CAPÍTULO XXVIII CAPÍTULO XXXIV
BUQUE
“CASTILLO DE JAVIER” - 3er.
EMBARQUE
Vuelta al “Castillo de Monterrey”, con
embarque y desembarque en Valencia. Los viajes, iguales que los anteriores, con
cemento para Port Everglades, Port Canaveral, Tampa y Puerto Haina (República
Dominicana), y volviendo con grano o petcoque.
Mis relaciones con Iberia nunca fueron muy
buenas y en varias ocasiones pasé el viaje escribiendo en el libro de
reclamaciones, y otras varias en tierra. En esta ocasión tuve que pasar por
Madrid antes de embarcar, y al hacerlo en Málaga observé que al presentar el
billete no me pidieron que eligiera acomodación; mi billete era de Gran Clase
para el Jumbo que, procedente de New York, tocaba en Málaga para seguir ruta a
Madrid.
Lo achaqué a que el aeropuerto de Málaga
había estado cerrado un par de días por niebla y, por ello, habrían acumulado
bastante retraso. Cuando embarqué me dirigí a la zona de Gran Clase y me dijo
la azafata que no, pues mi billete era de clase turista, le respondí que era un
error de ellos, pues yo había pagado un billete de clase superior. Llamaron a
un chaqueta roja y comprobó que, efectivamente, mi billete era de Gran Clase
pero que se había producido un error y tenía que viajar en turista.
Como estaba sentado en Gran Clase que,
además, iba vacía, les dije que no me movía de allí bajo ningún concepto y que
la solución la buscase Iberia pues era quién había cometido el error.
De pronto, y cuando el avión estaba medio
lleno, pareció entrarles las prisas, saliendo con muchos asientos vacíos, y
muchos viajeros que estaban esperando después de haber suspendido varios
vuelos, se quedaron en tierra.
Nada más salir pedí el libro de
reclamaciones, con el que me mantuve entretenido hasta que llegamos a Barajas.
A consecuencia de este incidente debieron
colocarme alguna anotación de la que me enteré meses más tarde al desembarcar
en Valencia.
Le hice el relevo a Luis Domínguez quién me
explicó que desde que embarcó un marinero de Lepe, no recuerdo su nombre, lo
había tenido frito preguntándole como se conseguía la tarjeta del “Curumato”,
traducción “Economato”, del Ministerio de Industria.
El primer día de salida a la mar, como
acostumbraba después de comer, pasaba el diario de navegación, hacía los
telegramas para pasarlos a Madrid y daba una vuelta por el puente.
Cuando salía con el diario en la mano, los
telegramas y algo más, este marinero me abordó en la puerta del despacho
espetándome: “¿cómo puedo conseguir la tarjeta del Curumato”?; me dio un ataque
risa y no pude contestarle, por lo que, como pude, le dije que lo dejara para
más tarde pues ahora estaba un poco liado. Ni qué decir tiene que en cuanto se
marchó solté una buena carcajada que duró un buen rato.
El muelle donde atracábamos en Port
Everglades había sido construído por la otra empresa receptora de cemento:
Continental. Aclararé que tenían que importar cemento porque estaba prohibido
fabricarlo en Florida debido a la polución, de modo que lo importaban.
Como dije antes, el muelle había sido
construído por Continental, por lo que aunque no fuese suyo, durante
veinticinco años tenían prioridad de atraque y no pagaban nada a la Autoridad
Portuaria; buen sistema, ya que el dinero para el mismo no salía de los
contribuyentes.
Cuando llegamos, el muelle estaba vacío por
lo que atracamos, nosotros descargábamos para Rinker y dos días después se
esperaba un barco para ellos, por lo que Autoridad Portuaria nos comunicó que
debíamos abandonar el atraque y salir al fondeadero hasta que el otro buque
terminase.
El telegrama la trajo el ‘Sherif’, todo de
negro, del que me hizo firmar un recibo; en él se me decía que a las doce de la
mañana del día siguiente, si no habíamos salido tomarían el barco y lo
trasladarían del atraque al fondeadero.
Me puse en contacto con Elcano desde donde
poco después me fue comunicado que en todo lo referente a este asunto siguiera
las directrices de Rinker. Estos me comunicaron que no moviese el buque hasta
terminar la descarga.
