Desde
que empecé a escribir sobre el tema del Alzheimer, intentando recordar nombres
y más nombres de compañeros que hemos recorrido juntos parte de nuestra vida profesional, la verdad es qué tengo
removido un poco el disco duro y cuanto más escarbo más temas florecen a mi
memoria que me gustaría desarrollar con el beneplácito de los lectores del
blog.
Por
ejemplo: hacer un repaso a los años de profesión, no solamente teniendo en
cuenta las navegaciones realizadas, sino el tipo de barcos y mercancías
transportadas. Yo no dispongo como nuestro amigo Rogelio de material suficiente
para poder dar una conferencia como él ya hizo hace algunos meses en el Ateneo,
pero sí aún la suficiente memoria para escribir unos cuantos párrafos que
puedan ser leídos de forma amena recordando viejos tiempos, esos que ya no
volverán.
Echando
una mirada a los compañeros que nos reunimos habitualmente los jueves en el
club, creo que no me engaño si digo que solamente uno o dos han pisado la
cubierta de un carbonero, y pienso que ya no quedan muchos marinos de aquella
gloriosa época que puedan contar batallitas de la Astur Line. Lo de gloriosa es
por decir algo. Yo, por suerte o por desgracia, estuve pisando la cubierta de
un carbonero durante nueve años seguidos, el mismo barco, el “Norte”, ya que
embarqué en el año 1952 y desembarqué en el 1961, ausentándome solamente cuatro
meses para examinarme de piloto y seis meses para realizar el servicio militar.
Para
mí, la palabra carbonero tiene un sabor agridulce, dulce porque el Norte fue mi
primer barco y en el pasé los mejores años de mi juventud y agrio porque a
nadie se le puede ocultar que navegar en un carbonero era lo último que se
podía desear desde el punto de vista profesional, pero era lo que había y cada
cual tenía que conformarse con su suerte.
Los
“carboneros” españoles nos dedicábamos a suministrar primordialmente los
depósitos que Renfe tenía establecidos por el territorio nacional, a los Altos
Hornos y a alguna que otra térmica que funcionaba a base de carbón. Los puertos de embarque eran San Esteban de Pravia, Avilés y Gijón. Los puertos de descarga (en lo que a
Renfe se refiere) eran todos los puertos principales del mar Mediterráneo, algunos
con más frecuencia que otros y, si mal no recuerdo, era Tarragona uno de los
que más frecuentábamos. Como caso anecdótico, recuerdo que la única vez que
fuimos a descargar a Cartagena, la descarga se efectuó con una cadena humana
formada por estibadores, y no con grúas como era lo normal en aquella época en
cualquier puerto español. Otro caso anecdótico que recuerdo es, que corría el
rumor de que un cargamento completo de carbón descargado en el puerto de
Tarragona, había desaparecido por completo, nadie daba razones de dónde habían
ido a parar las 4000 tns de carbón. Como se puede comprobar en cualquier época
y no solamente ahora, existieron gente propicia para favorecer la corrupción,
aunque bien es verdad que en aquella época los asuntos de este tipo quedaban en
el rumor porque los medios de comunicación se dedicaban a otros menesteres.
En
los puertos asturianos antes mencionados nos reuníamos la flota de la Astur
Line, como yo la llamo. A mi memoria
vienen los nombres de Cilurnun, Ciaño,
Valentín Ruiz Senén, Maruja y Aurora, los Minas, Genoveva Fierro, Ita, Abando
donde estuvieron embarcados mis amigos Julio Pineda y Juanito Zaragoza. Y otros
muchos que harían esta lista interminable.
El
Norte tenía contrato con Renfe para hacer catorce viajes al año entre los
puertos de Gijón o Avilés y los puertos del Mediterráneo, el Armador cobraba un
suplemento extra de lastrada, que nos obligaba a retornar en lastre a Asturias
una vez finalizada la descarga. Paradójicamente, la tripulación solamente
cobraba sobordo por los viajes realizados y no por los que tenía asegurado el
Armador y mucho menos en el sobordo entraba a formar parte el suplemento de
lastrada, pero era lo que había. Yo solamente recuerdo haber hecho dos viajes
con carga de retorno, una con mineral embarcado en el rio de Sevilla para el
puerto de Avilés y otra con azufre embarcado en Huelva para el puerto de
Bilbao.
