Después de
finalizar el tema anterior en el que daba cuenta de mis andanzas por el Canal
de Panamá, he de añadir que nunca más volví a transitar por él. Ahora me decido
a contar mis viajes por las costas americanas comenzando con el primero que
realicé a bordo del V. “Rita García” ocupando plaza de 3er Oficial. Voy a
mezclar la parte profesional con la parte personal ya que para mí significó más
que un viaje normal. Llevaba embarcado en el V. “Norte” casi nueve años,
durante ese intervalo de tiempo no había tenido la ocasión de hacer ni un solo
día de navegación de Gran Cabotaje y mucho menos de Altura, con lo cual mis
esperanzas de poder obtener el título de
Capitán dadas las circunstancias, cada año que transcurría lo veía más lejano.
El “Norte”
estaba arrendado por RENFE para suministrar de carbón a todos sus depósitos a
lo largo del Mediterráneo, por este motivo viaje va y viaje viene entre
Asturias hasta Barcelona, me conocía la costa española al dedillo, incluyendo
todas las leyendas que a lo largo de la historia se habían ido transmitiendo
entre los marinos sobre la orografía española. Exagerando un poco, conocía
hasta el nombre de los fareros y si eran casados o solteros. Pero como todo en
esta vida tiene su fin, a mí también me
llegó el momento de dejar el carbón como le ocurrió a Antonio Molina el
día que abandonó la mina para convertirse en cantante.
En
Santander donde nos encontrábamos
reparando con el “Norte”, se me ofreció
la oportunidad de embarcar en el “Rita
García” como 3er Oficial y de esa forma iniciar la navegación de Altura que
tanto necesitaba. La suerte se alió conmigo y el destino quiso que la primera
vez que iba a cruzar el charco fuera para llevar un cargamento de lingote de
hierro al puerto de Mariel en Cuba. Resulta que yo iba a ser el primer miembro
de mi familia que iba a retornar a Cuba después de que mi abuelo paterno
abandonara la isla cuando Cuba obtuvo la independencia. Me explico: Mi abuelo paterno nació en Pinar
del Rio (Cuba), sus padres eran emigrantes españoles. Mi abuelo vino a España
para ingresar en la Academia Militar donde cursó sus estudios y donde una vez
finalizados contrajo matrimonio con una toledana (mi abuela). Ambos regresaron
a Cuba, él destinado como oficial en el Castillo del Morro de la Habana, allí
nacieron los tres primeros hijos del matrimonio que resultaron ser féminas.
Cuando Cuba declaró la independencia, mi abuelo que había jurado la bandera
española tomó a su mujer y sus tres churumbelas y se vino a España. Allí
quedaron cinco hermanos que naturalmente no pararon de procrear. Con el tiempo
y la distancia, los recuerdos perduraron pero los lazos se fueron diluyendo
hasta quedar prácticamente reducidos a
cero. Yo, como he mencionado anteriormente, era el primero en cruzar el océano
e intentar conocer a toda la familia que mi abuelo dejó allí. El momento no era
el más propicio precisamente para tales menesteres. Fidel Castro acababa de
tomar el poder, la situación política resultaba un poco caótica y cuando
llamaban a tu puerta nadie sabía exactamente a que se podía esperar. Por esa razón a mi me costó en un principio tanto
encontrar a un miembro de la familia, a pesar de que la guía de teléfono
contenía bastantes Bonis. Gracias a una
viejecita que me abrió la puerta y me informó que un tal Arturo de Bonis (se
llamaba igual que yo) trabajaba en un periódico logré establecer contacto con
él. Después todo fue coser y cantar, en una semana conseguí conocer a infinidad de familiares, los que quedaban
porque muchos habían salido de la isla por motivos políticos y se habían
desperdigado por centro América. Después seguí manteniendo contacto durante mis
viajes a Cuba con los “Sierras” y algo más de tiempo, pero al final todo ha quedado
en el olvido.
Ahora le
toca el turno a la historia profesional. Era mi primer viaje a bordo de un
buque diferente al “Norte”, me encontraba más despistado que un pulpo en un
garaje. Gracias a los consejos del 2ºOficial que también se encontraba allí más
bien de paso, que lo primero que me aconsejó era eso de “oír”,“ver” y “callar” me
acoplé rápidamente a la vida de a bordo sin problemas. El “Rita García” era un
barco especial, ya lo hice constar en el libro MIL AÑOS DE MAR.
