martes, 29 de octubre de 2013

MIS RECUERDOS


Desde que empecé a escribir sobre el tema del Alzheimer, intentando recordar nombres y más nombres de compañeros que hemos recorrido juntos parte de nuestra  vida profesional, la verdad es qué tengo removido un poco el disco duro y cuanto más escarbo más temas florecen a mi memoria que me gustaría desarrollar con el beneplácito de los lectores del blog.

Por ejemplo: hacer un repaso a los años de profesión, no solamente teniendo en cuenta las navegaciones realizadas, sino el tipo de barcos y mercancías transportadas. Yo no dispongo como nuestro amigo Rogelio de material suficiente para poder dar una conferencia como él ya hizo hace algunos meses en el Ateneo, pero sí aún la suficiente memoria para escribir unos cuantos párrafos que puedan ser leídos de forma amena recordando viejos tiempos, esos que ya no volverán.

Echando una mirada a los compañeros que nos reunimos habitualmente los jueves en el club, creo que no me engaño si digo que solamente uno o dos han pisado la cubierta de un carbonero, y pienso que ya no quedan muchos marinos de aquella gloriosa época que puedan contar batallitas de la Astur Line. Lo de gloriosa es por decir algo. Yo, por suerte o por desgracia, estuve pisando la cubierta de un carbonero durante nueve años seguidos, el mismo barco, el “Norte”, ya que embarqué en el año 1952 y desembarqué en el 1961, ausentándome solamente cuatro meses para examinarme de piloto y seis meses para realizar el servicio militar.

Para mí, la palabra carbonero tiene un sabor agridulce, dulce porque el Norte fue mi primer barco y en el pasé los mejores años de mi juventud y agrio porque a nadie se le puede ocultar que navegar en un carbonero era lo último que se podía desear desde el punto de vista profesional, pero era lo que había y cada cual tenía que conformarse con su suerte.
                                                            Vapor "Norte"
Los “carboneros” españoles nos dedicábamos a suministrar primordialmente los depósitos que Renfe tenía establecidos por el territorio nacional, a los Altos Hornos y a alguna que otra térmica que funcionaba a base de carbón.  Los puertos de embarque eran  San Esteban de Pravia, Avilés  y Gijón. Los puertos de descarga (en lo que a Renfe se refiere) eran todos los puertos principales del mar Mediterráneo, algunos con más frecuencia que otros y, si mal no recuerdo, era Tarragona uno de los que más frecuentábamos. Como caso anecdótico, recuerdo que la única vez que fuimos a descargar a Cartagena, la descarga se efectuó con una cadena humana formada por estibadores, y no con grúas como era lo normal en aquella época en cualquier puerto español. Otro caso anecdótico que recuerdo es, que corría el rumor de que un cargamento completo de carbón descargado en el puerto de Tarragona, había desaparecido por completo, nadie daba razones de dónde habían ido a parar las 4000 tns de carbón. Como se puede comprobar en cualquier época y no solamente ahora, existieron gente propicia para favorecer la corrupción, aunque bien es verdad que en aquella época los asuntos de este tipo quedaban en el rumor porque los medios de comunicación se dedicaban a otros menesteres.

En los puertos asturianos antes mencionados nos reuníamos la flota de la Astur Line, como yo  la llamo. A mi memoria vienen los nombres de Cilurnun,  Ciaño, Valentín Ruiz Senén, Maruja y Aurora, los Minas, Genoveva Fierro, Ita, Abando donde estuvieron embarcados mis amigos Julio Pineda y Juanito Zaragoza. Y otros muchos que harían esta lista interminable.

El Norte tenía contrato con Renfe para hacer catorce viajes al año entre los puertos de Gijón o Avilés y los puertos del Mediterráneo, el Armador cobraba un suplemento extra de lastrada, que nos obligaba a retornar en lastre a Asturias una vez finalizada la descarga. Paradójicamente, la tripulación solamente cobraba sobordo por los viajes realizados y no por los que tenía asegurado el Armador y mucho menos en el sobordo entraba a formar parte el suplemento de lastrada, pero era lo que había. Yo solamente recuerdo haber hecho dos viajes con carga de retorno, una con mineral embarcado en el rio de Sevilla para el puerto de Avilés y otra con azufre embarcado en Huelva para el puerto de Bilbao.

