viernes, 28 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO VII

BUQUE  “CIUDAD DE VALENCIA”.  2do.  EMBARQUE


       Después de desembarcar regresé a casa, donde pasé unos días de vacaciones hasta que volví a embarcar como Alumno en el “Ciudad de Valencia”.

  
El 19 de Agosto de 1967 volví a embarcar en la M/N “Ciudad de Valencia”, haciendo la misma ruta Málaga a Melilla y regreso. Habían cambiado el Primer Oficial, que era José Cañas, y el Segundo Oficial, que ahora era José Luis Grindley. Se produjo también otra novedad: había Practicante a bordo, Pepe Carou, que años más tarde fue Alcalde de Cee.

Los viajes, como siempre, de Melilla a Málaga y regreso, pero ahora parábamos los sábados a la llegada y salíamos el domingo por la noche

En esta ocasión no me dieron el camarote de la chimenea y ocupé el del Tercer Oficial, así que mejoré bastante en el alojamiento. 
De esta época no tengo ninguna fotografía, aunque sí muchas anécdotas de las que voy a relatar las más relevantes.

       Una noche, en ruta a Melilla tratamos de ordeñar unas vacas que llevábamos en cubierta. Paquillo, un marinero que había estado enrolado en el barco de pesca de mi padre, el “Josefa Cano”, que lo intentó, recibió una coz que lo dejó casi sin sentido, y en vista de ello desistimos de tomar leche fresca.





En las ferias de Melilla acompañé a mi prima Salomé, hija de Pepe Soriano, a los Juegos Florales, ya que fue Dama de Honor junto a mi hermana. Como no tenía guantes blancos llevé unos calcetines en las manos y cuando estábamos en mitad del acto lo comenté, lo que proporcionó un buen rato de risas. En la foto, la Reina y tres de las Damas; a mí se me ve en primer lugar.

       Las noches de los fines de semana que salía con el Segundo Maquinista, César Zafra, después de dejar a la chica con la que estaba saliendo solíamos recorrer algunas tabernas y tablaos, pues éste era muy aficionado al flamenco. 

       A un telegrafista novato le cobramos el agua y la luz cuando vino a por su paga; para ello, entre el Practicante y yo montamos una escenita muy acorde. Más tarde le invitamos a unas copas con su dinero mientras nos confesaba que ‘se lo había tragado’. Se quejaba de que el Radio titular tenía el camarote y la radio lleno de banderas de España y alusiones a Franco y al Frente de Juventudes y preguntaba que si podía quitarlas. Le dijimos que hiciese lo que viese conveniente. A la vuelta de D. Manuel, el radio titular, armó un escándalo enorme porque le habían quitado todo lo que el tenía colgado y decía que la iba a denunciar.

       Empezaron a poner televisiones en los bares y en los comedores, y cuando estaban instalando la del bar de 2ª clase, no se les ocurrió nada mas que taladrar el costado para poner una estantería para colocar la tele, el taladro estaba por debajo de la línea de flotación y empezó a entrar agua y liaron una de no te menees pues no eran capaces de parar la entrada de agua hasta que lo avisaron y el personal del barco solucionó el problema.

       Una noche que estaba con el Primer Oficial D. José Sánchez-Fano Oliete en el bar de primera, se acercó una familia y me preguntó que cual era el motivo de que de Melilla a Málaga saliese a las nueve de la noche y de Málaga a Melilla a las diez, le dije que mirasen el mapa y se darían cuenta que el motivo es que se va cuesta arriba en el primer caso y cuesta abajo en el segundo, se quedaron muy convencidos pero D. José me llamó de todo. La verdad es que estaba motivado por la corrientes procedentes de estrecho.   

Otra noche llevábamos una piara de cerdos en la cubierta, a proa del puente; les quitamos los palés que los encerraban y corrieron por las bandas hacía las sillas de popa que estaban ocupadas en su totalidad por moros, quienes, en cuanto los vieron, echaron a correr. Más de uno por poco se sube al palo. Al día siguiente, Don José, que había vuelto a embarcar, me echó la culpa a mí, pero me defendí alegando que no debía pensar tal cosa pues yo era formal y eso no entraba en mis pensamientos; aunque mis argumentos no le convencieron demasiado. 
                                          
       Durante una travesía de Melilla a Málaga habían sorprendido a un camarero en un camarote con un moro. Durante la comida, la tripulación que no tenía comedor lo hacía en las butacas del pasaje, cerca de la cocina y del comedor de oficiales, y en algún momento, el Calderetero, Vicente Martínez, de Melilla, pidió que le contara lo que había pasado, ya que le habían llegado rumores y quería confirmarlos, a lo que contestó que lo único que había pasado es que estaban jugando a las cartas; pero Vicente le dijo que la información que él tenía era que le habían pillado con el ‘as de bastos’ en el culo.    

       Cuando el Practicante volvió a embarcar, después de la vacaciones, nos invitó a una mariscada de campeonato de la que en el barco dimos buena cuenta.

       Durante unos meses, cada noche, en el momento del embarque del pasaje, un moro se situaba al pie de la escala para, llorando, pedir dinero mientras aseguraba que le habían robado y que lo necesitaba para sacar el billete para regresar a Melilla. Así vivió una temporada, a costa de los que viajaban que, como es lógico, cambiaban todos los días. En esos años el pasaje era, en un 90%, de moros que venían de Alemania a pasar la vacaciones en casa.

       Uno de los días, llegando a Málaga nos enfrentamos una niebla que cubría toda la bahía. Aunque había radar a bordo, la llave de éste la tenía el Capitán, D. Benito, que no supo utilizarlo, así que cuando aclaró un poco llamó al Pañolero de Máquinas, que era de El Palo; éste le indicó que lo que empezaba a verse eran “Las Tetas de Málaga”, información que le bastó para situarse y seguir hacia el puerto.