Una
vez arribados al puerto de carga, Avilés o Gijón, se le comunicaba a la oficina
de Renfe nuestra llegada y desde ese preciso momento quedábamos en lista de espera, dispuestos para iniciar otro nuevo
cargamento, esperábamos amarrados de punta en el espigón de Gijón o amarrados
en el muelle de Raíces si nuestra llegada había sido al puerto de Avilés; nunca
entrabamos en San Esteban porque el calado de la ría no permitía efectuar un
cargamento completo debido a que el Norte superaba en máxima carga los 24 pies.
El
carbón no ofrece ninguna dificultad en cuanto a estiba se refiere y tampoco en
cuanto al transporte. Su factor de estiba hace que las bodegas queden
completamente abarrotadas y el peligro de corrimiento sea completamente nulo.
Aunque técnicamente hablando el carbón mineral tiene cuatro denominaciones:
Antracita, Hulla, Lignito y Turba, y que de las minas asturianas se extrae
principalmente la hulla; nosotros a la hora de cargar los únicos nombres que
empleábamos eran los de galleta y menudo. La Renfe se encargaba de planificar
los embarques de acuerdo con sus necesidades y ellos decidían cuanto de menudo
y cuanto de galleta se iban a embarcar, nunca se mezclaban. Nuestro cometido
desde el punto de vista de la estiba, consistía solo en vigilar que el buque se
mantuviera adrizado y lo más posible en aguas iguales. Esa era una atención
constante ya que cada vagón de carga suponían 20 toneladas y si de noche los
gruístas no andaban muy finos, enseguida empezaba a tomar escora el barco.
Igualmente teníamos que vigilar que no
quedaran las bodegas empachadas para poder permitir la entrada de los
estibadores.
El
consumo propio del barco lo suministraba Renfe, la cantidad que proporcionaba
eran aproximadamente unas 450 tons, capacidad de las carboneras y la lucha
constante del Jefe de Maquinas era vigilar que no le suministraran más menudo
que galleta, ya que la diferencia del poder calorífico entre uno y otro era
bien patente, amén de la cantidad de ceniza que proporcionaban. Por esa razón y
para curarse en salud, el Jefe de Máquinas siempre andaba con la misma cantinela
cuando se tomaba el consumo :”valiente
mierda nos están metiendo, después querrán que el barco ande”, pero
fuera lo que fuese, a la hora de la verdad el barco no hacía más de nueve
nudos, lo normal era que la velocidad de “crucero” no sobrepasara los 8,5, la
velocidad ideal para que de vez en cuando se pescara algún bonito a la altura
de las Berlingas, cosa que era digna de agradecer aún a sabiendas que la
ventrisca del bonito sería para el Capitán.
Y
para finalizar mi relato de hoy ya que de carbón se trata, narraré lo que
presencié en el puerto de Ceuta mientras hacía el servicio militar a bordo del
dragaminas “Eo”. La flotilla de dragaminas
se encontraba amarrada de forma abarloada en el muelle Alfau de Ceuta. Este
muelle estaba destinado para el carboneo de los buques. Las autoridades portuarias decidieron hacer
obras para poder suministrar igualmente combustible líquido, para lo cual tuvieron
que levantar todo el muelle con el objeto de meter la tubería correspondiente.
Todos los escombros que iban sacando, los vertían sobre las pilas de carbón que
allí se encontraban para suministrar. Después llegaron barcos carboneros que
abastecían dicho depósito y que descargaron el cargamento sobre los escombros,
por último llegaban buques para repostar carbón y el final del cuento es fácil
de adivinar. Ellos se llevaban los
escombros mezclado con el carbón, me imagino cual sería el asombro de los
correspondientes Jefes de Máquinas cuando los fogoneros se quejasen de que le
habían dado gato por liebre, que no era todo carbón lo que tenían en las
carboneras. Hasta ese momento no se habían inventado calderas que quemasen
piedras, pero sí ya se habían inventado gente sin escrúpulos. Me hubiera
gustado oír decir a mi Jefe “qué mierda nos han metido”. Esa vez con razón.
Hasta la próxima que
ustedes lo pasen bien. Espero que a los que estuvieron en carboneros les haya
refrescado la memoria y los que tuvieron la suerte de navegar en buques
mejores, por el contrario no tuvieron la suerte de disfrutar de la buena “sidrina”
que se tomaba en el Musel o en San Juan de Nieva.
Capitán A. de Bonis