Una vez arribados al puerto de carga, Avilés o Gijón, se le comunicaba a la oficina de Renfe nuestra llegada y desde ese preciso momento quedábamos en lista de  espera, dispuestos para iniciar otro nuevo cargamento, esperábamos amarrados de punta en el espigón de Gijón o amarrados en el muelle de Raíces si nuestra llegada había sido al puerto de Avilés; nunca entrabamos en San Esteban porque el calado de la ría no permitía efectuar un cargamento completo debido a que el Norte superaba en máxima carga los 24 pies.

El carbón no ofrece ninguna dificultad en cuanto a estiba se refiere y tampoco en cuanto al transporte. Su factor de estiba hace que las bodegas queden completamente abarrotadas y el peligro de corrimiento sea completamente nulo. Aunque técnicamente hablando el carbón mineral tiene cuatro denominaciones: Antracita, Hulla, Lignito y Turba, y que de las minas asturianas se extrae principalmente la hulla; nosotros a la hora de cargar los únicos nombres que empleábamos eran los de galleta y menudo. La Renfe se encargaba de planificar los embarques de acuerdo con sus necesidades y ellos decidían cuanto de menudo y cuanto de galleta se iban a embarcar, nunca se mezclaban. Nuestro cometido desde el punto de vista de la estiba, consistía solo en vigilar que el buque se mantuviera adrizado y lo más posible en aguas iguales. Esa era una atención constante ya que cada vagón de carga suponían 20 toneladas y si de noche los gruístas no andaban muy finos, enseguida empezaba a tomar escora el barco. Igualmente  teníamos que vigilar que no quedaran las bodegas empachadas para poder permitir la entrada de los estibadores.

El consumo propio del barco lo suministraba Renfe, la cantidad que proporcionaba eran aproximadamente unas 450 tons, capacidad de las carboneras y la lucha constante del Jefe de Maquinas era vigilar que no le suministraran más menudo que galleta, ya que la diferencia del poder calorífico entre uno y otro era bien patente, amén de la cantidad de ceniza que proporcionaban. Por esa razón y para curarse en salud, el Jefe de Máquinas siempre andaba con la misma cantinela cuando se tomaba el consumo :”valiente  mierda nos están metiendo, después querrán que el barco ande”, pero fuera lo que fuese, a la hora de la verdad el barco no hacía más de nueve nudos, lo normal era que la velocidad de “crucero” no sobrepasara los 8,5, la velocidad ideal para que de vez en cuando se pescara algún bonito a la altura de las Berlingas, cosa que era digna de agradecer aún a sabiendas que la ventrisca del bonito sería para el Capitán.

Y para finalizar mi relato de hoy ya que de carbón se trata, narraré lo que presencié en el puerto de Ceuta mientras hacía el servicio militar a bordo del dragaminas “Eo”.  La flotilla de dragaminas se encontraba amarrada de forma abarloada en el muelle Alfau de Ceuta. Este muelle estaba destinado para el carboneo de los buques.  Las autoridades portuarias decidieron hacer obras para poder suministrar igualmente combustible líquido, para lo cual tuvieron que levantar todo el muelle con el objeto de meter la tubería correspondiente. Todos los escombros que iban sacando, los vertían sobre las pilas de carbón que allí se encontraban para suministrar. Después llegaron barcos carboneros que abastecían dicho depósito y que descargaron el cargamento sobre los escombros, por último llegaban buques para repostar carbón y el final del cuento es fácil de  adivinar. Ellos se llevaban los escombros mezclado con el carbón, me imagino cual sería el asombro de los correspondientes Jefes de Máquinas cuando los fogoneros se quejasen de que le habían dado gato por liebre, que no era todo carbón lo que tenían en las carboneras. Hasta ese momento no se habían inventado calderas que quemasen piedras, pero sí ya se habían inventado gente sin escrúpulos. Me hubiera gustado oír decir a mi Jefe “qué mierda nos han metido”. Esa vez con razón.