Sobre las cinco de la tarde volvió el Sherif
y le comuniqué la orden recibida de Rinker de no mover el barco. Se marchó sin
más para volver unas horas más tarde a comunicarme, a través de otro telegrama
que también tuve que firmar, que las órdenes de la Autoridad Portuaria eran que
debía abandonar el atraque el día siguiente antes de las doce del mediodía.
El problema estaba en que Rinker decía que se
le había autorizado el atraque y que sabía que la otra compañía tenía la
prioridad del muelle, pero que para dejarlo libre deberían abonarle los gastos
de remolcadores que deberían pagar en las maniobras nuevas de salida y entrada,
única forma de no oponerse a dejar libre el atraque. Mientras no le abonasen
estos gastos se oponían y no dejaban el atraque.
Sobre las diez de la mañana del día siguiente
apareció una ‘tropa’, y al igual que en las películas, tomaron el barco; venían
con pistolas, fusiles, teléfonos, etc., más equipados que, como digo, en las
películas. Tomaron el puente, la máquina y todo el barco, y el jefe, que
parecía ser un Comandante del Coast Guard, se presentó en mi despacho para
comunicarme que el barco había sido tomado y que a las doce llegarían los
remolcadores para llevarlo al fondeadero, me preguntó si cooperaba en la
maniobra, a lo que le respondí que la haríamos nosotros, pero forzados por la
circunstancias.
Como digo, tenían el buque tomado, nos habían
obligado a parar la descarga y a desconectar las mangueras, y sobre las once y
media el buque estaba en condiciones de dejar el atraque.
Sobre las doce menos cuarto, estando ya
preparados para desatracar, mientras tomábamos los cabos de los remolcadores
sonó el teléfono portátil del Comandante; inmediatamente, éste dio la orden de
abandonar al barco, ya que la operación se había suspendido. Se dirigió a mí y
me dijo que ahora me aceptaba una refresco. Se fue al rato y aquí no pasó nada.
Esta fotografía la tomé desde lo alto del
silo de cemento, mientras efectuábamos la descarga. Unos años más tarde se
publicó en la Memoria Anual de Elcano, y cuando me dieron uno de los
ejemplares, en una de las visitas a la empresa en Madrid, ‘alguien’ se jactaba
de la foto tan buena que había hecho de uno de los cementeros. Como sabía que
la foto era mía le pregunté que cuándo la había hecho, desde dónde, y si podía
dejarme el cliché para hacer una ampliación. Empezó a darme largas y le dije
con un poco de sorna que yo sí le podía dejar el cliché por si lo necesitaba.
Cuando se estaba terminando de descargar una
bodega de cemento y las carretillas estaban trabajando, al dar marcha atrás una
de ellas golpeó a un marinero tirándole al suelo y pasándole una rueda por
encima de una pierna. El nombre del marinero era Paco, aunque todos le llamaban
“Siseñor”, porque hablara con quien hablara siempre contestaba así.
Nada más producirse el accidente nos pusimos
en contacto con Rinker para que avisaran de que teníamos un herido, mientras lo
sacamos de la bodega en una camilla especial; antes de que estuviera en el
muelle ya había llegado una ambulancia, otro coche con médicos, los bomberos,
la policía, y algunos más que ahora no recuerdo, pero nadie pidió un papel,
sólo se dedicaron a reconocer al accidentado al que enseguida mandaron al
hospital para hacerle radiografías y todo lo que viesen necesario. Una vez
evacuado subió a bordo el Sherif para pedirme datos del hombre y del accidente.
Siempre hacíamos la limpieza de las bodegas
en el fondeadero de Port Everglades, incluso cuando el último puerto de
descarga hubiese sido Port Canaveral y no tuviésemos que ir a ningún puerto
hacia el norte, pues la zona estaba más protegida y podíamos abrir y cerrar las
tapas de las bodegas sin problema alguno.
Cuando terminábamos la limpieza de las
bodegas de cemento, solíamos celebrarlo con una buena cena, que generalmente
siempre solía ser de ostras –un bushell (unos veinticuatro kilos) nos costaba
diez dólares–, después un bogavante por cabeza, acabando con un chuletón
deshuesado, todo ello regado con vino, champagne o cerveza.
Durante los días que estábamos fondeados, por
la noche nos dedicábamos a pescar; había que pegarse bastante a tierra para que
la corriente no fuese muy fuerte y se llevase la línea sin dejarla llegar al
fondo. Solíamos hacer buenas capturas, aunque no muy grandes, y en ocasiones
alguna langosta.