Si ahora vuelvo a repetir algunas cosas que ya
conté en su momento, es porque me impactaron tanto que quedaron bien
registradas en mi memoria. Decir que ha sido el momento en el cual me he
considerado un cero a la izquierda como oficial de un buque, creo que es más
que suficiente para dar una idea de cuál era la situación. Pero algo tendré que
narrar para poder justificar lo dicho anteriormente. El “Rita” era un buque
construido en Inglaterra de unas 7000 tons. aproximadamente, con cuatro bodegas
para carga y una adicional en el centro para el carbón cuando sus calderas lo consumían
antes de haber sido adaptado a fuel. Tenía una Cámara preciosa como solían
tener todo los buques ingleses de aquella época. Todo caoba y con camarotes a
banda y banda. Pero resulta que tan preciosa cámara era para uso exclusivo del
Capitán y del Mayordomo. Debajo del Puente de Mando, se había habilitado una
especie de pajarera que era utilizada como comedor de oficiales y en el espacio
restante se había casi prefabricado un pequeño camarote para el 3er Oficial (el
mío en este caso) y la estación de radio con el camarote para el Marconi de
turno. El resto de camarotes tanto para oficiales de puente como de máquinas,
estaban situados en los pasillos laterales a Br. y Er. en el centro del buque,
sobre la sala de máquinas.
Yo, como
tercer oficial era el encargado del papeleo y la parte burocrática. Cuando
llegábamos a puerto empezaba mi calvario. El Capitán y el Mayordomo se metían
en la Cámara junto con las autoridades y yo me quedaba esperando en el pasillo con
toda la documentación necesaria esperando pacientemente a que el Capitán dijese
que necesitaba un documento determinado, entonces salía el Mayordomo y yo le
hacía entrega del papel para que a su vez se lo entregase al Capitán. En una
palabra, que lo que allí se cocía solamente lo sabían las autoridades, el
Capitán y el Mayordomo y -de hecho- se cocían bastantes cosas.
El Capitán,
desde los tiempos de nuestra guerra civil, sufría de un tembleque parecido al
Parkinson que le impedía observar convenientemente y durante las comidas
ninguna cuchara le llegaba llena a la boca. No obstante, la única situación que
se consideraba valida en el momento de la meridiana era la suya. Pero “ancha es
Castilla” y mucho más ancho son los mares, daba igual que los puntos de
recalada apareciesen 20º por babor como por estribor. El viaje a Cuba se
realizó sin novedad digna de mención, no así nuestra llegada al puerto de
Mariel que resultó ser un acontecimiento. No sé exactamente si el motivo era a
causa de ser el primer buque español que recalaba a Mariel o el primero que
arribaba después de los acontecimientos vividos en la isla. Fuimos recibidos
con muchísima amabilidad. Toda esa amabilidad la aprovechó el Mayordomo (que
era un verdadero lince de los negocios) para solicitar de las autoridades un
permiso especial que le permitiera abrir al público después de la jornada de
trabajo de una especie de cantina donde poder degustar los productos españoles
que tanto gustaban en la isla. El permiso fue concedido y la voz se corrió como
la pólvora y el barco después de la jornada de trabajo se convirtió en una
feria. La gambuza del “Rita” estaba bien provista para tales eventos, nada
tenía que ver con los potajes de garbanzos que a diario el Mayordomo había
institucionalizado como primer plato sin que nadie rechistara.
Lo que más
solicitaban los cubanos era chorizo y para acompañarse una botella de coñac que
mezclada con otra de sidra lo llamaban.” España en llamas”. Sobre gustos no hay
nada escrito. Yo aproveché tanta algarabía y los quince días que duró la
operación de descarga para hacer varias escapadas a La Habana que solo estaba a
cuarenta kilómetros para seguir conociendo familiares que resultó ser de la más
variopinta. Los cubanos nunca han tenido problemas para mezclarse con razas
diferentes y esa fue la causa de encontrarme con familiares con los ojos
rajados y otros con color chocolate, una verdadera galimatías que de vivir mi
abuelo seguro que no le hubiera hecho ninguna gracia.
Todo lo
bueno se termina y también se terminó nuestra estancia en Mariel. Desde allí
zarpamos para el puerto de OLD-TAMPA en Florida, para tomar un cargamento de
fertilizantes con destino a Europa. Nuestra llegada a este puerto nada tenía
que ver con la llegada a Mariel, aquí todo fueron malos modos por parte de
las autoridades, me imagino que
acrecentados por proceder de puerto cubano. Rellenar formularios y preguntas y
más preguntas, que desde el punto de vista europeo las considerábamos ridículas.
Nuestra estancia no llegó a durar ni 24 horas, pero las suficientes para
llevarnos otra mala impresión de la forma de actuar de los americanos. Como el
puerto se encontraba a una distancia considerable de la ciudad. El Capitán y
algunos oficiales decidimos alquilar un taxi para visitarla. Durante el
trayecto fuimos abordados por un coche de la policía al más puro estilo de
película de gánster, nos hicieron bajar del taxi, nos pusieron con las manos en
alto contra el taxi y nos cachearon hasta los mismísimos, mientras que el
Capitán no paraba de protestar, cosa que a ellos les importaba lo que
justamente acababan de tocarnos. Esos buenos y malos recuerdos es lo que puedo
contar de mi primer viaje a bordo del “Rita García”.