       En otra ocasión, con la mar en calma, unas millas antes de llegar a Málaga vimos  unas manchas de aceite que parecían proceder del fondo, por lo que se reportó la situación a la Comandancia de Marina. Años más tarde leí que Fernando Fernández Orcoyen, buceando en esta zona había localizado un submarino hundido durante la Guerra Civil Española.

       En un traslado de tropas desde Melilla a Málaga, como siempre hacían, los militares acordonaron la zona de embarque, y el Primer Oficial y yo habíamos salido antes de que esto sucediese. El barco salía a las 9 de la noche por lo que a eso de las 8 nos dispusimos a regresar a bordo, pero al intentar acceder a la zona acordonada para embarcar, un militar se nos plantó delante diciéndonos que no podíamos pasar, sin preguntar nada más.

       Decidimos ir al bar de la esquina a tomarnos una cerveza para, al rato regresar al barco, donde volvió a repetirse la situación, y ya eran la 8:30. Lo curioso es que no nos dejaba hablar, aunque en esta ocasión, en el puente estaba el Capitán, D. Benito, armado de un megáfono con el que gritaba, pues estaba nervioso al ver que el Primer Oficial no llegaba. Éste le decía que no le dejaban pasar, así que desde el puente le montó una al militar que me imagino no habrá olvidado.   
   
       Durante unos días, mientras estábamos en Melilla se rodaron a bordo algunas escenas de la película “En Ghentar se muere fácil”, que hace poco se repuso en Melilla. En una de las escenas que se tomaron mientras llegábamos a puerto salíamos D. Benito y yo, en el puente.

       En varias ocasiones llegaron a embarcar compañeros que volvían de vacaciones y que no tenían billete o dinero para comprarlo. Muchos de ellos viajaron gratis al ‘colarlos’ yo a bordo.

       A los tripulantes se les permitía traer algunas cosas de Melilla que estaban más baratas que en la Península y pasarlas por la aduana sin tener que pagar la llamada “pacotilla”. Solía tratarse de un queso de bola, algo de café y leche condensada; algunos oficiales, yo incluido, se lo dábamos a Rafalito, un antiguo marinero que sufrió un accidente por el que quedó inútil para el trabajo, aunque sin retiro, así que gracias a nuestra pequeña ayuda el pobre hombre podía vivir. Recuerdo que era muy amable, y después de este embarque debió fallecer pues nunca más volví a verle.

       Durante esta temporada solía salir los fines de semana, pues parábamos desde el sábado por la mañana al domingo por la noche, con una pandilla y una de las veces vinimos a una sala de fiestas de Torremollnos y me presentaron a Agustín y empezamos a charlar  y me dijo que era de Melilla, yo le dije que también, que tenía mucha relación con Nador, le dije que yo también, que su madre era maestra en Nador, yo le dije que la mía también, nos conocíamos desde hacía muchos años y de pequeños jugamos muchas veces juntos en el Colegio en Nador. 

Como me faltaban algunos días de navegación de altura, por medio de las amistades solicité el transbordo a otro barco para poder hacer estos días, por lo que el 14 de Febrero desembarqué en Málaga.  

lunes, 24 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO VI

BUQUE “PUERTOLLANO”


Embarqué en el B/T “Puertollano”, en Cartagena, el día 5 de Febrero de 1967. Yo era entonces el cuarto Alumno de Puente, cosa que no era usual pero pudo ser gracias a las relaciones de mi tío Pepe con el Jefe de Personal. La guardia la hacíamos dos con el Primer Oficial, Daniel Reina Sánchez-Fano, sobrino del Primer Oficial que tuve en el buque Ciudad de Valencia, siendo Capitán Ramón Mota Jaureguízar, Segundo Oficial Ramón Romero Rodríguez y Tercer Oficial Santiago Castelló Salas.

       
El buque pertenecía a la Refinería Española de Petróleos S.A. (Repesa). Era un petrolero y en él transportábamos crudo para España; se descargaba en Escombreras, y después de la guerra entre árabes y judíos nos dedicábamos a transportar productos refinados entre puertos españoles.

El primer viaje fue a Sidón (Líbano). Le llamaban viaje corto, y a la vuelta nos tocaba cobrar. Existía la costumbre de pagar las nóminas cuando el buque llegaba a Escombreras, por lo que  se presentó a bordo el Jefe de Personal con los pagadores; éste le sugirió al Capitán que a la vuelta del Golfo Pérsico, durante la reparación en Cádiz, me dejase marchar a casa y me avisara después para la salida.



Salimos para el segundo viaje, pero ya solamente íbamos tres alumnos. Fue a Halul Island (Qatar). Pasamos el Canal de Suez, y tanto a la ida como a la vuelta nos practicó mi tío Pepe. 

Lo hizo desde Ismailia a Suez, y durante la espera en el Gran Lago Amargo me hizo jugar una partida de ajedrez con él.

El Práctico que nos llevó desde Port Said a Ismailia, solamente comió melocotones en almíbar, me imagino que sería por algo religioso, no le fuese a dar cerdo, pero dio cuenta de una lata grande, de las de cinco kilos.

Entre esto y los cafés que pedía, que no podían ser mas malos, tuvo que ir varias veces al retrete.

Los soldados que embarcaban para vigilar durante el paso del Canal, lo único que hacían era comer a bordo y pasar el rato en el salón. Los que embarcaron este último viaje también se llevaron las trincas de los portillos que eran de metal, y eso que venían para vigilar, cuando mas lógico hubiese sido vigilarlos a ellos. 

Después de descargar en Escombreras fuimos a reparar a Cádiz, pero desde Escombreras a Cádiz fuimos lavando tanques y preparándolos para la varada, por lo que todo lo que quedaba en ellos se tiró al mar. De este modo, aunque se trataba de una práctica prohibida se ahorraba tiempo, así que se modificó el Cuaderno de Bitácora como si se hubiese tirado todo en el Atlántico en lugar de en el Mediterráneo.

Después entrar en dique me fui unos cuantos días a casa, y al regreso a Cádiz, después de la varada, salimos de viaje a Ras Tanura  (Arabia Saudita), también por el Canal de Suez donde volvió a practicarnos mi tío Pepe.

