martes, 24 de marzo de 2020

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías


CAPÍTULO XXVIII CAPÍTULO  XXXIV

BUQUE  “CASTILLO DE JAVIER”  -  3er.  EMBARQUE


Vuelta al “Castillo de Monterrey”, con embarque y desembarque en Valencia. Los viajes, iguales que los anteriores, con cemento para Port Everglades, Port Canaveral, Tampa y Puerto Haina (República Dominicana), y volviendo con grano o petcoque.



Mis relaciones con Iberia nunca fueron muy buenas y en varias ocasiones pasé el viaje escribiendo en el libro de reclamaciones, y otras varias en tierra. En esta ocasión tuve que pasar por Madrid antes de embarcar, y al hacerlo en Málaga observé que al presentar el billete no me pidieron que eligiera acomodación; mi billete era de Gran Clase para el Jumbo que, procedente de New York, tocaba en Málaga para seguir ruta a Madrid.

Lo achaqué a que el aeropuerto de Málaga había estado cerrado un par de días por niebla y, por ello, habrían acumulado bastante retraso. Cuando embarqué me dirigí a la zona de Gran Clase y me dijo la azafata que no, pues mi billete era de clase turista, le respondí que era un error de ellos, pues yo había pagado un billete de clase superior. Llamaron a un chaqueta roja y comprobó que, efectivamente, mi billete era de Gran Clase pero que se había producido un error y tenía que viajar en turista.

Como estaba sentado en Gran Clase que, además, iba vacía, les dije que no me movía de allí bajo ningún concepto y que la solución la buscase Iberia pues era quién había cometido el error.

De pronto, y cuando el avión estaba medio lleno, pareció entrarles las prisas, saliendo con muchos asientos vacíos, y muchos viajeros que estaban esperando después de haber suspendido varios vuelos, se quedaron en tierra.

Nada más salir pedí el libro de reclamaciones, con el que me mantuve entretenido hasta que llegamos a Barajas.

A consecuencia de este incidente debieron colocarme alguna anotación de la que me enteré meses más tarde al desembarcar en Valencia.

Le hice el relevo a Luis Domínguez quién me explicó que desde que embarcó un marinero de Lepe, no recuerdo su nombre, lo había tenido frito preguntándole como se conseguía la tarjeta del “Curumato”, traducción “Economato”, del Ministerio de Industria.

El primer día de salida a la mar, como acostumbraba después de comer, pasaba el diario de navegación, hacía los telegramas para pasarlos a Madrid y daba una vuelta por el puente.

Cuando salía con el diario en la mano, los telegramas y algo más, este marinero me abordó en la puerta del despacho espetándome: “¿cómo puedo conseguir la tarjeta del Curumato”?; me dio un ataque risa y no pude contestarle, por lo que, como pude, le dije que lo dejara para más tarde pues ahora estaba un poco liado. Ni qué decir tiene que en cuanto se marchó solté una buena carcajada que duró un buen rato.

El muelle donde atracábamos en Port Everglades había sido construído por la otra empresa receptora de cemento: Continental. Aclararé que tenían que importar cemento porque estaba prohibido fabricarlo en Florida debido a la polución, de modo que lo importaban.

Como dije antes, el muelle había sido construído por Continental, por lo que aunque no fuese suyo, durante veinticinco años tenían prioridad de atraque y no pagaban nada a la Autoridad Portuaria; buen sistema, ya que el dinero para el mismo no salía de los contribuyentes.

Cuando llegamos, el muelle estaba vacío por lo que atracamos, nosotros descargábamos para Rinker y dos días después se esperaba un barco para ellos, por lo que Autoridad Portuaria nos comunicó que debíamos abandonar el atraque y salir al fondeadero hasta que el otro buque terminase.

El telegrama la trajo el ‘Sherif’, todo de negro, del que me hizo firmar un recibo; en él se me decía que a las doce de la mañana del día siguiente, si no habíamos salido tomarían el barco y lo trasladarían del atraque al fondeadero.

Me puse en contacto con Elcano desde donde poco después me fue comunicado que en todo lo referente a este asunto siguiera las directrices de Rinker. Estos me comunicaron que no moviese el buque hasta terminar la descarga.

