LA VIDA A BORDO... UN POCO DE TODO. TEMA TRES
En la actualidad se han puesto de moda
los viajes en CRUCEROS, esos que en una semana te prometen unas vacaciones
idílicas y aquellas personas que los realizan han guardado unos recuerdos
imposibles de olvidar, dependiendo de cómo les haya ido.
Yo tengo ejemplos para todos los
gustos. Los que tuvieron que abandonar el viaje porque el buque sufrió una
avería y los dejaron más o menos tirado en una isla griega y los que repiten
porque lo han pasado bomba, recordando principalmente la noche en que se
celebra la cena con el Capitán, sobre todo si han tenido la suerte de compartir
la mesa.
Cuando voy al puerto y veo atracado
algún ejemplar de este tipo de buque (en Málaga se prodigan muchos), como
profesional que he sido de la mar, me echo las manos a la cabeza cuando veo a
esos mastodontes que pueden transportar a miles de personas entre turistas y
tripulantes, no solamente me rechaza la estética porque lo menos que parecen
ser es un buque, más bien una enorme caja de zapatos. En realidad, resultan ser
ciudades flotantes donde se encuentra de todo: desde tiendas de modas,
espectáculos, restaurantes para todos los gustos y bolsillos…. Para mí, la
comparación más idónea sería a la de una “Torre de Babel”, por la diversidad de
razas y nacionalidades tanto entre los tripulantes como entre el pasaje. Mi
experiencia profesional me haría pensar dos veces antes de apuntarme a uno de
esos viajes idílicos que anuncian en la agencias de viaje.
¿Por qué menciono todo esto?, porque
pienso que la gente actualmente el concepto que seguramente tienen de la
profesión y la vida del marino, es la que se muestra en este tipo de actividad
y que me recuerda aquella famosa serie de televisión llamada “Vacaciones en el
Mar”, nada más lejos de la realidad. Si la comparamos con la época en que yo
comencé a navegar, los únicos buques que solían llevar a gran número de
pasajeros eran los que se dedicaban a transportar emigrantes a Sudamérica,
pienso en el "Cabo Buena Esperanza· y el "Cabo de Hornos"
embarcando familias enteras en el puerto de Cádiz. En la actualidad los buques mercantes han quedado casi
reducidos a los super- tanques y super-contenedores que con las grandes
técnicas tanto en descarga como en navegación se han convertido en
transportista de “puerta a puerta”, que paran en puerto menos tiempo que los
aviones comerciales donde únicamente las
tripulaciones tienen tiempo libre para acercarse a los “free stores” a comprar
algún regalito para la familia.
La marina mercante ha cambiado de tal
forma que ( la verdad es que) no sé si decir que para bien ó para mal, depende
de que tema se toque. La época romántica donde existía un slogan que
publicitaba: “hágase marino y visitará países exóticos” está bajo llave
encerrado en el baúl de los recuerdos. La generación del sextante ha sido
sustituida por la del G.P.S. que la utiliza hasta las pateras que nos traen a
los turistas indeseados.
Pero para intentar que se comprenda el cambio tan enorme que ha
experimentado la profesión náutica y la vida en los barcos, es por lo que voy a
dedicar hoy un poco de espacio al tema. Comienzo por decir que la profesión de
marino tenía que ser necesariamente una profesión vocacional, como la del
sacerdocio, ya que los inconvenientes que conlleva son muchísimos más grandes
que las ventajas, especialmente si nos referimos al tema familiar.
Cuando pisé por primera vez la cubierta
de un buque en 1952, aparte de tener que presentar mi título de Alumno y mi
Libreta de Inscripción Marítima, tuve que hacer entrega de mi Cartilla de
Racionamiento que aún en aquella época estaba vigente para algunos alimentos.