Atracamos a la popa del B/T “Tokio Maru”, por entonces el mayor barco del mundo, y vuelta a Escombreras.

       Un par de días antes de llegar a Suez, para pasar el canal se recibió orden de proceder dando la vuelta a África, pero el Capitán, Fernando Mota, decidió seguir. Nos práctico mi tío y embarcó a su mujer para mandarla a España, ya que estaba a punto de empezar la guerra con los israelitas. Esto sucedió al día siguiente, quedando el canal cerrado muchos años pues los israelitas hundieron bastantes barcos en él. Fuimos el último convoy en pasar junto con otro petrolero de la empresa, el B/T ”Escatrón”.   
  
Después de cerrar el canal empezamos a hacer viajes con refinado. Normalmente cargábamos en Escombreras y Santa Cruz de Tenerife, descargando en Tarragona y Barcelona.

Hubo cambio de oficialidad y de Capitán. Vino Carlos de la Rocha Millet, no recuerdo el nombre del Primer Oficial, y de Tercer Oficial Balbino Dorrego Dorrego. El Primer Oficial estuvo poco tiempo, siendo sustituído por Alfredo Calvete.


En la foto, los tres Alumnos de Puente, Jorge Menéndez Artime, Luis del Fresno Millar y yo. Creo que Jorge fue práctico en Avilés, y a Luis le vi años más tarde en la Capitanía de Gijón, aunque no estoy muy seguro del lugar.  

En los viajes de Santa Cruz de Tenerife a Barcelona, al Tercer Oficial y a mí nos tocaba hacer la guardia desde las doce de la noche a las ocho de la mañana y, al terminar, ‘una ducha y a la calle’. Esos dos días de carga no dormíamos, y lo malo era que cuando salíamos a navegar y nos tocaba la guardia, teníamos que utilizar un botijo para echárnoslo por la cabeza con el fin de mantenernos despiertos. Pero no tardábamos en desquitarnos pues las ocho horas siguientes las dedicábamos, íntegras, a dormir.

Llegados a Barcelona, la guardia era desde cuatro de la tarde hasta las doce de la noche. Al acabar, vuelta a lo mismo: una buena ducha y a la calle de fiesta. Solíamos comprar pasteles sobre la seis de la mañana, que era la hora de vuelta al barco, para desayunar a bordo; a continuación dormíamos hasta las cuatro de la tarde.

En una de estas descargas en Barcelona, en el circuito de Montjuit se celebraba un campeonato de motos que decidimos ir a ver. Como estábamos atracados debajo de la zona del circuito no tuvimos más que subir la ladera para salir directamente a las pistas. Al llegar arriba y asomarnos nos dimos cuenta de que estábamos en medio de una curva por la que venían lanzadas las motos, que a punto estuvieron de atropellarnos, así que corrimos hasta encontrar un lugar más seguro; pero el susto fue morrocotudo.   


En esta imagen, los tres alumnos en el Parador de Turismo de los Rodeos, en Tenerife. Al fondo, el Teide. Solíamos alquilar un coche para pasar el día de correrías por la isla. En las tres o cuatro ocasiones que estuvimos cargando nos conocimos la isla de cabo a rabo. Siempre he guardado un gran recuerdo de esta época.

Cuando embarcó Alfredo Calvete, a quién llamaban el terror de los alumnos, todos temblábamos. Pero lo cierto es que fue una maravilla navegar con él. Tras sufrir un accidente de coche en Madrid, gracias a mi tío Pedro Soriano, que era médico, pudo salvar la vida, así que cuando se enteró de este parentesco dio la orden de que los alumnos, en puerto hiciéramos la guardia con él para poder darnos días libres. Gracias a esto podíamos salir cuando queríamos.

Durante una descarga en Tarragona en el mes de Julio, salimos en la procesión del Carmen vestidos con el uniforme de verano completo. Acompañamos a una chicas que nos presentó el Capitán, Carlos Rocha, aunque tuvieron que esperar bastante pues nuestro camarero no nos dejó salir sin antes haber planchado los uniformes. Pasamos unos cuantos días con ellas, pero ya no volvimos más a ese puerto.

Uno de los días de la estancia en Tarragona, estando de paseo por las Ramblas vimos a un engrasador del buque detrás de un grupo de chicas con minifalda, muy centrado en ellas; le preguntamos qué hacía siguiéndolas y nos contestó que “esperando que estornudasen”.
En el primer viaje que hice, nada más embarcar me tocó poner mi primera inyección: como era el último alumno en embarcar no me pude librar.

El Carpintero se puso malo con un cólico nefrítico; ya lo había padecido bastantes veces y el hombre estaba preparado con sus inyecciones. En la enfermería del barco preparé la jeringuilla y la aguja tal como se hacía antiguamente: hirviéndolas en un cacharro especial con alcohol debajo.

Estaban los otros tres alumnos como espectadores, así que me dispuse a ponérsela. Di tres pinchazos y el cuarto intento ‘hasta la bola’, como dirían los taurinos.

Los primeros, por miedo sólo clavé un poco el principio de la aguja, así que al cuarto, que fue igual, no se me ocurrió más que empujarla hacia dentro; el pobre hombre dio un grito y le pregunté si le había dolido, me dijo que un poco solamente, yo creo que para hacerse el valiente, pero me imagino que debió dolerle mucho.

Después, siempre me han buscado para que yo pusiera las inyecciones, pues aprendí y solía hacerlo bastante bien, sobre todo sin hacer daño al clavar la aguja.

       En uno de los viajes de vuelta de Santa Cruz de Tenerife a Barcelona, el Alumno de Máquinas, que había comprado una cámara con la que nos habíamos hecho muchas fotos en la isla, nos comentó que no había salido ninguna; le preguntamos que cómo lo sabía, y llanamente nos contestó que porque “había sacado el carrete y estaba todo negro”. Debía de ser la primera vez que vio una cámara de fotos y un carrete.