Sobre las cinco de la tarde volvió el Sherif y le comuniqué la orden recibida de Rinker de no mover el barco. Se marchó sin más para volver unas horas más tarde a comunicarme, a través de otro telegrama que también tuve que firmar, que las órdenes de la Autoridad Portuaria eran que debía abandonar el atraque el día siguiente antes de las doce del mediodía.

El problema estaba en que Rinker decía que se le había autorizado el atraque y que sabía que la otra compañía tenía la prioridad del muelle, pero que para dejarlo libre deberían abonarle los gastos de remolcadores que deberían pagar en las maniobras nuevas de salida y entrada, única forma de no oponerse a dejar libre el atraque. Mientras no le abonasen estos gastos se oponían y no dejaban el atraque.

Sobre las diez de la mañana del día siguiente apareció una ‘tropa’, y al igual que en las películas, tomaron el barco; venían con pistolas, fusiles, teléfonos, etc., más equipados que, como digo, en las películas. Tomaron el puente, la máquina y todo el barco, y el jefe, que parecía ser un Comandante del Coast Guard, se presentó en mi despacho para comunicarme que el barco había sido tomado y que a las doce llegarían los remolcadores para llevarlo al fondeadero, me preguntó si cooperaba en la maniobra, a lo que le respondí que la haríamos nosotros, pero forzados por la circunstancias.

Como digo, tenían el buque tomado, nos habían obligado a parar la descarga y a desconectar las mangueras, y sobre las once y media el buque estaba en condiciones de dejar el atraque.

Sobre las doce menos cuarto, estando ya preparados para desatracar, mientras tomábamos los cabos de los remolcadores sonó el teléfono portátil del Comandante; inmediatamente, éste dio la orden de abandonar al barco, ya que la operación se había suspendido. Se dirigió a mí y me dijo que ahora me aceptaba una refresco. Se fue al rato y aquí no pasó nada.


Esta fotografía la tomé desde lo alto del silo de cemento, mientras efectuábamos la descarga. Unos años más tarde se publicó en la Memoria Anual de Elcano, y cuando me dieron uno de los ejemplares, en una de las visitas a la empresa en Madrid, ‘alguien’ se jactaba de la foto tan buena que había hecho de uno de los cementeros. Como sabía que la foto era mía le pregunté que cuándo la había hecho, desde dónde, y si podía dejarme el cliché para hacer una ampliación. Empezó a darme largas y le dije con un poco de sorna que yo sí le podía dejar el cliché por si lo necesitaba.

Cuando se estaba terminando de descargar una bodega de cemento y las carretillas estaban trabajando, al dar marcha atrás una de ellas golpeó a un marinero tirándole al suelo y pasándole una rueda por encima de una pierna. El nombre del marinero era Paco, aunque todos le llamaban “Siseñor”, porque hablara con quien hablara siempre contestaba así.

Nada más producirse el accidente nos pusimos en contacto con Rinker para que avisaran de que teníamos un herido, mientras lo sacamos de la bodega en una camilla especial; antes de que estuviera en el muelle ya había llegado una ambulancia, otro coche con médicos, los bomberos, la policía, y algunos más que ahora no recuerdo, pero nadie pidió un papel, sólo se dedicaron a reconocer al accidentado al que enseguida mandaron al hospital para hacerle radiografías y todo lo que viesen necesario. Una vez evacuado subió a bordo el Sherif para pedirme datos del hombre y del accidente.

Siempre hacíamos la limpieza de las bodegas en el fondeadero de Port Everglades, incluso cuando el último puerto de descarga hubiese sido Port Canaveral y no tuviésemos que ir a ningún puerto hacia el norte, pues la zona estaba más protegida y podíamos abrir y cerrar las tapas de las bodegas sin problema alguno.

Cuando terminábamos la limpieza de las bodegas de cemento, solíamos celebrarlo con una buena cena, que generalmente siempre solía ser de ostras –un bushell (unos veinticuatro kilos) nos costaba diez dólares–, después un bogavante por cabeza, acabando con un chuletón deshuesado, todo ello regado con vino, champagne o cerveza.

