En Febrero de 1959, recién cumplidos los veinte años, obtuve
mi flamante Certificado de ALUMNO DE NÁUTICA. Todos sabemos la alegría y la
sensación de libertad, que al menos en aquellos años se experimentaba. Éramos
conscientes de que nuestra carrera se diferenciaba mucho de casi todas las
otras, en las que al terminar apenas pasaba nada. A nosotros se nos abría el
mundo, y para mi desde luego fue así.
Había llegado a Cádiz cuatro años antes procedente de
Madrid, en donde había vivido desde los dos años. Y tengo que confesar para que
se comprenda todo, aunque con cierto rubor, que a pesar de haber nacido en
Algeciras, y a pesar de ir a Cádiz a estudiar para Capitán de la Marina
Mercante…..fue a los dieciséis años de edad la primera vez que vi el mar, fue desde
la Alameda de Apodaca, cerca de la residencia de estudiantes donde vivía.
Naturalmente no dije a nadie ni pio. Miré al mar como aquel que era lo único
que había visto en su vida, casi con desprecio.
Al matricularme de primer curso, el impreso de matrícula
tenía estampado de manera muy visible un
sello que decía algo muy parecido a esto: “ Se advierte a los alumnos y a sus padres o
tutores de la extrema dificultad de
encontrar buques para efectuar las practicas etc...” , naturalmente no
se hacía ni caso. Si querías hacer la carrera no estaban las cosas para
remilgos.
El tiempo empleado en la carrera fue ameno, aunque con
estrecheces. Estudiábamos el grupillo de amigos con bastante entusiasmo (mucho
más que ahora), comentábamos los temas y los exámenes (ahora más bien poco), sobre
todo las asignaturas náuticas, incluso nos preguntábamos retándonos a contestar, lo que nos inducia al
estudio. Hoy seriamos considerados unos bichos raros aunque es cierto que no teníamos ni móviles ni
ordenadores, ni un duro. Visitábamos algunos barcos (Virginia de Churuca,
Satrústegui, Begoña, Monserrat etc.) que nos parecían míticos e inalcanzables.
Pero lo cierto es que yo al menos (y creo que
ninguno), había navegado ni navegué ni un centímetro antes de empezar las prácticas.
No tenía ni idea de si me marearía o no. Y lo cierto es que no me preocupaba, o
por lo menos no recuerdo que me inquietara lo más mínimo, igualito que ahora.
Afortunadamente en el 59 y años posteriores no costaba
excesivo trabajo encontrar buques.
Tenía un amigo que trabajaba en las oficinas de la
Empresa Nacional Elcano en Madrid que me había prometido buscarme embarque y se
portó fenomenal, pues a primeros de abril recibí un telegrama de la Empresa
comunicándome que debía presentarme en Barcelona para embarcar de Alumno de
Náutica en el “Estrella Polar”.
Desde la obtención del Certificado hasta ese momento
mi estado de nervios había ido en aumento, pero en aquel momento me entró un
mariposeo en el estómago que no volví a sentir hasta que mi novia, que
actualmente es mi mujer me dio el sí, aunque ni ustedes ni ella se lo crean.
Preparé mi exiguo equipaje y me dispuse al viaje en
tren a Barcelona vía Madrid. El recorrido a Madrid lo había hecho los veranos
para ver a mi familia, y realmente era lo único que había viajado en mi vida,
que para la época no era raro, e incluso no era poco. Así que pensar lo que me
esperaba me hacía sentirme importante mientras miraba las caras cansadas de mis
compañeros de viaje al llegar a Madrid. Casi hasta tenía cierta piedad de ellos.
Ahora pienso que, o eran naturales mis sentimientos, o mis veinte años de edad
de entonces no daban para más.
La cuestión es que, después de toda la noche en el
tren, nada más llegar, a las diez de la mañana del seis de abril me dirigí a la
C/ Miguel Ángel, nº 9 que era la sede social de la ENE (Empresa Nacional
Elcano). Mi amigo me llevó a la sección de Personal de Flota, en donde un señor
mayor, elegantemente vestido que parecía ser el Jefe, me dio la dirección de los
consignatarios en Barcelona y me dijo que en verano me mandarían a petroleros –
“para ganar más y para hacer los días de
mar antes” – me aclaró – yo asentí y
le di las gracias. Me deseó suerte y al despedirme me dijo sonriendo –“
ah!! Y ahora vais a Benidorm a rodar una película”. No supe que decir y
le sonreí con un gesto de despedida desde la puerta.
Por la noche tomé el tren a Barcelona llegando por la
mañana del día 7. Era mi primera ciudad que visitaba después de Madrid y Cádiz.
Pero como en Madrid había vivido en el centro y asistido al colegio e
institutos en el centro, es decir, me lo había pateado bien…….Barcelona no me
impresionó lo más mínimo. Fui al consignatario y me dijo que el barco llegaba
el día 11, me envió a un Hostal a pensión completa (que por cierto estaba muy
bien), y lo más sorprendente y agradable para mí: – “Preséntate en esta dirección al
sastre para que te vaya haciendo un uniforme de verano, y otro de invierno. En
el barco te darán los equipos de faena” –, me dijo con toda
naturalidad, sin ni siquiera mirarme a los ojos.
