jueves, 10 de octubre de 2013

EL DESTIERRO DEL ALZHEIMER Y UNA EXTRAÑA HISTORIA

Pues habrá que desterrar al Sr Alzheimer ya que, de vez en cuando, la luz de los recuerdos se enciende y aparecen nuevos nombres que se añaden la lista. Amigo Arturo, nos dejamos atrás a Manolo Camas (que también fue alumno mío) y que creo desarrolló la mayor parte de su vida profesional en Trasmediterránea. A Leopoldo Werner (Pololo) al que hace bastantes años lo vi muy estropeado y a Alvaro Gorria, al que a veces lo veo con su mujer. Le insisto para que vaya los jueves a “la comida de los Capitanes” como respetuosamente conoce el personal del Club nuestras reuniones. Su mujer me apoya y él lo promete, pero no va. Está viejecillo…
Dejamos atrás a Fernando Larios, del que su hermana me dijo hace años que era armador en Madrid ¡ ? ! A Carlos Salinas que tras una serie de años de profesor en una escuela de Náutica en Venezuela iba a volver a su patria chica, pero se presentó un flete para un viaje más largo y el Gran Armador lo envió sin preguntarle. Lo sentí bastante, pues a pesar del tiempo transcurrido, guardaba un gran recuerdo de él, que no se apagaba por mi contacto con la que rigió su destino y que también murió hace poco.
A Fernando Medina con el que llegué a tener una estrecha amistad, y que se jubiló en las oficinas de Tráfico de Trasmediterránea en Madrid. Por cierto, que por su intervención cambió el rumbo de mi vida, de mis hijos y nietos, ya que estos no existirían. Habría otros en su lugar. De estudiantes, próximos a finalizar, me dijo un día: Hay una niña de 17-18 años amiga de tu hermana, pues la he visto con ella, que es muy bonita y me gustaría conocerla. Le contesté, bueno, la conoceré y después te la presento, (entonces, ¿recuerdas? éramos así de cumplidos) La conocí por mi hermana y estuvimos saliendo varios días. Fernando que era corto en extremo, no me decía nada hasta que se atrevió y me espetó. ¡ Bueno, preséntamela! ¿Qué te la presente? No ya no, ya me gusta a mi. Y me quedé con la niña bonita, porque pasados diez años nos casamos… con todas sus consecuencias. Fue su destino también, porque poco después conoció a otra muy agraciada, que igualmente lo llevó al altar.
Y para acabar esta parte con una sonrisa, antes de entrar en las oscuridades de lo desconocido, va lo siguiente: Álvaro Gorria, en una fiesta con su familia, una distinguida señora mayor (de la que siempre nos inclinábamos besándole la mano) le preguntó:
- ¿ Y tú que haces Álvaro?
Y Álvaro, muy orgulloso de su posición, le contestó.
- Soy Agregado señora.
- Ahh!! ¡Tan joven! Y de que embajada hijo? ¿De que embajada?

En cuanto a la extraña historia: ésta no tiene ninguna conexión con nuestra pasada actividad profesional, ni siquiera con la mar, a no ser por el título del cuadro protagonista y, afinando mucho, porque en el grupo de pintores intervinientes había dos marinos: Esteban Arriaga, Capitán de Fragata y yo de la Mercante. El relato, nada truculento, cuyas connotaciones están alejadas del mundo real, es absolutamente fiel a lo que pasó. Fue analizado el tiempo que transcurrió desde su comienzo al final, minuto a minuto, hasta el más pequeño movimiento, hasta la más breve frase. Aquí, naturalmente, me limito a exponer lo que ocurrió y cómo. Tan inexplicable fue que apenas me he atrevido a relatarlo, pues el riesgo de caer como un visionario es muy probable, pese a que el que me conoce, sabe que tengo los pies bien anclados en tierra. No obstante, creo firmemente que siempre hay que dejar un resquicio en lo imposible. Una pequeña ventana abierta allá, en lo más profundo de tu mente, por donde pueda escapar la razón antes de que la lógica haga explotar tu cerebro buscándole un sentido, porque hechos inexplicables siempre han ocurrido, y este es uno de ellos. El relato puede suscribirse bajo el nombre:

EL MISTERIO DEL GARTNER

El título de la exposición era “IV Pintores marinistas”. Participarían Esteban Arriaga, Gómez Navas, Antonio Oblaré y Miguel Velasco. Año 1994. La inauguración estaba prevista para el 20 de mayo. El texto del catálogo lo redactaría el periodista, escritor y cronista de Málaga, Julián Sesmero. Su frontis iría con la foto de una pintura de algún creativo de nombre, que, naturalmente, no podía ser ninguno de los que interveníamos. Me ofrecí a buscar esa obra para que, aparte de anunciar la exposición, luciese en un caballete en la entrada de la Galería de Arte Nova, donde se celebraría el acontecimiento. Hablé de ello con Inés de Toro, viuda de Fernández-Canivell, amiga de la familia y poseedora de una magnífica colección de pintores del Diecinueve. Seleccioné una bonita pintura del puerto de Málaga, de Gartner; a mi juicio el mejor marinista que hemos tenido, superando a su profesor, Emilio Ocón, el primer catedrático de pintura marinista que hubo en España, creador de la Escuela de marinismo española y por tanto, de la Escuela Malagueña. Gartner no fue valorado en su momento como merecía, yendo la mayor parte de su obra a parar a los Estados Unidos. Hoy se encuentran en museos y particulares de la ciudad de Filadelfia. El lienzo, enmarcado, medía aproximadamente 60x80 cms. Su moldura, ancha y barroca era de la misma época. La familia Fernández-Canivell me dejó la obra sin ningún requisito, por lo que tras fotografiarla para la portada del opúsculo y envolverla con plástico de burbujas y papel adecuado, me la traje a casa, para en su momento llevarla a la galería con los cuadros que yo iba a exponer. Todos fueron trasladados sin problemas; Emilia, mi mujer, me acompañó para vigilarlos mientras se transportaban a la galería, pues ya en otra ocasión nos habían robado uno en un operación similar. La exposición fue un éxito, así como la exhibición del lienzo de Gartner.
Terminado el evento, fui el último en retirar los cuadros de la Sala de exposiciones.. Un rato antes de ir a recogerlos, se presentó en mi casa Joaquín Bermúdez, amigo de toda la vida y compañero de correrías juveniles. Se vino conmigo a la galería ocupando el asiento de copiloto; el R-6 que tenía, estrenándolo, lo había transformado en furgoneta preparando los asientos traseros, por lo que así se colocarían los cuadros por la puerta abatible de atrás. Todas mis obras estaban ordenadas en la galería para su traslado, sin embalar, excepto el Gartner que se había preparado como lo llevé. Fueron transportándose; eran 8 ó 10, y se depositaban en la acera apoyados en la pared de un edificio, Yo las iba estibando en la furgoneta, mientras Joaquín permanecía de pie viendo el trajín.
Terminada la carga volvimos a casa. Eran pocos cuadros de manera que todos eran identificables. El Gatner no estaba. ¿Cómo era posible? En la acera no había quedado nada. Llamé a la galería pensando que lo único que podía haber ocurrido es que inexplicablemente se hubiera quedado allí. Tenía una laguna mental extraña, pues no recordaba haberlo visto al trasladarlo, aunque tenía la seguridad de que todos me los había traído a casa Allí no estaba. Tras descargarlos; mientras yo ordenaba los cuadros en la casa y llamaba a la galería, Joaquín se había quedado dentro del coche. Inspeccioné este detenidamente y no quedaba nada. Estaba verdaderamente asustado, no por la anómala desaparición, sino porque no tenía el cuadro y no sabía cómo lo iba a comunicar a la propietaria. Joaquín me dijo que se había entretenido en ver el R-6 hasta el último rincón mientras yo estaba en la casa, porque no conocía el modelo. Decidí llamar a Juan Ramón (hijo de Inés) para decirle lo que pasaba y, naturalmente, ofrecerme para la compensación. Quedó muy preocupado, primordialmente por cómo podría reaccionar su madre. Le dije que iba a ir a la policía para denunciar la inexplicable desaparición, aunque suponía que le iban a encontrar una explicación (que nosotros habíamos barajado) Que en un momento de distracción nuestra, cualquier persona al pasar por la acera se lo habría llevado, u otra, pues se podría encontrar, suponía, varias probables. Lo que no se podía admitir es que se había esfumado. Ni que alguien se lo llevase de la acera, pues en el corto tiempo que tardamos en cargarlos, no pasó nadie.
En la casa estábamos todos consternados: mi mujer, era, y es gran amiga de Inés. Mi hija, nerviosa no cesaba de mirar los cuadros comprobando insistentemente que ninguno era el Gartner. Joaquín ya se había marchado.
Decidí ir sin más demora a la policía. Entré en el coche y di marcha atrás con precaución porque la calle donde vivo -Abarbanel- es muy estrecha y hay que ir mirando por los retrovisores y ventanas, hasta salir a calle Amador de los Ríos para doblar e ir hacia abajo. 30 ó 40 metros antes de llegar a la calle J.S.Elcano vi que bajaba Lucía, mi nuera. Paré y por la ventanilla de mi derecha le pregunté a donde iba. Al centro, me contestó. Sube, voy para allá, e inclinándome a mi derecha alargué el brazo para abrirle la puerta, volviendo a mi posición para poner la primera. En ese momento me dice: oye, ¿no puedes poner esto atrás? que no puedo sentarme. Miré. Se me erizaron los cabellos y un extraño helor recorrió mi espalda. Allí, en vertical, apoyado en el respaldo, envuelto, estaba el cuadro ocupando medio asiento. Apenas sin voz, diciendo,¡ no,! ¡no ¡, no voy al centro, Quédate. No recuerdo si le dije algo más. Respiraba profundamente tratando de tranquilizarme. El corazón parecía que se me iba a salir por la boca.
Di la vuelta, y tras llegar a la entrada de la casa, -casa mata- salí del coche llamando a gritos a mi mujer que vino corriendo seguida por mi hija. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? asustada al oírme y ver mi expresión Mira, le dije apenas sin voz, con un nudo en la garganta. Mira repetí señalando el asiento. Ella dio un grito y Emilita rompió a llorar.
 
Vicente Gómez Navas Capitán MM Panamá

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