Durante los días que estábamos fondeados, por la noche nos dedicábamos a pescar; había que pegarse bastante a tierra para que la corriente no fuese muy fuerte y se llevase la línea sin dejarla llegar al fondo. Solíamos hacer buenas capturas, aunque no muy grandes, y en ocasiones alguna langosta.


 Esta foto la hice desde el fondeadero de Port Everglades. Los balandros y lanchas se contaban por miles, y constantemente se recibían por VHF avisos de estos barcos que se habían perdido y no sabían regresar a puerto.


Durante el reviro, en la maniobra de entrada a Port Everglades. Enfrente, el canal de entrada y los edificios al borde del mar.


Desde este bar podíamos estar viendo el buque y comiendo ostras con cerveza. Como digo en otro capítulo, había que avisar para que solo las pusieran abiertas y con limón, pues si las limpiaban les quitaban el sabor,  además de que con las salsas que las acompañaban no se podían comer.

En la foto siguiente se puede ver uno de los muchos buques que se utilizaban para el seguimiento de las naves que lanzaban desde la base de la Nasa, muy cercana al puerto.



En la anterior foto, el Siwertell parado y apoyado en el muelle, pues ya hacíamos las descargas nosotros mientras ellos descansaban. En la playita que se puede ver se capturaban grandes cantidades de almejas parecidas a las conchas finas de Málaga.

Como flaqueaba la importación de grano desde USA para España, esta vez nos mandaron a cargar petcoque a Norfolk, así que como no requerían mucha limpieza las bodegas y se presentaba un tiempo bueno, decidí salir para el destino y limpiar durante el viaje.

El último día de limpieza empezó a levantarse un maretón que nos hacía dar unas bandazos muy fuertes, y cuando intentamos cerrar la tapa de la escotilla empezó a bailar no yéndose al agua de milagro; tuvimos que parar sobre uno de los embragues que se utilizaban para subirlas y después, con cuatro polipastos, dos para tirar y otros dos para que no se pudiesen mover, conseguimos llevarla a su sitio después de muchas horas de trabajo.


En Norfolk no cayó una buena nevada. Aquí, estoy en el puente, y detrás de mí puede verse la base militar con varios buques de guerra. Durante la carga apareció en esta dársena una gran mancha de aceite, por lo que vinieron a bordo los del Coast Guard para tomar muestras de todos los tipos que teníamos a bordo. Meses más tarde nos comunicaron que la pérdida fue de uno de los buques de guerra que habían atracado cerca nuestra, por lo que nos presentaban sus disculpas por las molestias.

Cuando se presentaron a bordo pidieron los planos del buque y fueron sacando muestras tanque por tanque, tres tarros de cada uno, firmando ellos y el Jefe de Máquinas los tres y dejando uno a bordo. Los otros dos eran, uno para análisis y el otro para guardarlo por si surgía alguna disputa en relación a las muestras.

En una de las estancias en España en la que María José estuvo a bordo, se encontraban reunidas unas cuantas mujeres en el salón, y una de ellas le comentó con un poco de sorna lo rápido que yo había ascendido a Capitán, pues se solía tardar muchísimo. Y es que me habían pasado de Tercer Oficial a Capitán prácticamente en un año.

Sin darle más importancia le comentó que había que tener en cuenta que su tío era ministro, con lo cual dejó zanjada la cuestión.

Ni qué decir tiene que nunca ha tenido un tío ministro.


Esta foto fue tomada mientras estuvimos fondeados en Barcelona, antes de la descarga. Aquí pasamos un buen susto porque aunque habíamos apeado sobre molinete más de tres grilletes, al dar fondo falló el freno y siguieron saliendo los grilletes sin poder pararlos; menos mal que aguantó el contrete y no se fue todo al fondo.

Desde Barcelona fuimos a Valencia a cargar, y allí me llegó el relevo. Cuando fui a coger el avión, en el aeropuerto estaba de jefe de Iberia José Antonio (Cuqui), marido de mi prima Conchy, quién, en vista de que cuando metían mi nombre en el ordenador aparecía un aviso que indicaba que yo era un pasajero problemático, me tuvo con él en la oficina y embarqué con los pilotos, a quienes les pedí si podía quedarme en la cabina.

