sábado, 22 de octubre de 2016

LA VIDA A BORDO… UN POCO DE TODO. TEMA DOCE

Como ya anuncié en mi tema anterior, el primer puerto marroquí que tuve ocasión de visitar fue el de Kenitra- antiguo Port Lyautey- único puerto fluvial de Marruecos, construido aprovechando las aguas del rio Sebou, el segundo rio más importante de Marruecos que nace en las estribaciones del Atlas y que justamente es navegable hasta el puerto de Kenitra. Su entrada es peligrosa ya que tiene una barra completamente abierta a cualquier tipo de mal tiempo que se produzca en sus proximidades. Pero una vez sorteada la barra, en el puerto se puede amarrar con filásticas ya que no existe el menor síntoma de resaca, lo contrario que en Mohammedia e incluso en Casablanca donde se hace sentir algunas veces.

En Kenitra existió en su momento una base americana que le daba algo de vida a la ciudad, no mucha, porque como ya sabemos, los yanquis, se crean su propia ciudad allí donde se encuentran y muy poco suelen consumir fuera de ella.

Nuestra escala en Kenitra estaba justificada por las toneladas de fardos de papel usado que se embarcaban en el puerto de Amberes con destino a ese puerto. Allí lo único que se solía cargar eran balas de crin y algún que otro fruto seco, pero era tan poco, que ni siquiera recuerdo el puerto del norte de Europa al cual iban destinados. Las operaciones en ese puerto solían durar dos o tres días y desde allí nos dirigíamos al puerto de Casablanca, el puerto más importante en nuestra línea regular ya que allí se descargaba toda la maquinaria embarcada en los puertos del norte de Europa e incluso en el puerto de Bilbao; aún recuerdo las muchas máquinas de coser "Alfa" que conté estando de 2ºOficial  en el “Sierra Urbión” y que se embarcaban con destino a Casablanca.

Viendo fotos en internet de la actual Kenitra, para mí resulta prácticamente irreconocible, también es verdad que lo que yo pueda contar de Kenitra se remonta al año 1962 y desde entonces ha llovido mucho en todos los rincones del mundo. Recuerdo que era un puerto y una ciudad tranquila, tan tranquila que nosotros no salíamos del recinto portuario y preferíamos quedarnos a bordo jugando al ajedrez  o a las cartas, según los gustos o preferencias. Esta postura también se debía en parte al mal recuerdo que guardábamos del intento de visitar en una ocasión la “Casa de España”, que más bien debería haberse llamado “Casa de España Republicana”, ya que era un reducto de los republicanos que huyeron con motivo de la guerra civil española y se establecieron en Marruecos al sur de Larache. Fuimos recibidos de forma muy hostil alegando que nuestro barco portaba la bandera franquista. Nosotros, que lo único que deseábamos era tomar una cerveza fresquita y charlar un poco con algunos compatriotas, nunca más volvimos por aquella España fuera de lugar.

Otro recuerdo que guardo de Kenitra, fue una llegada a puerto después de varios días soportando un dolor horrible de muelas y para colmo de males era día festivo. Pero gracias al guardián que teníamos y al cual apodábamos “agua negra” porque era como solía pedir el vino tinto, hizo posible que un dentista me atendiera y que me extrajera la muela, a pesar del aspecto que tenía la consulta todo salió bien y no tuve ningún problema de infección. Para mí resultó un gran alivio y nunca dejé de agradecérselo a nuestro amigo “agua negra”, que por cierto era el guardián oficial del barco y nos solía acompañar a todos los puertos de Marruecos donde hacíamos escala.

Y de Kenitra a Casablanca, este era puerto base de la línea con el norte de Europa en cuanto a descarga se refiere, ya que prácticamente todo cuanto se embarcaba en Hamburgo, Rotterdam, Amberes e incluso en Bilbao era con destino al puerto de Casablanca. El retorno al norte el puerto más importante era Tánger ya que allí se embarcaba toda la naranja que iba destinada al puerto de Hamburgo.

Para mí, hablar de Casablanca resulta bastante doloroso, ya que lo que en principio iba ser una panacea, un lugar idílico para vivir, se  convirtió de la noche a la mañana en un completo infierno. Desde que embarqué en el “Sierra Urbión” y mi esposa supo que Casablanca era nuestro puerto base y que nuestra permanencia en Casablanca sería de una semana aproximadamente todos los meses, yo pienso que con muy buen criterio, tuviese la idea de establecer nuestro domicilio conyugal en Casablanca. Su padre sólo unos años antes, había sido Jefe de la “Liaison française” en Marruecos, un cargo diplomático dentro de la Embajada. Conservaba muchas amistades y muy influyentes en Casablanca. Con solo tocar unos cuantos hilos, nos concedieron para vivir un chalecito en la Avenida de Hassan II, de forma gratuita ya que pertenecía a la propia Embajada. En aquella época, mi esposa se encontraba en Francia dando a luz a nuestra  hija, ya que como en el caso de nuestro primer hijo quiso dar a luz en su patria y al lado de su familia. Una vez recuperada del parto se trasladó a Casablanca para establecerse como habíamos acordado y en la casa que nos habían concedido, sería aproximadamente Agosto o Septiembre de 1961.

