CAPÍTULO
XXXIII
BUQUE
“CASTILLO DE MONTERREY” - 4to.
EMBARQUE
En esta ocasión me tocó embarcar en Vigo,
otra vez el Castillo de Monterrey, y como había problemas con los cargamentos
de grano, se decidió traer petcoque (carbón de petroleo).
Empezamos descargando en Port Everglades y
como segundo puerto fuimos a Port Cañaveral, aunque hubo ocasiones de descargar
todo en un puerto u otro dependiendo de las necesidades de Rinker.
En un capítulo anterior comenté los problemas
de la rampa de descarga en Port Cañaveral. En esta imagen se puede ver la
citada rampa y el siwertell trabajando en la bodega, creo que fue la última
descarga que se hizo por este medio. En los viajes siguientes, en vez de ir el
cemento por la rampa iba por la tubería que se ve cruzando horizontalmente.
En la foto anterior cruzándonos con otro
buque de la empresa, un Bulkcarrier, aunque no recuerdo cual de ellos, pues
había tres, “Castillo de Almansa”, “Castillo de Xátiva” y “Castillo de
Arévalo”.
Durante el viaje, una mañana cuando nos
habíamos sentado a comer, llamaron del puente porque el segundo oficial, Jaime
Oñate, se había desmayado y estaba sangrando por la boca. Subí corriendo y el
panorama que me encontré fue a Jaime sentado en el sofá, sin conocimiento y
sangrando por la boca, a Juan Verd, primer oficial, agarrotado y a Arturo
Bertrand, tercer oficial, cogido al teléfono y paralizado.
Volqué a Jaime para evitar que se tragase la
sangre mientras preguntaba qué había pasado. Por lo visto había salido al
servicio donde debió perder el conocimiento y caerse, se levantó solo y volvió
a entrar en el puente donde de nuevo perdió el conocimiento.
Contactamos con el Centro Radio Médico de
Madrid donde nos dieron instrucciones, aunque más tarde pudimos comprobar que
le sangraba la boca como consecuencia del golpe de la primera caída.
Hace poco me enteré de su fallecimiento, era
más joven que yo y una buena persona, por lo que lo sentí muchísimo, d.e.p.
La descarga del petcoque la hicimos fondeados
en Lisboa. La foto está tomada desde el buque. Podíamos bajar a tierra, así que
por las tardes salíamos a tomarnos unas cervezas y unas “zapateiras” (buey de
mar), que estaban exquisitos. Todo nos costaba sólo unas quinientas pesetas.
De jefe de máquinas estaba Jorge Prelcic; su
abuelo se había quedado en España después de la Primera Guerra Mundial y se
habían afincado en Vigo. Era buen profesional y gran persona al que aprecio
mucho. Aunque cuente aquí algunas anécdotas suyas no creo que pueda molestarle.
Cuando embarcó, llegó en un taxi al muelle, y
al subir a bordo observé que tenía rota el asa de la maleta; le pregunté que si
se le había roto durante el viaje y me dijo que no, que él a todas las maletas
les rompía el asa porque así, si alguien se la robaba se la tenía que poner al
hombro, por lo que sería más fácil localizarle.
Para sí mismo es tacañísimo, pero no para su
familia ni para los demás, y no le gustaban nada las ostentaciones. Como yo
tenía que hacer la Protesta de Mar ante el Consulado Español, llevando dos
testigos, decidí que me acompañaran él y el segundo oficial.
Una vez terminada la gestión fuimos a comer
al restaurante Cibeles, uno de los mejores de Lisboa donde sabía que nos iban a
servir bien y estarían pendientes de nosotros, cosa que sabía que no le gustaba
a Jorge.
Nada más sentarnos a la mesa pude ver que
teníamos unos cojines a los pies por si queríamos descalzarnos, lo que le
pareció una ‘mariconada’. Pedí unos entrantes, y él de segundo tomó pescado; le
jorobó que se lo limpiasen delante suya y que, encima, permaneciera un camarero
constantemente pendiente de nuestra mesa para cualquier cosa que necesitásemos.
Al final pidió una copa de coñac. Nos dijeron
que era de la casa, y esto fue lo que más le gustó, pues se retiró el camarero
y lo pudo saborear a su gusto sin que nadie le espiase, como estuvo lamentando
toda la comida.
La foto anterior está tomada en el canal de
entrada a Port Everglades. En ella se pueden apreciar un par de edificios de
apartamentos con su playa particular; eran preciosos y las vistas desde ellos
al mar, maravillosas.
Primer cargamento de cemento blanco a Port
Everglades. Habían construído un silo para este producto y empezamos a llevar
cemento gris y blanco cada viaje; esto suponía que la línea por la que
descargábamos el cemento blanco tenía que estar muy limpia, ya que una pequeña
cantidad de cemento gris estropeaba muchas toneladas del blanco.