Cuando empezamos a coger velocidad para despegar hubo una “caída de planta”, frase usada por los marinos cuando se para el motor principal, por lo que tuvieron que abortar el despegue, quedándonos en mitad de la pista. Fui a mi asiento y enseguida nos dijeron que teníamos que bajarnos pues venían unos autobuses a recogernos.
  

          

martes, 17 de marzo de 2020

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías


CAPÍTULO  XXXIII

BUQUE  “CASTILLO DE MONTERREY”  -  4to.  EMBARQUE


En esta ocasión me tocó embarcar en Vigo, otra vez el Castillo de Monterrey, y como había problemas con los cargamentos de grano, se decidió traer petcoque (carbón de petroleo).

Empezamos descargando en Port Everglades y como segundo puerto fuimos a Port Cañaveral, aunque hubo ocasiones de descargar todo en un puerto u otro dependiendo de las necesidades de Rinker.


En un capítulo anterior comenté los problemas de la rampa de descarga en Port Cañaveral. En esta imagen se puede ver la citada rampa y el siwertell trabajando en la bodega, creo que fue la última descarga que se hizo por este medio. En los viajes siguientes, en vez de ir el cemento por la rampa iba por la tubería que se ve cruzando horizontalmente.


En la foto anterior cruzándonos con otro buque de la empresa, un Bulkcarrier, aunque no recuerdo cual de ellos, pues había tres, “Castillo de Almansa”, “Castillo de Xátiva” y “Castillo de Arévalo”.

Durante el viaje, una mañana cuando nos habíamos sentado a comer, llamaron del puente porque el segundo oficial, Jaime Oñate, se había desmayado y estaba sangrando por la boca. Subí corriendo y el panorama que me encontré fue a Jaime sentado en el sofá, sin conocimiento y sangrando por la boca, a Juan Verd, primer oficial, agarrotado y a Arturo Bertrand, tercer oficial, cogido al teléfono y paralizado.

Volqué a Jaime para evitar que se tragase la sangre mientras preguntaba qué había pasado. Por lo visto había salido al servicio donde debió perder el conocimiento y caerse, se levantó solo y volvió a entrar en el puente donde de nuevo perdió el conocimiento.

Contactamos con el Centro Radio Médico de Madrid donde nos dieron instrucciones, aunque más tarde pudimos comprobar que le sangraba la boca como consecuencia del golpe de la primera caída.

Hace poco me enteré de su fallecimiento, era más joven que yo y una buena persona, por lo que lo sentí muchísimo, d.e.p.



La descarga del petcoque la hicimos fondeados en Lisboa. La foto está tomada desde el buque. Podíamos bajar a tierra, así que por las tardes salíamos a tomarnos unas cervezas y unas “zapateiras” (buey de mar), que estaban exquisitos. Todo nos costaba sólo unas quinientas pesetas.


De jefe de máquinas estaba Jorge Prelcic; su abuelo se había quedado en España después de la Primera Guerra Mundial y se habían afincado en Vigo. Era buen profesional y gran persona al que aprecio mucho. Aunque cuente aquí algunas anécdotas suyas no creo que pueda molestarle.

Cuando embarcó, llegó en un taxi al muelle, y al subir a bordo observé que tenía rota el asa de la maleta; le pregunté que si se le había roto durante el viaje y me dijo que no, que él a todas las maletas les rompía el asa porque así, si alguien se la robaba se la tenía que poner al hombro, por lo que sería más fácil localizarle.

Para sí mismo es tacañísimo, pero no para su familia ni para los demás, y no le gustaban nada las ostentaciones. Como yo tenía que hacer la Protesta de Mar ante el Consulado Español, llevando dos testigos, decidí que me acompañaran él y el segundo oficial.

Una vez terminada la gestión fuimos a comer al restaurante Cibeles, uno de los mejores de Lisboa donde sabía que nos iban a servir bien y estarían pendientes de nosotros, cosa que sabía que no le gustaba a Jorge.