Es posible imaginarse la alegría que yo sentía al llegar a Casablanca en mi primer viaje después de los acontecimientos narrados anteriormente, con la alegría que me dirigí a la casa donde iba a conocer a mi hija y me iba a reencontrar con mi mujer después de muchos meses de separación. También podrán imaginarse el momento tan duro, lo que significó para mí cuando las primeras palabras que escuché de los labios de mi esposa fueron textualmente: “Estoy aquí para que mis hijos tengan un padre, pero entre tú y yo está todo acabado y pienso pedir el divorcio”; me quedé petrificado y en ese preciso momento sin saber qué decir ni cómo reaccionar, pero me di perfectamente cuenta que todo su interés por vivir en Marruecos era precisamente para aprovechar su nacionalidad francesa y poder obtener el divorcio y subsanar de esa forma el error de haberse casado con un marino, situación a la que no se acostumbraba.

Sólo voy a decir que en Marruecos tampoco dan los divorcios sin una justificación lógica, a pesar de sus muchas influencias que también las utilizó, los  trámites duraron aproximadamente dos años y se vio obligada a tener que hacer uso de un testimonio falso, una enfermera amiga testificó que tuvo que curarle una herida ocasionada por mi brutalidad. Yo lo único que exigí para no poner impedimento alguno, es que me entregase a mi hija antes de iniciar cualquier procedimiento, cosa que hizo sin ningún problema. Esto es un pequeño resumen de lo que pudo haber sido y no fue. Toda una vida echada por la borda sin tener en cuenta las terribles consecuencias que podría tener para los hijos.

Hoy día doy gracias a Dios porque aquello sucediera en aquella época tan temprana de nuestro matrimonio y que me dio la ocasión a que pudiese rehacer mi vida sentimental después de cierto tiempo de incertidumbres. Indudablemente de todo esto podría escribir un libro ya que hasta que la ley de divorcio no se aprobó en España en 1982, no pude regularizar mi vida con la que actualmente es mi esposa y con la que contraje matrimonio en 1967 en Inglaterra. Durante todo este tiempo estuve luchando para obtener la anulación de mi primer matrimonio, cosa a la cual se oponía incomprensiblemente mi primera esposa. Ocho años luchando con el Tribunal Eclesiástico hasta que un día sentado en el despacho del secretario del tribunal de La Rota en Granada, me dijo con descaro y sin tapujos que para que un coche anduviese eran necesarios echarle litros de  gasolina. Ahí terminaron mis relaciones con la Iglesia y aquí doy por terminado este tema tan desagradable y tan doloroso para mí.

Como narré en su momento, permanecí 18 meses embarcado en el “Sierra Urbión”, todo un reto digno de figurar en el libro Guinness, ya que el trabajo era muy duro y mis circunstancias personales no eran las mejores, pero fue justamente por estos motivos personales que soporté tanto tiempo embarcado, ya que los viajes a Casablanca me permitían poder ver a mi hijo, a parte tenía el apoyo moral de todos mis compañeros incluido el Capitán que se portó de una forma extraordinaria.

Pero además, a mí, el puerto de Casablanca me gustaba, hablo del puerto, todos los días se producían acontecimientos dignos de mención. La lucha con los estibadores era una lucha continua para evitar que robaran en las bodegas. La lucha con los apuntadores al final de la jornada era una lucha constante para hacer coincidir el número de bultos desembarcados. La semana que estábamos en Casablanca resultaba muy entretenida. Recuerdo que hice mucha amistad con uno de los controladores que incluso un día me invitó a comer a su casa, la que más sufrió de aquel convite fue la esposa que además de cocinera, permaneció todo el tiempo con la cara tapada. Pero yo salí bastante bien informado de los tejes y manejes que se producían en los almacenes del puerto donde quedaban las mercancías. Cuando la situación era extrema no tenían ningún problema en provocar cualquier tipo de accidente en la que tuviese que intervenir el seguro, con lo cual todo quedaba solventado.

Volví a Casablanca varios años después, siendo ya Capitán del “Sierra Blanca” y fue un viaje aislado para suplir al “Sierra Umbría”. Ese viaje sirvió para informarme que mi esposa había contraído matrimonio con un funcionario de la ONU y que se habían traslado a Ginebra, con lo cual hizo que los perdiese de vista y a mi hijo lo volví a encontrar treinta años después en Madrid, cuando vino apadrinar a una hija de su hermana.

Hasta el puerto de Tánger me  despido de ustedes  con un saludo afectuoso.


Capitán Arturo de Bonis
  

               

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