Mientras transportábamos crudo solían enviarnos algunas películas que se proyectaban en la Sala de Oficiales de Máquina, situada a popa del buque, un día a la semana y sólo para oficiales. Otro día se proyectaba en la sala de subalternos que, como era lógico, era para ellos. Seguía existiendo una gran diferencia entra la oficialidad y el resto de la tripulación.

       Este buque tenía en la parte central, donde estaban los camarotes de los Oficiales de Puente y el puente, una especie de capilla, y en uno de los viajes vino a bordo un sacerdote que decía misa los domingos. Mientras en uno de sus sermones explicaba el milagro de los panes y los peces, se equivocó y dijo que con ‘tres mil panes y cuatro mil peces dio de comer a cuatro’; no tardó el Primer Oficial, Daniel Reina, en comentar que ‘el milagro fue que no sobrara nada’.

       El 1 de Agosto desembarqué en Santa Cruz de Tenerife y me fui a casa pues casi tenía los 100 días de navegación de 24 horas y me apetecía el cambio.
       

sábado, 15 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO V

BUQUE “ALCÁNTARA”


       El siguiente embarque no llegó a efectuarse pues marché para casa unos días antes de salir a navegar. 


                

Después de pasar por Madrid me mandaron al B/T “Alcántara”, de Refinería Española de Petróleos, que estaba terminando su construcción en Astilleros de Cádiz, pero cuando estaba a punto de embarcar me tuve que ir a casa porque mi padre se había puesto enfermo, así que consta el embarque aunque no llegó a realizarse. 

Pasé unos diez días en Cádiz, en el Hotel Roma, ya que el buque no se había entregado, comiendo y cenando fuera, lo que solía hacer en el Restaurante Español, de la calle San Francisco, donde siempre solía pedir sesos a la romana y milanesa de ternera.

El poder embarcar en esta Compañía fue por mediación de mi tío Pepe, que tenía amistad con el Jefe de Personal. Me hicieron ir desde Cádiz a Madrid para volver el mismo día, menos mal que todo lo pagaba la Compañía que en aquellos tiempos no ponía muchas pegas pues los viajes eran baratos y, además, los alumnos cobrábamos poco de dietas.  

       Durante varios días estuvimos saliendo con el buque, antes de ser entregado a la Compañía, para realizar pruebas. Estar en un barco de este tamaño me parecía increíble, pues el mayor buque construído era el petrolero “Tokio Maru”, que podía cargar 150.000 toneladas de crudo, y éste era la mitad del anterior. En la cubierta cabían mas de 2 campos de futbol.

       Como novedad, iba equipado con televisión en el puente, que ofrecía vistas de las amuras y las aletas del buque, aunque luego se pudo comprobar que no eran de mucha utilidad.     
                       
        

La foto del buque está tomada durante las pruebas oficiales en la bahía de Cádiz. Estaba a bordo mientras se realizaban y, además, en el puente. Hubo comilona a bordo, pero el Tercer Oficial y yo, que estábamos en el puente, nos tuvimos que conformar con un bocadillo.

Algo que me llamó mucha la atención en este barco tan moderno fue que el camarote para los alumnos era el mismo para todos, cuando había muchos más libres. Me enteré más tarde de que al salir a la mar asignaron camarotes individuales para cada uno.

Estuve en casa hasta primeros de Febrero de 1967, que me mandaron a embarcar a Cartagena.



lunes, 10 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO IV

BUQUE “CIUDAD DE VALENCIA” 1er.  EMBARQUE


Certificado Oficial de Alumno de Náutica, expedido el 14 de Octubre de 1966, que me abría paso a mi vida de marino. 



Ahora empieza de verdad la navegación, que voy a dividir en capítulos por cada embarque.

              
Mi primer embarque como alumno de Náutica fue en la M/N “Ciudad de Valencia”, de la Compañía Transmediterránea, el día 1 de Octubre de 1966, en Melilla, haciendo viajes de ida y vuelta a Málaga hasta primeros de Diciembre que nos mandaron a Astilleros de La Carraca, en San Fernando, a reparar.

El Capitán era Benito Felipe Gómez, el Primer Oficial, José Sánchez-Fano Oliete, y el Segundo Oficial, Ignacio Ortega Ortigosa.

Este buque estaba dedicado al transporte de pasajeros y algo de carga entre Málaga y Melilla y vuelta.

El día 2, a la salida de Málaga, Ignacio me dijo que tomara tres demoras y realizara una situación, lo que así hice. Además, dieron las tres en el mismo punto; casualidad, como me dijo Ignacio, pues nunca más tres demoras simultáneas tomadas por mí volvieron a coincidir.

Desembarqué en San Fernando el 13 de Diciembre porque se preveía una parada de unos 6 meses y no me interesaba, pues no contaban los días en astillero y tenía que hacer los 400 necesarios para poder examinarme para Piloto.

Como relevante puedo contar que en San Fernando hubo que votar un referéndum que convocó Franco, pero mi voto también se hizo en Melilla pues decían que era necesario presentar la papeleta para poder cobrar el mes siguiente, así que mi padre lo hizo por mí.

Recuerdo una noche que sacamos al Primer Oficial y lo llevamos el “Pay Pay” de Cádiz, ya que nos habían dicho que, cuando entrara, la orquestilla dejaría de tocar y, en su honor, tocarían “Mi jaca”; efectivamente así sucedió y estuvimos, además, invitados toda la noche.  
   
               


Una foto del “Ciudad de Valencia” atracando en Melilla. Se usaba el ancla porque en esos años no había remolcador, lo que hacía la maniobra muy lenta.

Esta primera etapa fue muy corta por los motivos comentados anteriormente. De ella guardo un buen recuerdo porque, además, coincidí con Valentín, que era alumno de Máquinas.

La fiesta más gorda fue cuando coincidimos con Abel Caballero, compañero de pensión en La Coruña, de Agregado en el “Conde de Fontanar”, y Antonio, Segundo Maquinista, de Melilla, que estaban descargando grano en Málaga. Los cuatro, con ganas de fiesta y dinero, nos dimos una juerga en “El Piyayo” que duró toda la noche.  