Nada más sentarnos a la mesa pude ver que teníamos unos cojines a los pies por si queríamos descalzarnos, lo que le pareció una ‘mariconada’. Pedí unos entrantes, y él de segundo tomó pescado; le jorobó que se lo limpiasen delante suya y que, encima, permaneciera un camarero constantemente pendiente de nuestra mesa para cualquier cosa que necesitásemos.

Al final pidió una copa de coñac. Nos dijeron que era de la casa, y esto fue lo que más le gustó, pues se retiró el camarero y lo pudo saborear a su gusto sin que nadie le espiase, como estuvo lamentando toda la comida.


La foto anterior está tomada en el canal de entrada a Port Everglades. En ella se pueden apreciar un par de edificios de apartamentos con su playa particular; eran preciosos y las vistas desde ellos al mar, maravillosas.

Primer cargamento de cemento blanco a Port Everglades. Habían construído un silo para este producto y empezamos a llevar cemento gris y blanco cada viaje; esto suponía que la línea por la que descargábamos el cemento blanco tenía que estar muy limpia, ya que una pequeña cantidad de cemento gris estropeaba muchas toneladas del blanco.

Desde este embarque, siempre que llevábamos los dos productos, antes de la llegada a Port Everglades tenía la precaución de llenar los acumuladores con cemento blanco y tirarlo a la mar, con lo que limpiaba las líneas con blanco y evitaba contaminación. Se perdían así unas treinta toneladas, aproximadamente, de cemento blanco, pero en el cómputo final no se notaba. Cuando llegue su momento explicaré por qué podía hacerse esto sin que se produjese merma de mercancía.

Se lo comenté a los otros capitanes y, como es lógico, cada uno hizo lo que le dio la gana, con las consecuencias que unos viajes más tardes pudimos comprobar.



En Pascagoula se cargaron solamente tres bodegas, yendo para el resto a Davant, en el Río Mississipi, cerca de New Orleans. En este viaje habían venido conmigo María José y los niños, así que mientras descargábamos en Port Cañaveral hicimos un par de visitas a Disneyworld, en Orlando, donde lo pasamos de maravilla. En Port Everglades estuvimos en el Six Flag Atlantic, que en esa época era el mayor parque acuático del mundo.

Cuando atracamos en Davant, el consignatario le comentó a María José que no dejase de ver la catedral, que era una maravilla. Sobre las nueve de la mañana fuimos para New Orleans, y como era domingo estaba todo el Frech Quarter con gran cantidad de basura de la noche anterior (plásticos, etc.). Como era temprano entramos a desayunar a un hotel, y a la salida de éste, una media hora más tarde, María José me comentó que la había llevado por otra puerta pues estaba todo limpísimo, pero pudo darse cuenta de que había una gran cantidad de personas limpiando las calles para dejarlas en condiciones de poder pasear.

Así que como estaba muy pesada y quería ver la catedral, la llevé. Cuando estuvo delante lo único que se le ocurrió decir fue que la iglesia de El Palo (Málaga) era mayor.


Foto tomada desde el puente cuando nos dirigíamos a Pascagoula, a cargar Petcoque. En ella se ven unas cuantas plataformas de extracción de petróleo de las que hay miles en el Golfo de Méjico. Una de ellas tuvo pérdidas importantes hace poco tiempo, por lo que estuvo vertiendo crudo con la consiguiente grave contaminación.

Salimos para Tarragona donde se hizo la descarga del petcoque. Mientras cruzábamos el Estrecho de Gibraltar escuchamos por el VHF que dos buques habían colisionado; la foto muestra a uno de ellos y un par de remolcadores al costado. No ocurrió nada grave y pudieron seguir por sus propios medios.


Media hora después de recibir el aviso de la colisión, el helicóptero de Salvamento Marítimo apareció por allí y comunicó con nosotros por si sabíamos algo. La rapidez en aparecer no tiene nada que ver con la que tenían los americanos en sus costas en estos años.