Desde este embarque, siempre que llevábamos
los dos productos, antes de la llegada a Port Everglades tenía la precaución de
llenar los acumuladores con cemento blanco y tirarlo a la mar, con lo que
limpiaba las líneas con blanco y evitaba contaminación. Se perdían así unas
treinta toneladas, aproximadamente, de cemento blanco, pero en el cómputo final
no se notaba. Cuando llegue su momento explicaré por qué podía hacerse esto sin
que se produjese merma de mercancía.
Se lo comenté a los otros capitanes y, como
es lógico, cada uno hizo lo que le dio la gana, con las consecuencias que unos
viajes más tardes pudimos comprobar.
En Pascagoula se cargaron solamente tres bodegas, yendo para el resto a Davant, en el Río Mississipi, cerca de New Orleans. En este viaje habían venido conmigo María José y los niños, así que mientras descargábamos en Port Cañaveral hicimos un par de visitas a Disneyworld, en Orlando, donde lo pasamos de maravilla. En Port Everglades estuvimos en el Six Flag Atlantic, que en esa época era el mayor parque acuático del mundo.
En Pascagoula se cargaron solamente tres bodegas, yendo para el resto a Davant, en el Río Mississipi, cerca de New Orleans. En este viaje habían venido conmigo María José y los niños, así que mientras descargábamos en Port Cañaveral hicimos un par de visitas a Disneyworld, en Orlando, donde lo pasamos de maravilla. En Port Everglades estuvimos en el Six Flag Atlantic, que en esa época era el mayor parque acuático del mundo.
Cuando atracamos en Davant, el consignatario
le comentó a María José que no dejase de ver la catedral, que era una
maravilla. Sobre las nueve de la mañana fuimos para New Orleans, y como era
domingo estaba todo el Frech Quarter con gran cantidad de basura de la noche
anterior (plásticos, etc.). Como era temprano entramos a desayunar a un hotel,
y a la salida de éste, una media hora más tarde, María José me comentó que la
había llevado por otra puerta pues estaba todo limpísimo, pero pudo darse
cuenta de que había una gran cantidad de personas limpiando las calles para
dejarlas en condiciones de poder pasear.
Así que como estaba muy pesada y quería ver
la catedral, la llevé. Cuando estuvo delante lo único que se le ocurrió decir
fue que la iglesia de El Palo (Málaga) era mayor.
Foto tomada desde el puente cuando nos
dirigíamos a Pascagoula, a cargar Petcoque. En ella se ven unas cuantas
plataformas de extracción de petróleo de las que hay miles en el Golfo de
Méjico. Una de ellas tuvo pérdidas importantes hace poco tiempo, por lo que
estuvo vertiendo crudo con la consiguiente grave contaminación.
Salimos para Tarragona donde se hizo la
descarga del petcoque. Mientras cruzábamos el Estrecho de Gibraltar escuchamos
por el VHF que dos buques habían colisionado; la foto muestra a uno de ellos y
un par de remolcadores al costado. No ocurrió nada grave y pudieron seguir por
sus propios medios.
Media hora después de recibir el aviso de la
colisión, el helicóptero de Salvamento Marítimo apareció por allí y comunicó
con nosotros por si sabíamos algo. La rapidez en aparecer no tiene nada que ver
con la que tenían los americanos en sus costas en estos años.
Aunque
nunca navegamos juntos no quiero dejar de mencionar a Juan Cabezas, fallecido a
bordo años más tarde, mientras era Capitán, d.e.p. Lo que quiero mencionar es
que, debido a su baja estatura, no llegaba a los radares y tenían que hacerle
una banqueta especial para que pudiera ver la pantalla, ello daba origen a
bromas y cachondeo a lo que siempre respondía: –“No te doy una leche porque no
llego, pero de un bocado en los cojones no te libra nadie”.
En una de las maniobras de entrada en el Río
Mississipi, que habíamos empezado sobre las seis de la tarde y terminado
alrededor de las dos de la tarde de día siguiente, como es lógico me había
pasado toda la noche y la mañana en el puente, así que en cuanto pasamos las
formalidades me fui a la cama a dormir diciendo que no me llamaran a menos que
fuese necesario.
Al poco de coger el sueño sonó el teléfono
que atendí de inmediato: era un engrasador pidiéndome dinero, aunque lo normal
era hacerlo al Segundo Oficial, en este caso no nos habían traído los dólares y
ya se lo había dicho, pero insistió en llamarme.
Le dije que no había pero que en cuanto lo
trajeran ya se lo darían y seguí durmiendo.
Me desperté sobre las diez de la noche y subí
al puente para dejar una nota para que me llamaran a las dos de la noche.
Cuando me llamaron di orden de que llamaran
el engrasador de marras y que subiera a mi camarote. En cuanto entró le
pregunté que cuanto dinero quería, a lo que me respondió que “estaba
durmiendo”; le repliqué que cuando él me llamó yo también estaba durmiendo,
después de no haber podido hacerlo por la maniobra, así que si quería el
dinero, bien, y si no, que me dejase dormir.
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