lunes, 24 de diciembre de 2018

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías.

CAPÍTULO VI

BUQUE “PUERTOLLANO”


Embarqué en el B/T “Puertollano”, en Cartagena, el día 5 de Febrero de 1967. Yo era entonces el cuarto Alumno de Puente, cosa que no era usual pero pudo ser gracias a las relaciones de mi tío Pepe con el Jefe de Personal. La guardia la hacíamos dos con el Primer Oficial, Daniel Reina Sánchez-Fano, sobrino del Primer Oficial que tuve en el buque Ciudad de Valencia, siendo Capitán Ramón Mota Jaureguízar, Segundo Oficial Ramón Romero Rodríguez y Tercer Oficial Santiago Castelló Salas.

       
El buque pertenecía a la Refinería Española de Petróleos S.A. (Repesa). Era un petrolero y en él transportábamos crudo para España; se descargaba en Escombreras, y después de la guerra entre árabes y judíos nos dedicábamos a transportar productos refinados entre puertos españoles.

El primer viaje fue a Sidón (Líbano). Le llamaban viaje corto, y a la vuelta nos tocaba cobrar. Existía la costumbre de pagar las nóminas cuando el buque llegaba a Escombreras, por lo que  se presentó a bordo el Jefe de Personal con los pagadores; éste le sugirió al Capitán que a la vuelta del Golfo Pérsico, durante la reparación en Cádiz, me dejase marchar a casa y me avisara después para la salida.



Salimos para el segundo viaje, pero ya solamente íbamos tres alumnos. Fue a Halul Island (Qatar). Pasamos el Canal de Suez, y tanto a la ida como a la vuelta nos practicó mi tío Pepe. 

Lo hizo desde Ismailia a Suez, y durante la espera en el Gran Lago Amargo me hizo jugar una partida de ajedrez con él.

El Práctico que nos llevó desde Port Said a Ismailia, solamente comió melocotones en almíbar, me imagino que sería por algo religioso, no le fuese a dar cerdo, pero dio cuenta de una lata grande, de las de cinco kilos.

Entre esto y los cafés que pedía, que no podían ser mas malos, tuvo que ir varias veces al retrete.

Los soldados que embarcaban para vigilar durante el paso del Canal, lo único que hacían era comer a bordo y pasar el rato en el salón. Los que embarcaron este último viaje también se llevaron las trincas de los portillos que eran de metal, y eso que venían para vigilar, cuando mas lógico hubiese sido vigilarlos a ellos. 

Después de descargar en Escombreras fuimos a reparar a Cádiz, pero desde Escombreras a Cádiz fuimos lavando tanques y preparándolos para la varada, por lo que todo lo que quedaba en ellos se tiró al mar. De este modo, aunque se trataba de una práctica prohibida se ahorraba tiempo, así que se modificó el Cuaderno de Bitácora como si se hubiese tirado todo en el Atlántico en lugar de en el Mediterráneo.

Después entrar en dique me fui unos cuantos días a casa, y al regreso a Cádiz, después de la varada, salimos de viaje a Ras Tanura  (Arabia Saudita), también por el Canal de Suez donde volvió a practicarnos mi tío Pepe.

Atracamos a la popa del B/T “Tokio Maru”, por entonces el mayor barco del mundo, y vuelta a Escombreras.

       Un par de días antes de llegar a Suez, para pasar el canal se recibió orden de proceder dando la vuelta a África, pero el Capitán, Fernando Mota, decidió seguir. Nos práctico mi tío y embarcó a su mujer para mandarla a España, ya que estaba a punto de empezar la guerra con los israelitas. Esto sucedió al día siguiente, quedando el canal cerrado muchos años pues los israelitas hundieron bastantes barcos en él. Fuimos el último convoy en pasar junto con otro petrolero de la empresa, el B/T ”Escatrón”.   
  
Después de cerrar el canal empezamos a hacer viajes con refinado. Normalmente cargábamos en Escombreras y Santa Cruz de Tenerife, descargando en Tarragona y Barcelona.

Hubo cambio de oficialidad y de Capitán. Vino Carlos de la Rocha Millet, no recuerdo el nombre del Primer Oficial, y de Tercer Oficial Balbino Dorrego Dorrego. El Primer Oficial estuvo poco tiempo, siendo sustituído por Alfredo Calvete.


En la foto, los tres Alumnos de Puente, Jorge Menéndez Artime, Luis del Fresno Millar y yo. Creo que Jorge fue práctico en Avilés, y a Luis le vi años más tarde en la Capitanía de Gijón, aunque no estoy muy seguro del lugar.  

En los viajes de Santa Cruz de Tenerife a Barcelona, al Tercer Oficial y a mí nos tocaba hacer la guardia desde las doce de la noche a las ocho de la mañana y, al terminar, ‘una ducha y a la calle’. Esos dos días de carga no dormíamos, y lo malo era que cuando salíamos a navegar y nos tocaba la guardia, teníamos que utilizar un botijo para echárnoslo por la cabeza con el fin de mantenernos despiertos. Pero no tardábamos en desquitarnos pues las ocho horas siguientes las dedicábamos, íntegras, a dormir.