En este tiempo se empezaron a utilizar los rotuladores, que en Melilla se conseguían sin dificultad. No así en la Península, por lo que de la papelería de mi padre, “La Hispana”, cogía unas cuantas cajas y me las llevaba para Málaga, donde Valentín y yo nos las arreglábamos para sacarlas, sin que se notase, en los calcetines y otras partes del cuerpo. Nos íbamos a la pensión, donde estaban Salvador Herrera y Jesús Sánchez; allí volvíamos a armar las cajas, que más tarde Valentín llevaba a la papelería de mi tío Pepe, “Antigua Papelería Ricardo Sánchez”, y éste se las pagaba. Repartíamos entonces las ganancias que para mí eran más suculentas pues yo no le pagaba las cajas a mi padre: negocio redondo.   

El camarote que me dieron cuando embarqué estaba pegado a la chimenea y no hacía falta cerrar la puerta en invierno porque en el momento que arrancaba la máquina era un horno, tanto es así que en una ocasión salió ardiendo, menos mal que no fue durante mi tiempo de embarque.

Teníamos un cuarto de baño con ducha en la zona de los camarotes, y para ducharte con agua caliente había que avisar a máquina para que la mandaran. En una ocasión le dijeron a un engrasador un poco bruto que subiese el baño de vapor al camarote del Capitán, pues lo había pedido para bañarse; llenaron el baño de llaves y cosas de peso y lo taparon con un trapo, advirtiéndole que no lo destapara pues se marcharía el vapor y tendría que volver a la máquina a llenarlo. Había que oir a D. Benito cuando llegó el engrasador con aquello, y la cara de éste.

Me llamó mucho la atención cuando salimos para reparar a La Carraca, que era un viaje de una noche y se estaba cerca de Málaga, que el muelle se llenó de familiares como si el barco fuese a América.

A principios de Diciembre enviaron el buque a reparar a los Astilleros de La Carraca. Como tenía que pasar el Certificado de Navegabilidad se preveía una estancia prolongada en dique, por lo que al no contarme los días decidí buscarme otro embarque y así no perder el tiempo.

Lo más interesante fue el paso del Estrecho de Gibraltar, que hicimos de noche. Había que  tomar las demoras desde el puente alto, pues no había otra forma, y D. Benito no se fiaba del radar que, además, lo llevábamos apagado.
   

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO III

AÑOS 1962 A 1966


Prácticamente a partir de ahora, verano de 1962, es cuando realmente empieza mi vida como marino, desde que empecé a examinarme en la Escuela de Náutica.
   
Comencé a preparar el ingreso en Melilla con Damián Farré, Capitán de la grúa flotante y, más tarde, Práctico de Melilla. Me examiné en la Escuela de Cádiz en Septiembre y no aprobé porque en esos momentos la Escuela era poco formal, pues el examen no lo hice mal.



Desde el verano de 1963 hasta mediados de Noviembre estuve navegando en un balandro tipo “snipe” de nombre “Estrella Azul”, con Carlos Rivas como patrón. En la foto anterior estamos los dos después de una regata, con el barco todavía sin desarmar. En septiembre de ese año quedamos terceros en la regatas de feria.

Este tipo de navegación es muy diferente a la que luego realizaría durante mi vida como marino, ya que íbamos a pasar el rato y nunca salíamos si hacía mal tiempo, aunque a veces lo hacíamos con viento. Recuerdo que en una ocasión rompimos el palo al faltar un obenque.

De vuelta en Melilla seguí preparando el ingreso con Damián, y así pasé todo el curso 1962-63. El examen de ingreso volví a hacerlo en la Escuela de Cádiz, que aprobé en Junio, y en Septiembre la mayoría de las asignaturas de primero.

Éramos unos cuantos los que dábamos clase con Damián Farré, aunque creo que pocos ejercimos la profesión; entre estos, Julio Caro, Valentín Bajo, Gabriel Navarro y Tano Murcia. De los que que no llegaron a ejercer recuerdo a Paco Durán, Paco Apellániz, Hermógenes Martínez, Moncho y algunos más.

Por indicación de mi tío Pepe, entonces Práctico en el Canal de Suez, mis padres decidieron que como el inglés me iba a ser muy necesario para mi futura profesión, fuese interno a Inglaterra durante unos meses para aprender bien el idioma.

Mientras esperaba para marchar a Inglaterra estuve dando clases intensivas de inglés durante unos meses; me sirvieron bastante pues el idioma que más dominaba entonces era el francés por haberlo estudiado en el bachillerato y usarlo de vez en cuando al ir a Marruecos. Y más tarde, cuando se independizó, ya que allí se utilizaban el árabe y el francés como lenguas oficiales. 

 A mediados de Noviembre de 1963 marché a Inglaterra, donde estuve hasta primeros de Abril del año siguiente en el Broadhembury College de Yeovil, Somerset.

Durante la estancia en el colegio asistía a todas las clases, y siempre que el Director, Mr. Ashfield, que había pasado toda la Guerra Civil en España y seguía conservando su carnet de falangista, tenía que viajar, me llevaba con él; así conocí Southamton y el astillero donde se habían construído el “Queen Mary” y el “Queen Elizabeth”, los mejores trasatlánticos de esos años, y algunas poblaciones costeras más. Por información recogida posteriormente intuí que Mr. Ashfield debía de pertenecer al Servicio Secreto Británico en España

Parte de las vacaciones de Navidad la pasé en el colegio, y otra parte en Londres. El día de fin de año cené con unos amigos de mis padres, y al regresar al lugar donde me alojaba, cerca de Maida Vale Station, en la estación de Padington, sobre las tres de la madrugada, me cerraron el metro, así que tuve que buscar un taxi que me costó bastante encomntrarlo; aunque más me costó que el taxista me entendiera.