Esta foto la hice desde el fondeadero de Port
Everglades. Los balandros y lanchas se contaban por miles, y constantemente se
recibían por VHF avisos de estos barcos que se habían perdido y no sabían
regresar a puerto.
Durante el reviro, en la maniobra de entrada
a Port Everglades. Enfrente, el canal de entrada y los edificios al borde del
mar.
Desde este bar podíamos estar viendo el buque
y comiendo ostras con cerveza. Como digo en otro capítulo, había que avisar
para que solo las pusieran abiertas y con limón, pues si las limpiaban les
quitaban el sabor, además de que con las
salsas que las acompañaban no se podían comer.
En la foto siguiente se puede ver uno de los
muchos buques que se utilizaban para el seguimiento de las naves que lanzaban
desde la base de la Nasa, muy cercana al puerto.
En la anterior foto, el Siwertell parado y
apoyado en el muelle, pues ya hacíamos las descargas nosotros mientras ellos
descansaban. En la playita que se puede ver se capturaban grandes cantidades de
almejas parecidas a las conchas finas de Málaga.
Como flaqueaba la importación de grano desde
USA para España, esta vez nos mandaron a cargar petcoque a Norfolk, así que
como no requerían mucha limpieza las bodegas y se presentaba un tiempo bueno,
decidí salir para el destino y limpiar durante el viaje.
El último día de limpieza empezó a levantarse
un maretón que nos hacía dar unas bandazos muy fuertes, y cuando intentamos
cerrar la tapa de la escotilla empezó a bailar no yéndose al agua de milagro;
tuvimos que parar sobre uno de los embragues que se utilizaban para subirlas y
después, con cuatro polipastos, dos para tirar y otros dos para que no se
pudiesen mover, conseguimos llevarla a su sitio después de muchas horas de
trabajo.
En Norfolk no cayó una buena nevada. Aquí,
estoy en el puente, y detrás de mí puede verse la base militar con varios
buques de guerra. Durante la carga apareció en esta dársena una gran mancha de
aceite, por lo que vinieron a bordo los del Coast Guard para tomar muestras de
todos los tipos que teníamos a bordo. Meses más tarde nos comunicaron que la
pérdida fue de uno de los buques de guerra que habían atracado cerca nuestra,
por lo que nos presentaban sus disculpas por las molestias.
Cuando se presentaron a bordo pidieron los
planos del buque y fueron sacando muestras tanque por tanque, tres tarros de
cada uno, firmando ellos y el Jefe de Máquinas los tres y dejando uno a bordo.
Los otros dos eran, uno para análisis y el otro para guardarlo por si surgía
alguna disputa en relación a las muestras.
En una de las estancias en España en la que
María José estuvo a bordo, se encontraban reunidas unas cuantas mujeres en el
salón, y una de ellas le comentó con un poco de sorna lo rápido que yo había
ascendido a Capitán, pues se solía tardar muchísimo. Y es que me habían pasado
de Tercer Oficial a Capitán prácticamente en un año.
Sin darle más importancia le comentó que
había que tener en cuenta que su tío era ministro, con lo cual dejó zanjada la
cuestión.
Ni qué decir tiene que nunca ha tenido un tío
ministro.
Esta foto fue tomada mientras estuvimos
fondeados en Barcelona, antes de la descarga. Aquí pasamos un buen susto porque
aunque habíamos apeado sobre molinete más de tres grilletes, al dar fondo falló
el freno y siguieron saliendo los grilletes sin poder pararlos; menos mal que
aguantó el contrete y no se fue todo al fondo.
Desde Barcelona fuimos a Valencia a cargar, y
allí me llegó el relevo. Cuando fui a coger el avión, en el aeropuerto estaba
de jefe de Iberia José Antonio (Cuqui), marido de mi prima Conchy, quién, en
vista de que cuando metían mi nombre en el ordenador aparecía un aviso que
indicaba que yo era un pasajero problemático, me tuvo con él en la oficina y
embarqué con los pilotos, a quienes les pedí si podía quedarme en la cabina.
Cuando empezamos a coger velocidad para
despegar hubo una “caída de planta”, frase usada por los marinos cuando se para
el motor principal, por lo que tuvieron que abortar el despegue, quedándonos en
mitad de la pista. Fui a mi asiento y enseguida nos dijeron que teníamos que
bajarnos pues venían unos autobuses a recogernos.
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