sábado, 18 de junio de 2016


LA VIDA A BORDO...UN POCO DE TODO.  TEMA CUATRO

Ruego que me perdonen que sea tan repetitivo en este tema de las comidas a bordo de los buques. Pero como finalizaba mi artículo anterior, el tema da para escribir mucho y malo. Yo guardo un malísimo recuerdo sobre este asunto por un hecho que se produjo a bordo relacionado con este tema.

Como comenté, se creó un equipo para que controlase al Mayordomo. El 2º Oficial era el encargado de llevar las cuentas y el libro de comidas y el subalterno que lo acompañaba solía rotar mensualmente y era el que normalmente solía ir con el Mayordomo al mercado o al provisionista. Le llegó el turno a un marinero, un magnifico profesional natural de un pueblo cercano a La Puebla de Caramiñal, no menciono nombres porque el asunto terminó de una forma muy desagradable; este marinero que resultaba ser tan buen profesional, los números no iban con él, pero su empeño por hacer bien el control encomendado era tan fuerte que se convirtió en una obsesión hasta tal punto que perdió la cabeza, incluso llegó a convertirse en violento. Su comportamiento a bordo llegó a ser insoportable y tuvo que desembarcar para ser tratado de la forma conveniente. Un hermano suyo menor que él, ocupó su plaza de forma interina. Pasaron varios meses antes de tener noticias suyas, las noticias eran que ya se encontraba restablecido y solicitaba 15 días de vacaciones para contraer matrimonio. Se le concedió y su hermano desembarcaría en el momento oportuno para poder asistir a la boda (nos encontrábamos reparando en Santander). Cuando se recibió un telegrama, pensábamos que era anunciando la fecha de la boda para que su hermano pudiera desembarcar, nuestra gran sorpresa fue que era un telegrama de sus padres comunicando que se había suicidado el día antes de su boda. Por lo visto estaba más tocado de lo que todos creíamos y todo el mundo a bordo lamentó lo ocurrido ya que siempre fue una persona querida por todos sus compañeros y por la oficialidad.

En la actualidad la mitad de la gente vive pendiente de un nutricionista y de los anuncios de la tele que hablan de calorías y nos muestran esas beldades en bañador -incluso de una pieza- que dan verdaderas ganas de seguir los consejos aunque ya la edad no da para nada de éso. Pero en los años cincuenta, que aún estábamos padeciendo las secuelas de nuestra guerra civil, hablar de calorías y otras gaitas era puramente una utopía. Lo que la gente deseaba era comer lo mejor posible y llenarse el estómago sin tener en cuenta tantas y tantas recomendaciones. Por esa razón, cuando los Sindicatos se inventaron lo del libro de control de las calorías consumidas por hombre/día y la obligación de presentarlo ante cualquier reclamación referente a la comida. Eso fue como decir: Apaga y vámonos. Todo el mundo comprendió que aquello era simplemente un ardid burocrático para parar la avalancha de reclamaciones. Cualquier cosa menos aumentar la manutención.

Recuerdo que la manutención era de 22 ptas. para los oficiales y cinco pesetas menos para los subalternos. Todos comíamos la misma comida, la diferencia entre oficiales y subalternos consistía entre el postre o el café, la verdad es que de ese detalle no me acuerdo. Pero el tema no quedaba ahí, la manutención se dividía en dos partes: la computable y la no computable al 50% que no solamente  se tenía en cuenta a la hora de confeccionar la nómina por la cuestión de impuestos, también se tenía en cuenta al liquidarte las vacaciones, solamente tenías derecho a la mitad de la manutención.

El "librito" de las calorías se intentó llevar al principio lo mejor posible. Pero no resulta difícil imaginar el engorro que suponía tener que pesar cada mañana  los alimentos que se iban a emplear para confeccionar los dos menús del día. Con el transcurso del tiempo todo el mundo estaba hasta la coronilla con esta obligación que no conducía a obtener ninguna clase de mejoría. Se rellenaban las casillas del libro a lo loco pero siempre dentro de cierta sensatez para no meter la pata en el caso de cualquier inspección por parte del Sindicato.