    

En la foto, durante el recreo de la mañana con algunos de los compañeros. El colegio era un caserón del siglo XVII y hacía un frío que pelaba, sobre todo en los dormitorios que no había calefacción.

Practicábamos fútbol y durante un  partido tuve una torcedura en la rodilla, por lo que me llevaron al hospital. Vino conmigo un compañero venezolano, Luis Alberto Pérez, para que me sirviera de intérprete, pues fue al principio y aún no me manejaba muy bien con el idioma. 

Me llamó mucho la atención el buen trato en el Hospital, pues como cojeaba, nada más bajarme del coche salió una enfermera y me sentó en una silla de ruedas. En esos años, este servicio en España era impensable, tardamos mucho en llegar a ese nivel.
Gracias a José Moreno, otro amigo de mis padres, conocí Londres muy bien; fui al teatro, a museos y me hospedaba con un amigo suyo en la calle Strand, que era el director artístico del Teatro Mermaid; ni qué decir que en la casa había mucha ‘pluma’, pero todo fue de maravilla. 

Al principio nos examinábamos en Cádiz, y una tarde, de las veces que estuvimos hospedados en la Pensión Barcelona, en la calle San Francisco, mientras Tano Murcia dormía la siesta se nos ocurrió regarle la cara con leche condensada, tras lo cual, ‘uno de nosotros’ se sacó la “minga”, y poniéndosela delante de la boca le despertamos. Ni qué decir tiene la que se organizó. Mientras corría detrás de nosotros gritando, Tano nos lanzaba una descomunal bronca. El resultado fue que todos acabamos con las maletas en la calle en busca de otra pensión. 

En este viaje, otra de las diversiones consistía en subirnos a las agujas del reloj floral y pasearnos como si fuese una atracción de feria. Normalmente nos habíamos tomado una copas y se nos solían enganchar las piernas con las agujas del minutero y de la hora, que iban más despacio que la del segundero.
  
En Octubre de 1964 empecé el 2º curso de Náutica en la Escuela Oficial de La Coruña, y terminé 3º en Septiembre de 1966. Fuimos cuatro compañeros de Melilla, que estuvimos juntos los dos cursos.



  

En la foto estamos los cuatro sentados un una fuente, cerca del Obelisco, Julio Caro, yo, Paco Durán y Valentín Bajo. Julio, sin navegar llegó a Práctico de Melilla, lo que tiene un gran mérito. Yo estuve muchos años de Capitán y, finalmente, Director de una Estibadora en Málaga, Paco no terminó, y Valentín salió de Maquinista, aunque navegó poco tiempo y se quedó en tierra desligado de la profesión.
       
La Coruña era una ciudad para pasarlo bien, y buena cuenta dimos de ello. Las fiestas de fin de curso en el Bar Tomelloso no tenían desperdicio, ni las meriendas en casa de las Mellizas donde nos ponían jamón a tope, y los buenos ratos por las calles Galera, Olmos y Estrecha, con sus múltiples bares de tapeo.

De los dos años que pasamos en la pensión de La Coruña, hicimos mucha amistad con Ángel Peña, cartagenero que fue Maquinista, y con Juan Montero (Tito Juan), que fue quién introdujo la carne congelada, empezando por El Ferrol.

Durante este tiempo hubo muchas anécdotas y pasamos unos ratos magníficos. Jóvenes, sin preocupaciones y con ganas de divertirnos, aunque sin olvidarnos de los estudios ya que con excepción de Paco los demás acabamos y ejercimos nuestra carrera. 

Podría citar a más personas que convivieron con nosotros en la pensión, pero sería muy extenso, así que de pasada recuerdo a Arturo, Quique, Abel, los patrones de la pensión y sus hijos Pepe y Jaime, Pedro, Santiago y otros que, aunque no estuvieron en la pensión, sí formaron parte de esos años, como Ito, Suso, las Mellizas, María Teresa, Kily y Marta.

Mención especial merece el bar Villar y Paco, donde solíamos tomar unos chatos. En la época de las sardinas las ponían de tapa hechas a la plancha; eran un verdadero manjar. También el Habana Club, donde echábamos las partidas, y, como no, la bolera. 

Voy a dar un repaso a estos años: el Ingreso, junto con 3 asignaturas de 1º, en la Escuela de Cádiz, en Octubre de 1963, pasando a la Escuela de La Coruña donde aprobé el resto de 1º en Junio de 1964.

Como he mencionado anteriormente, desde Noviembre de 1963 a Abril de 1964 estuve interno en Inglaterra para perfeccionar el idioma, lo que me resultó muy beneficioso después.

            



En la foto estamos, de derecha a izquierda, Paco, Julio, Tito Juan, Valentín, Ángel y yo, un domingo dando un paseo, antes de tomar unas copas con sus correspondientes tapas cerca de lo que era la dársena pesquera. También, por la pensión estuvieron Tano Murcia, Quique Agrasar, Abel Caballero, Arturo Marcos y algunos más, aunque los que he nombrado éramos los de siempre.

Ya oficialmente empecé 2º en Octubre de ese año. Aprobé todas las asignaturas menos la Física, ya que como pasé el examen a algunos compañeros y estos a otros, resultó que había muchos iguales y el profesor optó por coger unos cuantos exámenes y aprobarlos, suspendiendo a los demás; por cuestión de mala suerte no cogió el mío, así que me tuve que presentar en Septiembre, consiguiendo sobresaliente.

En 3º, como ya he dicho, aprobé todo menos la Astronomía, que la pasé en Septiembre, así que quedé en espera de recibir el certificado para poder embarcarme.

Cuando terminamos el 2º curso, Ángel que estudió máquinas terminó unos días antes y marchó para casa. Como el tren salía a las ocho de la tarde, le acompañamos a la estación, no llevaba mas que un duro (5 pesetas) para el cambio de estación en Madrid al día siguiente para seguir para Cartagena y en una bolsa de deportes llevaba un os cuantos bocadillos.