Hasta la próxima que ustedes lo pasen bien. Espero que a los que estuvieron en carboneros les haya refrescado la memoria y los que tuvieron la suerte de navegar en buques mejores, por el contrario no tuvieron la suerte de disfrutar de la buena “sidrina” que se tomaba en el Musel o en San Juan de Nieva.

                                                Capitán A. de Bonis

 

jueves, 10 de octubre de 2013

EL DESTIERRO DEL ALZHEIMER Y UNA EXTRAÑA HISTORIA

Pues habrá que desterrar al Sr Alzheimer ya que, de vez en cuando, la luz de los recuerdos se enciende y aparecen nuevos nombres que se añaden la lista. Amigo Arturo, nos dejamos atrás a Manolo Camas (que también fue alumno mío) y que creo desarrolló la mayor parte de su vida profesional en Trasmediterránea. A Leopoldo Werner (Pololo) al que hace bastantes años lo vi muy estropeado y a Alvaro Gorria, al que a veces lo veo con su mujer. Le insisto para que vaya los jueves a “la comida de los Capitanes” como respetuosamente conoce el personal del Club nuestras reuniones. Su mujer me apoya y él lo promete, pero no va. Está viejecillo…
Dejamos atrás a Fernando Larios, del que su hermana me dijo hace años que era armador en Madrid ¡ ? ! A Carlos Salinas que tras una serie de años de profesor en una escuela de Náutica en Venezuela iba a volver a su patria chica, pero se presentó un flete para un viaje más largo y el Gran Armador lo envió sin preguntarle. Lo sentí bastante, pues a pesar del tiempo transcurrido, guardaba un gran recuerdo de él, que no se apagaba por mi contacto con la que rigió su destino y que también murió hace poco.
A Fernando Medina con el que llegué a tener una estrecha amistad, y que se jubiló en las oficinas de Tráfico de Trasmediterránea en Madrid. Por cierto, que por su intervención cambió el rumbo de mi vida, de mis hijos y nietos, ya que estos no existirían. Habría otros en su lugar. De estudiantes, próximos a finalizar, me dijo un día: Hay una niña de 17-18 años amiga de tu hermana, pues la he visto con ella, que es muy bonita y me gustaría conocerla. Le contesté, bueno, la conoceré y después te la presento, (entonces, ¿recuerdas? éramos así de cumplidos) La conocí por mi hermana y estuvimos saliendo varios días. Fernando que era corto en extremo, no me decía nada hasta que se atrevió y me espetó. ¡ Bueno, preséntamela! ¿Qué te la presente? No ya no, ya me gusta a mi. Y me quedé con la niña bonita, porque pasados diez años nos casamos… con todas sus consecuencias. Fue su destino también, porque poco después conoció a otra muy agraciada, que igualmente lo llevó al altar.
Y para acabar esta parte con una sonrisa, antes de entrar en las oscuridades de lo desconocido, va lo siguiente: Álvaro Gorria, en una fiesta con su familia, una distinguida señora mayor (de la que siempre nos inclinábamos besándole la mano) le preguntó:
- ¿ Y tú que haces Álvaro?
Y Álvaro, muy orgulloso de su posición, le contestó.
- Soy Agregado señora.
- Ahh!! ¡Tan joven! Y de que embajada hijo? ¿De que embajada?