 Aunque nunca navegamos juntos no quiero dejar de mencionar a Juan Cabezas, fallecido a bordo años más tarde, mientras era Capitán, d.e.p. Lo que quiero mencionar es que, debido a su baja estatura, no llegaba a los radares y tenían que hacerle una banqueta especial para que pudiera ver la pantalla, ello daba origen a bromas y cachondeo a lo que siempre respondía: –“No te doy una leche porque no llego, pero de un bocado en los cojones no te libra nadie”.

En una de las maniobras de entrada en el Río Mississipi, que habíamos empezado sobre las seis de la tarde y terminado alrededor de las dos de la tarde de día siguiente, como es lógico me había pasado toda la noche y la mañana en el puente, así que en cuanto pasamos las formalidades me fui a la cama a dormir diciendo que no me llamaran a menos que fuese necesario.

Al poco de coger el sueño sonó el teléfono que atendí de inmediato: era un engrasador pidiéndome dinero, aunque lo normal era hacerlo al Segundo Oficial, en este caso no nos habían traído los dólares y ya se lo había dicho, pero insistió en llamarme.

Le dije que no había pero que en cuanto lo trajeran ya se lo darían y seguí durmiendo.

Me desperté sobre las diez de la noche y subí al puente para dejar una nota para que me llamaran a las dos de la noche.

Cuando me llamaron di orden de que llamaran el engrasador de marras y que subiera a mi camarote. En cuanto entró le pregunté que cuanto dinero quería, a lo que me respondió que “estaba durmiendo”; le repliqué que cuando él me llamó yo también estaba durmiendo, después de no haber podido hacerlo por la maniobra, así que si quería el dinero, bien, y si no, que me dejase dormir.       






domingo, 1 de marzo de 2020

Recuerdos de Rogelio Garcés Galindo, Capitán de la Marina Mercante, Master Mariner y Comisarío de Averías


CAPÍTULO  XXXII

BUQUE  “CASTILLO DE MONTERREY”  -  3er.  EMBARQUE


        En esta ocasión me mandaron al “Castillo de Monterrey”, embarcando en Valencia y haciendo prácticamente los mismos viajes que en la campaña anterior, con cemento para
Florida y grano para España, aunque con la particularidad de que el segundo viaje volvimos en lastre tras descargar en Tampa.




Vista tomada desde mi camarote, estando atracados y mientras descargábamos en Port Everglades. En ella se aprecia la entrada del puerto un día de los de lluvias tropicales. En el muelle de la izquierda atracaban petroleros para descargar.

Durante la descarga teníamos uno de los motores principales en marcha acoplado a un alternador para producir electricidad; de este modo podíamos trabajar con la maquinaria de la planta de cemento. Por la chimenea salían chispas y en una de las descargas, siendo capitán Luis Domínguez, tuvieron que parar el motor porque las chispas estaban yendo hacia un petrolero y su tripulación de cubierta se apresuraba a apagarlas. Lo cierto es que se pudo crear una situación de peligro ya que el petrolero se encontraba descargando productos refinados muy volátiles.

En otro viaje, siendo yo Capitán, y Abrahán Echebarría jefe de máquinas, volvieron a salir chispas, pero como el viento soplaba para el otro lado no hubo ningún problema. Abrahán aseguraba que las chispas salían con todos pero ‘con Luis’ el viento las llevaba hacia los petroleros atracados. Quiero creer que Luis era un poco “gafe”; y esto no quiero que se entienda por menosprecio, si no que es la verdad, tanto, que su familia no se subía con él en los ascensores. Más adelante comentaré otras anécdotas.

Uno de los días que estábamos descargando subió a bordo el cura del Apostolado del Mar, Joseph Cliff, un hombre mayor al que invité a comer con nosotros. Pasamos un rato muy ameno durante el que nos contó su vida, desde la guerra civil española, de la que estuvo huyendo para que no le mataran con el padre Victoriano Frías (a quién en mis vacaciones saludé en Málaga), hasta la guerra en Cuba con Fidel Castro, del que, si en principio pensaba en sus buenas ideas, más tarde tuvo que huir por oponerse a él.