Un rato antes de salir fue al servicio y mientras Abel, Quique y yo no tuvimos otra cosa que hacer que comernos los bocadillos y meterle piedras en su lugar.

Yo marché para Melilla y ya en casa a mi padre le dio infarto y estaba en cama guardando reposo cuando oímos unos gritos y al ir a la dormitorio tenía una carta en la mano que decía de todo menos bonito. Cuando vi el remite le dije que era para mi de un compañero. me comentó que menudos compañeros que me buscaba pero cuando le expliqué lo que le habíamos hecho comentó que eso no era una broma que era una putada grande.

Una de los tardes que estábamos en la pensión, después de haber preparado las clases del día siguiente alguien tuvo la idea de hacerse una apuesto que no íbamos desde allí a la fuente cerca del muelle y através de la Calla Real en batín. Así que fuimos todos y acabamos bañándonos en la fuente hasta que alguien nos sacó de allí en una cuatro latas y nos llevó a la pensión.  

La idea de ir a estudiar a La Coruña nos la dio Damián Farré, profesor nuestro en Melilla, Capitán de la Grúa y más tarde Práctico de Melilla, pues Honesto Valle, profesor de la Escuela de La Coruña, había sido alumno de Náutica con él y siempre estuvimos bajo su amparo, lo que es de agradecer.

Después de las vacaciones siempre le llevábamos algún regalo en nombre de Damián, y en Enero parecíamos la llegada de los Reyes Magos.
Entre los profesores he de recordar a Honesto Valle, José Arana, Jesús Reiriz, Villarquide, María del Carmen, Argüelles y algunos más. Con Jesús Reiriz Basoco posteriormente tuve mucho trato, mientras estuve al mando de la M/N “Puente Castrelos”, y durante las estancias en Santa Eugenia de Riveira.

Cuando Valentín terminó el último curso, esto fue en Septiembre, tuve que decirle a sus padre que había suspendido pues le debía tanto dinero al patrón de la pensión que no pude irse y dejarle el pufo y así poco a poco lo fue pagando y en Febrero ya se pudo ir para casa.

Estando en segundo jugué de portero en el equipo de futbol de la Escuela y fuimos a jugar contra la Escuela de Peritos Industriales de Vigo, perdimos, aunque lo peor vino después, ya que nos quedamos hasta las dos de la noche y cuando volvimos al autobús vimos que estaba lleno de policía pues lo que habían llegado antes de dedicaron a insultar al sereno, fueron todos a comisaría y nos libramos de casualidad ya que si llegamos un rato antes nos hubiese pasado lo mismo.

Cuando acabábamos el curso solíamos hacer una comida de despedida en el Bar Tomelloso, en la Calle Cartuchos y comíamos mejillones de primero y filetes con patatas fritas de segundo y de postre fresas con nata, al principio todo solía ir bien pero cuando el tomelloso empezaba a hacer efecto el postre empezaba a volar, íbamos todos los que estábamos en la pensión.

Estuvo un tiempo en la pensión Manolo, un asturiano muy grande que algunas noches llegaba con la bodega cargada y como varias veces tuvo que esperar al sereno le advirtió que a la próxima vez que le hiciese esperar la iba a aplaudir la cara, en vista de ello y de su tamaño en sereno le entregó la llave del portal al patrón de la pensión y presentó la renuncia.

Un fin de semana Pedro, natural de Corcubión, llegó a la pensión sobre las 10 de la mañana del domingo, venía molida pues decía que le habían dado leña en comisaría, nos contó que estando en el Círculo Mercantil se le había caído un cabulibre que se estaba tomando y que el vaso no se había roto y que lo había tirado contra un espejo que quedó destrozado junto al vaso, que habían llamado a la policía y que cuando lo soltaban por la mañana se había dado cuenta que le faltaba el mechero DuPont, y que había empezado a llamarles de todo y por eso la había zurrado la badana, en esto se mete la mano en el bolsillo trasero del pantalón y saca el mechero.

El primer año estuvo con nosotros en la pensión Juan Montero , tenía una carnicería en el Marcado Central, pero se marchó a El Ferrol y empozó a traer carne congelada desde Argentina y como le iba muy bien, nos invitó un domingo del año que estábamos en tercero a comer allí, y la comida fue de primero percebes y de segundo filetes de solomillo con patatas fritas, yo comí unos diez filetes pero no fui de los que mas comieron, la verdad es que de pensión y jóvenes nos podíamos haber comida a la vaca entera y con cuernos.

Un fin de semanas quedamos con él y nos fuimos a las Fiestas de Puentedeume, cuando terminaron nos fuimos a dormir a una pensión, íbamos Paco, Julio, Valentín y yo, Paco y yo nos levantamos los primeros y nos fuimos a por churros, Copn la idea de no volver porque no teníamos dinero para pagar la pensión, lo mismo hicieron poca mas tarde Julio y Valentín, me imagino que le pasarían la factura a Juan.

Para volver a La Coruña, nos presentó a un amigo ya mayor que tenía un seiscientos y que nos podía llevar, lo malo es que tenía la vista extraviada, vamos que era bizco, y prácticamente tenía la cara mirado por la ventanilla para ver el frente. A la salida de Puentedeume había una curva de 180 grados que empezó a tomar bien pero acabó en la parte izquierda de la carretera, desde ese momento no abrimos la boca hasta llegar al Puente de Santa Cristina donde le pedimos que nos dejara que vivíamos por allí, tuvimos que andar mas de seis kilómetros pero se nos pasó el “acojonamiento” que pasamos en la carretera.

Otra noche que a Paco Nomdedeu le había dejado un seiscientos y estaba Pepe Moreno en la pensión y tenía una DKV con un sillón en la parte trasera, ya que era representante de muebles, salimos a dar unas vuelta y fuimos hasta Sada a tomar una copa, en principio íbamos en el coche Paco Nomdedeu, que conducía, Luis Holgado, Paco Durán y yo y en la furgoneta Pepe Moreno y Valentín Bajo.