En cuanto a la extraña historia: ésta no tiene ninguna conexión con nuestra pasada actividad profesional, ni siquiera con la mar, a no ser por el título del cuadro protagonista y, afinando mucho, porque en el grupo de pintores intervinientes había dos marinos: Esteban Arriaga, Capitán de Fragata y yo de la Mercante. El relato, nada truculento, cuyas connotaciones están alejadas del mundo real, es absolutamente fiel a lo que pasó. Fue analizado el tiempo que transcurrió desde su comienzo al final, minuto a minuto, hasta el más pequeño movimiento, hasta la más breve frase. Aquí, naturalmente, me limito a exponer lo que ocurrió y cómo. Tan inexplicable fue que apenas me he atrevido a relatarlo, pues el riesgo de caer como un visionario es muy probable, pese a que el que me conoce, sabe que tengo los pies bien anclados en tierra. No obstante, creo firmemente que siempre hay que dejar un resquicio en lo imposible. Una pequeña ventana abierta allá, en lo más profundo de tu mente, por donde pueda escapar la razón antes de que la lógica haga explotar tu cerebro buscándole un sentido, porque hechos inexplicables siempre han ocurrido, y este es uno de ellos. El relato puede suscribirse bajo el nombre:

EL MISTERIO DEL GARTNER

El título de la exposición era “IV Pintores marinistas”. Participarían Esteban Arriaga, Gómez Navas, Antonio Oblaré y Miguel Velasco. Año 1994. La inauguración estaba prevista para el 20 de mayo. El texto del catálogo lo redactaría el periodista, escritor y cronista de Málaga, Julián Sesmero. Su frontis iría con la foto de una pintura de algún creativo de nombre, que, naturalmente, no podía ser ninguno de los que interveníamos. Me ofrecí a buscar esa obra para que, aparte de anunciar la exposición, luciese en un caballete en la entrada de la Galería de Arte Nova, donde se celebraría el acontecimiento. Hablé de ello con Inés de Toro, viuda de Fernández-Canivell, amiga de la familia y poseedora de una magnífica colección de pintores del Diecinueve. Seleccioné una bonita pintura del puerto de Málaga, de Gartner; a mi juicio el mejor marinista que hemos tenido, superando a su profesor, Emilio Ocón, el primer catedrático de pintura marinista que hubo en España, creador de la Escuela de marinismo española y por tanto, de la Escuela Malagueña. Gartner no fue valorado en su momento como merecía, yendo la mayor parte de su obra a parar a los Estados Unidos. Hoy se encuentran en museos y particulares de la ciudad de Filadelfia. El lienzo, enmarcado, medía aproximadamente 60x80 cms. Su moldura, ancha y barroca era de la misma época. La familia Fernández-Canivell me dejó la obra sin ningún requisito, por lo que tras fotografiarla para la portada del opúsculo y envolverla con plástico de burbujas y papel adecuado, me la traje a casa, para en su momento llevarla a la galería con los cuadros que yo iba a exponer. Todos fueron trasladados sin problemas; Emilia, mi mujer, me acompañó para vigilarlos mientras se transportaban a la galería, pues ya en otra ocasión nos habían robado uno en un operación similar. La exposición fue un éxito, así como la exhibición del lienzo de Gartner.
Terminado el evento, fui el último en retirar los cuadros de la Sala de exposiciones.. Un rato antes de ir a recogerlos, se presentó en mi casa Joaquín Bermúdez, amigo de toda la vida y compañero de correrías juveniles. Se vino conmigo a la galería ocupando el asiento de copiloto; el R-6 que tenía, estrenándolo, lo había transformado en furgoneta preparando los asientos traseros, por lo que así se colocarían los cuadros por la puerta abatible de atrás. Todas mis obras estaban ordenadas en la galería para su traslado, sin embalar, excepto el Gartner que se había preparado como lo llevé. Fueron transportándose; eran 8 ó 10, y se depositaban en la acera apoyados en la pared de un edificio, Yo las iba estibando en la furgoneta, mientras Joaquín permanecía de pie viendo el trajín.