Teniendo en cuenta el tema de la corrupción tan de moda hoy día, no resulta nada nuevo porque desgraciadamente va aparejado a nuestra condición del ser humano. Yo nunca he dudado que entre los Mayordomos y Provisionistas siempre ha existido un acuerdo para recibir un porcentaje de las facturas presentadas. Son tan diversas las formas de defraudar en esta materia que resulta imposible controlar de forma eficaz, o te engañan en el peso, o te engañan en la calidad o te engañan el precio, pongas como te pongas si no eres un experto te la dan por los cuatro costados.

Lo único que el Mayordomo no manipulaba era el vino que los fogoneros y paleros tenían derecho de un litro por persona los días que se navegaba y hacían trabajo de calderas. Ese vino era sagrado, ellos lo compraban y lo administraban y no había nadie que se atreviese a echarle un poquito de agua, como solía suceder con el vino que se consumía en las comidas que era mitad vino y mitad agua.

Otro tema que en aquella época clamaba al cielo, era la cuestión de la “Ayuda Familiar” que no estaba unificada y que consistía en el 25% del total de la nómina, a repartir entre los tripulantes casados y con hijos, de acuerdo al número de puntos que cada uno tuviera y que dependía del número de hijos. Por consiguiente, en cada empresa y en cada buque resultaba diferente. Dándose la paradoja de que cuando un tripulante nuevo venía para embarcar, se le pedía antes el Libro de Familia que el Título o la Libreta Profesional. Recuerdo una vez que estando de salida tuvimos que embarcar a un fogonero en el puerto de Gijón por enfermedad del titular. El nuevo en ocupar plaza tenía nada menos que diez churumbeles que alimentar, al final de mes se notó el bajón que se había producido en la Ayuda familiar. Que Dios me perdone, yo siempre fui contrario a la famosa frase que tuvo a  bien lanzar un día el inolvidable Sr. Zubizarreta, diciendo que "mientras las  gallegas siguieran trayendo hijos al mundo, la flota española nunca tendría que parar", pero algunas familias se pasaban y eso que tenían la fama de que en los pueblos no quedaban hombres.

Las tripulaciones en los buques eran de muy diversas regiones españolas. Los Capitanes y Oficiales la mayoría eran de origen vasco, por la sencilla razón de que Bilbao tenía Escuela de Náutica y de que la mayoría de la grandes empresas navieras estaban asentadas en Vizcaya y por consiguiente se nutría del personal de su región, además habría que preguntarle a San Ignacio de Loyola, si sabría explicarnos el por qué : De cada familia vasca por lo menos un varón se iba a la Náutica y la mitad de las mujeres se iban de misioneras. Espero no ofender a nadie, pero en aquella época era la pura realidad. Los gallegos preferentemente ocupaban las plazas de marinería y sobre todo de máquinas, los fogoneros y paleros eran gallegos, no he conocido a ninguno que no lo fuese y además lo tenían a gala y sinceramente era de admirar la maestría con que manejaban la barra para poder quemar el carbón en esas calderas de llama de retorno, nada menos que 24 toneladas diarias. Como menciono anteriormente la marinería la mayoría también eran gallegos aunque no se descartaba encontrar de otras regiones; "falar" el gallego de los barcos se aprendía rápidamente porque casi era el lenguaje normal en el día a día. Para explicar bien este asunto no hay nada mejor que el chiste que corría de boca en boca, en el que se comentaba que: cuando Colón llegó por primera vez a América, ya se encontró con un gallego que desde tierra le gritaba en el momento de atracar “bota sisga”. El resto de las regiones españolas también han dado gente de mar pero en menor medida. Hoy éso -como todo lo demás- ha cambiado enormemente. La flota española ha disminuido tremendamente, a parte de la crisis laboral que se está viviendo en la actualidad, la verdad es que nuestra juventud (sea por la razón que sea) le ha dado la espalda a la mar, posiblemente porque en tierra hoy día las nuevas tecnologías ofrecen más aliciente y mejores oportunidades para poderse ganar las habichuelas y no tener que sacrificarse ejerciendo una profesión que como ya he mencionado con anterioridad es pura vocación y por lo visto la juventud no está para muchos sacrificios, como dice el refrán: el trabajo para los romanos.

Sin más por el momento, gracias por soportarme y hasta la próxima que seguiremos dándole vuelta al disco de los recuerdos.    


Capitán A. de Bonis       

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