También me explicó, Barcelona era la base, que
atracaban siempre “casi en plena ciudad”, cerca de Las Ramblas y de la Santa
María.
Llegado el día 11 de abril me dirigí al sitio indicado
y allí estaba mi primer embarque con sus 30 metros de eslora y sus 8 metros de
manga.
Me armé de valor y me aproximé a la escala con paso
decidido. Recuerdo que cuando estuve cerca, y al ver a un pequeño grupo en
cubierta, empecé a hacer aspavientos con la mano libre de la pequeña maleta que
portaba con el fin de no tener que dar explicaciones antes de subir a bordo. En
efecto, una voz me preguntó – ¿Eres el nuevo? – Como respuesta me
presenté en cubierta en un santiamén.
Enseguida estuve rodeado por seis alumnos y se
sucedieron las preguntas y respuestas de rigor. Me llevaron a una camareta
situada en proa, cerca del trinquete y que era nuestro camarote-comedor. Se
entraba por una única puerta situada a babor. A ambas bandas cuatro literas y
la mesa en el centro con bancos fijos, servían para alojar a ocho alumnos de
náutica. En aquel momento estábamos siete, me dijeron que el que faltaba era de
Barcelona y se había ido a su casa nada más atracar.
Me pareció extraordinario lo fácil que había sido el
recibimiento y la conexión con mis compañeros, pues la noche anterior apenas
había pegado ojo pensando en el panorama. Me empecé a sentir relajado y
contento mientras me explicaban y ponían al día.
Me llamó la atención todos los acentos del mapa
español que escuchaba, pues cada uno era de una región, cosa que después,
pasados los meses y los años, me parecería lo más natural.
Además de los ocho alumnos, en mi estancia a bordo
hubo seis tripulantes más, catorce en
total: – Capitán, Piloto y Mecánico que tenían camarote a popa, y debajo de
nuestra camareta y algo más a popa un una especie de recinto para un marinero,
el contramaestre y un cocinero. Cada cual de un sitio, el contramaestre por
cierto era de Canarias, el Capitán de Cádiz, y el Piloto de Cartagena, una
excelente persona.
De los alumnos me acuerdo de todos, aunque no del
nombre si su procedencia, y los cito por si alguno lo leyera y se reconociera:
Pazos, Marimón, Cousillas, Norman, Cabra (Córdoba), Jose Luis, y Totana
(Murcia).
Ese mismo día, 11 de abril fui con Jose Luis a la
Comandancia de Marina para enrolarme por
primera vez en un buque, y también este acto fue para
mí bastante
singular, porque el funcionario que llevaba el registro era, y no existe nadie
que lo pueda rebatir, la persona más amable y servicial con los alumnos que
haya podido existir en ese puesto. Todos los que pasaron por la Comandancia en
un buen puñado de años de la época lo pueden atestiguar. Me pesa no recordar su
nombre, aunque, y es lo fundamental, si su persona.
Al día siguiente nueva causa singular para el
recuerdo. Resulta que el cartero, como el barco tenía allí su sede, en cuanto
se enteraba que llegaba y cuando había cartas (que casi siempre las había), las
llevaba inmediatamente, y desde el muelle gritaba:
“¡¡¡Estrella Polar!!!
¡¡¡Futuros Almirantes de la Marina Mercante!!! Carta de la novia!!!”
El 15 de abril zarpamos rumbo Benidorm para rodar la
película “Molokay”, que como sabemos
es la isla donde llevaban a los leprosos con el Padre Damián como protagonista,
cosa también sin duda singular, y no me mareé lo más mínimo y nunca en mi vida
de marino me sucedió.
Estos son dos fotogramas de la película en donde se me ve
a mí, vestido de soldado a la derecha de la imagen, al fondo los “leprosos” que
son el resto de alumnos que van a ser abandonados cerca de la isla, que no es
otra que el famoso islote frente a Benidorm.
Me resta añadir que pasamos muy buenos ratos con el
rodaje (estuvimos 15 días), y que salimos varias veces a navegar para hacer
escenas interesantes de la película. Y que después hicimos varios viajes, a
Cádiz, Motril, Génova, y principalmente viajes entre Baleares y Barcelona. Todo
excelente. El 24 de Julio, el barco se vendió y nos transbordaron a todos a
petroleros y terminé las prácticas de 400 días de mar en Enero de 1961.
Pero como el objeto de este relato es procurar
trasmitir, principalmente a gente de mar, las inquietudes de un muchacho de 20
años de la época que se trata, ante el cambio de vida que le supone su primer
embarque, no me extiendo más.
Santa Cruz de Tenerife, 28 de Julio de 2015. Capitán Luis Ojeda.