Terminada la carga volvimos a casa. Eran pocos cuadros de manera que todos eran identificables. El Gatner no estaba. ¿Cómo era posible? En la acera no había quedado nada. Llamé a la galería pensando que lo único que podía haber ocurrido es que inexplicablemente se hubiera quedado allí. Tenía una laguna mental extraña, pues no recordaba haberlo visto al trasladarlo, aunque tenía la seguridad de que todos me los había traído a casa Allí no estaba. Tras descargarlos; mientras yo ordenaba los cuadros en la casa y llamaba a la galería, Joaquín se había quedado dentro del coche. Inspeccioné este detenidamente y no quedaba nada. Estaba verdaderamente asustado, no por la anómala desaparición, sino porque no tenía el cuadro y no sabía cómo lo iba a comunicar a la propietaria. Joaquín me dijo que se había entretenido en ver el R-6 hasta el último rincón mientras yo estaba en la casa, porque no conocía el modelo. Decidí llamar a Juan Ramón (hijo de Inés) para decirle lo que pasaba y, naturalmente, ofrecerme para la compensación. Quedó muy preocupado, primordialmente por cómo podría reaccionar su madre. Le dije que iba a ir a la policía para denunciar la inexplicable desaparición, aunque suponía que le iban a encontrar una explicación (que nosotros habíamos barajado) Que en un momento de distracción nuestra, cualquier persona al pasar por la acera se lo habría llevado, u otra, pues se podría encontrar, suponía, varias probables. Lo que no se podía admitir es que se había esfumado. Ni que alguien se lo llevase de la acera, pues en el corto tiempo que tardamos en cargarlos, no pasó nadie.
En la casa estábamos todos consternados: mi mujer, era, y es gran amiga de Inés. Mi hija, nerviosa no cesaba de mirar los cuadros comprobando insistentemente que ninguno era el Gartner. Joaquín ya se había marchado.
Decidí ir sin más demora a la policía. Entré en el coche y di marcha atrás con precaución porque la calle donde vivo -Abarbanel- es muy estrecha y hay que ir mirando por los retrovisores y ventanas, hasta salir a calle Amador de los Ríos para doblar e ir hacia abajo. 30 ó 40 metros antes de llegar a la calle J.S.Elcano vi que bajaba Lucía, mi nuera. Paré y por la ventanilla de mi derecha le pregunté a donde iba. Al centro, me contestó. Sube, voy para allá, e inclinándome a mi derecha alargué el brazo para abrirle la puerta, volviendo a mi posición para poner la primera. En ese momento me dice: oye, ¿no puedes poner esto atrás? que no puedo sentarme. Miré. Se me erizaron los cabellos y un extraño helor recorrió mi espalda. Allí, en vertical, apoyado en el respaldo, envuelto, estaba el cuadro ocupando medio asiento. Apenas sin voz, diciendo,¡ no,! ¡no ¡, no voy al centro, Quédate. No recuerdo si le dije algo más. Respiraba profundamente tratando de tranquilizarme. El corazón parecía que se me iba a salir por la boca.
Di la vuelta, y tras llegar a la entrada de la casa, -casa mata- salí del coche llamando a gritos a mi mujer que vino corriendo seguida por mi hija. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? asustada al oírme y ver mi expresión Mira, le dije apenas sin voz, con un nudo en la garganta. Mira repetí señalando el asiento. Ella dio un grito y Emilita rompió a llorar.
 