Mientras tomamos la copa en Sada yo propuse irme a la furgoneta para ir tres en cada vehículo pero la verdad es que no me fiaba mucho de cómo conducía. Cuando volvíamos en una de las curvas empezó a derrapar hasta que llegó al otro lado de la carretera y cayó por un desnivel de unos tres metros pero de pendiente suave menos mal que iba con poca velocidad y lo único que hizo fue dar varias vueltas.

Pepe paró la furgoneta y yo bajé primero y llegué al lado del coche que estaba boca abajo encontré que Paco Nomdedeu que conducía estaba el otro asiento y Luis en el del conductor y que le decía a Paco Durán que no se moviera mas que le estaba metiendo el zapato en la boca, empezamos a reírnos ya que no había pasado nada grave y cuando salieron del coche el que faltaba era Valentín, se había quedado en la furgoneta porque del nerviosismo que tenía no atinaba a abrir la puerta.

Yo traje el coche hasta La Coruña y al final los seis en la furgoneta acabamos en La Torre de Hércules recodando lo sucedido y muertos de risa porque Paco Nomdedeu decía que su padre lo iba a matar cuando lo pidiese el dinero para arreglar el coche.
 Los de puente teníamos las clases por la mañana, y los de máquinas por la tarde. Una de las tardes, después de haber estado estudiando un rato, estábamos en una de las habitaciones donde se celebraba el campeonato diario de ‘peos’.

Sólo valían aquellos que se efectuaban en esta habitación, y lo formábamos dos equipos: Tano Murcia y creo que Pepe Dosil, contra todos los demás, cuatro o cinco. Siempre ganaba el primer equipo. 

Una de estas tardes, como Jaimito, el hijo menor de los patrones, no hacía más que dar la lata con una pequeña trompeta de plástico, se la ‘requisamos’, dejándola sobre la mesa de la habitación donde se celebraba el campeonato.

En esto, entró Tano muy deprisa y al ver la trompeta se bajó los pantalones y los calzoncillos, se aplicó la trompeta en el culo y se tiró un ‘peo’, consiguiendo que ésta sonara mejor que nunca, todo ello con el correspondiente cachondeo y risas.

Poco después fue Julio Caro el que hizo sonar la trompeta, otra vez con otro gran ‘peo’, y, de momento, quedó la cantarina trompeta encima de la mesa.

En esto llega Ángel Peña de la Escuela y no se le ocurre otra cosa que coger la trompeta, llevársela  a la boca y empezar a tocarla. La verdad es que no nos dio tiempo a decirle que no lo hiciera, pero al empezar a tocarla nos pusimos a reír y no había forma de parar. Ángel, pensando que era por él, cada vez tocaba la trompeta con más ganas.

Durante el primer año que estuvimos en la pensión, cuando empezó a llegar el frío pensamos que una copita de coñac por la mañana, antes de irnos a clase, no nos vendría mal. 

Entre todos, Julio, Paco, Valentín, Ángel, Abel, Quique y yo, compramos una botella de coñac de cinco litros que ocultamos en un cuarto. Durante un corto tiempo fue bastante bien, pero uno de los días que volvimos de clase los de puente, que teníamos clase por la mañana, encontramos a Ángel con una ‘castaña’ de cuidado.

Debió aburrirse, así que se dedicó a darle a la botella hasta que le vio fin. No debía quedar mucho coñac pero sí el suficiente para coger una mona de campeonato, así que, debido al ‘éxito’ obtenido, nunca más se compró coñac .

Yo solía venir a casa la semana de vacaciones que nos daban por los Carnavales, y durante este tiempo habían llegado a la pensión dos chicas, que se quedaron una temporada.
Al regreso a La Coruña, después de cenar noté que todos los que estaban en la pensión se dirigían a mi habitación, y cuando entré me mandaron callar aunque la habitación estaba muy concurrida.

La pensión era un piso muy grande y antiguo y algunas habitaciones estaban separadas de otras por puertas con cristales. La de las chicas era la contigua a la mía.

Con las luces apagadas se amontonaban encima de la cama de Ángel, que daba a la habitación de la chicas, donde cada uno tenía un sitio, pues había hecho un pequeño agujero en la puerta y se dedicaban a mirarlas, aunque no debían ver mucho porque eran muy pequeños los agujeros y muchos los mirones.

Uno de los días que estábamos en el comedor y Chicho, de Muros, que había venido un poco ‘chispa’ empezó a charlar con las chavalas y en un momento determinado le dice a una de ellas que le quiere decir algo pero que es posible que se enfade, así que de momento lo va a dejar.

La chica, asegurándole que no se iba a enfadar, le pide que se lo diga, y ni corto ni perezoso le suelta que él, a su salud ‘se la ha cascado’ unas cuantas veces, a lo que ella le contesta: “y las que te quedan”. Me imagino que estarían al tanto de los agujeritos en la puerta.  

Cuando en segundo curso, don Honesto dio las notas de Meteorología, tuve la opción de presentarme a la Matrícula de Honor con la condición de hacer un nuevo examen, así que le pregunté que si no iba al examen qué nota me daba, me contestó que solamente aprobado, por lo que ésta es la nota que tengo en esta asignatura.

Menos mal, porque después de todas las monsergas que tuve que escuchar durante el tiempo en el Colegio de La Salle de Melilla, porque mi hermano sacaba muchas matrículas y yo ninguna, lo único que me faltaba era sacar ahora una y estropear mi ‘curriculum’.

Estando en Málaga, unos días antes de embarcarme como Agregado en el Buque ‘Ciudad de Valencia’, me habían dejado un Renault, el llamado cuatro latas, y subiendo por la calle Victoria, de pronto apareció un camión de bomberos quedando yo, justo delante de éste.

Sin poder meterme en ningún sitio para dejarle pasar no tuve más remedio que acelerar y, desde la Plaza de la Merced a la de los monos, continué a ‘todo trapo’ con el camión sonando detrás de mí; menos mal que doblé hacia Gibralfaro y los bomberos siguieron rectos, por lo que pude librarme de ellos.