LA VIDA A BORDO... UN POCO DE TODO. TEMA CINCO
Yo nunca
había salido durante mi juventud de la ciudad de Málaga, lo máximo a Granada
donde naturalmente nada tiene que ver la ciudad con la mar. Después conocí
Cádiz cuando fui para realizar mi ingreso en la Escuela Oficial de Náutica y
volví para pasar los exámenes del primer y segundo curso por libre y por último
me trasladé a Sevilla para estudiar en la Escuela de San Telmo el tercer curso,
aprovechando que mi padre era subdelegado de una empresa de transporte en Sevilla y tenía fijada su residencia allí, lo cual servía para hacerle compañía
y podría obtener ayuda en mis estudios por parte suya. Con todo esto quiero decir que no tenía idea
de “mares bravas”, ni de puertos con resaca. Cuando en Málaga me encontraba en
el puerto y coincidía con la entrada de algún buque, observaba cómo los
amarradores tomaban los cabos que le daban desde el buque y los encapillaban en
los noráis tanto los de proa como los de popa y una vez tensados para de
contar, el buque quedaba amarrado al muelle listo para efectuar las operaciones
pertinentes.
Cuando
llegué por primera vez al puerto de Gijón y quedamos amarrados de punta después
de una ardua maniobra; todo aquello para mí resultaba nuevo, comprendí
perfectamente la gran diferencia que existía entre amarrar en un puerto tranquilo
del Mediterráneo y un puerto expuesto a la resaca en caso de mal tiempo. De
hecho, en Gijón y en Avilés (en la dársena) siempre se tomaban las debidas precauciones porque la resaca
entraba en puerto sin previo aviso. Para combatir la resaca se usaban los
calabrotes, que eran unas amarras no muy largas pero sí de un gran calibre y
con una gran resistencia a la rotura, que -debido a su peso- resultaban muy difíciles
de manejar. Estos calabrotes eran alquilados por una empresa que de antemano
los colocaban junto a los noráis que la Capitanía del puerto le había asignado
al buque para amarrar. Después cada movimiento por cambio de atraque, los
calabrotes tenían que ser colgados en el buque y trasladados para ser
utilizados en el próximo atraque. Estas operaciones las efectuaba el
Contramaestre ayudados por los marineros con la antelación suficiente una vez
que se sabía la hora del cambio de atraque. La duración de estas operaciones
dependía principalmente de la maestría del Contramaestre y sobre todo si se tenían
que hacer de noche cuando todos los gatos son pardos. Nosotros teníamos uno
llamado Arturo Queiruga Mariño, natural de la Puebla, muy buen profesional y
del cual aprendí muchísimas cosas, no solamente de los oficiales tenía que aprender en mis años
de prácticas. Él me enseñó hacer costuras, gazas, piñas, la forma de encapillar
un cabo cuando ya había otros encapillados y poder zafarlos sin problemas de
los noráis a la hora de zarpar, en fin,
detalles que -a la larga- muestran la diferencia entre un buen profesional y otro
que no lo es. Entre Alumno y Piloto navegamos juntos varios años y nos
apreciábamos mutuamente. Todos estos detalles no los cuento de forma
cronológica sino como se me vienen a la memoria.
Y hablando
del Contramaestre, no puedo olvidarme del Carpintero, otra institución a bordo,
Cándido Senande Caamaño, sin lugar a dudas gallego aunque no recuerdo el
pueblo. Tipo peculiar, no pesaría más de 50 kilos, conservado en alcohol de
96º. Yo me preguntaba al principio qué puñetas tendría que hacer un carpintero
en un barco de hierro, pues sí, muchísimas cosas. Trabajaba de forma
independiente sin que nadie le dijera lo que tenía que hacer, siguiendo una
rutina diaria salvo que hubiera cualquier cosa extraordinaria en la que tuviese
que arrimar el hombro, aunque el pobre no estaba para muchos trotes. Como cosa
curiosa he de manifestar que todas las herramientas de carpintería que existían
a bordo le pertenecían. Entre sus cometidos a bordo: Recuerdo que cada mañana
lo primero que hacía era tomar las sondas de las sentinas para comprobar si
existía alguna anomalía. Sondaba igualmente los tanques de agua dulce, todo
esto lo anotaba en una pizarra que existía en el puente para controlar el
consumo de agua dulce. Repasaba las cuñas que servían de apriete a las barras
que sujetaban a los encerados de las bodegas, quitaba y guardaba las cuñas a la
llegada a puerto cuando se abrían las bodegas. Quitaba los tapones de las
sentinas que eran de bronce para evitar que fueran robados y ponía unos de
madera. Se encargaba de hacer la aguada. Se encargaba de hacer las encajonadas
en caso necesario cuando se aflojaba cualquier remache del alguna plancha del
costado. Un sin fin de detalles que lo tenían ocupado toda la jornada. Como he
dicho anteriormente estaba conservado en alcohol. Pues bien, un día que se
había tomado su conservante en demasía y coincidía con hacer aguada desde un
remolcador-aljibe, la diferencia de altura entre el Norte en lastre y el aljibe
cargado era muy grande, cuando el amigo Cándido lanzó el tirador para que desde
el aljibe le amarraran la manguera, él se fue detrás del tirador con tan mala
fortuna que fue a dar con todos sus huesos en la cubierta del aljibe con el
resultado de las dos rotulas rotas, lo cual le proporcionó unas vacaciones indeseadas
de año y medio. Durante este periodo de tiempo la plaza de Carpintero fue
ocupada por su hijo, por derecho propio ya que toda la herramienta les
pertenecía.
Del
Calderetero ya hablé en su momento, cuando expliqué que servía como objetivo
del tiro al blanco del Jefe de Máquinas.
El Contramaestre, el Carpintero, el Calderetero y el Mayordomo formaban
el grupo de Maestranza que tenían comedor propio y eran servidos por el
Marmitón, aunque el Mayordomo prefería
comer con el Cocinero para poder hablar de sus cosas sin ser
molestados. Los tres restantes formaban
un grupo muy peculiar, la voz cantante la llevaba el Calderetero que era el más
veterano del grupo y siempre estaban discutiendo.
Un día se
presentó el Contramaestre protestando del Calderetero y diciendo que no comía
más junto al él porque no aguantaba sus guarrerías, por lo visto el Calderetero
no sabía que se habían inventado los cepillos de dientes y la pasta dentífrica
y solía quitarse la dentadura delante de todos, limpiarla con una navaja y a su
vez esta la limpiaba con un trozo de estopa llena de grasa, ya que solía venir
de la máquina sin siquiera lavarse las manos. Toda una historia que demuestra
la clase de persona que se encontraba uno en los barcos, a veces más parecido a
un zoológico. Lamento terminar mi artículo de hoy con esta anécdota tan poco
edificante pero de todo tiene que haber y lo hay en la viña del Señor.
Procuraré que mis próximos recuerdos sean más amenos.
Procuraré que mis próximos recuerdos sean más amenos.
Capitán Arturo de Bonis
TUS NARRACIONES, CADA VEZ CON MEJOR ESTILO, ME LLEVAN A UN PASADO LEJANO. MUCHAS GRACIAS ARTURO.
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