Vicente Gómez Navas Capitán MM Panamá

sábado, 5 de octubre de 2013

RECORDANDO PARA PREVENIR EL ALZHEIMER (2ª PARTE)

Gracias -amigo Vicente- por haber insertado tu artículo en el blog, lo cual me permite poder continuar con mi recordatorio de acuerdo con lo prometido, caso de que no hubiese voces contrarias. Además tu escrito ha servido para refrescar un poco mi memoria, ya que has engrosado la lista con nombres que yo tenía perdidos, aunque no por éso, las personas olvidadas.  Incluso, ahora que los recuerdo, añado algunos nombres más de algunos que hace tiempo que se fueron para siempre, como Pepe Ramírez y Manolo Maestre que no llegaron a terminar siquiera los estudios, pero que en aquella época formábamos un buen grupo de amigos; tampoco olvido a Rafael Moreno, Luis Torres y Miguel Parodi; éste último perteneció durante un corto espacio de tiempo a la Compañía donde yo trabajé durante veintiséis años, pero no tuvimos la ocasión de coincidir en ningún buque y actualmente sé que vive en Mallorca. Otros que no olvido son los hermanos Cañizares, precisamente de Octavio, el más joven, que terminó su vida profesional como práctico de puerto en Águilas, recibía de vez en cuando noticias a través del teléfono cuando venía a Málaga para pasar revisión médica o para visitar a su familia.
Sabía que habías pintado el cuadro con la foto que obtuviste durante nuestro viaje a Almería y que yo inserté en mi artículo anterior, pero no sabía que aún lo conservabas; mucho menos después de que tú valoraras muy negativamente el resultado de tu intento de plasmar pictóricamente aquel momento histórico que tuvieron Colón y los hermanos Pinzones a bordo de la "Santa María". La visión del cuadro ha traído a mi memoria el recuerdo de aquel viaje que efectuamos al puerto de Almería, donde se encontraban las tres carabelas, porque tú deseabas hacer fotografías que te sirvieran de boceto para poder pintar algunos cuadros que, si mal no recuerdo, pensabas presentar en Sevilla con motivo del V Centenario. El caso es que pensaste en nosotros, los que figuramos en la foto, para que hiciéramos de modelo de lo que tú tenías rondando en tu cabeza. Ahora no recuerdo si antes de salir de Málaga ya acordamos quien haría de Colón y quienes de los hermanos Pinzones, pero a toro pasado y viendo el resultado del cuadro se ve claramente que no era necesario hacer un "casting" para darle el papel de Colón a nuestro amigo Julio Pineda.
De cualquier forma, este cuadro tiene su pequeña historia. Cuando dijimos adiós a los barcos, los tres modelos figurantes nos pusimos de acuerdo para inscribirnos como alumnos en unos cursos monográficos de carpintería que se impartían en la Escuela de Artes y Oficios; nos gustaba la carpintería y pensábamos que era una forma como otra cualquiera de adaptarnos a nuestra nueva vida. La verdad es que durante los tres añitos que asistimos aprendimos bastante del arte de la ebanistería y la carpintería de bricolaje no tenía secretos para nosotros. Este hobby y nuestra permanencia a la Junta de desguace hicieron que intimáramos mucho más con quien ya era nuestro amigo: Vicente Gómez Navas, llegamos incluso a hacerle un trabajo bastante delicado de carpintería para su casa. Puede ser que ésto fuera lo que le llevó a pensar en nosotros para poder inmortalizarnos en un lienzo como pago de nuestro trabajo.
El caso es que una mañana nos metimos en el flamante coche recién estrenado de Vicente y nos fuimos los cuatro rumbo a Almería en busca de las Carabelas; allí estaban atracadas al muelle esperándonos. Pero como era ya tarde cuando llegamos, pospusimos nuestra visita para el día siguiente y decidimos continuar viaje hasta el pueblo veraniego de Mojácar, donde residía la hija de Julio Pineda, con la intención de pasar la noche; aún maldigo a quien se le ocurrió tan magnífica idea (seguro que a Colón, pues de su hija se trataba). Aquella fatídica noche se debería estar celebrando en Mojácar la noche del mosquito cojonero (supongo que se le podrá llamar así), nos pasamos toda la santa noche y parte de la madrugada pegándonos guantazos para evitar los ataques de los malditos mosquitos; de dormir nada, ni en Huelva tierra de mosquitos por antonomasia las he pasado tan canutas.
