tenía ideas muy recientes de mecánica del buque y
se ideó un sistema para poner el buque en calado a falta de 400 toneladas para
finalizar la carga y con la posibilidad de jugar con las cuatro bodegas. Esos
estudios recopilados en una libreta quedaron a bordo y la utilizaron todos los
oficiales que posteriormente pasaron por el Norte, incluido el que suscribe.
Fue en ese
momento cuando el Capitán me preguntó si mi padre estaría dispuesto a embarcar
de 1er Oficial con la promesa de sustituirle en sus periodos de vacaciones,
vacaciones que ya hacía varios años que no disfrutaba. Estamos hablando del año 1954, a mí me
faltaban seis meses para finalizar mis practicas de Alumno y mi padre la última
vez que pisó la cubierta de uh barco fue en el año 1936. Aunque en 1948 tras ser depurado recuperó su
título de Capitán, optó por seguir trabajando en tierra porque vio pocas
posibilidades de poder volver a navegar. Cuando yo le propuse lo de volver a
embarcar, fui el primer sorprendido al escuchar su contestación tan repentina y
afirmativa, Yo mismo le dije que lo recapacitase y que tuviese muy en cuenta su
estado físico antes de tomar una determinación tan importante. Todos los
consejos familiares resultaron inútiles y al final embarcó como 1er Oficial en
el "Norte" y con orgullo puedo decir que yo le ayude enormemente a que su vuelta
a la mar le resultara lo más cómoda posible. Le puse al corriente de todos los
conocimientos que yo tenía del barco y en muy poco tiempo se adaptó a su nueva
vida. Se le veía feliz por haber vuelto a lo que tanto siempre amó: la mar.
A los dos
meses de haber embarcado, el Capitán D.
Joaquín Palacios se decidió por tomar sus vacaciones que resultaron ser
prolongadas y mi padre -de acuerdo con lo prometido- se hizo con el mando del "Norte" durante su ausencia. De esta forma se cumplieron los sueños de un viejo
marino, los que fueron truncados en Julio de 1936.
Se dio la
casualidad que mi último viaje como Alumno, que fue en Septiembre de 1954, la
Renfe como cosa extraordinaria, eligió como destino de descarga los puertos de
Huelva y Sevilla, hasta ese momento siempre los puertos de descarga habían sido
puertos del Mediterráneo. Eso supuso para mi padre una gran alegría, ya que
pudo visitar a los amigos de la empresa donde tantos años estuvo trabando como
subdelegado, no fue una visita cualquiera sino una visita con celebraciones. Yo
aproveché que desembarqué en Sevilla para dejarle la plaza a un amigo de mi
época de estudiante en la escuela de San Telmo, a Juan Chamorro que aún no
había conseguido embarcar para efectuar las prácticas de Alumno.
Como esto
se ha convertido prácticamente en una autobiografía, aunque a partir de este
momento me encuentro en tierra desembarcado del "Norte", seguiré contando mi vida
en lo que queda del capitulo.
Me inscribí
en el cursillo de Pilotos que impartían en la Escuela Oficial de Náutica de
Cádiz que se iniciaban en el mes de Octubre. Allí tuve la alegría de
reencontrarme con mi gran amigo Vicente Rodríguez Vicente, que habiendo hecho
el tercer curso de náutica conmigo en Sevilla, había realizado las prácticas en
Campsa al mismo tiempo que yo en el Norte. También se encontraba en Cádiz otro
entrañable amigo, Antonio Terrón del Rio, este aún estaba estudiando Astronomía
y Navegación del tercer curso. Los tres nos alojamos en una casa muy particular
perteneciente a Doña Francisca Quecuti (doña Paca para los estudiantes), esposa
que fue de un Jefe de Maquinas de la Compañía Trasatlántica. Nos cobraba siete
pesetas por la habitación, comer lo hacíamos en cualquiera de los múltiples
comedores que existían en Cádiz para estudiantes. Recuerdo uno muy especial que
conocíamos por el sobrenombre de la ONU por las diferentes regiones que allí
estaban representadas, incluso extranjeros sudamericanos.
Volviendo a
doña Paca, era agarrada como ella sola y el mejor regalo que se le podía
ofrecer era un paquete de picadura de tabaco porque fumaba como una condenada y
cuanto más fuerte mejor. Todas las noches para poder estudiar sin dejarnos las
pestañas, estábamos obligados a cambiar las bombillas de 25 que ella tenía
instaladas por otras de 60, pero sin olvidarnos de volverlas a esconder antes
de irnos a la cama. En la casa -como en todas las de Cádiz- no existía el cuarto de
baño en aquel entonces, por lo que estábamos obligados
a hacer uso de los servicios de la Cruz Roja para nuestro aseo corporal.
En el mes
de Febrero de 1955 obtuvimos nuestro título de Piloto, el cual lo celebramos a
lo grande; a mí me duró el dolor de cabeza casi una semana. Mi amigo Vicente
Rodriguez -a pesar de haber obtenido el numero uno de la convocatoria- guardó su Título en el armario, continuó estudiando Derecho y ejerció la profesión de
abogado durante toda su vida en la ciudad de Sevilla. Nos hemos vuelto a
encontrar en Málaga con ocasión de una reunión que tuvimos en el Real Club
Náutico, La Junta de Desguace y la Cámara de Mareantes de Sevilla a la cual él
pertenece como miembro fundador. Y como no perdió su afición a la mar, se
dedicó a dar clase de Derecho Marítimo en la escuela de San Telmo, donde
cursamos estudios juntos en el curso 50/51.
Antonio
Terrón, aprobó su asignatura pendiente obteniendo de esa forma su título de
Alumno y después de estar rodando por buques extranjeros algunos años, tuve la
alegría de poderlo embarcar conmigo donde finalizó las practicas.
Un saludo
para todos los lectores y hasta el próximo capítulo.
Capitán A. de Bonis.
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