Llegados a Barcelona, la guardia era desde cuatro de la tarde hasta las doce de la noche. Al acabar, vuelta a lo mismo: una buena ducha y a la calle de fiesta. Solíamos comprar pasteles sobre la seis de la mañana, que era la hora de vuelta al barco, para desayunar a bordo; a continuación dormíamos hasta las cuatro de la tarde.

En una de estas descargas en Barcelona, en el circuito de Montjuit se celebraba un campeonato de motos que decidimos ir a ver. Como estábamos atracados debajo de la zona del circuito no tuvimos más que subir la ladera para salir directamente a las pistas. Al llegar arriba y asomarnos nos dimos cuenta de que estábamos en medio de una curva por la que venían lanzadas las motos, que a punto estuvieron de atropellarnos, así que corrimos hasta encontrar un lugar más seguro; pero el susto fue morrocotudo.   


En esta imagen, los tres alumnos en el Parador de Turismo de los Rodeos, en Tenerife. Al fondo, el Teide. Solíamos alquilar un coche para pasar el día de correrías por la isla. En las tres o cuatro ocasiones que estuvimos cargando nos conocimos la isla de cabo a rabo. Siempre he guardado un gran recuerdo de esta época.

Cuando embarcó Alfredo Calvete, a quién llamaban el terror de los alumnos, todos temblábamos. Pero lo cierto es que fue una maravilla navegar con él. Tras sufrir un accidente de coche en Madrid, gracias a mi tío Pedro Soriano, que era médico, pudo salvar la vida, así que cuando se enteró de este parentesco dio la orden de que los alumnos, en puerto hiciéramos la guardia con él para poder darnos días libres. Gracias a esto podíamos salir cuando queríamos.

Durante una descarga en Tarragona en el mes de Julio, salimos en la procesión del Carmen vestidos con el uniforme de verano completo. Acompañamos a una chicas que nos presentó el Capitán, Carlos Rocha, aunque tuvieron que esperar bastante pues nuestro camarero no nos dejó salir sin antes haber planchado los uniformes. Pasamos unos cuantos días con ellas, pero ya no volvimos más a ese puerto.

Uno de los días de la estancia en Tarragona, estando de paseo por las Ramblas vimos a un engrasador del buque detrás de un grupo de chicas con minifalda, muy centrado en ellas; le preguntamos qué hacía siguiéndolas y nos contestó que “esperando que estornudasen”.
En el primer viaje que hice, nada más embarcar me tocó poner mi primera inyección: como era el último alumno en embarcar no me pude librar.

El Carpintero se puso malo con un cólico nefrítico; ya lo había padecido bastantes veces y el hombre estaba preparado con sus inyecciones. En la enfermería del barco preparé la jeringuilla y la aguja tal como se hacía antiguamente: hirviéndolas en un cacharro especial con alcohol debajo.

Estaban los otros tres alumnos como espectadores, así que me dispuse a ponérsela. Di tres pinchazos y el cuarto intento ‘hasta la bola’, como dirían los taurinos.

Los primeros, por miedo sólo clavé un poco el principio de la aguja, así que al cuarto, que fue igual, no se me ocurrió más que empujarla hacia dentro; el pobre hombre dio un grito y le pregunté si le había dolido, me dijo que un poco solamente, yo creo que para hacerse el valiente, pero me imagino que debió dolerle mucho.

Después, siempre me han buscado para que yo pusiera las inyecciones, pues aprendí y solía hacerlo bastante bien, sobre todo sin hacer daño al clavar la aguja.

       En uno de los viajes de vuelta de Santa Cruz de Tenerife a Barcelona, el Alumno de Máquinas, que había comprado una cámara con la que nos habíamos hecho muchas fotos en la isla, nos comentó que no había salido ninguna; le preguntamos que cómo lo sabía, y llanamente nos contestó que porque “había sacado el carrete y estaba todo negro”. Debía de ser la primera vez que vio una cámara de fotos y un carrete.

Mientras transportábamos crudo solían enviarnos algunas películas que se proyectaban en la Sala de Oficiales de Máquina, situada a popa del buque, un día a la semana y sólo para oficiales. Otro día se proyectaba en la sala de subalternos que, como era lógico, era para ellos. Seguía existiendo una gran diferencia entra la oficialidad y el resto de la tripulación.

       Este buque tenía en la parte central, donde estaban los camarotes de los Oficiales de Puente y el puente, una especie de capilla, y en uno de los viajes vino a bordo un sacerdote que decía misa los domingos. Mientras en uno de sus sermones explicaba el milagro de los panes y los peces, se equivocó y dijo que con ‘tres mil panes y cuatro mil peces dio de comer a cuatro’; no tardó el Primer Oficial, Daniel Reina, en comentar que ‘el milagro fue que no sobrara nada’.

       El 1 de Agosto desembarqué en Santa Cruz de Tenerife y me fui a casa pues casi tenía los 100 días de navegación de 24 horas y me apetecía el cambio.
       

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