Eso ya indica un poco que la comida no era uno de los alicientes por los cuales
se deseaba embarcar, más bien fue siempre un tema de discordia como comentaré
posteriormente. Los sueldos no eran para echar campanas al vuelo. Yo, como
Alumno, “disfrutaba” de una gratificación mensual (no sueldo) de 150 pesetas,
me pasaba todo el día currelando
con los distintos oficiales, o pintando calados, o el disco. No tenía derecho a
horas extras y el que te incluyesen en la S.S. dependía de si el Armador lo
consideraba oportuno o no, ya que las leyes vigentes no lo consideraban
obligatorio. El sueldo base del 3er Oficial era de 1.150 ptas., el de Capitán si mal no recuerdo estaba rondando las
3.000 y contando: sobordos,
horas extras y ayuda familiar, la nómina al final de mes para una tripulación
de 35 personas ascendía a la cantidad de 60.000 ptas. incluyendo la
manutención. Si se molestan en dividir, se comprueba fácilmente que el sueldo
no resultaba tampoco un aliciente para cursar los estudios de náutica y
enrolarse. Como he dicho antes, solamente era cuestión de vocación por no
emplear la palabra masoquismo.
Siempre he pensado que los buques, al
igual que las personas tienen corazón, en el caso de los barcos tienen
necesidad de dos -a mi parecer- para que todo marche como Dios manda en buenas
condiciones. Uno principal: La máquina, la que marca la pauta para que el amasijo
de hierro que lo compone no se pare nunca, ni de noche ni de día y el segundo
no de menor importancia: La cocina. Y sobre este tema he de confesar que
siempre he tenido más problemas con el segundo que con el primero. Fueron
innumerables las veces, que estando embarcado como Alumno, el inolvidable fogonero
Enrique Monteagudo (enlace sindical), se presentaba en la Cámara de Oficiales a
la hora de la comida con su plato en la mano y en plan de reproche dirigiéndose
al Capitán le preguntaba “si consideraba
que aquello era comida para un hombre” y a continuación se marchaba con la
cantinela de siempre, “nos veremos en el Sindicato”.
Tengo que darle la razón al fogonero,
pero no puedo culpar a nadie, ni al Mayordomo, ni al Cocinero; era lo que había
en aquella época, sobre todo en los buques carboneros que se dedicaban al
cabotaje, donde los sueldos eran bajos y la manutención insuficiente para dar
bien de comer. Salvo en los buques que hacían viajes al extranjero y los
Mayordomos se las arreglaban para obtener ciertas ganancias de forma no muy ortodoxa
pero que ayudaban a aumentar la manutención, en el resto de la flota, la
manutención oficial asignada de forma oficial por la Administración resultaba
insuficiente para dar de comer satisfactoriamente. Sobre todo pensando en el
personal de máquinas, los fogoneros y los paleros que hacían un trabajo
verdaderamente penoso y agotador, ya que cada singladura se consumían 24
toneladas de carbón, cantidad que se multiplicaba por tres ya que la
manipulación consistía en sacarlas de las carboneras, meterlas en las calderas
para quemarlas y posteriormente sacar las cenizas y tirarlas al mar. Este
trabajo era el necesario para poder conseguir la presión del vapor con que se
mantenía el buen funcionamiento de la máquina principal.
La Marina Mercante estaba olvidada de
la mano de Dios debido a que los Armadores formaban un grupo muy poderoso que
se interponía a cualquier cambio por parte de la Administración. Los Sindicatos
Verticales no servían absolutamente para nada, a todos cuantos iban a efectuar
cualquier clase de reclamación, les daban la razón para quitarse el bulto de
encima, tanto por la parte obrera como por la parte empresarial. ¿Qué se podía
esperar de un Sindicato donde el Presidente solía ser un empresario del sector
o un jefe de la Armada?. La Administración, en vez de solucionar el problema
aumentando la cantidad destinada a la manutención en los buques mercantes, lo
único que hacía era aumentar la burocracia, sacándose de la manga unos librejos
en los cuales había que anotar diariamente los menús que se daban a bordo, con
las calorías que correspondía por hombre/día y alguna chorrada más, la
obligación de crear a bordo un grupo de control que acompañase al Mayordomo
cuando efectuaba las compras, formado por un Oficial y un subalterno, esta era
la situación en la Marina Mercante en los años cincuenta y que paradójicamente
(he de repetir una vez más
como ya he narrado en temas anteriores), mi padre que era segundo oficial en el
año 1936, y el primer oficial fueron acusados de socialistas por intentar
ejercer un control sobre el Mayordomo, les fue retirado el título y mi padre
sufrió un encarcelamiento de 5 años en campo de concentración. Este tema que da
para mucho más y que para mí supone un engorro narrarlo, lo seguiré a trancas y
barrancas como en la tele, comentándolo en mi próximo capítulo.
Un saludo y hasta la
próxima
Capitán Arturo de Bonis
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