Parecía que
se había establecido un intercambio de fertilizantes entre EEUU y Europa ya que
mi segundo viaje fue entre Hamburgo y Jacksonville (Carolina del Norte) como
puerto de descarga. Hicimos escala en las Azores para repostar combustible, esa
operación fue larga y penosa ya que la isla no contaba con medios modernos para
facilitar las operaciones. A pesar de que el tiempo no era bueno, el Práctico
salió y nos abordó en una lancha parecida a una jábega propulsada por remeros,
los amarradores ídem de idem, y de remolcadores ni contar. Pero con paciencia y
una caña todo se consigue, nosotros logramos repostar y continuar viaje hacia
Jacksonville. Esta vez tuve la ocasión de cruzar el mar de los sargazos, lo
cual nos obligó a limpiar con muchísima frecuencia la corredera que funcionaba
como una cabra loca con tantísima alga adherida.
Cuento
algunas anécdotas de este puerto como siempre, las que más me impactaron.
Estábamos sentados sobre la escotilla de la adicional el 2º Oficial y yo,
charlando y tomando el sol porque estábamos fondeados esperando atraque y poco
o nada teníamos que hacer, Yo le comentaba al segundo que había recibido
noticias de mi mujer anunciándome que estaba embarazada de nuestro segundo hijo
y él me contaba algunas cuitas suyas. De repente aparece el Sr. Capitán que por
lo visto se había levantado con pie doblado y nos increpó de mala manera, más o
menos insinuando que éramos unos vagos y que si no teníamos nada que hacer él
nos daría trabajo, nos mando calcular la ortodrómica de regreso a España. Menos
mal que no nos castigó mirando a la pared que hubiera sido más humillante. De
cualquier forma tanto el segundo como yo sabíamos que la ortodrómica ni pensaba
mirarla. El navegaba siempre con las instrucciones del Pilot-Chart del mes
correspondiente y de ahí no se salía.
Faro de Jacksonville
La segunda
historia empieza con la visita a bordo del Capellán del Stella-Maris de
Jacksonville, él cual nos invitó para que visitásemos la sede después de la
jornada de trabajo. Hasta aquí todo normal. La sede se encontraba en un
edificio muy moderno en el centro de la ciudad, si mal no recuerdo en una
séptima planta. Fuimos amablemente recibidos y obsequiados los cinco o seis que
fuimos. Después de un buen rato de conversación fuimos invitados a la piscina
cubierta que se encontraba en la planta superior. Nosotros en principio
renunciamos alegando que no teníamos bañadores. El Capellán dijo que eso no
tenía ninguna importancia porque él nos podía proporcionar pantalones de
deportes apropiados y así lo hizo, con lo cual no tuvimos más excusas y todos
nos zambullimos en la piscina. Nuestro asombro ocurrió momentos después cuando
vimos aparecer al Capellán como su madre lo trajo al mundo, con el pirulí
colgando pero en versión “extra-large” como correspondía a su edad. Se zambulló
en el agua y compartió el baño con nosotros con la mayor normalidad. Lo
ocurrido fue tema de conversación de varios días y por supuesto todos
coincidíamos en la diferencia de mentalidad existente. Ninguno nos podíamos
imaginar a un Capellán de cualquier Stella-Maris de España practicando el
desnudismo ante sus feligreses.
Descargamos
en Jacksonville el fertilizante y salimos con destino a Hopewell, puerto
situado en James River, si mal no recuerdo en el estado de Virginia, para
cargar nuevamente fertilizante con destino a Europa. De este viaje lo que más
impresión me causó fue ver centenares de buques abarloados a todo lo largo del
rio, los buques tipo “Victory” y “Liberty” que habían sido utilizados durante
la segunda guerra mundial. Hace poco he leído, no sé dónde, que aunque en menor
número se siguen manteniendo muchos buques en estas condiciones que podrían
estar operativos en poco tiempo en caso de un nuevo conflicto bélico. Salimos
de Hopewell con destino a Europa, recuerdo que para Rotterdam. Tal como
presumíamos el 2ºofial y yo, los cálculos de la ortodrómica que nos hizo
preparar en Jacksonville, seguramente lo empleó en otros menesteres más
encomiables, y trazó rumbo a buscar el punto “C” del Pilot-Chart sin tener en
cuenta la predicción meteorológica y así nos fue. Me imagino que sus cinco
hermanas religiosas desde sus
correspondientes conventos intercedieron por la seguridad del “Rita García” que
bastante falta nos hizo. Este fue mi último viaje a bordo de este buque al que
a pesar de todo le llegué a tomar cariño. Después de Rotterdam fuimos a
Valencia y allí cogí mis bártulos para dirigirme a Bilbao donde debía embarcar
como 2ª Oficial en el “Sierra Urbión”.
Capitán A. de Bonis