Por fin llegamos a Almería salvos pero llenos de picaduras; se hicieron las gestiones pertinentes para visitar las Carabelas y poder tomar las fotos en el interior, con el resultado que habéis ya comprobado en mi escrito anterior. Se hicieron muchas tomas, pero fue ésa precisamente la que eligió Vicente para inmortalizarnos pero, a pesar de su buena voluntad, él mismo reconoce que no hemos pasado del purgatorio ya que veintiún años pasados y olvidados en el desván de su taller lo demuestran.
Como anécdota de aquella secuencia fotográfica recuerdo y puedo decir que Julio además de tener un fuerte parecido con Colón, parecía que lo llevaba dentro; si el genovés no hubiera descubierto el Nuevo Mundo, lo hubiese descubierto él. Valiente cabreo cogió conmigo porque en un momento determinado me senté en el lugar destinado para Colón; supuse que después de la noche luchando contra los mosquitos aún estaba mosqueado. Como colofón de nuestro viaje, asistimos a bordo de un remolcador a la salida de las Carabelas del puerto de Almería; el remolcador era el que facilitaba la maniobra de desatraque de las carabelas y Julio Pineda, que estaba viviendo la maniobra sin acordarse de que ya hacía tiempo que era un pensionista retirado, intentó enmendarle la plana al Capitán del remolcador. La maniobra finalizó sin más incidentes que anotar en el Cuaderno de bitácora y nosotros volvimos a Málaga sin más novedades dignas de contar.
Tú, amigo Vicente, desde luego no tienes Alzheimer, de lo contrario cómo sería posible acordarse de todo éso que cuentas que ocurrió en 1535, cuando salió tantísimo barco para Túnez. Yo ni siquiera me acuerdo del último barco que navegué, sólo hace 25 años y tengo mis dudas si fue el "Sierra Cazorla" o el "Sierra Grana"; lo malo es que con tanto cambio de domicilio no sé dónde se habrá metido mi Historial, hace tiempo que lo busco y no lo encuentro. Bromas a un lado, no estoy preocupado por este fallo, porque -por el contrario- me acuerdo de los nombres de los 36 tripulantes que estaban enrolados en el vapor "Norte" cuando yo embarqué en el año 1952 y mi memoria es fotográfica porque los recuerdo como si fuese ayer mismo cuando los vi por última vez. He consultado esta anomalía y parece ser que es normal que esto ocurra con lo cual pienso que el Sr. Alzheimer se resiste a cruzarse por el momento en mi camino.
Buque frigorífico "Sierra Cazorla"
Haciendo ejercicios de memoria, recuerdo que un día un "pajarito administrativo de la empresa" me comunicó que un malagueño había embarcado como oficial en uno de los barcos de la misma. Hasta ese momento yo era el único "boquerón" que pertenecía a Marítima del Norte y la verdad es que me alegré muchísimo con la noticia. Pero tuvo que transcurrir bastante tiempo hasta que llegamos a coincidir en el puerto de Santander y conocernos personalmente. No éramos conocidos de Málaga ya que la diferencia de edad es de diez años y cuando él empezaba yo ya tenía bastantes millas recorridas. Tampoco hemos navegado juntos a pesar de haber pertenecido muchos años a la misma Compañía debido a la circunstancia de que los dos éramos Capitanes; lo más próximo que hemos llegado a estar (si mal no recuerdo) fue un relevo en uno de los buques frigoríficos. Él fue lo que se puede llamar un Capitán polivalente y llegó a mandar todos los tipos de buques que tuvo la Empresa y lo mío -preferentemente- fueron los frigoríficos, donde se solía gambetear con frecuencia. Pero siempre me he sentido muy orgulloso de que mi querido amigo "boquerón" llegara a ser el Capitán más preciado de la Compañía y finalizara su vida profesional al mando del buque insignia: el  "Laieta".
Antes de que se me olvide su nombre y los lectores se queden sin saber de quien estoy escribiendo, les diré que se trata de nuestro querido amigo y compañero del Círculo Marítimo-Junta de Desguace, Carlos Navarrete Trigueros, boquerón por lo cuatro costados.
Ahora espero que no hagas uso de tu poder como capitán del blog para cambiar mi humilde pensamiento sobre tu persona.
Yo doy por terminado mi relato sabiendo perfectamente que quedan muchísimos nombres por citar, porque 37 años de mar son muchos años y dan tiempo y lugar para conocer a muchísimas personas y la mar es un lugar idóneo, por las circunstancias, para establecer fuertes lazos de amistad que perduran toda la vida, a pesar de que una vez finalizada la vida profesional los amigos se separan para siempre jamás.
En Málaga a 4 de Octubre de 2013
Capitán Arturo de Bonis