Una de las veces que nos dirigíamos hacia Florida con cemento, tuvimos un accidente a bordo y el Calderetero se fracturó una pierna, a bordo le hicimos lo que pudimos para inmovilizársela y contactamos con el Centro Radiomédico de Madrid, que nos dio instrucciones para minimizar la fractura y la orden de que lo desembarcáramos lo antes posible.

No dirigimos a Bermudas, el puerto más cercano, y sin poder fondear pues hay mucho fondo, se le desembarcó a una lancha para llevarlo al hospital.

Me llamó la atención que, teniendo una latitud tan alta, el clima fuese benigno debido a la Corriente del Golfo, cosa que había oído pero que nunca había podido observar in situ.

Me hubiese gustado atracar ya que había un compañero del colegio de Inglaterra, David Goodwin, que vivía allí. Hace poco estamos contactando los compañeros del Broadhembury College, y esperamos reunirnos en Marbella en Septiembre de 2011. 



Un día de verano, mientras regresábamos a España tomé unas fotos desde el palo. Ésta está tomada hacia la popa, donde se ve la chimenea causante de las chispas en Port Everglades. La siguiente está tomada hacia proa, y en ella se puede observar mejor que la mar estaba parada. Un día para tomar el sol y bañarse en la piscina.


La estructura del centro es el lugar donde se encontraba la maquinaria y el control para realizar la descarga de cemento. Aquí, los oficiales se pasaban todo el día mientras se realizaba la descarga de cemento por nuestros medios. Propio de Astilleros Españoles es que en este lugar no se había previsto ni un mal servicio donde hacer nuestras necesidades fisiológicas; ni siquiera había una fuente de agua para poder beber. Al final tuvieron que poner una nevera donde se disponía de un poco de agua y algunos refrescos.




Otra limpieza en mitad del mar en el viaje de retorno a España. Solía generarse un polvo que acababa manchando todo el barco, y era imposible separarlo del mismo



En la fotografía anterior, un verano en Valencia. En ella estoy con mis hijos y sobrinos, hijos estos de mis primos Eduardo y Rosa los niños y de mi prima Conchy y de José Antonio las niñas.

Después de la carga de cemento volvimos a Port Everglades. Allí, el Jefe de Máquinas, Paco Thalamas, conoció a un marine americano que debía ser comandante o algo parecido, y lo subió a bordo; venía éste con una borrachera de escándalo, o quizás la cogió con el Jefe en su camarote, lo cierto es que le contó su vida, resultando que la borrachera tenía su origen en los cuernos que la había puesto su mujer mientras tomaban la Isla Granadina. Estuvo toda la noche en el sofá del despacho de Paco, pues no había quién lo moviera, marchándose al día siguiente sin decir ni adiós.

Salimos para Tampa, y mientras descargábamos fui al casetón para ver como iba la descarga; allí me encontré con que el enlace entre el silo y nosotros era un negro que estaba fuera del casetón, a pleno sol, con una temperatura elevadísima. Le pregunté al oficial que por qué no estaba dentro, al fresco, a lo que me contestó que no se atrevía porque éramos blancos, así que salí y le dije que tenía que estar dentro por si se necesitaban sus servicios para comunicar con el silo, y que a nosotros no nos estorbaba ni teníamos ideas racistas.

Algunos viajes después me pidió autorización para traer a su hijo a bordo, a lo que sin dudar le dije que sí. Era un chiquillo de unos diez años, y cuando estuvo a bordo le acompañé por todo el barco, invitándole en mi despacho a un refresco; estaba alucinado y creo que lo recordará toda su vida.   



En la fotografía anterior, a la vuelta de Tampa a Valencia, después de la cena tomándonos una sidra. No sé qué estaríamos celebrando, pero cualquier momento era bueno. De izquierda a derecha, Oscar, segundo maquinista, Antonio Molinero, primer oficial, Hermenegildo, Radiotelegrafista, yo, Manuel Benítez, segundo oficial, y Pepe, primer maquinista.

Desde que empezamos a llevar cemento para Rinker, los viajes eran prácticamente a los mismos puertos, por ello es posible que alguna de las situaciones que describo no estén localizadas en su momento preciso y fuese en otro embarque, pero todo ello ocurrió durante estas navegaciones.