CAPÍTULO IV
BUQUE “CIUDAD DE VALENCIA” 1er. EMBARQUE
Certificado Oficial de Alumno de Náutica, expedido el 14 de Octubre de 1966, que me abría paso a mi vida de marino.
Ahora empieza de verdad la navegación, que voy a dividir en capítulos por cada embarque.
Mi primer embarque como alumno de Náutica fue en la M/N “Ciudad de Valencia”, de la Compañía Transmediterránea, el día 1 de Octubre de 1966, en Melilla, haciendo viajes de ida y vuelta a Málaga hasta primeros de Diciembre que nos mandaron a Astilleros de La Carraca, en San Fernando, a reparar.
El Capitán era Benito Felipe Gómez, el Primer Oficial, José Sánchez-Fano Oliete, y el Segundo Oficial, Ignacio Ortega Ortigosa.
Este buque estaba dedicado al transporte de pasajeros y algo de carga entre Málaga y Melilla y vuelta.
El día 2, a la salida de Málaga, Ignacio me dijo que tomara tres demoras y realizara una situación, lo que así hice. Además, dieron las tres en el mismo punto; casualidad, como me dijo Ignacio, pues nunca más tres demoras simultáneas tomadas por mí volvieron a coincidir.
Desembarqué en San Fernando el 13 de Diciembre porque se preveía una parada de unos 6 meses y no me interesaba, pues no contaban los días en astillero y tenía que hacer los 400 necesarios para poder examinarme para Piloto.
Como relevante puedo contar que en San Fernando hubo que votar un referéndum que convocó Franco, pero mi voto también se hizo en Melilla pues decían que era necesario presentar la papeleta para poder cobrar el mes siguiente, así que mi padre lo hizo por mí.
Recuerdo una noche que sacamos al Primer Oficial y lo llevamos el “Pay Pay” de Cádiz, ya que nos habían dicho que, cuando entrara, la orquestilla dejaría de tocar y, en su honor, tocarían “Mi jaca”; efectivamente así sucedió y estuvimos, además, invitados toda la noche.
Una foto del “Ciudad de Valencia” atracando en Melilla. Se usaba el ancla porque en esos años no había remolcador, lo que hacía la maniobra muy lenta.
Esta primera etapa fue muy corta por los motivos comentados anteriormente. De ella guardo un buen recuerdo porque, además, coincidí con Valentín, que era alumno de Máquinas.
La fiesta más gorda fue cuando coincidimos con Abel Caballero, compañero de pensión en La Coruña, de Agregado en el “Conde de Fontanar”, y Antonio, Segundo Maquinista, de Melilla, que estaban descargando grano en Málaga. Los cuatro, con ganas de fiesta y dinero, nos dimos una juerga en “El Piyayo” que duró toda la noche.
En este tiempo se empezaron a utilizar los rotuladores, que en Melilla se conseguían sin dificultad. No así en la Península, por lo que de la papelería de mi padre, “La Hispana”, cogía unas cuantas cajas y me las llevaba para Málaga, donde Valentín y yo nos las arreglábamos para sacarlas, sin que se notase, en los calcetines y otras partes del cuerpo. Nos íbamos a la pensión, donde estaban Salvador Herrera y Jesús Sánchez; allí volvíamos a armar las cajas, que más tarde Valentín llevaba a la papelería de mi tío Pepe, “Antigua Papelería Ricardo Sánchez”, y éste se las pagaba. Repartíamos entonces las ganancias que para mí eran más suculentas pues yo no le pagaba las cajas a mi padre: negocio redondo.
El camarote que me dieron cuando embarqué estaba pegado a la chimenea y no hacía falta cerrar la puerta en invierno porque en el momento que arrancaba la máquina era un horno, tanto es así que en una ocasión salió ardiendo, menos mal que no fue durante mi tiempo de embarque.
Teníamos un cuarto de baño con ducha en la zona de los camarotes, y para ducharte con agua caliente había que avisar a máquina para que la mandaran. En una ocasión le dijeron a un engrasador un poco bruto que subiese el baño de vapor al camarote del Capitán, pues lo había pedido para bañarse; llenaron el baño de llaves y cosas de peso y lo taparon con un trapo, advirtiéndole que no lo destapara pues se marcharía el vapor y tendría que volver a la máquina a llenarlo. Había que oir a D. Benito cuando llegó el engrasador con aquello, y la cara de éste.
Me llamó mucho la atención cuando salimos para reparar a La Carraca, que era un viaje de una noche y se estaba cerca de Málaga, que el muelle se llenó de familiares como si el barco fuese a América.
A principios de Diciembre enviaron el buque a reparar a los Astilleros de La Carraca. Como tenía que pasar el Certificado de Navegabilidad se preveía una estancia prolongada en dique, por lo que al no contarme los días decidí buscarme otro embarque y así no perder el tiempo.
Lo más interesante fue el paso del Estrecho de Gibraltar, que hicimos de noche. Había que tomar las demoras desde el puente alto, pues no había otra forma, y D. Benito no se fiaba del radar que, además, lo llevábamos apagado.
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